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JUICIO CRITICO DE D. ÁLVARO DE LUNA.

hizo alto en Pampliega, lugar bastante fuerte. Separaba á los dos campos una honda acequia de arriesgado paso para los de una y otra parte, y mientras cualquiera de ellos se resolvia á atravesarla, algunos religiosos varones trataron de que se hiciesen las paces; pero fué en balde, porque cuando ya se inclinaban ambos partidos á ellas, trabóse una escaramuza que pronto fuera batalla campal si no sobreviniese la noche, que los separó. Durante la cual el de Navarra, hallándose con ménos gente que sus contrarios y no osando ponerse á otro dia en batalla, secretamente y sin ser sentido se recogió con los suyos á Palencia. Siguióles al amanecer las huellas el ejército del Príncipe, mas sólo alcanzó á verlos entrar en la ciudad, plaza muy fuerte. Sentaron por tanto, los reales en Magaz. Ese mismo dia supieron que el Rey, advertido para ello, salió de caza con el conde de Castro hasta llegar á Mojados, donde pretextó querer comer con el cardenal de San Pedro, D. Juan de Cervantes, quien, prestándose de buena gana á cooperar á la libertad del Monarca, tenía convenientemente dispuesto lo necesario; y que así, despues de la comida, su Alteza habia despedido al Conde, dándose por libre, y diciéndole que estaba ya concertado con los de la parte de su hijo. El Conde, no pudiendo ya estorbarlo, habia tenido que volverse. Dirigióse el Rey á Valladolid, y el obispo de Ávila, que allí fué á buscarle, se le llevó al real, puesto á la sazon á dos tiros de ballesta de Palencia. Su venida fué causa de grande alegría.

Cuando llegó esto á oidos del rey de Navarra desamparó á Palencia y se fué á sus tierras á rehacerse de gente: el Almirante y D. Alonso Pimentel y los demas del partido se recogieron á las suyas. De esta suerte recobró su libertad el rey Don Juan y volvió á su primer estado el Condestable D. Álvaro de Luna, y ellos y el Príncipe, con los caballeros que siguieron su voz, se prepararon á castigar las demasías de la antigua liga, como lo dirá el capítulo siguiente.

CAPITULO V.

Guerra civil.-Batalla de Olmedo.-Muerte del infante D. Enrique.-Inconstancia del Principe.-D. Álvaro de Luna maestre de Santiago.-Sitio de Atienza.-Descontento del Príncipe.-Disensiones.-Fiestas en Escalona.-Sucesos de Toledo.-Amistad con el Príncipe y fin de la guerra.-Cerco de Palenzuela.

Luego que el rey de Navarra se entró por sus estados, Don Juan II acordó apoderarse de las villas y ciudades que aquel tenía en Castilla. Diéronsele voluntariamente Medina del Campo y Olmedo; tomó por fuerza de armas á Peñafiel; Roa se entregó por trato al Principe, y Aranda por sublevacion; Cuellar quedó sitiada por el conde de Rivadeo y el mariscal Iñigo de Zúñiga. Despues de esto el Príncipe y el Condestable fueron contra el infante D. Enrique, que habia venido á Ocaña; el Rey á Búrgos para estar dispuesto á hacer frente á cualquier movimiento de Aragon ó de Navarra. A la voz de que se dirigian contra él, se recogió el Infante á Murcia, de donde tuvo que salir é ir á ampararse en Lorca, villa muy fuerte, la cual, sitiada sin fruto por algunos dias, Principe y Condestable se partieron de ella, dejando allí fronteros.

Gobernaban entre tanto el obispo de Ávila y el doctor Periañez, que falleció al llegar á Búrgos. Volvió el Rey á Medina: aquí supo que los hermanos aragoneses D. Juan y D. Enrique se aparejaban para entrar en Castilla; aquí se le juntaron el Príncipe y el Condestable, despues de haber sometido muy gran parte de las villas y lugares del maestrazgo de Santiago, aquí tenía Córtes á fines ya de 1444, y con dineros que le dieron hizo llamamiento de gentes para la guerra. Entró el navarro por la

parte de Atienza, corriendo el año de 45, tomó á Torija, á Alcalá la Vieja, á la de Henares y á Santorcaz. Como el Rey lo supo se fué al Espinar, donde le dijeron que habian fallecido Doña Leonor de Portugal, su cuñada, y la reina Doña María, su mujer. Creyóse por la gente que ambas perecieron de tósigo, y más tarde se achacó el crímen á D. Álvaro de Luna, cuyos fueron despues todos los delitos de este reinado. Alonso de Palencia no sólo atribuye estas muertes á D. Álvaro, sino que hace sabedor de todo, y por consiguiente cómplice, al rey Don Juan; mas nada trae con que probarlo; bastóle oirlo, sin duda, entre el vulgo. Ni Mariana ni Garibay hacen caso de tal rumor, que á la verdad no tiene en qué fundarse, y como por otra parte sonaba que estas reinas no vivian muy honestamente, tal vez tuviera en esto origen la sospecha. Así es que la Crónica no habla de que el Rey hiciera por ello sentimiento; ántes, desde el Espinar, atento como tenía el ánimo á la guerra, tomó el camino de San Martin de Valdeiglesias por si pudiese impedir, como se lo aconsejaba D. Álvaro, la union del rey de Navarra con el Infante; pero, aunque se le dió Alcalá de Henares, no fué bastante poderoso para estorbarla, porque no siguió enteramente el parecer del de Luna, y llegó ya fuera de sazon. Un campo y otro estuvieron á la vista; los del Rey en Alcalá, los contrarios en unos barrancos del lado de Alcalá la Vieja. Tomaron los últimos el camino de Olmedo, y el Rey se fué tras ellos. Ambos soberanos, el de Navarra y el de Castilla, enviaron al de Aragon, que acababa de dar victorioso fin á la guerra que hacia en Nápoles, pidiéndole socorro el uno, representando el otro contra sus hermanos.

El navarro se apoderó por fuerza de Olmedo y castigó severamente á algunos de sus habitantes porque antes se dieron al de Castilla, de quien ahora huia, áun cuando las fuerzas estuviesen equilibradas: tenía D. Juan de Navarra como unos 2,500 de á caballo y consigo al Infante, al Almirante, al conde de Benavente, al de Castro, al de Medinaceli, á los hermanos Quiñones y á Juan de Tovar; el Rey con 2,000 caballos y otros tantos infantes llevaba al Principe, al Condestable, al conde

de Haro, á Juan Pacheco, al conde de Alba, á Iñigo Lopez de Mendoza y al obispo Barrientos (que ya lo era de Cuenca, por no haber querido admitir el arzobispado de Santiago), y barreó sus reales en un lugar próximo á Olmedo, al otro lado del rio Adaja; reales que el Condestable atrincheró de todo punto. Queria éste ganar tiempo para dar lugar á que llegase el maestre de Alcántara con 600 de á caballo. Los contrarios pidieron habla: aceptóse y el obispo D. Lope los entretuvo con la esperanza de un acuerdo, siguiendo las instrucciones de D. Álvaro. Vino al cabo el Maestre, y con su venida se acabaron las pláticas. Todavía enviaron los que estaban en Olmedo un requerimiento al Rey para que apartase de sí al Condestable, á quien llamaban tirano y usurpador, y proponiendo lo que siempre acostumbraban en estos casos, á saber: que retirado el Rey á una ciudad quisiese oirlos y hacer justicia; si no, se querellarian al Papa (1).

Salian los más dias al campo en órden de batalla, ahora de una parte, ahora de otra; pero los de Olmedo, ya fuese que los del Rey se presentáran ántes, ya que corriesen á su encuentro cuando ellos eran los primeros en hacer la muestra, jamas aguardaban á empeñar la lucha. Finalmente, un miércoles, 19 de Mayo, sin que unos ni otros pensáran acometer la batalla, se dió por casualidad la que llamaron de Olmedo, y que acabó con el ner-vio del partido aragones. El suceso fué de este modo. El príncipe D. Enrique, amigo de cabalgar á la jineta, subia aquel dia con algunos de los suyos, conforme lo acostumbraba hacer, á

(1) Entre tanto el Rey tenía Córtes, que le otorgaban 15 monedas y pedidos (50 millones de maravedis). Ocurrió en ellas de notable que los procuradores, hechura probablemente de D. Alvaro y del partido Real, solicitaron del Rey que motu proprio y de su ciencia cierta revocase algunas leyes de Partida confirmadas en Córtes, que los del bando aragones invocaban, interpretándolas con maliciosa tergiversacion, como pretexto para alborotar el reino. Los procuradores no se limitaban, sin embargo, al caso presente:

hacian extensiva en el Rey la facultad de revocar cualesquier leyes hechas en Córtes, contra el principio establecido, á pesar de otra ley de Partida, y constantemente defendido, de que no pudieran anularse, salvo por Córtes. Aprovechó entonces D. Juan el Segundo, pero solamente en cuanto a la interpretacion que habia de darse á la ley, lo que los procuradores le ofrecian. Por fortuna no pasó mucho tiempo sin que otras Córtes reclamáran y obtuvieran el cumplimiento de lo que ántes se practicó.

una atalaya puesta entre Olmedo y el real. Enviaron los contrarios sus jinetes en mucho mayor número, y al verlos, antecogiendo su gente D. Enrique, empezó á retirarse á su campo. Los de la villa se apresuraron á alcanzarle, ciertos de que el socorro pedido al real, luego que fueron vistos salir de Olmedo, no podria pasar el rio y llegar tan pronto que no les diese espacio para acometer algun hecho ventajoso. Querian quitar los de la hueste real que se armára todo el campo aquel dia y saliese á batalla, aunque estuviese el Principe en apuro, fiados en que ligeramente se retraeria con tiempo. Mas el Condestable, viendo que quizá se aparejaba la ocasion, fué de parecer que á gran priesa tomasen todos las armas. El enojo que el Rey tenía contra los enemigos que osaban salir á campaña contra él y ahora tan reciamente acometian á su hijo, sirvió de espuela para seguir este consejo, y luego se puso por obra. Con la diligencia de D. Álvaro estuvieron todos inmediatamente apercibidos, y dejando el real salieron al campo. A su vista cesaron entónces los de Olmedo de querer impedir ya al Principe que se pusiera en cobro, y dando la vuelta, metiéronse dentro de las murallas. Íbanse de retirada los del real por lo tardío de la hora y por ver que nadie les hacia caso, cuando el navarro y el Infante, pensando que podrian impunemente hacer muestra como otros dias de querer la batalla, sacaron su gente contra los que se iban recogiendo. El Condestable, que advirtió su intencion, siguió retirándose en la reguarda y los dejó alejarse buen trecho de Olmedo, hasta que juzgando que no tenian tiempo de volverse tan pronto, y que de él dependia que no pudiesen excusar la batalla, despachó un mensajero al Rey, que iba delante, para que luego volviese á hacerle espaldas, por ser la ocasion aquella oportuna para que el enemigo no se les pudiera salir de las manos. Aprobó el Rey el consejo; por lo cual D. Álvaro, arengados brevemente los suyos, gente lucida, bien armada, animosa y avezada á la guerra, los dispuso para pelear en el órden que ya traian. Iba al frente con su caballería ligera Juan Carrillo, adelantado de Cazorla, con un criado del Condestable, por nombre Juan Fernandez Galindo, muy dies

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