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Luna, segun

Zurita Mariana el 23 de mayo

de 1423, segun otros en 1.o de junio de 1424. Colocáronle en una caja de madera, y para complemento de tan azarosos y tan dramáticos sucesos, años despues se dijo que salia un olor sumamente agradable de su sepulcro. Solicitó un sobrino suyo que le permitiesen llevar su cadáver á Illueca: hallóse incorrupto, efecto tal vez de su demacracion, tal vez del veneno que, segun se dijo, se le habia propinado.

Trasladósele á su casa paterna, se le colocó en la misma alcoba donde habia nacido; una lámpara ardia sobre su sepulcro; más el prelado hizo que terminase esta profanacion. Continuó incorrupto el cadaver hasta la invasion Napoleónica. Los que fueron sus enemigos en vida, no le perdonaron muerto. Arrojaron en 1811 el cadáver á la calle, le hizieron pedazos, le saltaron un ojo, y solo pudo salvarse el craneo, que se conserva en Sabiñan pueblo distante tres horas de Illueca.

Hombre tenaz, pero de gran espiritu, de suma ilustracion: faltóle legitimidad, pero no aliento para haber salvado la nave de san Pedro de los recios temporales que la combatian. Fué empero hombre funesto; con su pertinaz ambicion borró en sus últimos años las buenas cualidades, que pudiera haber tenido.

Su obstinacion afligió á la Iglesia: Dios le ha juzgado en la otra vida. En esta solo nos ha dejado una memoria manchada, su casa nativa arruinándose, un resto mutilado de su cadáver; pena por lo pasado, escarmiento para lo futuro..

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Aun así no terminó el cisma. Los dos cardenales que habia en Peñíscola, por sugestion del rey de Aragon, se reunieron en cónclave y eligieron Pontífice à un canónigo de Barcelona, natural de Teruel, llamado Gil Sánchez Muñoz, que tomó el nombre de Clemente VIII. No bien supo Martino V, escribió á Valencia para que desapareciese este simulacro de Pontificado: apercibiéronse los valencianos para ocupar á Peñíscola; opúsose el rey. Envió Martino V por legado al cardenal de Fox; mas el rey de Aragon, siguiendo una conducta poco digna, solicitaba nuevas gracias y mercedes del Pontífice, se quejaba de que no se le otorgasen, y decia que el Papa no era acreedor á que se recibiese su legado. Despues de mil vicisitudes, órdenes contraórdenes, se decidió á reconocer al legado, que entró de nuevo en España y llegó á Valencia. Acogióle el rey con muestras de la mayor atencion, dándole la derecha y llevando siempre el sombrero en la mano, aun cuando el cardenal tenia puesto su capelo.

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Parecia todo arreglado: el cardenal anunció por edictos que al siguiente dia comenzarian sus oidores á celebrar audiencia. Sábelo el rey, y manda anunciar inmediatamente, á son dé tambor y por voz de pregonero público, que nadie fuera osado de acudir á aquel tribunal, ni á sus llamamientos. Volvió á turbarse la armonía, Ꭹ el rey estuvo pertinaz en este negocio, hasta que repentinamente, despues de largo tiempo y cuando ménos se esperaba, convino en que se derogasen los edictos que se habian publicado contra la legacía, y dispuso que fuesen embajadores á Peñíscola para persuadir á Gil Muñoz que renunciase su pretendido Pontificado. Uno de los embajadores fué el valenciano Borja, Pontífice más tarde con el nombre de Calixto III.

Gil Muñoz nombró varios cardenales, y convocados todos, ménos el cartujo y otro, á quienes tenia presos por sus maquinaciones para continuar el cisma, renunció pública y solemnemente el Pontificado, depuso las insignias, Y vistió el traje coral que usaba entre los canónigos de Barcelona. Reunidos en cónclave los cardenales de Peñíscola eligieron por Papa al mismo Martino V, Pontifice reinante. Cantóse el Te Deum y se anunció al legado tan feliz terminacion. Renunciaron en sus manos

los cardenales; concediéronse muchos benefi. cios, y segun Zurita, Mariana y otros autores, nombró el rey á Gil Muñoz, obispo de Mallorca.

Así terminó el 26 de julio de 1429 el terrible cisma, que tanto y por tan largos años afligió á la Iglesia de Jesucristo.

CAPITULO VI.

Dejamos en la cuna á Juan II, bajo la tutela de su madre la reina Doña Catalina y de su tio el infante D. Fernando, hijo de Don Juan I, rey luego de Aragon, y conocido en la historia por D. Fernando de Antequera. Apenas pasaba la edad del rey de veinte meses: temíanse las consecuencias de tan larga minoría, no quieto el país, y envalentonados los moros. Mas no debió Juan II haber salido nunca de la menor edad: durante ella, su reino próspero y tranquilo; revuelto y tempestuoso despues.

Hallábase D. Fernando en Toledo, y reunió en la catedral, para la proclamacion del nuevo rey, á los prelados y señores. Deseaban estos

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