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son en este litigio; partes y no juzgadores son igualmente los partidarios de la reforma: el juez lo será la posteridad; á este juez someto la presente produccion, que debe mirarse como una defensa por mi parte en aquel litigio. Invoco el fallo de la posteridad, de los venideros, á quienes, y no á los presentes, como se acaba de decir, reconozco competencia en este asunto, y por quienes confío que serán bien acogidas mis observaciones. Los que fuimos actores en aquella escena, unos tratando de plantear, otros rechazando vigorosamente la reforma, todos, lo repito, todos somos parciales. Sujeto yo, como los demás, á esa ley, reconozco que debo tener la parcialidad que nace del amor propio: otros tienen además de esta la que producen la actividad de la vida pública y las naturales aspiraciones que mantienen viva la pasion..... Tristes son en verdad tales consuelos, estando la satisfaccion personal acibarada con la pena de haber visto malogrado un pensamiento, que se creia muy provechoso para la causa pública; pero la tristeza proveniente de la consideracion de los males, que ha sufrido y aun debe sufrir la patria, debe mitigarse con la esperanza del remedio; esperanza equivalente en lo grande y halagüeño al convencimiento de la bondad del proyecto. La posteridad, no lo dudemos, lo acogerá y planteará en principio, haciendo las variaciones que se estimen procedentes y aconsejen las cir cunstancias.»-Si los pronósticos del señor Bravo

Murillo se cumplierèn al cabo, amargas é interminables lágrimas habria de verter la nacion española, cada vez mas á la zaga de todo el mundo civilizado. Más natural y lógico es el vaticinio de que las generaciones venideras sobre el ministro reformista cargarán toda la culpa de los trastornos que se vinieron encima, cuando todo prometia largo y felicísimo sosiego, á beneficio de las pasiones políticas muy en calma.

Aleccionados moderados y progresistas no se coligaron á la manera que tiempos ántes; pero de la union liberal echaron gérmenes fecundos, al exhortar recíprocamente á los electores á que prescindieran de fracciones y de partidos, á que olvidáran distinciones y rivalidades, y favorecieran á los amantes y defensores de la monarquía templada y constitucional con sus votos. Igual fué el lenguaje de ambos manifiestos al condenar la reforma por innecesaria y por destructora del gobierno representativo, y al sostener que el trono de Isabel II. estaba asentado sobre las instituciones liberales, y como personas de la más alta valía por su carácter y reputacion los autorizaban con sus nombres, sus palabras tuvieron general eco, y el sentimiento público diólas sancion vigorosa é incontrastable. Corta vida tuvo de consiguiente el ministerio presidido por el conde de Alcoy y empeñado en patrocinar alguna parte de la malhadada reforma. Su efímera existencia debió el ministerio presidido por

el general Don Francisco Lersundi á ser en época de interregno parlamentario. Tres ministerios habian caido en nueve meses, cuando el conde de San Luis formó el suyo. De seguida anunció que retiraba completamente la reforma; tambien apresuróce á dar por terminado el destierro político del duque de Valencia, y á reunir las córtes. Punto era á la sazon muy intrincado el de la ley de ferro-carriles. Usando de su derecho, ya el Senado habia tomado la iniciativa desde la anterior legislatura: desacordadamente quiso el ministerio del conde de San Luis que un proyecto suyo se discutiera préviamente en el Congreso de Diputados: sobre esto hubo muy vehemente debate, que terminó en el alto cuerpo con una votacion desfavorable al gabinete. Su dimision fuera sin duda la solucion más obvia del conflicto: sin pugna violenta no cabia que se mantuviese en el mando, con una fraccion personalísima por único apoyo. Destierros de generales y periodistas enconaron más las voluntades: un conato de levantamiento fracasó en Zaragoza: ansiedad y alarma hubo el año de 1854 de Enero á Junio: todo el partido progresista y la inmensa mayoría del partido moderado anhelaban la caida del ministerio del conde de San Luis y el triunfo de una situacion normal y verdaderamente parlamentaria, y capaz creyeron de crearla robusta al conde de Lucena, que habia podido eludir la órden ministerial de salir de esta córte, y escondido aguardó la ocasion favora

ble de ponerse al frente de un levantamiento político en tal sentido con elementos militares.

Ahora acaba de pasar el general don Leopoldo O'Donnell de esta vida á la eterna. Singularmente le favorecian sus circunstancias para conducir la empresa á buen logro: por inspiracion propia fué adalid vigoroso de la causa liberal hasta contra sus mismos hermanos: desde capitan de granaderos de la guardia real de infantería subió en alas del mérito á teniente general durante la guerra. parcial de la reina Cristina, contra el regente alzó bandera por Octubre de 1841 en Pamplona: despues de los sucesos políticos de 1843 no participó de los ódios entre moderados y progresistas, gracias á su largo mando en la isla de Cuba: de vuelta y como Director general de infantería no atendió á las opiniones de los jefes y oficiales de su arma, sino á la conducta personal y á los servicios para darles colocacion oportuna: desde la proyectada reforma, no vaciló en manifestarse decidido á sostener á toda costa las instituciones, por las cuales habia derramado su sangre sobre los campos de batalla. En el de Vicálvaro no le fué propicia la suerte á 30 de Junio, y lentamente hubo de emprender la marcha hácia Andalucía. Verídicamente referirá la historia cómo el partido moderado le acompañó en espíritu hasta la villa de Manzanares: desde allí el partido progresista fué en auxilio de su casi malograda empresa; con lo que mudaron de sem

blante las cosas. Al poder subió el conde de Lucena de resultas, más con el duque de la Victoria por cabeza del ministerio, y sin arbitrio para crear la situacion apetecida, y debiéndose atener á otra impuesta por las barricadas.

No está de más lo hasta aquí escrito de ningun modo. Sobre Don Modesto Lafuente hago especial estudio, que se ha de publicar al principio del índice Completo de su Historia general de España, terminada en la muerte del último Fernando: bajo el reinado de su augusta hija brilló Fray Gerundio, y una especie de apéndice historial de su época viene como de molde; y más en la ocasion precisa de tomar en la política de su país más activa parte. Embebido estaba en sus tareas literarias con laboriosidad tan asombrosamente fecunda que, al estallar la revolucion de 1854 por Junio, ya tenia dados á luz no menos de siete volúmenes de su Historia, llegando con la relacion de sus interesantes sucesos al célebre triunfo del príncipe Don Juan de Austria en Lepanto. Ya del Gobierno habia recibido las distinciones honoríficas de vocal supernumerario del Consejo de Instruccion Pública y de la Junta consultiva de Archivos; ya le habia abierto sus puertas la Real Academia de la Historia. Su discurso de recepcion sobre el califato de Córdoba fué muy notable y mereció general aplauso. Ahora sintió impulsos de lanzarse á la vida pública en servicio de su patria: acreditada su no comun ca

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