Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Guittone de Arezzo, Messer Guido Cavalcanti y Ser Brunetto Latini les enseñaban, Dante Alighieri, Francisco Petrarca, Juan Boccaccio, y áun Cino de Pistoya, vieron en los modelos de la antigüedad pagana y hallaron en los Santos Padres del cristianismo un mundo literario ignorado hasta sus dias, y llenaron á Europa con sus escritos y la dejaron asombrada. Ellos pudieron hacerlo, porque el ingenio nace donde quiera y en cuáles fueren los tiempos. No podia suceder así con los imitadores, porque la imitacion que no sabe crear no vive. Los siglos, lo mismo que los hombres, tienen obligacion y necesidad de educarse, cosa no fácil de llevarse á cabo por una sola ni áun por várias generaciones seguidas. Así fué que en la misma Italia el siglo xv apénas produjo más que el inacabable y monótono servum pecus de Petrarca. Los nuestros (á quien trajeron la civilizacion italiana las hazañas de los aragoneses en Sicilia y Nápoles, su comercio, el de pisanos y genoveses, y el colegio de españoles fundado en Bolonia con advocacion de San Clemente por el cardenal D. Gil Carrillo de Albornoz), quisieron los nuestros imitar á aquellos famosos italianos antes de conocer bien las fuentes donde éstos, ayudados de su privilegiado ingenio, supieron beber, y no produjeron sino pálidamente el color y el sabor insípido y lo lóbrego de la profundidad de aquello que no se logra hacer propio en las letras. Sucedióles lo que al campo donde verdea lozana la yerba y cubren ya las flores y las primeras hojas á los árboles, empezando la primavera y durando todavía los frios del invierno, que si se truecan éstos de repente por no acostumbrada ocasion en temprano calor, crecen aquellas á locas y fuera de tiempo, y ántes de espigarse la mies se ve agostada, y ántes de cuajar los frutos se encuentran sin jugo y marchitos. Esto acaeció á los escritores españoles del siglo xv: conservóse si en gran parte el espíritu de nacionalidad que tanto ha distinguido á los escritores españoles de siglos pasados; pero, sobre meterse de mal modo en mies ajena, recargaron de paso el idioma con voces harto latinas para continuarse en el uso, con giros é hipérbaton harto extraños á su sér, de suyo natural y corriente.

Estos vicios y los ya citados. que obligaron á ser cortesanas

á las letras, las dejaron tambien rastreras, pueriles, escolásticamente pedantescas, vanas, sin color, sin sustancia, sin fuego ni vida. Se escribió de encargo y para circunstancias: se prestaron o se vendieron las composiciones, atentos sus autores á halagar una amistad útil, ó á vivir de este oficio con quien bien les pagase. Y téngase, sin embargo, en cuenta que eran tan pocos los que conocian la materialidad de escribir, que cuando Don Álvaro de Luna estaba con su hueste sobre Trujillo y Alburquerque, sólo del bachiller Fernan Gomez de Cibdareal se podia echar mano para ello. Muchos son los nombres que de esos dias han llegado á nosotros; pero ¡ cuán contadas las excepciones que, como de buena moneda, se entresacan del fárrago de tanto como en aquella era se escribió! El mismo rey D. Juan II y su condestable D. Álvaro, protegiendo las letras, intentaron tambien escribir, olvidados de que cada cual nace no más que para su fin, que en ellos era el político, ó ignorantes sin duda del latino refran age quod agis. Fueron los más famosos D. Enrique de Villena, el Marqués de Santillana, Juan de Mena, Villasandino, y entre los que más castizos acertaron á conservarse, Cibdareal, Fernan Perez de Guzman, Jorge Manrique, perla entre nuestros poetas de aquel siglo, y Hernando de Pulgar.

Admiraránse algunos de cómo pudieron tener tanto lugar las letras en el siglo xv, tan agitado y turbulento. No es difícil de hallar la razon. Si ántes escaseaban los escritores, debióse á que las guerras eran nacionales ó de gente á gente; mas en esta edad no eran ya sino de tiranuelos entre sí y como forzosa consecuencia de la oligarquía. Cada señor tenía su córte; el Monarca y el valido daban el ejemplo. Tras los botes de lanza recibidos en las que más que batallas eran escaramuzas y luchas de merodeo, sin levantar casi la mano de una traicion, y manchada tal vez con algun homicidio alevoso ó violento, hallaban cubierta su honra y su vanidad satisfecha en el esplendor de sus castillos, donde, conforme corria el viento de la moda, no era el menor lujo, ni el ménos costoso tampoco, la turba parásita de poetas, trovadores, juglares ó cronistas. Ya he dicho cuáles eran sus obras, que realmente fueron espejo de aquel tiempo, donde

retrataban al vivo la indecision del siglo, lo poco que en verdad valia, su liviandad y su total falta de órden y hasta de juicio, que no creo engañarme añadiendo esta palabra. Contra sí mismos iban los Grandes al ir contra su patria y su rey y en mengua de su honor por medrar un hora; contra sí mismos los ingenios que, escribiendo para el dia, no dejaban por lo comun sino vano y desnudo su nombre á la posteridad.

En este siglo de revolucion moral y política, y entre estos hombres, nació y vivió D. Álvaro de Luna. La suya es la figura que más descuella entre todas las de su tiempo; ántes descuella tanto como el altivo cipres entre humildes tomillos: suya pudiera llamarse la primera mitad de la centuria, porque él solo la llena más que otro alguno, y sus hechos y su fortuna oscurecen otras cualesquiera hazañas y andanzas de los demas hombres. Por harta ventura suya no dió su nombre á su época, porque si va á decir lo cierto, no le perteneció ni por el ánimo ni por la política. Era digno de más antigua y más noble edad por sus pensamientos; éralo de tiempos más adelantados por la intencion de sus miras. Diré, pues, qué hizo, de qué modo vivió, cuál fué él mismo, cuáles las consecuencias de su estancia en el poder; mejor digo: he de juzgar á mi manera cuáles creo que fueron éstas, pues las que saque el que leyere serán las más ciertas sin duda.

CAPITULO PRIMERO.

Muerte del rey D. Enrique III.-Tutoría de la reina Doña Catalina y del infante D. Fernando el de Antequera.-El rey D. Juan y los infantes de Aragon.-D. Álvaro de Luna. Principios de su privanza.

A 25 de Diciembre de 1406, y en edad de 27 años, falleció en Toledo aquel virtuoso monarca de Castilla, tercero de los Enriques, á quien su menguada salud hizo llamar el Doliente ó el Enfermo, y no ser tan poderoso á contrastar como él quisiera, y como en parte le avino, á la insolente ambicion Ꭹ las demasías de los Grandes. Túvolos cuanto pudo á raya con su destreza y autoridad, y más hiciera y habria sido gran príncipe, á no acabársele tan luégo la vida, y á no quitarle sus dolencias la parte que de buena gana él diera al gobierno de sus estados; para lo cual ni el valor, ni el consejo, ni las demas dotes que en el buen soberano se requieren le faltaban.

Aconteció estar reunidas las Córtes á su muerte, y esto y la nobleza y las otras buenas partes de su hermano D. Fernando quitaron la ocasion á más novedades de las que hubo. Quisieran varios de los Grandes, y principalmente el condestable D. Ruy Lopez Dávalos (1), ansiosos de obligar á quien les debiera el cetro, que el Infante se alzára con la corona, por ser más á propósito lo indebido que lo regular y ordenado á derecho para medrar y hacer ganancia. Mas él, con pecho varonil y ejemplo pocas veces imitado, dió la corona á aquel cuya era, pregonando á

(1) No está enteramente averiguada por cierta esta conjuracion. Don Ma

nuel José Quintana no cree en ella. Otros muchos se inclinan á que existió.

3

« AnteriorContinuar »