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no. No imaginaba el Rey dar la batalla aquel dia y se veia desprevenido, por lo cual ordenó á su Condestable que luego fuese con la vanguardia á acorrer á los delanteros y recogerlos al real. D. Álvaro no espera á toda su gente: con solos 800 se lanza. Halla á dos de los condes dispuestos, á pesar del inminente peligro, á chocar entre sí por repentina causa y antiguos odios de estirpe: avergüenzalos airado, compónelos, y cuando ya quiere retraerse con ellos ve que la morisma, que en muchedumbre sobreviene, se lo impide. Juzga entonces que, pues tan cerca la tienen, deben aprovechar la ocasion. Envia á decir al Rey, el cual se estaba apercibiendo, que se mueva con todo el ejército, pues tienen en su mano aquel dia la batalla tan deseada. Ya llegan en esto todos los suyos; los anima, llamando á cada uno. por su nombre, rogando á éstos, amonestando á aquellos, despertando iras, avivando los corazones: tendrán, les dice, en su poder la victoria con sólo acometer, con sólo recordar que será una más de tantas ganadas contra los infieles. Entre tanto que va hablando establece el órden, se halla en todas partes, está con todos. Manda tocar las trompetas, apellida á Santiago, y diciéndoles que hagan lo que él, hiere impetuoso; hieren las demas batallas al ver la suya herir; y él, metiéndose adelante con los suyos por un escuadron de moros, le aportilla, le abre, le pasa, le deja atras, sin abandonar en la pelea el oficio de capitan por el de soldado ni el de caballero por el de capitan. Por su parte acometen despues el Rey y su batalla con el conde de Haro y el de Benavente é infinidad de otros caballeros, á los cuales, así como á los que iban con el Condestable, no quiero nombrar en gracia de la brevedad: bástenos saber que todos se hubieron aquel dia como buenos, pues más no cumple á mi intento. Don Álvaro de Luna, que iba delante de los otros, rota la primera mal armada canalla de los moros, atacó esforzadamente á los batallones granadinos que estaban detras diseminados por el campo; y á tantos derribaron y mataron él y los suyos y los que en pos venian, de tal suerte desconcertaron al enemigo, que éste, no pudiendo ya más sufrir, encomendó á la velocidad de los piés la vida que tan mal defendian las ma

nos, y emprendió la fuga. Viendo la demas morisma rota y huida su principal fuerza, huyó toda por diversos lugares para ponerse en salvo como pudiese. Los cristianos hicieron en ellos áspera matanza, que áun fuera mayor, con haber sido grandisima, á no sobrevenir la oscuridad de la noche. Fué, no obstante, entrado por D. Juan de Cerezuela el real que habian establecido fuera de las murallas á causa de no caber en la ciudad tanta muchedumbre como de la vega y de los lugares y pagos circunvecinos se habian recogido á ella.

La alegría de los cristianos fué indecible. El Rey antes de ver á D. Álvaro, que seguia todavía los alcances, envió quien le diera las gracias en su nombre, y luego se las reiteró él mismo. Los prelados y demas eclesiásticos que habia en el ejército salieron con cruces y ornamentos á recibir al Soberano á su vuelta de la pelea. Hiciéronse al Todopoderoso grandes manifestaciones de gratitud por el favor con que aquel dia ayudó á las armas cristianas. Esta batalla se llamó vulgarmente de la Higueruela ó de la Higuera, por una que estaba plantada en el sitio donde fué más recio el encuentro. Ignórase á punto fijo el número de infieles que en ella perecieron : hácenle subir con todo á más de 10,000: el bachiller Cibdareal, que iba en la hueste, le eleva hasta 30,000. De los nuestros fueron escasos y de poca importancia los que perdieron la vida.

Despues de la victoria estuvieron por bien seis dias talando la vega tres leguas á la redonda, sin que los moros se atreviesen á hacer resistencia alguna. No quedó torre ni casa en pié. El Rey, anunciada por sus cartas la victoria á sus reinos, celebró consejo sobre lo que habia de hacerse. Pedian el conde de Haro y otros, llevados de su ardor, que luego se pusiesen sobre Granada, fuera el partido más sano, si bien bastecidos viniesen para ello contra ciudad tan fuerte. Otros aconsejaban que despues de tan gran victoria sería lo más cuerdo volverse para el año siguiente poner sitio formal sobre alguna ciudad. Éstos eran los más y los que con más razones apoyaban su parecer, aunque el ánimo de ellos fuese no tanto el de descansar de aquella guerra, como el de hacerla al Rey y al reino, conforme á la fe

y

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JUICIO CRÍTICO DE D. ÁLVARO DE LUNA.

liz expresion del bachiller Cibdareal. Los enemigos de D. Álvaro dijeron que se desistió de llevarla adelante aquel año por un presente de higos y pasas que los moros le hicieron, en que iba oculta gran cantidad de oro; pero Cibdareal, que vió y tocó el presente y comió de él, no cree en esto que al Condestable achacaban, y lo tiene por calumnioso. Lo que verdaderamente tuvo, á mi modo de ver, mayor parte en el fin presente de esta guerra fué lo que refiere la Crónica del de Luna, que muy oscuramente indica la del rey D. Juan, y que debe creerse cuando todos están contestes en hablar en esta ocasion de disgustos entre el Condestable y sus contrarios. Parece, pues, ser que el buen conde de Haro, Íñigo Lopez de Mendoza, el obispo de Palencia, el señor de Valdecorneja y algunos otros con ellos tramaban secretamente cómo pudiesen dar por medio alevoso la muerte al Condestable. No pudieron tener esto tan secreto, que no llegára á ciencia del Rey y de D. Álvaro, por escritos que cayeron en sus manos y por confesiones que lograron. Hiciérase luégo el merecido escarmiento si tan feo y escandaloso no pareciera el caso para publicado, sobre todo en tales circunstancias como eran aquellas. Dejóse, pues, para más adelante el castigo y se divulgó que eran otras las causas de levantar los reales. Pusiéronse capitanes en la frontera, y quedando con ellos Abenalmao, que se tituló rey (1), partió la hueste; la cual vuelta triunfante á Córdoba, despues que hizo muestra, fué de allí á poco derramada. Rey y Condestable dirigiéronse á Toledo á dar gracias á Dios, y de allí á Escalona á solazarse algunos dias; de Escalona pasaron á Medina del Campo.

Con esto puede decirse que tuvo fin la guerra de Granada, pues si bien se otorgaron dineros para continuarla en el año siguiente, las alteraciones del reino lo impidieron, y así solamente prosiguió como guerra de frontera, en que los nuestros tuvieron algunas ventajas y tambien reveses.

(1) Con ayuda de los nuestros ganó á Septenil, Illora, Ronda, Archidona, Loja y al cabo la misma Granada, cuyo trono tuvo que cederle el rey Izquier

do. Abenalmao le declaró vasallo y feudatario de Castilla. Esto fué por el año de 1452, y su sumision hizo por algun tiempo innecesaria la guerra.

CAPITULO IV.

Sucesos y alteraciones de Castilla.-El seguro de Tordesillas y tercer destierro de D. Álvaro de Luna.-Nuevas alteraciones.-Guerra civil.-Prision del Rey en Medina del Campo. Nueva sentencia contra el Condestable. Goberno del Rey de Navarra. -Alteraciones del Príncipe. -Industria del obispo de Avila. Consigue libertad el Rey y vuelve á la córte el Condestable.

Ántes de volver á la narracion de los disturbios á que pareció estar condenada Castilla durante casi todo el reinado de Don Juan el Segundo quiero referir brevemente, y sólo á manera de sumario, para inteligencia de la historia que traigo entre manos, parte de los sucesos que ocurrieron entre el fin de la guerra de Granada y el principio de las nuevas calamidades que negaron sosiego al reino. Celebradas paces perpétuas con Portugal á peticion de su Rey el mismo año de la batalla de la Higuera (1), en el siguiente fueron castigados con prision el conde de Haro, el obispo de Palencia, Fernan Perez de Guzman, señor de Batres, y el señor de Valdecorneja, que con Íñigo Lopez de Mendoza y otros parece que tramaron en el real de frente á Granada asechanzas contra la vida del Condestable, y á los cuales imputaban ademas haber estado azuzando á los reyes de Na

(1) Juntáronse Córtes con este fin en Medina del Campo, y en ellas se concedió el subsidio de 45.000,000 para la guerra con los moros.

Una pragmática Real de 22 de Diciembre vino á resucitar las leyes anteriores sobre que el realengo no pasára sin pechar al abadengo ó al sola

riego, con el fin de no aminorar la masa imponible. Sólo que esta vez se adoptó un medio indirecto. Mandóse formar una estadística territorial, y señalar á cada posesion el tributo que le correspondia como carga perpétua, poseyérala quien quisiese.

varra y de Aragon para que entrasen en Castilla mientras Don Juan II estaba entretenido en combatir á los infieles. Libróse Mendoza de la prision por haberse fortificado en Hita, acosado de su conciencia, y no por entender que contra el poderío de Don Álvaro, segun quiere Mariana, ninguna fuerza era bastante. Al de Haro pusieron luego en libertad, saliendo por él fiadores el Almirante y el mismo Condestable; á los otros algun tiempo despues, por no haberse podido probarles nada, ó ό por haberse sincerado ellos suficientemente. Ello es que Rey y Condestable los volvieron á tener en su amistad. Al maestre de Alcántara, que andaba en deservicio del Rey, y mudable y desleal se entendia con los Infantes, cometiendo cada vez mayores yerros, privaron del maestrazgo. Enviados el Almirante y Pedro Manrique á cercar á los Infantes en Alburquerque, salióse de esta ciudad el D. Pedro para entender en los tratos que entre ellos y el maestre de Alcántara habia, y por mala inteligencia del Comendador mayor de esta Orden le echaron mano; pero sabido el caso por el Rey, mandó al Comendador que no le soltase y que él le haria tan grandes mercedes como nunca las pudiese esperar. Hízolo así Frey Gutierre de Sotomayor, que éste era su nombre, y su obediencia le valió el maestrazgo. El infante Don Enrique, que tambien estuvo á punto de ser preso en una salida, pero que se libró por no ser conocido. solicitó con gran empeño la soltura de su hermano, y la logró al fin, mediando para ello el rey de Portugal, el infante D. Duarte y el rey de Navarra, por cuya intervencion se convino en que D. Enrique entregaria á Alburquerque y los demas castillos que él y Don Pedro tenian en Castilla, y en trueco se daria la libertad á este último. Cumplióse el trato, fuéronse los Infantes á Valencia, y no hallándose allí con medios suficientes para de nuevo hacer armas contra Castilla, como pensaban poderlo, tuvieron por mejor ir á ayudar en la guerra de Italia á su hermano el rey de Aragon, que otra vez la habia emprendido. De cómo durante esta guerra cayeron prisioneros en una batalla naval los reyes de Aragon y Navarra y el infante D. Enrique, y luego recobraron la libertad, no referiré nada, pues que á mi asunto no

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