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nociendo la intriga, y perdida toda esperanza de enlazarse con Doña Beatriz, se refugió á Castilla.

En esto vacó el Pontificado: Gregorio XI, que habia trasladado á Roma la Sede que por tantos años estuvo en Aviñon, falleció en 1378. Cuando estaban los cardenáles en cónclave, el pueblo amotinado clamaba que le diesen Papa romano, ó cuando menos italiano, amenazando pegar fuego á la residencia en que se hallaban. Nombró el cónclave á Urbano VI, natural de Nápoles; mas á poco, retirados á Fondi los cardenales franceses, eligieron á Clemente VII. Dividióse la cristiandad; prestaban obediencia, unos reinos á Urbano, y otros á Clemente. Vaciló España y acabó por reconocer á este último. Nació, pues, el largo y funesto cisma de Occidente, que merece detenida narracion por su importancia y sus funestos efectos, y por haber sido antipapas dos españoles, como veremos luego.

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En 1579, á los cuarenta y seis años de edad diez de reinado, falleció D. Enrique, no sin sospecha de veneno. Empezó á adolecer el dia que estrenó unos borceguíes que le regaló un moro de Granada que residia en la corte. Creyó el vulgo que en aquel calzado estaba el veneno que le causó la muerte. Fue buen rey:

en las Córtes de Toro de 1371 organizó la administracion de justicia: el pueblo vivió tran, quilo bajo su mando; tenia dótes para el trono: valor, prudencia política, tino y actividad. Era mejor rey que hombre.

Dejó por heredero al príncipe D. Juan, habido en su matrimonio con Doña Juana Manuel, en que procreó tambien á Doña Leonor, que casó en Navarra, y á Doña Juana, que falleció de corta edad. De cinco mancebas, señoras principales, cuyos nombres dijo el rey en su testamento, tuvo diez hijos, y tres más de madres desconocidas. No fué, pues, modelo de continencia.

Su testamento es célebre por la cláusula veintitres en que declara vinculadas las mercedes que hizo en tiempo de sus menesteres, y reversibles à la corona faltando descendencia directa varonil del donatario. Cláusula á que dió fuerza de obligar la Reina Católica, y más tarde, por hallarse en desuso, el rey Felipe II; cláusula, empero, que repugnaron los señores é hicieron derogar en el siguiente reinado.

Fué D. Enrique pequeño de cuerpo, blanco, rubio; yace en Toledo; por su muerte subió al trono su hijo D. Juan I.

CAPITULO II.

La juventud y gentileza, la bondad natural y el valor acreditado de este jóven, le hicieron grato al pueblo, que predecia un reinado venturoso. Mas se engañó. Faltábale conocimiento práctico del mando, y se empeñó en una guerra causadora de grandes males à la patria. Conquistó para el frances algunas plazas en Bretaña, que estaban por los ingleses, y llevó sus naves á las costas de Inglaterra, que en aquel tiempo no habia empuñado el tridente de los mares.

A este glorioso período de aventuras sucedió pronto una intriga en el exterior. Trató Don Juan I de concertarse con el rey de Portugal y pidió para su hijo D. Enrique, que apenas tenia un año, la mano de Doña Beatriz, here

rey

dera del trono portugues, señora prometida ántes á D. Fadrique, hijo natural del anterior castellano. Trabajosa y lenta fué la negociacion: intervinieron las Córtes de uno y de otro reino, y se estipuló una condicion absurda que decia que, si alguno de los dos esposos muriese sin sucesion, el que sobreviviera heredaria ambos reinos. De modo que se alteraba el órden de suceder en cada país, se faltaba al derecho político establecido, y se preveia el caso de que Castilla, cuyo príncipe estaba en la infancia, y ofrecia menos condiciones de vida, pasase al dominio de Portugal.

ΕΙ rey de este país era, sin embargo, mudable como el viento, y estaba dominado por el conde de Ouren, su valido, más valido aún de la reina, cuya criminal intimidad escandalizaba al país; reina á quien Faria Sousa compara con Mesalina. Prestó el rey D. Fernando de Portugal fácil oido á las pretensiones del duque de Lancaster, que con su escuadra se aprestaba á enviar gente á Lisboa, no viniendo personalmente por hallarse ocupado en la gobernacion del reino británico.

D. Juan entró con lucido ejército en Portugal por la parte de Castilla, disponiendo que los maestres de las órdenes penetrasen por Extremadura. El rey tomó á Almeida; los maes

tres cercaron á Yélves, teniendo que levantar el sitio con poco lucimiento, y la escuadra de Castilla, á las órdenes de Fernan Sánchez de Tovar, batió á la portuguesa, que mandaba el hermano de la reina Doña Leonor, Juan Tello de Menéses, apresando junto à la isla de Sálces, á la desembocadura del rio Tinto, veinte y una galeras de que se componia y haciendo prisionero al mismo almirante. Suceso infausto para los portugueses, glorioso para Castilla.

que

En tanto, á las órdenes del duque de Cambridge, hermano del de Lancaster arribaron á Lisboa tres mil hombres, entre ellos muchos principales caballeros de Inglaterra. Acostumbrados á las hacian en vandálicas guerras Francia, y sin conocer que sin conocer que estaban en país amigo y aliado, cometieron los ingleses en Lisboa todo linage de demasías, tratando á los pueblos en que fijaron sus cantones cual si fueran de país conquistado. Avanzaron luego ingleses y portugueses, penetraron en Extremadura, ocuparon los castillos de Lobon y Cortijo.

El almirante Tovar se puso con su escuadra de ochenta velas à la vista de Lisboa; desembarcó gente, quemó varias aldeas y los arrabales de Palmela y Almada, y al volver de Cintra con muchos ganados y botin, cayeron los nuestros en una celada que les puso Pedro Ál

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