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quebrantamientos como había sufrido, entonces quiso la fatalidad que cayera en las manos inespertas y débiles de un niño de poco mas de cuatro años, de constitucion fisica además endeble, miserable y pobre.

Mucho babria podido suplir la incapacidad del tierno principe el talento de la reina madre, tutora del rey y regente del reino. Pero desgraciadamente era doña Mariana de Austria mas caprichosa y terca que discreta y prudente, mas ambiciosa de mando que hábil para el gobierno, mas orgullosa que dócil á los consejos de personas sábias; y lo que era peor, mas amante de los austriacos que de los españoles, mas afecta á la córte de Viena que á la de Madrid, y para quien era poco ó nada la España, todo ó casi todo su antigua casa y familia. Su primer anhelo fué dar entrada en el consejo de regencia designado en el testamento de Felipe IV. á su confesor y consultor favorito el padre Juan Everardo Nithard, jesuita aleman que la reina habia traido consigo, y muy parecido á ella en el carácter y las condiciones personales. Favoreció á su propósito la vacante que á las pocas horas de la muerte del rey quedó en el consejo por fallecimiento del cardenal Sandoval, arzobispo de Toledo, para cuya dignidad fué nombrado el inquisidor general don Pascual de Aragon. La reina llamó á este último, y empleando toda la maña y astucia que para estas cosas poseia, y á fuerza de súplicas é instancias consiguió que renunciara el elevado cargo de inquisidor general, que confirió inmediatamente y sin consultar con nadie á su confesor, dándole asi cabida en el consejo,

Gran disgusto y general murmuracion produjo ci nombramiento del Padre Nithard, ya por caer en persona que el pueblo aborrecia, ya porque en ello se violaban las leyes del reino, que no permitian dar á estrangeros este eminente cargo, ya porque era pública voz haber sido luterano hasta los catorce años. Y aunque la reina hizo que se le otorgara carta de naturalizacion, y hablando á todos y á cada uno logró calmar al pronto la tempestad que contra el favorito se levantaba, quedábanle sin embargo muchos enemigos secretos, que no podian llevar en paciencia la estensa autoridad que ejercia y la preferencia que en las consultas le daba la reina sobre los demas ministros y consejeros.

Entre los enemigos del nuevo inquisidor general, y que mas murmuraban y combatian su elevacion como escandalosa, descollaba el hermano bastardo del rey, don Juan de Austria, que se hallaba ya harto resentido de la reina, porque la culpaba, no sin alguna razon, asi de haber sido la causa de sus últimas derrotas, como de haberle hecho caer del cariño y amor de su padre.

Cuanto más que creyéndose don Juan en su orgullo el único capaz de calvar la monarquía, no podia sufrir que á un estrangero de tan mediana capacidad como el confesor se le hubiera encumbrado al mas alto puesto del Estado. Y como supiese que la reina y el P. Nithard pensaban mandarle salir de la córte,

anticipóse al mandamiento, retirándose lleno de indignacion á la villa de Consuegra, residencia ordinaria de los grandes priores de Castilla, cuya dignidad poseia don Juan, y donde ya ántes habia estado, menos por su gusto que por voluntad y arte de la reina. No dejó ésta de recelar, y no se equivocaba mucho, que iba con el pensamiento de conspirar mejor desde alli contra ella y contra su privado (1).

A pesar de lo mal paradas que en la guerra con Portugal habian quedado las armas de Castilla poco antes de morir el rey, con alguna energía de parte del gobierno español habria podido todavía intentarse con probabilidades de buen éxito la reconquista del reino lusitano, aprovechando el desconcierto y desórden en que la córte de Lisboa se hallaba, á consecuencia de la viciosa y desarreglada vida del jóven rey don Alfonso, sostenido en su disipada conducta y perversas inclinaciones por su favorito el conde de Castel-Melhor. La reina regente su madre, cansada de sufrir disgustos y amarguras, habia entregado los sellos del reino á su hijo y retiradose á un convento; por último aquellos disgustos le acarrearon la muerte. La vida licenciosa del rey y los excesos y arbitrariedades del favorito dieron ocasion á que se formára en Portugal un gran partido en favor del infante don Pedro, heredero presunto de la corona, tanto más, cuanto que se suponia que don Alfonso no podria tener sucesion, á causa de una enfermedad que padeció de niño, agravada con sus estragadas costumbres. En vez de desvanecerse esta creencia, se fué confirmando despues de su matrimonio con la princesa de Francia, María Isabel Francisca de Saboya, hija del duque de Nemours, jóven de rara hermosura, que traida á Portugal, pareció interesar á todos, y principalmente al infante don Pedro, mas que al rey, no tardando en sospecharse generalmente que si bien tenia el título de reina, solo exteriormente y en apariencia le correspondia el de esposa. Quiso el de Castel-Melhor dominarla y gobernarla, como dominaba y gobernaba al rey, pero estrelláronse sus intentos ante la altivez desdeñosa de la princesa. Las pesadumbres y desdichas, y las escenas vergonzosas de que la hacian ser víctima en palacio, excitaron la compasion, y acabaron de robustecer el partido del infante, pensando ya sériamente en colocarle en el trono de su hermano, y constituyéndose él con mucha habilidad en protector de su cuñada, y en reparador de sus ultrages. Entró en este partido el mismo maiscal francés Schomberg. Ardian en discordias la córte y el palacio de Lisboa, reinaba una agitacion general, y parecia inminente una guerra civil. Empeñó

(1) Proclamacion de Cárlos II. en Madrid: MS. de la Biblioteca Nacional.-Epitome histórico de todo lo ocurrido desde la muerte de Felipe IV. hasta la de don Juan

de Austria: MS. de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia: Est. 25, Grad. 5, c. ill.-Papeles y noticias de la menor edad de Cárlos II.: MS. de la Bibliot. Nacion.

se el infante en alejar de palacio al valido, y viéndose el de Castel-Melhor desamparado de todos, salió una noche disfrazado como un malhechor, refugióse en un monasterio, y de alli partió para ir á buscar un asilo en Turin (4).

En vez de aprovecharse el gobierno español de este desconcierto del portugués para recobrar lo que en la guerra habia perdido, faltábanle las condiciones que mas necesitaba para ello, que eran energía y medios de ejecucion. Asi, pues, se redujo la guerra á correrías, robos y devastaciones, y á pequeños cncuentros entre unas y otras tropas, asi por la parte de Extremadura como por la de Galicia y Castilla, peleando alli por los portugueses Schomberg y don Juan de Silva de Souza, por los españoles el principe de Parma Alejandro Farnesio, aqui el condestable de Castilla mandando las armas españolas, las de Portugal el conde de Prado y Antonio Suarez de Costa (1666), mas sin ocurrir en una ni otra frontera hechos notables que merezcan ocupar un lugar histórico.

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Deseaba ya la reina regente de España hacer las paces con Portugal, movida, no solo por el convencimiento del poco fruto que esperaba sacar de una guerra dispendiosa y molesta de mas de veinte y cinco años, sino por la necesidad de quedar desembarazada para atender à la que por otra parte nos estaba haciendo Luis XIV. de Francia, con infraccion del tratado de los Pirineos y con el pretesto que luego habremos de ver. Pero la negociacion de la paz, que aceptaban de buena gana los portugueses por el estado de abatimiento de su reino, en que intervenia el embajador del rey de Inglaterra, y para la cual aparentaba por lo menos ofrecer su mediacion el monarca francés, se llevó con lentitud por culpa del mismo rey Luis, que interesado en debilitar más y más la España y mostrándose amigo del portugués, dábale á escoger astutamente entre obtener condiciones ventajosas de paz, ó continuar la guerra, ofreciéndole en este último caso ayudarle con dinero y con tropas de mar y tierra, consiguiendo al fin que se decidiera á hacer con él una liga ofensiva y defensiva contra los españoles y sus aliados que habia de durar diez años (1667).

Pero últimamente, persuadidos los portugueses por la conducta del rey de Francia de que eran sacrificados á sus intereses y ambicion, y comprendiendo la reina regente de España el peligro que corria en la dilacion de la paz, solicitóse con urgencia la mediacion activa de Cárlos II. de Inglaterra, y merced á su eficaz cooperacion llegó á concluirse el tratado de paz entre Portugal y España (143 de febrero, 4668), á los veinte y ocho años de la revolucion de aquel rei

(4) Faria y Sousa, Epitome de Historias general de Portugal, portuguesas, P. IV. c. 5.-Laclede, Historia

no, y otros tantos de una lucha no tan viva como ruiñosa y asoladora para ambos pueblos. Por este tratado, que se ratificó en Madrid el 23 de febrero, y por el cual venia á reconocerse la independencia de Portugal, se obligaban las dos naciones à restituirse las plazas conquistadas, á escepcion de Ceuta, que quedaba del dominio del rey Católico, al mútuo rescate de los prisioneros, al restablecimiento del comercio entre ambas naciones, á la anulacion de las enagenaciones de bienes y heredades que se hubiesen hecho, y se dejaba á la Inglaterra la facultad de poder entrar en todas las alianzas defensivas y ofensivas que España y Portugal entre si hiciesen (4).

Cuando esta paz se ajustó, no reinaba ya en Portugal Alfonso VI. Sus desórdenes le habian arrastrado hasta perder el trono; las córtes del reino le hi'cieron firmar su propia abdicacion de la autoridad régia; la reina, que de acuerdo con el infante don Pedro su cuñado se habia fugado de palacio y refugiádose á un monasterio, le escribió desde alli, diciéndole que nadie mejor que él sabia que no habia sido su esposa, y le pedia su dote. Furioso el rey con esta carta, corrió al convento, pero halló á la puerta al infante su hermano con los de su partido, que no solo le impidió la entrada, sino que le prendió después, acompañado de la nobleza. Firmada por Alfonso VI. la renuncia del trono, fué alejado de Lisboa y enviado á las islas Terceras. Los estados del reino pusieron el cetro, en manos del infante don Pedro, bien que con solo el título de regente. Y para complemento de estos escándalos, el cabildo catedral de Lisboa, sede vacante, á peticion de la misma reina Isabel de Saboya, declaró nulo su matrimonio con el rey, como no consumado á pesar de haber llevado cerca de quince meses de vida conyugal, y la reina pasó á ser esposa de su cuñado el infante don Pedro (2). Uno de los primeros cuidados del regente fué celebrar la paz con España.

La noticia de las paces de Portugal se recibió con la mayor satisfaccion en Madrid. Tál era ya el estado miserable y abatido de la nacion española, y en tál necesidad la habia puesto tambien á la sazon la injusta guerra que por otra parte habia movido y nos estaba haciendo Luis XIV. de Francia, de que vamos á dar cuenta ahora.

Habia quedado demasiado débil á la muerte de Felipe IV. la España, y era demasiado ambicioso de grandeza y de conquistas Luis XIV. para que re

(4) Coleccion de Tratados de Paz.-Faria y Sousa, Epitome de Hist. Portug. p. IV, c. 6. Los plenipotenciarios que firmaron el tratado fueron: por España, don Gaspar de Haro, marqués del Carpio y conde-duque de Ol vares; por Ing aterra, Eduardo,

conde de Sandwich; por Portugal, el duque de Cada val, el marqués de Niza, el de Gobea, el de Marialva, el conde de Miranda, y don Pedro de Vieyra y Silva,

(2) Faria y Sousa, Epitome, p. IV. c. 5.

nunciára á ellas y no se aprovechára de nuestra debilidad y de la ventajosa situacion en que se hallaba su reino. Veíase con ejército poderoso, con mucha y buena artillería, con excelentes generales y con dinero en el tesoro. De todo esto carecia España. Pero necesitaba de un pretesto para cohonestar la infraccion del solemnísimo pacto de los Pirineos, y este pretesto le encontró en el derecho que pretendió tener su esposa la reina María Teresa de Austria á los estados de Flandes, como hija del primer matrimonio de Felipe IV., con preferencia á los de Cárlos II., hijo de la última muger de aquel rey, y en que no se habia pagado por la córte de Madrid la dote de la reina estipulada en el tratado. Apoyaba lo primero en una ley, la del derecho de devolucion, que acaso un leguleyo dijo haber encontrado en los libros del Estado de Brabante. En vano fué que jurisconsultos españoles de la reputacion de Ramos del Manzano refutáran victoriosamente tan estraña doctrina con sólidas é incontestables razones. Conveníale á Luis no dejarse convencer, y remitir el fallo de la cuestion á las armas. Pero ántes publicó un manifiesto para sincerarse á los ojos de Europa, pretendiendo demostrar la justicia que suponia asistirle. Hecho lo cual, pasó á la frontera de Flandes para ponerse á la cabeza de treinta y cinco mil hombres, disponiendo al propio tiempo que invadieran aquellos paises otras dos divisiones, mandadas la una por el mariscal de Aumont y la otra por el marqués de Crequi (mayo, 1667). De aqui su interés en la liga con Portugal y en que continuára por acá la guerra, para que la regente no pudiera distraer las tropas y enviarlas á los Paises Bajos.

Desprovisto de recursos, y con poca fuerza, y esa desorganizada y sin pagas, se hallaba el marqués de Castel-Rodrigo que gobernaba aquellas provincias, cuando Luis XIV. penetró en ellas con un ejército de mas de cincuenta mil hombres, bien abastecido de todo. No era posible resistir á tan formidable hueste; y asi la campaña del monarca francés, aunque rápida y breve, no tuvo nada de gloriosa, por mas que se haya ponderado, ni podia serlo. Porque unas plazas encontró desguarnecidas é indefensas; oponíanle poca resistencia otras; y aunque algunas se defendieron valerosamente, todo lo que podian alcanzar era una honrosa capitulacion, y el mayor ejercito que el de Castel-Rodrigo pudo reunir no excedia de seis mil hombres, entre alemanes, españoles y flamencos. Apoderóse pues el francés en esta campaña de Charleroy, Bergnes, Furnes, Courtray, Oudenarde, Tournay, Alost, Lille, y otras ciudades y plazas 'de menor importancia, muchas de las cuales hizo desmantelar (4).

La rapidez de estas conquistas y la desmedida ambicion de Luis pusieron

(1) Quincy, Historia militar del reinado mont, Memorias politicas,

de Luis XIV. Obras de Luis XIV.-Du

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