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sus palabras fueron de este modo: «Señores, puede darse cosa más consecuente, más natural, más lógica que los que reconocemos que en Roma está la cabeza visible de la Iglesia, el descendiente del Pescador, el que está autorizado para atar y desatar en la tierra, porque Dios atará y desatará en el cielo lo que él ate y desate en la tierra; ¿hay cosa más natural, repito, que el que tengamos nosotros las mismas aspiraciones que ese jefe tiene sancionadas con su aquiescencia, con su tolerancia, con sus principios? Por donde quiera que sale el Pontífice encuentra aquí una sinagoga, allí una iglesia protestante. Claro es que tolera su culto, porque, si no fuera así, como Pontífice y como Señor temporal de Roma los arrojaria de sus Estados. ¿Pues por qué razon hemos de ser nosotros, como se suele decir, mas realistas que el rey? ¿Estamos obligados nosotros, por muy allá que se quiera llevar la intolerancia, á establecer un principio más rigoroso que el que establece el jefe de la Iglesia?» Dignísimo de reproduccion literal es el siguiente exordio del discurso del Señor Heros en respuesta inmediata. «Ante todo, Señores, séame permitido felicitar á mi patria por haber llegado un tiempo en que sobre los puntos, que no hace muchos años parecian mas peligrosos, se permite decir, proferir y asentar cuanto viene á la imaginacion y se cree que es conveniente. Nosotros podemos decir todavía con más razon que Tácito que nos encontramos en aquella

situacion del tiempo de Trajano, en que era permitido manifestar las ideas que tenia cada uno. ¡Oh rara temporum felicitas! Ubi sentire quæ velis et quæ sentias dicere licet. Yo felicito á mi patria por ello y tengo el derecho de felicitarme, si es posible á mí mismo, porque, siendo tal vez el segundo ó el tercero de este congreso, he coexistido con los autos de fé. Yo ceñia ya espada, señores, cuando, pasando una mañana por la iglesia de San Sebastian y encontrando las puertas cerradas, pregunté y supe que se estaba leyendo un auto de fé á la célebre impostora llamada la beata Clara. Esta célebre embaucadora que vivia casualmente en la misma calle que habito (entonces de Cantaranas y hoy de Lope de Vega) habia hecho creer á esta córte, que pasa y puede pasar por tan ilustrada, que se mantenia con el pan eucarístico y que hacia milagros, llegando hasta el punto de decirse misa en su casa y tener en ella el Sacramento Manifiesto. Aclarada la verdad, porque nada hay oculto que no se publique, se supo la intriga y que se nutria alta y poderosamente de la célebre pastelería del famoso Ceferino, que tanta reputacion alcanzó en Madrid. Yo, pues, señores, que he alcanzado estos tiempos, ¿cómo no me he de felicitar de haber llegado á otros, en que se habla de libertad y de tolerancia religiosa con la soltura que el ilustre diputado, que acaba de hablar, lo ha hecho?» Partidario se declaró de la libertad religiosa, más consideróla inapli

cable á España, porque daria al traste con las temporalidades, con las regalías y el patronato, y aun-. que no hubiera más que escaso número de disiden. tes, al través de ellos proclamarian las demás congregaciones cristianas sus derechos, sin que el gobierno pudiera intervenir para nada, y estallaria una lucha, que tocaba precaver á los legisladores.

Márgen dieron las enmiendas de los Señores Montesino y Corradi á debates muy vigorosos y á votaciones casi equilibradas. A honra tuvo el Señor Montesino combatir entre los primeros el baluarte de la intolerancia, calificándolo de recinto de hierro, que ha pesado sobre nuestra patria por espacio de tres centurias. En nada estimó la libertad política sin la libertad religiosa. Nada opuso á la primera parte de la base, donde se consignaba la obligacion de mantener y proteger el culto y los ministros de la única religion profesada por los españoles; y aun manifestó deseos vivos de que el clero estuviera aquí bien dotado, á fin de que todos sus individuos fueran personas de largos estudios. Entre los medios de elevar el carácter sacerdotal citó el de la emulacion ó la concurrencia, á cuyo propósito dijo las siguientes palabras. «Señores, la concurrencia, lo mismo en religion que en política, industria, artes y ciencias, produce exactamente los mismos resultados, conduciendo á la perfeccion. El monopolio es el estancamiento y la muerte en religion como en política. La libertad es el

progreso y la vida, y la discusion de los agenos ejemplos depura las creencias y mejora las costumbres. De aquí que donde hay una religion única bien pronto penetra el indiferentismo; las preocupaciones se apoderan de las clases incultas, y la hipocresía encubre con su funesta incredulidad á las clases que se dicen ilustradas. Que luzca el sol de la libertad, y desaparecerá la supersticion grande de los unos y la incredulidad de los otros, así como las sombras de la noche desaparecen ante el astro del dia.»—A una cosa muy parecida á la Inquisicion supuso que nos conduciria el adverbio civilmente de la parte segunda, pues dejaba franca la puerta á las persecuciones eclesiásticas ó criminales. Por seguro dió que el sentimiento religioso habia decaido entre nosotros desde que reina la intolerancia, demostrándolo con el hecho de no erigirse ya monumentos como las catedrales de Leon, Burgos, Toledo y Sevilla y otros templos suntuosos, donde se refleja la fé de nuestros mayores durante la lucha entre cristianos y musulmanes; y así vino á pronunciar de esta suerte el período más importante de su discurso.-«¿Cuáles son, Señores, los monumentos, que han de llevar á las generaciones futuras la medida de nuestra fé? Mirad al rededor, y no hallais ninguno, ó si los hallais, son tan pobres como la idea que podrán transmitir á la posteridad del sentimiento religioso de nuestra época. Una prueba práctica la tenemos en la misma capital de la mo

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narquía española. ¿Cuántos, pregunto yo, y cuáles son los templos erigidos en la capital de la monarquía española durante el medio siglo que acaba de transcurrir? Ninguno, á menos que tengais por tal la iglesia de Chamberí, masa informe de ladrillo que hiere la vista del extranjero, al penetrar en los muros de la coronada villa. Ahí tenéis ese templo que se desmorona antes de concluirse, como se apaga la fé en los pueblos en que hay intolerancia religiosa, y donde empieza la prepotencia omnímoda de una doctrina indiscutible. ¿Sucede esto donde hay tolerancia religiosa? A buen seguro que no. Allí se multiplican los templos con pasmosa rapidez, dando una prueba evidente de que la fé está viva, y produce abundantes y sazonados frutos. ¿En qué, pues, puede fundarse ese exclusivismo, esa intolerancia religiosa? ¿Temeis la propagacion de doctrinas contrarias al catolicismo? Si tal se temiese, es que no teníamos fé en nuestras creencias. Nosotros debemos querer el triunfo, y no hay triunfo sin combate. Preséntense unas en frente de otras sin temor ninguno, en la seguridad de que el triunfo es nuestro. La tolerancia religiosa es un derecho que tiene el hombre en el libre ejercicio de su culto: la perfeccion en toda doctrina religiosa es la verdad, y esa verdad mal podrá hallarse allí donde impera la intolerancia; intolerancia que impone el silencio, que emplea las persecuciones y las vejaciones. De la discusion nace la verdad; haya pues tolerancia,

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