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á una vida futura y á unos bienes desconocidos en un mundo invisible. Nosotros, personas individuales é idénticas, verdaderos séres dotados de inmortalidad, nosotros tenemos otro destino que los Estados (1). »

Tampoco nosotros descenderemos á cuestiones teológicas, y ni aun á cuestiones meramente cristianas: ni es necesario. Si la inteligencia humana es progresiva, tambien lo es la voluntad. Esta lo desea todo, como aquella quiere alcanzarlo todo. Matad en el hombre esta tendencia y matareis al hombre. Seria en pequeño una máquina sin su principal resorte. Si algo hay esencialmente civilizador en el hombre, despues de su propia inteligencia y el sentimiento moral, es la conciencia de su espiritualidad, su tendencia á lo infinito, su sentimiento de otra vida. ¿Qué es el hombre que no lleva sus miras mas allá del horizonte estrecho de la humana sociedad?: que cine sus aspiraciones, la excelencia de su sér, el alcance de sus portentosas facultades, de sus ilimitados deseos, al curso estrecho y efímero de la vida humana? Para un cristiano, no invocaremos por ocioso, en esta grave cuestion, las máximas y preceptos, el dogma de su creencia. Para las inteligencias mas desaprensivas, para los legisladores mas laxos, invocaremos solo, entre tantas que podriamos, la sentencia de un gentil: diremos con Ciceron: Si nada somos mas allá de la vida para qué tanto afanarnos en adquirir celebridad para despues de ella?

Hemos bosquejado á grandes rasgos el cuadro que nos ofrece la civilizacion en su desenvolvimiento al través de los siglos. Considerada además filosóficamente, la civilizacion es un asunto importantísimo, que se presta al estudio y al exámen bajo distintos aspectos. Su principio lo encontramos en el hombre mismo, que, como dejamos insinuado, es perfectible, eminentemente sociable, y que aspira siempre á mejorar su condicion y la de las personas que lo rodean: y hallamos asimismo la garantía de su continuidad en la que forman las generaciones posteriores con las anteriores, la

(1) Guizot, antes citado.

cual viene a hacer indefinido en la especie humana el progreso limitado del individuo.

Hemos visto que las causas que influyen en su mayor ó menor desarrollo son unas morales y otras materiales. Entre las primeras colocamos ante todo la Religion. Asi como acabamos de ver que el cristianismo es un gérmen fecundo de civilizacion y de cultura, pudiéramos observar que las falsas religiones son todas, cual mas, cual menos, obstáculos para la verdadera civilizacion: el politeismo con su espíritu materialista y grosero, no es capaz de producir sino vicios y desórdenes contrarios á ella; y el islamismo no le es menos funesto, porque, además de que el dogma de la fatalidad se opone á toda idea de progreso, el sensualismo de sus doctrinas es contrario á la actividad civilizadora del individuo.

Otra influencia moral resulta para la civilizacion de la forma de gobierno. Bajo el régimen despótico ó bajo el influjo de la anarquía no cabe civilizacion: en uno y en otro caso la inteligencia y la propiedad del hombre están á merced de un tirano ó de un pueblo turbulento y desenfrenado; y nadie se afana por producir ni por adquirir. Los gobiernos fuertes, en que hay á la vez órden, estabilidad y proteccion para todos los derechos, son los mas favorables al movimiento civilizador.

Las causas materiales que influyen en la civilizacion son muchas. Hay razas mas susceptibles que otras de ser civilizadas, y de comunicar á las demás sus adelantos y mejoras; y de esto nos ofrece un ejemplo la raza negra, á la que no se ha visto sobresalir por ningun hecho notable en la marcha progresiva de la humanidad. Hay territorios mas apropósito que otros para producir este resultado: asi los pueblos situados en estensas y fértiles llanuras, que producen todo lo necesario para la vida, no progresan tanto como los que viven en terreno desigual y montuoso, y se ven precisados á trabajar mas para procurarse la subsistencia ó para aumentar sus goces y

comodidades. Observaremos que esta causa no suele obrar aisladamente: se halla en íntima relacion con el clima, y con la mayor ó menor comunicacion que tenga un pueblo con los demás, siendo indudable que el que viva bajo la influencia de un clima ardoroso, ó rígido, que enerva y debilita las fuerzas, y permanezca incomunicado con los demás, no tendrá la vida, la animacion, la laborio sidad y el afan de mejoras que otro que se halle sometido á la accion de mejores climas, y tenga con los pueblos comarcanos ese tralo frecuente que produce el mútuo cambio de los objetos necesarios para la vida.

En la infancia de las naciones debe considerarse tambien como mas favorable á la civilizacion la vida agrícola que la cazadora. Los hombres que se dedican á cultivar la tierra y á domesticar los animales para servirse de ellos, que tienen vida sedentaria y de familia, costumbres dulces, y se alimentan con los frutos de la tierra, son ciertamente mas susceptibles de civilizar y de ser civilizados, que las tribus nómadas, que viven persiguiendo las fieras, comiendo su carne y bebiendo su sangre: que no tienen lugar de reposo, ni conocen los sentimientos dulces y apacibles de la familia.

Hay, en fin, en la vida de los pueblos una época favorable para el progreso de la civilizacion, y es aquella en que han entrado en la madurez, que es el resultado de los descubrimientos, de los ensayos y de los adelantos hechos en el largo período de su infancia, el resultado de los desengaños, y de una buena legislacion.

Se pregunta tambien si la civilizacion, es un bien ó un mal. La pregunta es necesaria; y sin embargo, es preciso para que lo sea que hayan sido muchas y grandes, como lo han sido, las aberraciones del entendimiento humano. Del abuso ha nacido la duda: del abuso de los nombres. De llamar civilizacion á cualquier progreso y desarrollo: de reputar civilizacion sino el desarrollo individual sin el social, ó al revés, cuando la verdadera civilizacion no se completa sino con los dos. Y ni aun con ellos, sino tienden al fin

providencial, al destino del hombre y de la sociedad. Así para nosotros la cuestion no lo es, ni puede establecerse, toda vez que se establezca con propiedad filosófica la acepcion verdadera de la civilizacion; segun la hemos definido. No todo adelanto ni toda ilustracion es civilizacion, así como no siempre son una misma cosa en el hombre la capacidad y el buen juicio.

¿Se quiere que la civilizacion sea siempre un mal? Contra este dislate filosófico, bastará invocar, no los principios, sino la esperiencia. Las inmensas ventajas que tiene el estado de civilizacion respecto al natural son por demás notorias, y nadie se atreve á ponerlas en duda, fuera de algun genio sombrío y melancólico, que en ódio á la sociedad quisiera ver restablecido en el mundo el estado salvaje. Consideremos al hombre en tan desgraciada situacion, y veremos que su carácter feroz y sanguinario, ó cuando menos receloso y suspicaz, rehuye toda comunicacion y trato; que las enfermedades, à las cuales se encuentra mucho mas espuesto, no tienen ni aun los ausilios y remedios que en los pueblos cultos se dá á los animales: que los sentimientos de caridad y de beneficencia, y las instituciones que ellos han producido para el alivio de la especie humana, les son enteramente desconocidos: que los hijos crecen bajo la influencia de ese estado salvaje, que dá á sus almas cierto temple de ferocidad y dureza, y los hace incapaces de educacion ó muy tardos para recibirla: que, en fin, el salvaje ni conoce á Dios, ni practica la religion, ai fácilmente abre su entendimiento á la luz de esas verdades que debe conocer, ni eleva su inteligencia á la altura que debe llegar el ente moral. En las sociedades civilizadas, por el contrario, el hombre modifica su carácter áspero ó irascible: tiene remedios para sus enfermedades y alivio para sus dolores. Merced á ellos y á sus instituciones benéficas se prolonga la vida de una porcion de séres débiles y enfermizos que en el estado salvaje perecerian indefectiblemente: á los niños desde su mas tierna edad se les forma el corazon y se les educa, corrigiendo sus

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malas inclinaciones y elevando su entendimiento en busca de la verdad y del bien. Estos no son, digámoslo asi, sino los puntos capitales en que se diferencian uno y otro estado: ¿quién es capaz de enumerar la multitud de beneficios que reporta al hombre la verdadera civilizacion?

La verdadera civilizacion, pues, el mejoramiento individual y social, es siempre un bien: es un fin providencial: es por tanto un deber natural en el hombre, en la socidad y en los legisladores el promoverla; en los escritores el deslindarla, y el esponerla.

CIVILMENTE. Adverbio con que se significa en la tecnología del foro, que un acto ó documento se ha realizado, ó formulado, ó no, conforme à las leyes, segun el sentido de la cláusula. En tal concepto se dice, por ejemplo, que una escritura, otorgada sin los requisitos legales, segun su clase, es civilmente falsa, ó que la redargüimos de civilmente falsa. V. INSTRU

MENTO.

CLAMOR. Usase poco en el derecho. Cuando se usa, equivale á anuncio de voz, ó en alta voz: pregon oral. Antiguamente, lo mismo que de público, de pública voz, por fama pública. Asi en lo criminal se decia podian un juez ó tribunal proveer auto de oficio, cuando el hecho constaba ó se anunciaba de público y notorio: público denunciante clamore. Dicese del latin clamor voz, que entre otras tiene, como en castellano, la indicada significacion.

CLANDESTINO. Del latin clam, ocultamente, á escondidas. Aplicase en derecho á los actos que carecen de la publicidad que requieren las leyes civiles ó eclesiásticas. Asi se dice matrimonio clandestino, el celebrado sin prévias moniciones, ó dispensa de ellas, y sin la asistencía del propio párroco, ó su delegado y testigos: posesion clandestina la subrepticia, que no se apoya en título justo, etc. Como voz calificativa han de verse sus efectos en los artículos de cosas ó hechos á que es aplicable. En lo criminal, y aun en el órden moral se dice clandestino en sentido de secreto, de oculto, segun el oráculo sagrado de que

el que obra mal huye de la luz. Clandestinidad es en abstrato lo que clandestino en concreto. Véase principalmente MATRI

MONIO CLANDESTINO,

CLASE. Del latin classis. Coleccion ó conjunto de cosas semejantes. Así en la sociedad y en el derecho son clases los nobles, los plebeyos, el clero, la milicia, etc. Así clasificar es deslindar las cosas, refiriéndolas, distribuyéndolas ó destinándolas á la clase á que corresponden; esto es, á la coleccion ó conjunto de las análogas: clasificion es ese acto: clasificador el que lo eje

cuta.

Las clases tienen ante la ley individualidad colectiva, ó moral, y de ahí los efectos legales consiguientes, es decir, son tratadas en el derecho como los individuos. Así, por ejemplo, el que injuria á una clase de la sociedad, que tiene existencia legal, incurre en pena, como si injuriase á un individuo ó persona determinada: y decimos existencia legal, esto es, establecida por la ley, por el decho público, porque solo así pueden tener personalidad cierta, conocida y definida, como es menester que lo sea para los gravámenes y beneficios, en cuyo caso no se hallan las clases indefinidas, ó de capricho, de acepccion vulgar arbitraria. Así nadie puede reconocer derecho, hacer justiciable, injuriar, etc., por las enunciativas vulgares ó arbitriarias de los necios, los ignorantes, los presuntuosos, los desaplicados, etc.

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En este concepto dice el artículo 321 del Código penal: Nadie será penado por calumnia ó injuria, si no á querella de la parte ofendida, salvo cuando la ofensa se dirige contra la autoridad pública, corporaciones ó clases del Estado.»

En cuanto a las clases, si no reunen el carácter de autoridad ó corporacion de tal índole, se defienden por sí mismas, por medio de personería ó apoderado, y en otro caso, las defiende el Ministerio fiscal, prévia órden ó licencia del Gobierno, como si la injuria se infiriese á los Tribunales, á las Audiencias, al Consejo Real, al Senado, al Congreso, etc.

CLASES PASIVAS. Por contraposicion sin duda á las clases que se ha

llan ocupadas en el servicio activo del Estado desempeñando algun empleo: se llaman pasivas aquellas, que, dependiendo del Tesoro ó cobrando de él alguna asignacion, se encuentran sin embargo fuera del ejercicio de todo destino ó cargo público. En un principio se dió esta denominacion à solos los que, habiendo desempeñado algun empleo, dejaron de hacerlo por cualquier motivo no punible, pasando á una situacion verdaderamente pasiva ó exenta de accion y de trabajo: tales como los retirados, jnbilados y cesantes. Posteriormente se han ido agregando otras varias clases á las que no puede darse aquel nombre con toda propiedad; pero que cobrando por un mismo capítulo del presupuesto, y dependiendo de una misma autoridad, en lo que hace relacion à la declaracion de sus derechos y valores, han llegado á asimilárseles en cierta manera. Los esclaustrados de ambos sexos, por ejemplo, y los pensionistas de los montes-píos, tanto civiles como militares, no puede decirse con exactitud que pertenezcan á las elase pasivas, porque nunca han ejercido cargo alguno público propiamente tal, ó cuando mas, y por lo que hace á los últimos, lo han ejercido sus causantes en alguna de dichas clases.

Todavía á los que acabamos de enumerar, hay que añadir hoy los convenidos en Vergara: los individuos que aun restan de los antigos cuerpos Suizos: los que pertenecieron á las legiones respectivas portuguesa é inglesa, y los emigrados de América; cada uno de los cuales tiene una historia particular y su razon especia! para ser suvencionados por el Estado.

Todos ellos, sin embargo, componen en la actualidad el numeroso personal conocido con el nombre de clases pasivas, no obstante su diverso orígen y las distintas reglas que determinan sus derechos respectivos.

Puede decirse que existen clases pasivas desde que la administracion pública ha recibido las primeras bases de su organizacion: su origen por lo tanto es tan antiguo como esta. No se comprende con efecto una buena organizacion administrativa, sin que se dicten algunas reglas que determinen la

situacion verdadera del empleado público, tales como el mayor ó menor grado de estabilidad con que puede contar, el pago de sus sueldos ó haberes, y las recompensas á que puede hacerse acreedor. La carrera de empleado, además de honrosa por sí, porque honroso es dedicarse al servicio del Estado, puede hasta cierto punto compararse con las demás profesiones ordinarias: exige una educacion especial dirigida al exacto cumplimiento de sus deberes respectivos, y esta educacion es costosa las mas veces. Fundado en ello el empleado se establece, se casa, su familia toda descansa sobre él, sus hijos esperan educacion y sustento, y en su apoyo cifran todos las esperanzas de su suerte futura. Es propio además de la naturaleza del hombre vivir mas sobre lo futuro que sobre lo presente, y esa esperanza es la que le dá nuevos esfuerzos y le estimula al trabajo. Un gobierno, por lo tanto, previsor y justo no puede menos de utilizar esta circunstancia de la condicion humana para hallar servidores capaces, probos y celosos: ni puede, sin injusticia marcada, abandonar á aquellos, cuando llegan á la edad de las enfermedades y de la debilidad, despues de haber agotado su juventud y sus fuerzas físicas ó morales, y en cuya situacion no es posible cubrir con el trabajo las primeras necesidades de la vida. No puede tampoco abandonar su familia, objeto de tantos cuidados, de tanta angustia, y cuyo porvenir lo habrá mantenido siempre incorruptible en medio de los azares, porque puede haber pasado, y le ha hecho permanecer atento constantemente al cumplimiento de sus deberes. En las carreras ó profesiones privadas, existe con mas o menos motivo la perspectiva de llegar á formarse un capital que pueda emplearse útilmente, ya que no sea posible darle nuevo aumento, y que constituya la base del futuro patrimonio: en los empleados, cuanto mayor se suponga su honradez y probidad, tanto menor tiene que ser la posibilidad de hacer algunos ahorros, y consiguientemente la esperanza de legar á su familia un decoroso porvenir.

En este principio, pues, justo y económico á la vez, se ha fundado el sistema de las

jubilaciones y retiros: en el mismo descansa el de las pensiones declaradas á las viudas y huérfanas, que mas comunmente se conocen con el nombre de pensiones de monte-pío, por la manera con que en un principio llegaron á formarse, reuniendo en un acervo ó monte comun los descuentos, de donde debian salir dichas pensiones.

En razones semejantes se funda la subvencion concedida á los cesantes, clase que en rigor no debiera existir, (véase esta palabra) pero que, existiendo, y no por su culpa, debe ser atendida, ya que han sido arrancados temporalmente á una carrera, y que dependen de ella, puesto que pueden volver á ser llamados cuando al gobierno le parezca, y ya que tienen que chocar fuertemente con sus hábitos, con su educacion, y tal vez estrellarse contra las dificultades comunes al que quiere emprender de nuevo otro género de ocupacion.

La asignacion que perciben los esclaustrados de ambos sexos, comprendidos tambien en el dia bajo la denominacion general de clases pasivas, está fundada en motivos igualmente fuertes y poderosos. Desposeidos de todas sus rentas y bienes, y habiéndose incautado de ellos el Estado, era natural que este se encargase de atender á su manutencion, no siendo otro el objeto ni el origen de las pensiones que se les ha señalado.

Los emigrados de América, los convenidos de Vergara, y los individuos de los antiguos cuerpos suizos, asi como de las legiones auxiliares portuguesa é inglesa, á todos los cuales se subvenciona de algun modo por el Estado y se cuentan actualmente entre las clases pasivas asi llamadas, tienen todos justísimos motivos para considerarse acreedores á las pensiones que disfrutan. Los primeros porque de algun modo se ha de recompensar la lealtad que conservaron á la madre patria, prefiriendo volver á ella pobres y sin fortuna, á tomar parte con los insurgentes y tal vez recuperar por este medio sus bienes su posicion oficial; los segundos porque habiéndose sometido con aquella condicion, y habiéndose visto el pais libre por tal medio

y

de los horrores de una guerra civil, es justo que se cumpla el compromiso con ellos contraido: los últimos, porque habiendo prestado servicios eminentes, defendiendo los unos la dinastía, contribuyendo los otros á salvar las instituciones y el trono, no podian desconocerse los servicios prestados, aun cuando ya no fuesen necesarios, ni faltar á los empeños y tratados celebrados con las naciones respectivas de que dependieron siempre.

Todos, pues, dependen del Tesoro y cobran de él algun haber por causas mas o menos justificadas, políticas unas veces, fundadas otras en principios de administracion y buen gobierno. Todos los que acabamos de enumerar pertenecen al numeroso cuerpo de clases pasivas, en atencion à no desempeñar cargo alguno oficial, ó ya por causa de cobrar por un mismo capítulo del presupuesto, y depender de una misma autoridad, que es la del Ministerio de Hacienda, desde el momento que entran en la clase. No nos detendremos á hacer la historia particular de cada una con lo cual quedaria espuesto su orígen: porque sobre ser contemporáneo en la mayor parte de ellos, y estar por consiguiente en la memoria de casi todos nuestros lectores, puede verse con mas estension en sus artículos respectivos.

Dos consideraciones, principalmente, dan importancia al capítulo clases pasivas, cuyo cuadro estamos trazando. La primera puede decirse, que es puramente economica, puesto que se funda en la cifra á que ascienden los haberes que percibe aquella clase: la otra es esencialmente administrativa, ó mejor dicho, filantrópica; pues no se comprende esta virtud de los gobiernos, si no es dirigida preferentemente hacia las individualidades que abraza. Baste decir respecto á lo primero, que el importe de los sueldos y haberes que devengan los individuos de la clase pasiva, asciende de algunos años acá, á la décima parte, próximamente, del presupuesto general de gastos del Estado. La sola enunciacion de semejante hecho, es bastante para dar una triste idea de nuestro estado social, ó revela un desequilibrio espantoso en los sacrificios que se imponen al pais, ó tal

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