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cipe Fernando con una princesa de Francia, la que fuera más del agrado de la magestad imperial. Eran tambien los enemigos de Godoy, eran los consejeros y los directores y 'los partidarios del príncipe de Asturias los que se afanaban per ganar la palma al valido en lo de atraerse el favor de Napoleon para derribar á aquél. Era el mismo príncipe Fernando el que, lleno de respeto, estimacion y afecto hacia el héroe mayor de cuantos le habian precedido, enviado por la Providencia para consolidar los tronos vacilantes,» se ofrecia y entregaba á la magnanimidad de Napoleon como á la de un tierno padre. Era el mismo Fernando el que le rogaba encarecidamente el honor de que le concediese por esposa una princesa de su augusta familia, que era cuanto su corazon apetecia. Era el mismo Fernando el que «imploraba su proteccion paternal,» y aspiraba á ser «su hijo mas reconocido. ¡Y todavía no era esta la última miseria y la última degradacion! ¡No era más que el principio de las degradaciones y miserias que habian de venir después!

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Aunque fuese el más desinteresado y desnudo de ambicion de todos los conquistadores, aunque fuese el más respetuoso á los tronos y á las nacionalidades, aunque no hubiese puesto ántes sus ojos ni tuviese un pensamiento formado sobre España el hombre ante quien tales postraciones se hacian, ¿cómo no habia de despertarse, viéndose de tal manera brindada y provocada, la codicia del más ambicioso de los conquistado

res, del trastornador de los tronos, del conculcador de las nacionalidades, de quien ya tenia sobre España designios preconcebidos? Lo estraño es que los disinulára con el tratado de Fontainebleau (octubre, 1807); lo estraño es que disfrazára con el título de ejércitos de observacion los de la Gironda, que habian de serlo de invasion y le conquista; lo estraño es que quien desembozadamente y sin disfraz había acometido y snbyugado tantos pueblos y derribado tantos sólios, quisiera aparecer cubierto con el manto de la amistad para enseñorear la España, con que la debilidad de monarcas, príncipes y favoritos le estaban convidando; lo estraño es que el poderoso creyera necesaria la hipocresía contra los débiles. Peor para él, la felonía habia de llevar la expiacion.

porque en

De todos modos las suertes estaban echadas sobre la desgraciada España. Hemos compendiado una desdichada historia desde el tratado de San Ildefonso hasta el de Fontainebleau, y se iban á tocar sus consecuencias. Los autores de aquella cadena de miserias y de errores iban á desaparecer pronto; la nacion habria desaparecido con ellos sin un arranque de heróico esfuerzo de sus buenos hijos. La España iba á lanzar largos y hondos gemidos de dolor, para acabar con un grito de júbilo y de gloria. Pero descansenos de la fatigosa reseña de la malhadada política esterior, y veamos cuál era su estado dentro de sí misma.

V.

Aunque la marcha política de los gobiernos en sus relaciones con los de otros paises, y los acontecimientos exteriores que son resultado de aquella en una época dada, suelen influir poderosamente en el estado interior, político, económico é intelectual de un puehlo, y guardar entre sí analogía grande, ni siempre ni en todo hay la perfecta correspondencia que algunos pretenden encontrar. Sin salir de nuestra España, reinados y períodos hemos visto, en que la nacion, al tiempo que estaba asombrando al mundo con sus conquistas, con su engrandecimiento exterior y su colosal poder, sufria dentro, ó las consecuencias desastrosas de un errado sistema económico, ó los efectos de una política estrecha y encogida, ó el estancamiento intelectual producido por medidas de gobiernos fanáticos ó asustadizos, ó por la influencia de poderes apegados á todo lo antiguo y rancio y enemigos de toda innovacion. Mientras hay períodos en que una nacion, sin el aparato y sin el brillo de las glorias exteriores, crece

y prospera dentro de sí misma con el acertado desarrollo de las fuerzas productoras bajo el amparo de una ilustrada y prudente administracion.

No se encontraba exactamente y de lleno en ninguna de estas dos situaciones la España de Cárlos IV.; pero tampoco correspondia en todo la marcha y el espíritu de la política interior al sistema de perdicion y de ruina que se habia seguido en lo de fuera. La impresion de los desastres y desventuras que este último trajo sobre la infeliz España preocupó, y no lo estrañamos, á los escritores que nos han precedido para juzgar con cierta pasion y deprimir acaso más de lo justo aquel reinado. Flacos tuvo en verdad grandes y muy lastimosos, odiosos y abominables algunos, que no disimularemos ni amenguaremos. Mas lo que de aceptable ó bueno tuviese lo espondremos tambien con imperturbable imparcialidad.

Por afortunada que sea una nacion en sus empresas exteriores, hay un ramo de la administración, el Tesoro público, que siempre se resiente de los dispendios que aquellas ocasionan, y más cuando no todas son coronadas por un éxito feliz. Con haber sido tan glorioso el reinado de Cárlos III. hasta el punto de haber hecho sentir eu todas las potencias de Euro

pa

el peso de su influencia y de su poder, los desembolsos ocasionados por tantas guerras, los reveses del tenaz y malogrado sitio de Gibraltar, las pérdidas de la malaventurada expedicion de. Argel, los sacrifi

cios de la indiscreta proteccion de los Estados Unidos, el costoso empeño de sostener intereses de familia en Italia, y otros semejantes (con gusto hemos visto en un juicioso escritor esta observacion misma), dejaron en herencia á su hijo y sucesor las arcas del tesoro más que exhaustas, einpeñadas; en depreciacion los juros y vales; en quiebra los Gremios; amenazada de ella la compañía de Filipinas, y sin crédito en la opinion el Banco de San Carlos; y habiendo tenido que proponer las juntas de Medios, para cubrir el enorme déficit entre los ingresos y las obligaciones, recursos como el de la venta de cargos y empleos y de títulos de Castilla en América, empréstitos cuantiosos, y anticipos hasta del fondo de los bienes de difuntos y de los Santos Lugares.

Con esta herencia, y con estos elementos, y con los compromisos que á la raiz del nuevo reinado nos trajo la revolucion francesa, y con no haber pasado la administracion á más hábiles manos, no se veia cómo ni de dónde pudiera venir ni el desahogo de la hacienda ni el alivio de las cargas públicas. Que aquello de condonar contribuciones atrasadas, y de reconocer deudas antiguas, y de acudir el Estado al socorro de los pobres, y otras semejantes larguezas que á la proclamacion del nuevo monarca siguieron, esfuerzos son que los gobiernos hacen para predisponer los ánimos en favor del príncipe, cuyo advenimiento se celebra. Seméjanse á las fiestas nupciales, en que á las veces,

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