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vivió. Estaba ya su cuerpo muy trabajado, tenía siempre delante de los ojos la muerte de D. Álvaro, y lloraba en secreto su error, sobre todo al ver á los Grandes no más sosegados que primero. El rey de Navarra, en medio de los disgustos de su casa, no se

1522, la ilustre y bizarra heroina Doña María Pacheco de Padilla, encontró cerradas sus puertas y sufrió una brusca y desapiadada repulsa de su tio el marqués de Villena, D. Diego Lopez Pacheco.

>> Paraban, sin embargo, siempre todos nuestros discursos en D. Alvaro de Luna. Por la grandeza y hermosura de su palacio pretendiamos medir el espíritu de aquel hombre alongado de parientes y desamparado de favorecedores, que por sus propias fuerzas llegó á ser Conde de Santistéban, Duque de Trujillo, Maestre de Santiago y Condestable de Castilla; á tener suyas patrimoniales sesenta villas y fortalezas; á haber por suyos cinco condes y dar acostamientos á los mayores señores y de grandes casas de todas las ciudades del reino; á pagar cuatro mil lanzas, dueño absoluto de Castilla y Leon, y árbitro de las armas de Francia é Inglaterra. A cada paso creiamos ver entre las ruinas la sombra de aquel Condestable de cuerpo pequeño y flaco rostro, todo nervios y huesos, calvo de buena voluntad, de ojos pequeños y agudos, de boca honda y malos dientes, tardo en el habla, pero de gran corazon y osadía, muy enamorado y secreto, buen jinete, famoso justador y mediano poeta.

>>Parecíanos contemplarle festejando por Diciembre de 1448, con la bizarría de un monarca, al rey D. Juan II y á su nueva esposa Doña Isabel de Portugal en este alcázar de Escalona. « Algunos portogueses (dice la crónica) que allí venian con la Reina, »que non avian visto aquella casa,

»mucho se maravillaron quando vie

»ron aquella entrada tan fuerte é tan magnífica é caballerosa. Despues que > entraron dentro en la casa, falláronla muy guarnida de paños franceses »é de otros paños de seda é de oro; é » todas las cámaras é salas estaban »dando de sí muy suaves olores. En los aparadores do estaban las baxillas avia muchas copas de oro con pie»dras preciosas, é grandes platos é confiteros, é barriles, é cántaros de oro é de plata cobiertos de sotiles es>maltes é labores. Despues que los re»yes fueron á las mesas, entraron los » maestresalas con los manjares, le

vando ante sí muchos menestriles é »trompetas é tamborinos; é alli fué >> servida la mesa del Rey é de los otros »caballeros é dueñas é doncellas de muchos é diversos manjares. Las >> mesas levantadas, los mancebos danzaron con las doncellas, é los caba>>lleros fueron prestos al torneo, que se ordenó en el patio delantero del al»cázar. E el Rey con sus caballeros é la Reina con sus dueñas é doncellas >>se pusieron en aquellos logares que »estaban muy ricamente adereszados »donde mirassen. Otro dia ovieron >otro torneo á pié en la sala rica de »noche; los assentamientos estaban > fechos altos para el Rey é la Reina; é la claridad era tan grande de las hachas que parescia que fuesse muy >>claro dia. Cada dia de los que allí es>tovo el Rey ovo diversas fiestas é fué »servido de diversas maneras é ciri>>monias. >>

>>Lejos de cautivar tales agasajos el ánimo de Isabel, la indignó que el va

olvidaba de su antigua maña de descomponer la ajena, y le ocasionaba nuevos embarazos. Tanta era la pesadumbre del alma de D. Juan II de Castilla, que tres horas ántes de morir, el 21 de Julio, decia al bachiller Cibdareal: «¡Naciera yo hijo de un mecánico, y hubiera sido fraile del Abrojo y no rey de Castilla! >> Hay un Rey que está sobre todos los reyes del mundo: aquel mismo de quien se dice que admitió el emplazamiento que los Carvajales hicieron de D. Fernando el IV ante su tribunal. Este llamó tambien á D. Juan II para que diera cuenta de sus acciones como rey y como hombre, y del cetro que le entregó y que tan mal tuvo empuñado.

sallo superase en grandeza y majestad al monarca; encendiéndose allí en su corazon la centella que habia de abrasar cinco años despues el poder de D. Álvaro, despeñarle de la cumbre

de la fortuna á la infelicidad más lastimosa, y hacer rodase en afrentoso patibulo su cabeza á los piés del verdugo.»

CAPITULO VII.

Defensa, juicio crítico y significacion política de D. Álvaro de Luna.

Los sucesos que acabo de referir, sacados de los autores contemporáneos de D. Álvaro de Luna, por los hechos que de él refieren ántes que por su modo de juzgarle, parece que debieran eximirme para con el lector de la obligacion de formar un juicio suyo, tanto más que, al contarlos, he ido generalmente apreciándolos. Quiero, no obstante, cumplir con aquello á que me obligué, pero más que á razonamientos y conjeturas pienso atenerme á los hechos mismos. Para ello pido al lector que no se olvide de quién fué el personaje que juzgo; el cual no ciñendo una corona tuvo que luchar con los más poderosos hombres del reino y con extraños monarcas, llevando la gran desventaja de tener que apoyarse en un soberano tan débil y de tan poca resolucion como el rey D. Juan II. Tenga en cuenta que Don Álvaro de Luna, para elevarse de pequeños principios á la inmensa altura en que se vió, no podia dejar de acudir á veces á los mismos reprobados medios que sus enemigos empleaban para arrebatarle el poder; considere en qué calamitosos tiempos vivió y entre qué corrupcion de costumbres : mire por último que voy á hablar, no de un cenobita, sino del hombre de Estado de la infausta primera mitad del siglo xv.

Los autores de aquel tiempo, al hablar de un personaje que interviniese en la política, no sabian por lo comun escoger más que dos medios, segun le consideraban amigo ó enemigo. En el primer caso cualquier vituperio que de él dijesen era poco,

en el segundo le colocaban despues de su muerte entre los bienaventurados del cielo, y no solia faltar algun hombre de santa vida que asegurase haberle visto en sueños ocupando el lugar de los escogidos. Una cosa y otra se dijo pues del Condestable : no nos atengamos á ésta ni á aquella, sino á la sola verdad que una desapasionada conciencia alcance á desentrañar de los sucesos mismos, de sus consecuencias, de las contradicciones en que los escritores se pusieron, del curso natural de los acontecimientos y de los móviles que éstos nos enseñen haber impulsado á los que en ellos tomaron parte. Deberémos convenir, pues, desde luego y lo primero, en que si D. Álvaro de Luna no fué un tirano odioso, tampoco fué un bendito, por cuanto es más que difícil que lo sea un hombre de Estado, sin que por ello pretenda yo que ha de carecer de conciencia y de honra. Puede fácilmente ser honrado y caballero, á muy duras penas santo; y si lo es, debe tenerse á buen seguro por de los mayores. Ni ¿cómo habia de suceder de otro modo en quien no con ángeles ha de tratar, sino ántes bien emplear su esfuerzo é ingenio contra la astucia, el engaño, la traicion, la malevolencia, la envidia y otros no mejores medios y pasiones? Don Álvaro de Luna no fué el bienaventurado de que nos habla su crónica, pero, á no dudarlo, fué mejor y tuvo más razon y valió más que sus competidores. Digo esto sin olvidar que entre sus enemigos se contaron hombres de gran valía, en particular dos que por sus hazañas y talento merecieron alto renombre: Don Alonso V de Aragon, el Magnánimo, y D. Juan II de Navarra y de Aragon, el Grande, el hombre tal vez más sagaz que conoció entónces España, despues del Condestable (1).

Hállase fuera de duda que el famoso valido de D. Juan II llegó á alcanzar tales riquezas, tal poder y tanta autoridad, que fué en aquellos tiempos el mayor señor sin corona que conocie

(1) De este príncipe,-más conocido quizá que por su grandeza por su constancia y su indomable espíritu, sobre todo en la edad provecta, y mayormente aún por su desgraciado hijo el príncipe de Viana, cuyos desaciertos no

excusaron la crueldad del padre;-de este príncipe hizo el cronista Alonso de Palencia un modelo de dulzura y amor paternal para con el mismo desventurado D. Cárlos, á quien supone engañado por el Condestable.

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