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de la infraccion de la neutralidad de Italia que las potencias se habian comprometido á mantener, de haber llevado la guerra á Sicilia, desoido todas las proposiciones de paz que se le habian hecho, de haber ultrajado á sus ministros y alentado los proyectos del pretendiente al trono de Inglaterra (1). Tan cierto era esto último, como que Alberoni habia enviado agentes á las cortes de Suecia y Rusia para ver de reconciliar á los dos soberanos Cárlos XII y el czar Pedro I, que ambos tenian resentimientos con Inglaterra y querian restablecer en el trono de aquella nacion á Jacobo III, ofreciendo para ello la ayuda de España. Y tan adelante fué esta negociacion, que además de haber casado una hija del czar con un hijo del pretendiente de Inglaterra, llegó á convenirse que entre ambas potencias aprestarian una armada de ciento cincuenta navíos de línea con treinta mil hombres mandados por el mismo Cárlos XII de Suecia, la cual desembarcaria en Escocia, donde iria tambien la primera expedicion que aprontaria la España: y que para dividir las fuerzas del emperador, entraria el czar Pedro en Alemania con ciento cincuenta mil hombres, y España en su expedicion llevaria al rey Jacobo á Inglaterra, no saliendo de allí hasta dejarle sentado en el trono. Que despues las fuerzas de los aliados pasarian á las costas de Bretaña en Francia para apoyar al rey Católico en su proyecto de derribar al duque de Orleans, y dar el gobierno de aquel reino á una persona que afianzara la corona en la cabeza de Luis XV, desvaneciendo los temores que todos tenian de perderle. Pero Alberoni, que tan reservado era en sus planes, tuvo la flaqueza de revelar la clave de estos al baron de Waclet, y este descubrió todo á los enemigos de España (2).

Si de este modo intrigaba Alberoni contra Inglaterra, no se menudeaba menos para derribar de la regencia de Francia al duque de Orleans; para lo cual no dejaba de brindarle el estado interior de aquel reino, y el gran número de descontentos del gobierno del regente que en él habia, entre ellos personas de tanto valer y tan elevada esfera como el mariscal de Villars, el de Uxelles, el duque y la duquesa del Maine, contándose tambien no escaso partido en favor de la regencia del monarca español. El mismo conde de San Simon, tan amigo del de Orleans, asegura que llegó á decirle: «Si el rey de España entrase desarmado en Francia, confiándose nada mas que á la nacion, y pidiese la regencia para sí, confieso que á pesar del sincero afecto que os profeso me apartaria de vos con lágrimas en los ojos, y le reconoceria por legítimo regente. Y si yo que tanto os amo desde que existo pienso así, ¿qué podeis esperar de los demás (3)?»

(1) Hallándonos empeñados con diversos tratados (comenzaba el Manifiesto) á mantener la neutralidad de Italia, y á defender á nuestro buen hermano el emperador de Alemania en la posesion de los reinos, provincias y derechos que gozaba en Europa, y deseando ardentísimamente establecer la paz y la tranquilidad de la cristiandad sobre los fundamentos mas justos y duraderos que nos fuesen posibles, hemos á este fin comunicado de cuando en cuando nuestros pensamientos y nuestras intenciones pacíficas al rey de España por medio de sus ministros, y teníamos concebida la esperanza que habian de tener su aprobacion. >>Y como el dicho rey de España tenia invadida con hostilidad y de una manera injusta la isla y reino de Sicilia, la hemos hecho proponer amigables representaciones sobre este punto; mas hallándonos obligados á mantener y esforzar nuestras instancias con un armamento naval, enviamos en el verano pasado nuestra flota al Mediterráneo con una llana y since

ra intencion de no servirnos de su presencia en aquel mar, sino para 'sos

tener la negociacion de paz, á fin de reconciliar las partes que estaban en guerra, y prevenir con aquel medio las calamidades que deberian seguirse.»> Continúa exponiendo, en el sentido que le convenia, los demás pasos dados con el rey don Felipe brindándole con la paz, la negativa 'de este, las secas y desabridas respuestas dadas á sus embajadores, la confiscacion de los navíos ingleses decretada por el monarca español, atribuyendole la violacion de los tratados de Utrecht y de Baden, etc., y concluye; «Por estos motivos, poniendo nuestra mayor confianza en la ayuda de Dios Todopoderoso que conoce las intenciones buenas y pacíficas que siempre hemos tenido, hemos juzgado á propósito declararle la guerra al dicho rey de España, y efectivamente la declaramos con las presentes... etc. -Dada en nuestra corte de San James á los 27 de diciembre de 1718, en el año quinto de nuestro reinado.»>

(2) Belando, Historia civil, parte IV, cap. 34. (3) San Simon, Memorias, vol. VII.

Sea de esta asercion lo que quiera, el de Orleans con su desarreglada conducta habia ido perdiendo todo el favor y todo el respeto que en los principios de su gobierno le habian granjeado su buen talento y sus maneras agradables, y culpábanle ya hasta de los males y desórdenes que no consistian en él. La duquesa del Maine entabló correspondencia con la reina de España por medio de nuestro embajador en Paris Cellamare. Seguíala tambien el famoso jesuita Tournemine con el padre Daubenton, confesor de Felipe, que era de su misma órden. Se halagó á los oficiales franceses ofreciéndoles ascensos para que se alistaran en las filas españolas, especialmente en Bretaña, donde habia muchos descontentos. Y tanto creció la conspiracion, que se meditaba ya apoderarse de la persona del regente, y convocar los estados generales para sancionar el nuevo gobierno, siendo el cardenal de Polignac uno de los que mas en esto trabajaban.

Pero las imprudencias de Cellamare fueron causa de que se recelara y de que llegara á denunciarse al regente una tan bien urdida conspiracion (4). Fió la conduccion á España de unos pliegos importantes al jóven don Vicente Portocarrero, sobrino del cardenal, creyendo que llamaria menos la atencion que un correo ordinario. Mas sucedió que el dia que habia de partir el jóven en union con su amigo Monteleon, hijo del embajador, uno de los secretarios de Cellamare tenia cita en la casa de una célebre mujer de Paris, llamada la Tillon, famosa zurcidora de voluntades y muy conocida del ministro Dubois: y como llegase tarde y se disculpase con haber estado despachando los pliegos que debian traer los dos jóvenes, apresuróse la Tillon á dar cuenta de ello á Dubois, el cual destacó inmediatamente emisarios que se apoderaran de los viajeros. Fueron estos sorprendidos en Poitiers, cogidos y sellados los papeles, y conducidos á Paris (6 de diciembre, 1718), se los sometió á un consejo, y se publicó un relato de la conspiracion en carta circular á todos los ministros extranjeros (5). Portocarrero fué arrestado, y mandado despues salir del reino.

Habia, en efecto, mediado larga correspondencia secreta entre los reyes y ministros de España y Francia. Felipe escribió algunas cartas á Luis XV, su sobrino (setiembre, 1718), advirtiéndole la poca consideracion del regente en ligarse con los enemigos de la corona de España. Habíase dirigido á los parlamentos, excitándolos á que convocaran los estados generales como único remedio para impedir los males de la política del regente. Envió además un mensaje á los tres estados de Francia, quejándose amargamente del ilimitado poder del duque de Orleans, y de la injusticia de la cuádruple alianza; y los estados le contestaron con un escrito que comenzaba: «Señor.-Todos los órdenes del reino de Francia vienen á ponerse á los piés de V. M. para implorar su socorro en el estado á que los reduce el presente gobierno. V. M. no ignora sus desdichas, pero no las conoce en toda su extension. El respeto que profesan á la autoridad real..... no les permite idear otro medio para salir de ellas, sino por el de los socorros que de derecho esperan de la bondad de V. M. »—Y entre otros párrafos se leian los siguientes: «¿Qué podeis, señor, temer ni del pueblo ni de la nobleza, cuando V. M. venga á poner en seguridad sus fortunas? El ejército de V. M. ya todo está pronto en Francia, y V. M. puede estar seguro de llegar á ser tan poderoso como Luis XIV. V. M. tendrá el consuelo de ver que le aceptan con unánimes aclamaciones por administrador y por regente... ó de ver restablecer con honra el testamento del difunto rey, augusto abuelo de V. M. Por este medio verá V. M. renovarse aquella union tan necesaria á las dos coronas, etc. (6). »

Descubierta que fué la conspiracion, el duque de Orleans,

(4) Atribúyese á este ministro falta de circunspeccion y de tacto en la eleccion de personas para la ejecucion de los proyectos, y cierto aire misterioso que mas excitaba que desvanecia la curiosidad y la sospecha. Parece que en sus expediciones nocturnas se servia del carruaje del marqués de Pompadour, haciendo de cochero el conde de Laval.

(5) San Simon, Memorias, tom. VII.-San Felipe, Comentarios, tomo II.-Memorias de Staal ó Anécdotas de la regencia.

(6) El Padre Belando conoció todos estos documentos, y los inserta íntegros en la parte IV de su Historia civil, caps. 29 á 32.

las otras (2).

Influyó tambien en esta determinacion que Víctor Amadeo, visto el cambio ocurrido en la política de Europa, se adhirió por fin á la cuádruple alianza, conviniendo en ceder al emperador el reino de Sicilia, y conformándose con recibir como equivalente el de Cerdeña, del cual fué reconocido en Viena como rey (5 de noviembre, 1718). Con cuyo motivo dió órden á los gobernadores de las plazas ocupadas todavía por sus tropas para que recibiesen guarniciones austriacas; y el emperador, libre entonces de la guerra de Turquía, pudo enviar á Sicilia cuantos refuerzos le eran menester.

además de despedir al embajador Cellamare, hizo prender al | cunvalacion de estas dos plazas, y á permanecer encerrados en duque y duquesa del Maine, al de Villeroy, ayo del rey Luis XV, al cardenal de Polignac, y á otros varios personajes que en ella habian estado. Felipe V hizo á su vez salir de España al embajador francés Saint-Agnan. Todos eran síntomas y anuncios de próximo rompimiento, y sobre los preparativos de guerra que se observaban en Francia, hizo Felipe una declaracion ó manifiesto (25 de diciembre, 1718), que parecia mas bien un llamamiento á los oficiales y soldados franceses, puesto que ofrecia, cuando se presentaran en sus fronteras, recibirlos con los brazos abiertos como buenos amigos y aliados. «Daré (decia) á los oficiales empleos proporcionados á su graduacion; incorporaré los soldados con mis tropas, 'y me alegraré de emplear (si fuese necesario) mis rentas en su favor, á fin de que todos juntos, españoles y franceses, peleen unidos contra los enemigos comunes de las dos naciones (1).» Estos papeles no podian detener ya el curso natural de las cosas. El consejo de regencia de Francia condenó el manifiesto del rey de España por sedicioso; y por fin el 9 de enero de 1719, se declaró solemnemente la guerra á España, con una larga exposicion de los motivos del rompimiento, de las causas que habian producido la cuádruple alianza, y de los cargos que, no á la persona del rey, sino al gobierno español se hacian: porque en estos papeles tratábanse ambos monarcas con toda consideracion y respeto; las acusaciones duras se lanzaban de la una parte contra el duque regente, de la otra contra el cardenal Alberoni. A esta declaracion de guerra contestó todavía Felipe con una extensa explicacion de los motivos que habia tenido para oponerse al tratado de alianza entre el rey de Inglaterra y el duque de Orleans (20 de febrero, 1719), que era una reseña histórica de todo lo acontecido desde la guerra de sucesion, y un resúmen de todas las quejas antes en varias ocasiones y en varias formas emitidas. Mas ya no era tiempo de ejercitar la pluma, sino de embrazar las armas.

Antes de entrar en los movimientos y operaciones de esta guerra, necesitamos decir lo que habian hecho las tropas españolas que dejamos en Sicilia.

Las circunstancias habian variado mucho, y no podian los españoles proseguir la conquista con la rapidez y facilidad con que la habian comenzado; porque sobre la pérdida de nuestra escuadra, y el estorbo que les hacia la escuadra inglesa, llegaban y desembarcaban continuamente refuerzos de tropas alemanas protegidas por los ingleses, sin que á los nuestros les pudiera ir mas socorro que el que podia llevarles tal cual nave ligera que lograba arribar entre mil peligros. A pesar de todo, el ejército español sostuvo la lucha con una firmeza admirable. La ciudadela de Mesina sufrió terribles ataques durante todo el mes de setiembre (1718); hubo combates sangrientos entre españoles, piamonteses, ingleses y austriacos, en medio de los cuales los españoles iban siempre avanzando y tomando fuertes, hasta que al fin rindieron la ciudadela (30 de setiembre), bajo la condicion de salir libre la guarnicion, que se componia de tres mil quinientos hombres.

Dueño ya de Mesina el marqués de Lede, partió con varios regimientos á Melazzo, donde habia llegado un cuerpo de ocho mil alemanes al mando del general Carrafa. En la lengua de tierra que hace el promontorio de Melazzo hubo una recia y formal batalla (15 de octubre, 1718) entre austriacos y españoles, en que, despues de muchos choques sangrientos, murieron de los nuestros mas de mil soldados, de los alemanes mas de tres mil, lo cual dió gran crédito á las armas españolas en Sicilia, y fué grandemente celebrado en Madrid. Mas como despues se reforzasen los imperiales hasta el número de diez y seis mil peones y dos mil jinetes, y aquella guerra nos estuviese consumiendo inmensas sumas, sin medio de reponer las bajas que allí teníamos, ordenó Alberoni al de Lede que cuidara mucho de conservar aquellas tropas, y no exponerlas sino en caso preciso á una accion general. Así que, tanto por aquella parte como por la de Trápani y Siracusa, se redujo nuestro ejército al sistema del bloqueo y cir

(1) Dado en el Pardo, á 25 de diciembre.- Belando, part. IV, capítulo 32.

En tal estado sobrevino la declaracion de guerra de la Francia, y España se encontró teniendo que luchar sola contra tres naciones tan poderosas como Inglaterra, Francia y el Imperio, además del duque de Saboya, y sin esperanza de divertir por el Norte al enemigo, á causa de haber fallecido el rey Cárlos XII de Suecia, con cuya cooperacion contra el austriaco y el inglés habia contado. A pesar de esto no desfalleció el ánimo altivo y emprendedor de Alberoni. El duque regente de Francia habia nombrado general en jefe del ejército que debia invadir la España al duque de Berwick, por haberse negado á tomar el mando el mariscal de Villars á quien se le ofreció antes. Aceptóle Berwick, aunque de mala gana y obligado á ello, ya por haber hecho antes la guerra en España en defensa del rey don Felipe contra ingleses y austriacos, ya por el carácter de grande de España que tenia como duque de Liria, ya por tener á su hijo primogénito casado con la hermana del duque de Veraguas El plan del regente era atacar á Fuenterrabía, lo cual le abria el camino de Vizcaya, sobre cuyos puertos tenia él designios ulteriores, y no quiso que le ayudaran á esto los ingleses, dejándoles que atacaran á España por otro lado.

Discurrió Alberoni que la mejor manera de contener á los ingleses seria llevarles la guerra á su propia casa. Vínole bien para ello la invitacion que de Roma se le hizo para que trajese á España al rey Jacobo. Vino en efecto el proscrito príncipe inglés, mientras de Milan participaban á las cortes de Lóndres, de Viena y de Paris que tenian allí preso al pretendiente, el cual se hallaba ya en Madrid recibiendo las mayores demostraciones de afecto y amistad de Felipe V y su gobierno: que el preso de Milan era uno que de industria habia sido enviado allí con ciertas engañosas apariencias y cierto disfraz que le hacia sospechoso de ser el destronado Stuardo (febrero, 1719) Llamó Jacobo é hizo venir de Francia al duque de Ormond que se hallaba refugiado en aquel reino, y cuya desaparicion alarmó á los aliados, principalmente al rey Jorge de Inglaterra, que pregonó y puso á talla la cabeza del duque, ofreciendo diez mil libras esterlinas al que le entregara vivo ó muerto No se contentó Alberoni con dar celos á la Gran Bretaña Su plan era enviar una expedicion naval á Escocia, donde Jacobo tenia muchos partidarios. Al efecto dispuso que una flota que él habia preparado en Cádiz pasase á la Coruña (10 de marzo, 1719), á unirse con las demás naves que en los puertos de Galicia tenia dispuestas, y allá partió tambien el duque de Ormond desde Bilbao.

Esta flota habia de ir mandada por el entendido y práctico don Baltasar de Guevara; destinábanse á esta empresa cinco mil soldados, muchos de ellos irlandeses y escoceses del partido jacobita, que llevaban armamento para treinta mil hombres Con razon resistia Guevara la salida, por los riesgos que podia correr la flota en aquella estacion y en aquellos mares: obedeció sin embargo, pero la fatalidad justificó pronto la prevision y los temores del ilustre marino. Una borrasca que se levantó en el cabo de Finisterre, y que duró diez dias, deshizo la flota en términos, que divididas las naves, cuatro entraron en Lisboa, ocho volvieron á Cádiz, las demás á Vigo y á otros puertos de Galicia, fracasaron algunos navíos, y de los barcos de trasporte pocos pudieron servir. Solo una parte

(2) Belando, Historia civil, part. II, caps. 44 á 50.-San Felipe, Comentarios, tomo II.-Relacion de los progresos de las armas españolas en el reino de Sicilia delante de Melazzo: impresa en seis fojas, con un catálogo nominal de los muertos, heridos y prisioneros.

de la escuadra, con mil hombres, los mas de ellos católicos | donde habia llegado otro cuerpo de tropas francesas del Roirlandeses, y tres mil fusiles para armar paisanos, llegó á des- sellon. Intentábalo no obstante Felipe, pero opusiéronse á ello embarcar en Escocia (abril, 1719); escasísima fuerza para en- Alberoni y el príncipe Pio, como empresa arriesgada y difícil, cender allí la guerra civil, y menos para sostenerse contra un y muy especialmente el cardenal, que no queria le fuera atrimonarca poderoso y prevenido. Así fué que solo se les agrega- buido el mal éxito de ella (4). Empeñóse, sin embargo, el rey ron dos mil paisanos, con los cuales se apoderaron de un en seguir avanzando, confiado en que su presencia produciria castillo, aguardando los demás para levantarse la llegada de desercion en los franceses: mas cuando estaba ya á dos millas mayores fuerzas. Pero estas no podian llegar; y marchando de Fuenterrabía, supo que la plaza se habia rendido (18 de luego tropas inglesas á sofocar aquella rebelion, protegido junio, 1719) despues de una regular defensa. además el rey Jorge por los aliados, y hasta por los holandeses, que tambien se movieron en esta ocasion, pronto dieron cuenta, así de los expedicionarios como de los paisanos rebeldes; y si bien muchos lograron salvarse con los cabos principales, otros quedaron prisioneros, y fueron llevados en triunfo á Lóndres. Tal fué el desgraciado éxito de esta malhadada expedicion, dispuesta por Alberoni á costa de los caudales de España (1).

Todavía con las naves que se salvaron en Galicia salió el duque de Ormond de los puertos de Vigo y Pontevedra con intento de sublevar la Bretaña francesa, donde se contaban muchos descontentos del gobierno del duque de Orleans, y no habia faltado quien se ofreciera á ser jefe de la sedicion. Mas ó no hubo valor para rebelarse, ó faltaron cabos que la alentaran, y como la mayor parte de la nobleza se mantuviera fiel al regente, quedó tambien frustrado el objeto y desvanecidas las esperanzas que se habian fundado en esta expedicion (2).

Contribuyó á este resultado la circunstancia de que don Blas de Loyá, encargado de salir de los puertos de Santander y Laredo con dos navíos cargados de armas y patentes para los bretones que habian de sublevarse, correspondió á la fama de cobarde que ya para con sus tropas tenia, y no se atrevió á moverse, disculpando su miedo con el mal temporal. De este modo se le iban frustrando al cardenal Alberoni todos sus intentos, sin que bastaran, es verdad, estas desgracias á enfriarle ni á entibiar su ardor.

Abrieron los franceses la campaña, pasando el marqués de Tilly con veinte mil hombres el Bidasoa por cerca de Vera (21 de abril, 1719): tomaron luego el castillo de Behovia, la ermita de San Marcial, Castelfolit y el fuerte de Santa Isabel, y apoderáronse del puerto de Pasajes, quemando los navíos y almacenes de aquel rico astillero. A los pocos dias, y cuando llegó el duque de Berwick, ya se hallaban sobre la plaza de Fuenterrabía. Con esta noticia determinó el rey don Felipe salir personalmente á campaña para ponerse á la cabeza de sus tropas, como tenia de costumbre, no sin hacer antes una solemne declaracion (27 de abril), de que hizo circular profusion de copias, y en que despues de protestar de su entrañable afecto al rey de Francia su sobrino, y de que su objeto era solo libertar aquel reino de la opresion en que le tenia el regente, manifestaba la esperanza que tenia, ó aparentaba tener, de que se le habian de unir las tropas francesas (3). El duque de Orleans respondió á este documento con otro, á nombre del rey, en que á su vez afirmaba que sus tropas no venian á hacer la guerra al rey de España, sino á librar esta nacion del yugo de un ministro extranjero, á quien debia imputarse la resistencia de su soberano, las conspiraciones contra la Francia, y los escritos injuriosos á la majestad del rey Cristianísimo.

Mientras estos papeles se cruzaban, Felipe salió de Aranjuez, con la reina, el príncipe de Asturias y el cardenal, y todos pasaron á Navarra, donde se formó con dificultad un ejército de quince mil hombres, cuyo mando se dió al príncipe Pio. Escasas fuerzas eran estas para librar á Fuenterrabía,

(1) San Felipe, Comentarios, tom. II.-Belando, part. IV, cap. 34.— Marlés, Continuacion de la Historia de Inglaterra, de John Lingard, capítulo 34.

(2) El desgraciado Jacobo III pasó á Santiago de Galicia á visitar el sepulcro del Santo Apóstol. Despues de regresar de allí, determinó salir de España, y embarcándose en los Alfaques tomó tierra en Liorna, volviéndose desde allí á Roma, de donde habia salido.

(3) «Espero (decia) que las tropas francesas, todas, á mi ejemplo, se unirán á las mias, y que las unas y las otras, animadas del mismo espíritu... etc.»-Declaracion del Católico monarca don Felipe V.

Un cuerpo de franceses, que se embarcó en tres fragatas inglesas, atacó y tomó á Santoña, y quemó unos navíos españoles y los materiales de otros que estaban en construccion. El mariscal de Berwick, rendida Fuenterrabía, mandó combatir la plaza de San Sebastian, que tambien se entregó con menos resistencia de la que habian esperado los franceses (agosto, 1719): con lo cual terminó la campaña por aquella parte. Las Provincias Vascongadas acordaron prestar obediencia al gobierno francés, á condicion de que se les conservaran sus libertades y fueros; proposicion que no pareció bien al de Berwick, el cual respondió que aquella guerra no se habia emprendido con miras de engrandecimiento, sino solo para obligar al monarca español á hacer la paz (5).

Cosa extraña pareció que despues de estos triunfos en Guipúzcoa se moviera Berwick con su ejército hacia el Rosellon, con propósito de hacer otra entrada en España por Cataluña, acaso porque este país le recordaba sus victorias de cuando estuvo al servicio del rey Católico. Felipe se retiró disgustado á la corte (setiembre, 1716), y mandó que el ejército siguiera desde Pamplona el movimiento del enemigo. Hízose, en efecto, la invasion por aquella otra parte del Pirineo; apoderáronse los franceses de Urgel (octubre), y pusieron sitio á Rosas, pero una furiosa borrasca destrozó veintinueve naves de las que habian de servir para aquel sitio (27 de noviembre, 1719); con lo que, despues de haber estado diez dias á la vista de la plaza, se retiró otra vez el ejército francés al Rosellon, en tan miserable estado, por efecto de la intemperie y de las enfermedades, que todo lo iba dejando por los caminos, como si volviera de una larga y penosa jornada (6), pero confiando el de Berwick en que ya Alberoni quedaria desengañado de la vanidad de sus grandes proyectos.

Habia tambien marchado entre tanto con poca prosperidad para los españoles la guerra de Sicilia. Con la órden que se dió al marqués de Lede de que procurara no comprometer las tropas que tenia en aquel reino, y con noticia de que otro cuerpo de doce mil alemanes estaba para llegar en refuerzo de la guarnicion de Melazzo, tuvo por prudente abandonar aquellas trincheras (28 de mayo, 1719), y retirarse silenciosamente; pero atacado por dos partes, se vió precisado á hacer una larga marcha hasta Francavilla. Al fin en los campos de esta ciudad tuvo que sostener una reñida batalla compal, la segunda que se daba en Sicilia, con el grueso del ejército aleman, mandado por cuatro de sus mejores generales, el conde de Merci, el de Walis, el baron de Zumiungen y el de Sckendorff (20 de junio, 1719). El combate duró todo el dia, con alternativas y vicisitudes varias; peleóse de ambos lados bra

(4) «A mí se me achaca, le decia, cuanto de malo ocurre, y el revés que resultaria de una tentativa de esta naturaleza justificaria todavía mas lo que se dice vulgarmente, que mis proyectos extravagantes no pueden acabar de otro modo, y que nada bueno se puede esperar siguiendo los consejos de un lunático.»-Vida de Alberoni.

(5) Belando, parte IV, caps. 35 y 36.-San Felipe, Comentarios, t. II. -Memorias de Berwick.

(6) «Se miraba toda la tropa tan destruida, dice el P. Belando, que con la desercion, enfermedades, falta de víveres y forrajes, no habia batallon ni escuadron que no le faltara mas de la mitad de la gente. Muchos de los soldados hubieron de llevar los caballos de la rienda, porque ya no les quedaba sino la piel y los huesos; y algunos oficiales llegaron á Montalvan á pié, confesando que apenas se hallaba quien llevase las banderas. De manera que el ejército se vió en un extremo tan lastimoso, que si la caballería española le sigue, Berwick y toda su gente hubieran quedado prisioneros.>>

Belando escribió esta parte de su historia con los datos que le suministraron las cartas y notas originales de Macanaz, que á la sazon se hallaba en la frontera de Francia, y seguia correspondencia con el rey, de la cual hemos tenido copia en nuestras manos.

vamente, mas todavía por parte de los españoles, que al fin eran inferiores en número, y obligaron á los imperiales á abandonar el campo; la pérdida fué tambien mayor de parte de estos, que no bajaria de cinco mil hombres, herido el conde de Merci, y muertos el general Rool y el príncipe de Holstein: murió de los nuestros el teniente general Caracholi y algunos brigadieres, y salió herido, entre otros oficiales de distincion, el teniente general caballero Lede, hermano del marques generalísimo: mas aunque fué menor nuestra pérdida, la batalla de Francavilla no dejó de ser, como con muchas otras acontece, celebrada como triunfo por unos y otros combatientes, y pintada como favorable á una y otra nacion en las respectivas gacetas y papeles alemanes y españoles (1).

A todos admiraba el valor con que los españoles sostenian aquella guerra á tal distancia y sin medios de recibir socorros ni de reemplazar las bajas que sufrian; pues si bien los naturales del país, siempre desafectos á los austriacos, y mas irritados con ellos desde que vieron la tiranía con que trataban á los habitadores de la villa de Lipari de que se apoderaron, los hostilizaban rudamente y asesinaban cuantos soldados alemanes podian (2), en cambio el emperador embocaba en Sicilia, bajo la proteccion de la armada inglesa, cuantas fuerzas le eran menester para oprimir el ya poco numeroso ejército español, menguado además con los destacamentos y guarniciones de las plazas que tenian que conservar. Dejando ya los alemanes las cercanías de Francavilla, pasaron á poner sitio á Mesina, llegando el 20 de julio (1719) á la vista de la plaza despues de una penosa marcha por estrechos y escabrosos caminos. No se descuidó el marqués de Lede en acudir á su socorro, ni estuvo floja la guarnicion en la defensa Pero faltos de municiones y víveres los que ocupaban los fuertes avanzados, fuéronse los alemanes apoderando de ellos, aunque no sin sangrientos combates, hasta rendir la ciudad que se entregó al conde de Merci (8 de agosto), bajo el ofrecimiento, que cumplió, de conceder á los ciudadanos cuanto querian.

Continuó la guarnicion de la ciudadela, que mandaba el bizarro don Lúcas Spínola, resistiéndose heróicamente; y entre el fuego de las baterías, y el estruendo y el humo de las minas que reventaban, parecia, valiéndonos de la frase de un escritor de aquella época, que habian formado los de Mesina otro Mongibelo, pues de dia y de noche imitaba aquel encendido Etna que no muy léjos tenian. Meses enteros duró aquella resistencia obstinada: intentó el marqués de Lede atacar á los sitiadores, pero hubo de suspenderlo con noticia de que estaba para desembarcar, como lo hizo (20 de octubre, 1719), otro refuerzo de cerca de diez mil austriacos. Con esto dispuso el conde de Merci dar un asalto general, que él dirigió personalmente, y aunque fué rechazado con no poco destrozo de sus tropas, comprendió Spínola que no era ya posible llevar mas adelante la defensa, y resolvió la rendicion (28 de octubre), con condiciones tan honrosas como era la de salir la guarnicion libremente con sus armas y equipajes, banderas desplegadas y tambor batiente, y de ser embarcada para reunirse con el cuerpo del ejército español. Al dia siguiente quedaron los alemanes dueños absolutos de Mesina y de su ciudadela. Despues de descansar unos dias pasaron á Trápani con objeto de hacer levantar el bloqueo que le tenian puesto los españoles. Acampados estaban todavía fuera de la plaza cuando llegó el magistrado de Marsala á ofrecerles la obediencia en nombre de esta ciudad (30 de noviembre, 1719); primera poblacion de Sicilia que voluntariamente se sometió á los austriacos. A poco tiempo ejecutó lo mismo la ciudad de Mazara. Al compás del enemigo se movió tambien el marqués de Lede con el ejército español, y puso su campo en Castelvetrano, Siaca y otros lugares, donde se defendió el resto del

(1) Belando, Historia civil, part. II, caps. 46 y 47.-San Felipe, Comentarios, tomo II.-Lutzen, Historia de Alemania.-Ojeada sobre los destinos de los Estados italianos, lib. XII, c. 3.-Gaceta de Madrid de 25 de julio, 1719.-Carta del marqués de Lede al conde de Montemar, en el campo de Francavilla, tomo de Varios, pág. 94.

(2) Fué esto de tal conformidad, dice un historiador de aquel tiempo, que los hombres mas rústicos y la gente del campo mas inexperta meneaban las armas con tanta destreza como el arado.

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invierno; y aunque no dejaron de menudear los combates parciales, pasóse sin notable acontecimiento lo que quedaba de aquel año y hasta apuntar la primavera del siguiente, en que el general español propuso mas de una vez suspension de armas, si bien quedaba siempre sin efecto por algunas condiciones inadmisibles que exigian los alemanes (3).

De todos lados venian nuevas de sucesos desfavorables. En tanto que por allá se perdia Mesina, en Inglaterra se habia estado preparando secretamente una expedicion, á la cual se daba el nombre de expedicion secreta, por el sigilo que se guardaba sobre su objeto y destino, aunque se suponia ser contra España En efecto, á poco tiempo se vió aparecer sobre la bahía de Vigo una escuadra de ocho navíos de línea, con algunos brulotes y bombardas, unos cuarenta barcos de trasporte, y cuatro mil hombres de desembarco (10 de octubre de 1719). La ciudad les fué entregada á los ingleses sin resis- ́ tencia; la ciudadela á los pocos dias de ataque (21 de octubre): los ingleses quemaron allí los almacenes y pertrechos de las naves destinadas á la expedicion de Escocia, y que aquella borrasca de que hablamos obligó á volver á los puertos de Galicia. Alarmóse con esto y se puso en gran cuidado la corte, pero por fortuna no era el ánimo de los expedicionarios internarse; contentáronse con saquear los lugares abiertos de la marina, y se volvieron á embarcar, dando á conocer que habian llevado solamente el propósito de vengar la intentona de los españoles en Escocia.

Para que no faltara contrariedad que no experimentase España en este tiempo, la república de Holanda que se habia estado manteniendo neutral, rehusando adherirse á la alianza de las tres grandes potencias, merced á las eficaces gestiones de nuestro embajador marqués de Beretti Landi, y al estímulo de las ventajas comerciales con España y sus colonias que su conducta le valia, dejóse al fin vencer por las instancias y halagos con que acertaron á contentarla y reducirla las cortes de aquellas naciones; y como viese por otra parte los descalabros, contratiempos y adversidades que España estaba experimentando, abandonó su neutralidad, y suscribió al tratado de alianza de otras potencias, que solo entonces llegó á poderse llamar con propiedad de la cuádruple alianza; quedando de este modo España en las circunstancias mas críticas, completamente aislada y sola contra cuatro poderosas naciones de Europa (4).

Tantos malos sucesos habian hecho ya pensar muy sériamente al monarca español en los compromisos tan graves y en los apuros tan terribles en que le habia puesto la política de Alberoni, y ya hacia algunas semanas que notaba el cardenal cierta mudanza en el rostro de Felipe y ciertas señales que le significaban el desagrado en que habia caido. La reina, en quien buscaba apoyo, se mostraba tambien cansada de sostener á quien habia colocado al rey en situaciones y empeños de que no podia salir airoso. Como medio para sostenerse, manifestaba al rey la parte que le convenia de los despachos que se recibian de los ministros en las cortes extranjeras, para lo cual les previno que se los enviaran á él directamente, y no á los secretarios del despacho universal, como en todo Estado y en todo gobierno se practica; y era cosa bien anómala y extraña que los ministros y embajadores hubieran de entenderse oficialmente con quien no tenia carácter de primer ministro, ni otra representacion legal que la que le daba la privanza del monarca y su tácito consentimiento Y como sospechase que el P. Daubenton, confesor del rey, era uno de los que le informaban del mal estado de la monarquía y de la necesidad de ponerle remedio, discurrió traer á España otro jesuita, muy conocido de la reina, el P. Castro, que se hallaba en Italia hacia muchos años, é introducirle en la gracia de Felipe y derribar de este modo y sacar de España á Daubenton.

Pero todos estos esfuerzos eran ya tardíos. Felipe deseaba la paz, y las potencias aliadas habian significado por medio de sus representantes, y de otros agentes que en las negociacio

(3) Belando, part. II, caps. 49 al 53.-San Felipe, Comentarios, t. II. (4) Contentó el gobierno inglés á la Holanda haciendo que el emperador diera cumplimiento al tratado de la Barrera, estipulado en 1715 entre el Imperio y las Provincias- Unidas.

nes intervinieron (1), que no podria hacerse la paz tan deseada de todos, sin la condicion de que fuera antes alejado de los consejos del rey, y aun echado de España Alberoni, á cuyo influjo ó manejos atribuian el haberse encendido de nuevo la guerra, y cuyo talento y travesura temian todavía. Y como ya estaba bastante predispuesto el ánimo de Felipe, resolvió deshacerse del cardenal, de la manera como suelen dar estos golpes los reyes. La mañana del 5 de diciembre (1719) salió para el Pardo en compañía de la reina, habiendo dejado por la noche firmado un decreto, que encargó al secretario del despacho don Miguel Fernandez Durán, marqués de Tolosa, notificara á Alberoni, escrito de su puño y letra, que decia: «DECRETO.- Estando contínuamente inclinado á procurar á mis súbditos los beneficios de una paz general, trabajando hasta este punto para llegar á los tratados honrosos y convenientes que pueden ser duraderos, y queriendo con esta mira quitar todos los obstáculos que puedan ocasionar la menor tardanza á una obra de la cual depende tanto el bien público, como asimismo por otras justas razones, he juzgado á propósito el alejar al cardenal Alberoni de los negocios de que tenia el manejo, y al mismo tiempo darle, como lo hago, mi real órden para que se retire de Madrid en el término de ocho dias, y del reino en el de tres semanas, con prohibicion de que no se emplee mas en cosa alguna del gobierno, ni de comparecer en la corte, ni en otro lugar donde yo, la reina, ó cualquier príncipe de mi real casa se pudiese hallar.»>

Golpe fué este que hirió como un rayo al purpurado personaje. Pidió que se le permitiera ver una vez al rey ó á la reina, y le fué negado. Concediósele solamente escribir una carta, que no produjo efecto alguno. Ordenósele hacer entrega de todos los papeles que tenia, pero la hizo solo de los mas inútiles é insustanciales, reservando los que podian convenirle para sus ulteriores fines, y los que encerraban secretos de Estado. En cumplimiento pues del real decreto salió Alberoni de Madrid (12 de diciembre, 1719) con decorosa escolta de soldados, dirigiéndose á Génova por Aragon, Cataluña y Francia. En Lérida le alcanzó un oficial, que de órden del rey le pidió las llaves de sus cofres para buscar unos papeles que no se encontraban; él las entregó é hizo pedazos delante del oficial una letra de cambio de veinticinco mil doblones que llevaba consigo. Hecho el escrutinio de los papeles, no se hallaron los mas esenciales que se andaban buscando. Los catalanes no olvidaban que durante su ministerio habia sido sometida Barcelona, y antes de llegar á Gerona fué acometido por una partida de miqueletes, que le mataron un criado y dos soldados; salvóse él, merced á la buena escolta que llevaba. y á un disfraz con que pudo entrar en Gerona á pié Entró en Francia y cruzó el Languedoc y la Provenza con pasaporte del duque regente, y se embarcó en Antibes para Génova (2).

La caida de Alberoni es otro de los innumerables ejemplos del término que suelen tener las privanzas con los príncipes. De ella se regocijaron unos, celebrando como uno de los dias mas felices aquel en que le vieron salir de España; lamentá

(1) Era uno de estos el marqués Anibal Scotti, que habia sido enviado á Madrid con este objeto por el duque de Parma, el cual lo hizo instigado y ganado por el lord Peterborough. El Scotti pasó á Paris, so pretexto de seguir de allí á Bruselas para conferenciar con nuestro embajador en Holanda. Pero detenido en aquella ciudad con achaque de los pasaportes, el duque de Orleans, á quien los soberanos aliados habian encomendado la ejecucion del plan contra Alberoni, acordó con Scotti lo que habia de informar á los reyes de España para llevar adelante la negociacion. El marqués volvió á Madrid, y habló privada y secretamente con los reyes, informándoles de los deseos y de las proposiciones de los soberanos de Austria, Francia é Inglaterra.

Algunos escritores de memorias secretas añaden que esta conferencia la logró Scotti por mediacion de una azafata de la reina llamada Laura Piscattori, que habia sido su nodriza, y aun bautizada en la misma parroquia de Alberoni, la cual era enemiga del cardenal y solia leer á la reina las coplas satíricas y mordaces que se escribian ya contra el privado. -San Felipe, Comentarios, tom. II.-Belando, Historia civil, part. IV, capítulo 37. Correspondencia de Stanhope con Dubois : Papeles de Hardwick.-San Simon, Memorias.-Duclos, Memorias secretas de los reinados de Luis XIV y Luis XV.

(2) Historia del cardenal Alberoni.-Duclos Memorias secretas.San Felipe, Comentarios, tom. II.—Belando, part. IV, cap. 37.

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ronla otros muchos, pregonando que con él habian perdido el monarca y la monarquía uno de los mejores ministros que se habian conocido. «Y no se le puede negar la gloria, dice un escritor, que en verdad no era apasionado suyo, de que los tres enemigos irreconciliables de España, el emperador, el duque de Orleans y la Inglaterra se conjuraron para sacar de España á este hombre.» Diversos y muy encontrados juicios se han formado sobre este célebre personaje; nosotros emitiremos tambien el nuestro cuando juzguemos á los hombres importantes de este reinado. Por ahora anticiparemos solamente que un contemporáneo suyo, y de los que le trataron con mas severidad, no pudo menos de decir de él estas palabras:

«Arrancada de las manos del pontífice la apetecida púrpura, soltó las riendas á sus ideas, encaminadas todas á adquirirse gloria; bien es verdad que no ganó poca en su tiempo la nacion española, ni poco crédito las armas del rey (3) » Y otro de sus mayores adversarios y que no le ha tratado con indulgencia, escribió tambien :

«La España caminaba á su ruina, porque, aunque la tiranizó Alberoni, al fin la puso en paraje de dar la ley á la Europa (4).»

(3) El marqués de San Felipe, Comentarios. tom. II, pág. 200. (4) Macanaz, Memorias para la historia del gobierno de España, MS. tomo I, pág. 160.

Siguiendo el sistema que nos hemos propuesto respecto á los personajes extranjeros que han ejercido grande influjo en el gobierno y en los destinos de España, y despues han salido del reino para no volver mas á él, daremos una breve noticia de su azarosa vida desde que salió desterrado de nuestra península.

Embarcado, como dijimos, en el pequeño puerto de Antibes en una fragata que le envió la república de Génova, tomó tierra en un pueblo de aquella señoría llamado Sestri á Levante. Allí se encontró ya con una carta del duque de Parma prohibiéndole la entrada en sus Estados, y con otra del cardenal Paulucci, secretario de Estado del papa Clemente XI, que no le permitia dudar del enojo que contra él abrigaba el pontífice, con cuyo motivo suspendió su viaje, quedóse en Sestri, y receloso de todos puso en seguridad sus papeles y todo lo de mas precio que tenia. Los reyes de España le culpaban de todos los desastres de la guerra, y con un encono que contrastaba con el extremado cariño de antes, recomendaron á los ministros de las potencias aliadas excitaran al pontífice á que le despojara de la púrpura y le hiciera encerrar para siempre en una fortaleza. El papa por medio del cardenal Imperiali pidió á la república de Génova su arresto, diciendo que su prision importaba mucho á la Iglesia, á la Santa Sede, al Sacro Colegio, á la religion católica, y á toda la república cristiana, á cuyo efecto presentaba contra él diez capítulos de acusacion, á saber:-que habia engañado al papa, obligándole con malas artes á darle el capelo:-que habia atacado la autoridad de la Santa Sede de un modo inaudito:-que habia apartado la corte de España de la obediencia á la Santa Sede:-que habia turbado el reposo público de Europa: que era el autor de una guerra impía:-que habia sido fautor del turco:-usurpador de bienes eclesiásticos:-violador de los breves pontificios:-enemigo implacable de Roma: y por último, que habia abusado inicuamente de la firma del rey de España.

El senado de la república, que antes de ver los capítulos habia determinado que Alberoni permaneciese arrestado en su casa de Sestri, vistos despues los cargos, y no considerándolos bastante probados para violar la hospitalidad y el derecho de gentes, puso en libertad al cardenal, bien que no permitiéndole permanecer en sus Estados, y escribiendo al pontífice una respetuosa carta, en que explicaba los motivos de esta resolucion. El marqués de San Felipe, embajador de España en Génova, y autor de los Comentarios que tantas veces hemos citado en nuestra Historia, trabajó cuanto pudo, aunque inútilmente, para que no se le restituyese la libertad, y Génova con esta generosa conducta se indispuso con Roma, con España y con las potencias aliadas.

Alberoni, durante su permanencia en Sestri, escribió varias cartas en justificacion de los cargos que se le hacian; en ellas negaba haber sido el autor de la guerra, y probábalo con su carta escrita al duque de Pópoli, de que hemos hecho mérito en la Historia, y apelaba al testimonio del nuncio Aldobrandi y del mismo rey don Felipe, que decia haber sido el motor de la guerra, contra el dictámen, y aun con manifiesta desaprobacion del cardenal. Por este órden iba contestando á los demás capítulos. A estas cartas que el secretario Paulucci presentó á S. S., respondió el pontífice, copiando párrafos de otras del rey Felipe y de su confesor Daubenton, enviadas indudablemente por estos, de que resultaba que la expulsion del nuncio de España y la salida de los españoles de Roma habian sido mandadas sin órden ni noticia del rey; y con respecto á la guerra, habia una de Alberoni al marqués de Beretti Landi, en que despues de ex

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