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CAPITULO VIII.

MINISTERIO DEL DUQUE DE MEDINACELI.

De 1680 a 1695.

Aspirantes al puesto de primer ministro.-Partidos que se formaron en la corte.-Trabajos del confesor y de la camarera.-Indecision del rey.-Da el ministerio al de Medinaceli.-Males y apuros del reino.-Alborotos en la córte.-Célebre y famoso auto general de fé ejecutado en la plaza de Madrid.-Desgracias y calamidades dentro de Espa ña.-Pretensiones de Luis XIV. sobre nuestros dominios de Flandes.-Guerra con Fran. cia en Cataluña y en los Paises Bajos.-Gloriosa defensa en Gerona.-Pérdida de Luxem burgo.-Tregua de veinte años humillante para España.-Génova combatida por una escuadra francesa.-Mantiénese bajo el protectorado español.-Rivalidades é intrigas en la corte de Madrid.-La reina madre; el ministro; la camarera; otros personages.— Caida del confesor Fray Francisco Reluz.-Retirase la camarera.-Reemplazo en estos cargos.-Situacion lastimosa del reino.-Caida y destierro del duque de Medinaceli.Sucédele el conde de Oropesa.

No todos pensaban solamente en las fiestas y regocijos. En medio de la algazara popular y de aquella especie de vértigo por las diversiones que parecia haberse apoderado de todos, los hombres políticos se agitaban y movian: vacante la plaza de ministro desde la muerte de don Juan de Austria, flado interinamente el despacho de los negocios al secretario don Gerónimo Eguía; con un rey jóven, sin experiencia ni talento, y á quien llamaban mas la atencion las gracias de su bella esposa que los áridos asuntos del Estado, y los accidentes de la caza y de los toros que las necesidades del reino, hacíanse mil cálculos y conjeturas en los círculos políticos de la córte sobre la persona en quien recaeria el ministerio, que era entonces como decir el ejercicio de la autoridad real.

Entre los que andaban en lenguas, ó como pretendientes, ó como designados por la opinion para este puesto, la voz pública señalaba como los mas dignos y que reunian mas aptitud y mas probabilidades de ser llamados á él, al duque de Medinaceli y al condestable de Castilla. El primero tenia en su favor el cariño del rey, el segundo contaba con el apoyo de la reina madre. De ilustre cuna los dos, hombres ambos de talento y de experiencia, el de Medinaceli tenia mas partido en el pueblo y entre los grandes por la dulzura y suavidad de su trato; era sumiller de Corps y presidente del consejo de Indias: el condestable, decano de el de Estado, de mas edad y de mas instruccion que Medinaceli, tenia menos adictos por la austeridad y aun por la adustez de su genio; nunca don Juan de Austria habia podido atraerle á su partido por mas que habia empleado los halagos y las promesas.

La córte estaba dividida entre estas dos parcialidades, y cada una de ellas ponía en juego los resortes y artificios de la política cortesana, haciéndose una guerra secreta. Hacíasela tambien disimulada y sorda al uno y al otro el secretario don Gerónimo de Eguía, hombre que de la nada habia subido á aquel puesto al amparo de los dos ministros anteriores Valenzuela y don Juan de Austria, acomodándose y doblegándose con admirable flexibilidad y sumision á todo el que podia satisfacer sus ambiciones. Ahora, explotando cierta confianza que habia alcanzado con el rey, y bien hallado con el manejo de los negocios que despachaba interina mente, aspiraba ya á ser él mismo ministro, ayudado del confesor, que no queria ver en el ministerio persona que eclipsára su influencia. Al efecto, en union con la duquesa de Terranova, procuraba apartar á la reina madre y á los de su partido de toda intervencion en el gobierno, interesar á la reina consorte, inspirar al rey desconfianza hacia los dos personages que estaban mas en aptitud de ser llamados al ministerio, y persuadirle de que debia gobernar por sí mismo, sin favorito, sin junta, sin dependencia de curadores. Con estas y otras trazas logró el de Eguia tener por algun tiempo indeciso y vacilante al rey, disponiendo él entretanto de la suerte de la monarquía.

Pero todas las combinaciones se le fueron frustrando; no le sirvió unirse con el condestable, con el confesor y con la camarera; las dos reinas se entendieron y unieron, no obstante las intrigas que para dividirlas é indisponerlas se empleaban; don Gerónimo de Eguía se fue convenciendo de que todos le hacian traicion, porque de resultas de una conferencia que con la reina tuvo el de Medinaceli, y de la cual salió muy satisfecho, hasta el mismo condestable varió de lenguaje y de conducta, sorprendiendo á todos oirle recomendar al de Medinaceli, antes su rival, como el mas apropósito y el que más merecia el ministerio. Por último salió el monarca de aquella irresolucion que tantos

perjuicios estaba causando, por el retraso que padecian los negocios del Esta do y los intereses de los particulares, estancados todos los asuntos en las oficinas de las secretarías, y el 22 de febrero (1680) se publicó el decreto nombrando al duque de Medinaceli primer ministro (4), y el mismo confesor, ántes tan enemigo suyo, se encargó de llevársele. A nadie causó sorpresa el nombramiento, ni fué tampoco mal recibido, porque del duque mas que de otro alguno se esperaba que podria poner algun remedio al estado deplorable en que se encontraban los negocios públicos. Iremos viendo si su conducta correspondió á estas esperanzas.

Indolente y perezoso el nuevo ministro, dejó al Consejo la autoridad de resolver los negocios, no determinando por sí cosa alguna. Creó además varias juntas particulrres, entre ellas una de hacienda, que se llamó Magna, compuesta de los presidentes de Castilla y Hacienda, del condestable, el almirante, el marqués de Aytona, y de tres teólogos, todos frailes, uno de ellos el confesor del rey, Fr. Francisco Reluz, otro el P. Cornejo, franciscano, y otro el obispo de Avila Fr. Juan Asensio, que reemplazó en la presidencia de C stilla á don Juan de la Fuente (12 de abril, 1680), al cual se desterró por complacer al papa. El Asensio era mercenario calzado.

Mala era la coyuntura en que esta junta entraba. Las gentes andaban ya muy disgustadas, porque todos sentian los males, y todos veian crecer los apurcsdel erario; que el dinero traido en el año anterior por los galeones de la India habíase consumido en los gastos y las fiestas de las bodas. En tales apuros hubo un comerciante que presentó al de Medinaceli un memorial, proponiendo ciertos medios para aumentar las rentas reales con alivio de los pueblos, y haciendo otras proposiciones al parecer muy beneficiosas. Oyóle el duque, pero le despidió sin resolver nada, y no faltó quien amenazara al Marcos Diaz, que asi se llamaba el comerciante, con que seria asesinado si continua-. ba haciendo semejantes proposiciones. Y asi fué, que volviendo un dia de Alcalá á Madrid le acometieron unos enmascarados, y le dieron tales golpes que de ellos murió poco tiempo después. El pueblo á quien habian halagado las proposiciones de Diaz y esperaba que con ellas se aliviaria su miseria, se amotinó gritando que habia sido sacrificado, y pidiendo castigo contra los culpables. Como diese la casualidad de pasar el rey en aquella ocasion por junto á las turbas, rodearon su coche, y comenzaron á gritar: «¡Viva el rey! ¡Muera el mal gobierno!» El alboroto duró algunos dias, sin que las autoridades pudieran reprimirle, y el rey no se atrevia á salir de palacio; pero todo se redujo á quejas, injurias y amenazas contra las personas á quienes se atribuia la

(1) Gaceta ordinaria de Madrid de 27 de febrero de 4680.

miseria que afligia al pueblo, y la sedicion se fué calmando poco a poco. Coincidian por desdicha con este estado de cosas los terremotos, la peste y el hambre que sufrian al mismo tiempo muchas provincias de España.

La alteracion en el valor de la moneda hecha por el secretario Eguía, y la tasa puesta á los precios de los artefactos por el ministro Medinaceli produjeron tambien sérios disturbios, que promovian los artesanos y vendedores. Los panaderos se retiraron, y faltó este interesante artículo, quedándose un dia la corte sin un pedazo de pan. La codicia tentó á uno de ellos, que comenzó á espender cada pan á tres reales. Pero se le impuso un durísimo castigo, se le dieron doscientos azotes (30 de abril, 1680), se le condenó á galeras, y escarmentados con esto los demás abrieron sus tiendas, y se encontraron otra vez surt dos de pan los habitantes. Mas al dia siguiente (1.o de mayo), con motivo de una pragmática que se publicó poniendo un precio bastante bajo á cada par de zapatos, juntáronse tumultuariamente hasta cuatrocientos zapateros en la plaza de Santa Catalina de los Donados, donde vivia el nuevo presidente de Castilla, gritando como se acostumbraba entonces en los motines: «¡Viva el rey, muera el mal gobierno!» Un alcalde de córte que se presentó á aplacar el tumulto, irritó de tal modo con sus amenazas á los amotinados, que hubiera pagado su imprudencia con la vida si no hubiera sido tan diestro para escabullirse y retirarse. Por el contrario el presidente de Castilla fué tan condescendiente con los tumultuados, que oidas sus quejas les facultó para que vendieran su obra á como pudiesen, con lo cual se retiraron sosegados y satisfechos. Sin embargo se castigó después á los principales motores (4).

Parecian esclusivamente ocupados entonces el ministro y los monarcas en visitar templos y santuarios, y en asistir á fiestas religiosas. Las gacetas de aquel tiempo apenas contienen otras noticias interiores que relaciones minuciosas de la funcion en celebridad de la canonizacion de tál santo, de la asistencia de SS. MM. al novenario de tál capilla, de la celebracion de una misa en rito caldéo, y otras semejantes, con que se demostraba al pueblo la acendrada devocion de sus reyes y su aficion á los actos religiosos.

Mas lo que creyeron iba á hacer perpétuamente memorable este misero reinado fué el famoso y solemnísimo Auto de fé que se celebró en la Plaza Mayor de Madrid el 30 de junio de 1680. El inquisidor general, que lo era en tonces el obispo de Plasencia don Diego Sarmiento Valladares, manifestó al rey que en las cárceles inquisitoriales de la Córte, de Toledo y de otras ciudades habia multitud de reos cuyas causas estaban fenecidas, y que seria muy

(1) Diario de los sucesos de aquel tiem- á la Real Acad mia de la Historia. go, MS.: Papeles de Jesuitas pertenecientes

digno de un rey catolico que se celebrára en la córte un auto general de fé, honrado con la presencia de SS. MM., á ejemplo de sus augustos padres y abuelos. Aprobó Cárlos lo que se le proponia, ofreció asistir, y quedó resuelto el auto general. Se avisó á los inquisidores de los diferentes tribunales del reino; se nombraron muchas comisiones en forma para hacer los preparativos convenientes á tan solemne funcion, y el 30 de mayo, dia de San Fernando, se publicó el auto con todo aparato y suntuosidad (4).

Dió el rey un decreto para que se levantára en la plaza un anchuroso y magnífico teatro (que asi se llamaba), capaz de contener con desahogo las muchas personas que habian de asistir de oficio, con sus escaleras, valla, corredores, balcones, departamentos, altares, tribunas, púlpitos, solio y demás, cuyo diseño encargó al familiar José del Olmo (2), y el cual habia de cubrirse con ricas tapicerías y colgaduras, y con un gran toldo para preservarse de los ardores del sol. Fué obra de muchísimo coste, y en que se emplearon los mas lujosos adornos. Se formó una compañía que se llamó de los soldados de la fé, compuesta de 250 hombres entre oficiales y soldados, para que estuviesen al servicio de la Inquisicion, y á los cuales se dieron mosquetes, arcabuces, partesanas, picas, y uniformes de mucho lujo. Cada uno de éstos habia de llevar, como asi se ejecutó, un haz de leña desde la puerta de Alcalá hasta el palacio; y el capitan, que lo era Francisco de Salcedo, subió al cuarto del rey, llevando en la rodela su fajina, que recibió de su mano el duque de Pastrana para presentarla á S. M. y después á la reina; hecho lo cuál, la volvió á entregar diciendo: «S. M. manda que la lleveis en su nombre, y sea la primera que se eche en el fuego »

Para esta funcion se hicieron familiares del Santo Oficio hasta ochenta y cinco, entre grandes de España, títulos de Castilla, y otras personas ilustres (3). Los cuales todos acompañaron la solemne procesion llamada de la

(1) Sepan (decia el pr gon) todos los vecinos y moradores de esta villa de Madrid, córte de S. M., estantes y habitantes en ella, como el Santo Oficio de la Inquisicion de la ciudad y reino de Toledo celebra auto público de la fé en la Plaza Mayor de esta córte, el domingo 30 de junio de este pr. sente año, y que se les conceden las gracias é indulgencias por los sumos pontifices dadas á todos los que acompañasen y ayudasen á dicho auto. Mándase publicar para que venga á noticia de todos.»-Este pregon se rep tió en ocho puntos principales de la poblacion, en que la procesion hizo alto -ReJacion histórica del auto general de fé que

se celebró en Madrid este año de 1680, con asistencia del Rey N. S. Carlos II. etc. Por José del Olmo, alcaide y familiar del Santo Oficio: un vol. 4.o impreso en 1680, y reim-. preso 1820.

(2) El mismo autor de la Relacion histórica. En ella hay una curiosa lámina, que representa el teatro, con todos los concurrentes al acto en sus respectivos trages y vestimentas, ocupando cada cual el lugar que le habia sido designado.

(3) Nominalmente se insertan en la relacion, y por orden alfabético de sus titulos. Asi los primeros son: el duque de Abrantes, el conde de Aguilar, el de Alba de Liste, el

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