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CAPITULO X

La princesa de los Ursinos.-Alberoni

DE 1714 Á 1718

Muerte de la reina de Inglaterra.-Advenimiento de Jorge I.-Muerte de la reina de España.-Sentimiento público.-Afliccion del rey.-Confianza y proteccion que sigue dispensando á la princesa de los Ursinos. -Mudanzas en el gobierno por influjo de la princesa.-Entorpece la conclusion de los tratados y por qué.-Tratado de paz entre España y Holanda. Disidencias con Roma; Macanaz.-Resuelve Felipe pasar á segundas nupcias.-Parte que en ello tuvieron la de los Ursinos y Alberoni.—Venida de la nueva reina Isabel Farnesio.-Brusca y violenta despedida de la princesa de los Ursinos.--Cómo pasó el resto de su vida.--Nuevas influencias en la corte.-El cardenal Giudice.-Variacion en el gobierno.-Tratado de paz entre España y Portugal. Muerte de Luis XIV.—Advenimiento de Luis XV.-Regencia del duque de Orleans.—Conducta de Felipe V con motivo de este suceso.— Carácter de Isabel Farnesio de Parma.-Historia y retrato de su confidente Alberoni.—Su autoridad y manejo en los negocios públicos. Aspira á la púrpura de cardenal.—Su artificiosa conducta con el pontífice para alcanzarlo.-Obtiene el capelo.-Entretiene mañosamente á todas las potencias.—Envia una expedicion contra Cerdeña, y se apoderan los españoles de aquella isla.-Hace nuevos armamentos en España.-Resentimiento del pontífice contra Alberoni, y sus consecuencias.-Recelos y temores de las grandes potencias por los preparativos de España.-Ministros de Inglaterra y Francia en Madrid.—Astuta política del cardenal.—Alianza entre Inglaterra, Francia el Imperio. y -Armada inglesa contra España.-Firme resolucion de Alberoni.Sorprende y asombra á toda Europa haciendo salir del puerto de Barcelona una poderosa escuadra española con grande ejército.

Habíase señalado el año 1714 por algunas defunciones de personas reales, que no podian menos de influir en las relaciones y negocios á la sazon pendientes entre los Estados de Europa. Tales fueron, en España la de la reina María Luisa de Saboya (14 de febrero); en Francia la del duque de Berry, nieto de Luis XIV y hermano del rey Felipe de España (4 de mayo); y en Inglaterra la de la reina Ana (20 de julio), que llevó al trono de la Gran Bretaña, con arreglo á los tratados de Utrecht, á Jorge I, de la casa de Hannover, quedando así de todo punto desvanecidas las esperanzas del rey Jacobo, en otro tiempo con tanto interés y empeño protegido por Luis XIV, y subiendo al poder en aquel reino el partido wigh, que era el que con mas calor se habia pronunciado por aquella dinastía.

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la habia amado siempre con delirio, y que perdia con ella, no solo una esposa fiel, cariñosa y tierna, sino el mas hábil de sus consejeros, se mostró inconsolable, y no teniendo valor para vivir bajo el mismo techo en que habia morado con tan dulce compañera, se pasó á habitar las casas del duque de Medinaceli en la calle del Prado (1). No acabó con la muerte de la reina la influencia de la princesa de los Ursinos; antes bien fué la única persona que en aquellos momentos de afliccion quiso el rey tener cerca de sí; y como el palacio de Medinaceli fuese bastante estrecho para acomodar en él la servidumbre, diósele á la princesa habitacion en el contiguo convento de capuchinos, trasladando interinamente los religiosos á otro convento, y abriendo en el edificio una puerta y galería de comunicacion con la vivienda del monarca para que pudiera la princesa pasar á ella mas fácilmente y sin publicidad. Conservaba tambien en palacio el carácter de aya del príncipe y

de los infantes.

De esta proporcion y comodidad supo aprovecharse la de los Ursinos con su acostumbrada habilidad y talento para ejercer un influjo poderoso en el ánimo de su soberano. Desde luego le hizo retirar los poderes de que tres dias antes habia investido al cardenal Giudice, que acababa de ser elevado al cargo de inquisidor general, y confiar el despacho de los negocios á Orri, el hombre de mayor confianza de la princesa. Por inspiracion de los dos accedió el rey á hacer mudanzas en el sistema y en el personal de la administracion del Estado. Embarazábales la grande autoridad del presidente de Castilla don Francisco Ronquillo, y su gobierno se dividió entre cinco presidentes, uno para cada sala del Consejo, y se pusieron todos bajo una planta semejante á la que tenian los parlamentos y consejos en Francia (2).

(1) Todos los escritores de aquel tiempo ensalzan á coro la bondad, la amabilidad, el talento y las virtudes de esta jóven y malograda reina. «De las heróicas acciones de esta gran reina, dice uno de ellos, se puede hacer un voluminoso libro... El amor que mostró á los vasallos no tiene ponderacion; de suerte que á los ministros en quienes confiaba mas el rey solia decir, que jamás le propusieran que diera un dinero sin necesidad, porque todo salia de los pobres pueblos, que habian dado hasta las camisas para los gastos de la guerra, y que saliendo todo de ellos pensase solo en su alivio, y no en cargarlos con contribuciones... etc.» Y por este órden elogian todos sus muchas y buenas prendas.-Oracion fúnebre en las exequias que le hizo el convento de la Encarnacion por fray Agustin Castejon, en 29 de mayo de 1714.

(2) El infatigable y fecundo Macanaz dejó escritas muchas y muy curicsas é interesantes noticias acerca de la nueva planta que dió Orri á los consejos y tribunales, en un tomo en folio manuscrito de mas de seiscientas páginas, con el título de: «Miscelánea de materias políticas, guberlas reformas que ejecutó, y otras que intentó M. Orri en todos los nativas, jurídicas y contenciosas de la monarquía de España: contiene Consejos; y de todo el gobierno de la monarquía en todas materias.»— En la pág. 87 pone el catálogo nominal de los consejeros de Castilla, y su

1

Acaso no fué extraña á la separacion de Ronquillo la opo- | perio, dejando á España que se defendiera sola contra sus sicion que habia hecho á la nueva ley de sucesion. Quitóse la secretaría de Estado y Justicia al marqués de Mejorada, y se dió á don Manuel Vadillo. Dejóse solamente á Grimaldo los negocios de Guerra é Indias. Llevaban los de Hacienda entre Orri y Bergueick, bien que el primero era el alma y el árbitro de todo, sentido de lo cual el segundo no tardó en hacer su dimision y regresar á Flandes, de donde habia venido. Gozaba de mucho favor con los nuevos gobernantes don Melchor de Macanaz, juez de confiscaciones que habia sido en Aragon y Valencia, el que habia establecido los nuevos tribunales en aquellos reinos, y al cual hicieron fiscal del Consejo de Castilla. Y todos estos obraban de acuerdo con el P. Robinet, confesor del rey.

En esta ocasion planteó Orri muchas de las reformas en el plan de administracion interior que en su primer ministerio no habia podido hacer sino dejar iniciadas. Dividió las provincias, sujetó las rentas de aduanas y contribuciones á un sistema ordenado y sencillo, corrigió en gran parte las vejaciones y los abusos de la turba de asentistas, y tomó otras medidas de hacienda, que si no tan dignas de alabanza como suponen sus parciales, tampoco merecen los exagerados vituperios de sus enemigos; y de todos modos su sistema rentístico fué el principio de una nueva era para la hacienda de España, que habia estado casi siempre en el mayor desórden (1). La influencia y valimiento de la princesa de los Ursinos estuvo siendo causa de dilaciones y entorpecimientos para los tratados particulares de paz entre España y las potencias aliadas, pues hasta entonces solo se habia celebrado el de España con Inglaterra. El motivo era un asunto puramente personal. Francia é Inglaterra habian accedido en los tratados de Utrecht á que se reservase á la princesa en los Países Bajos el ducado de Limburgo con título de soberanía, y ofrecido su intervencion para obtener el consentimiento de Holanda y del Imperio. Pero los holandeses y el emperador se negaban á la cesion de un señorío tan importante á favor de una persona tan adicta á Francia y España. En vista de esta oposicion, que no carecia de fundamento, fuese entibiando el ardor con que al principio lo habia tomado Inglaterra y el monarca francés tampoco quiso sacrificar á un negocio de interés secundario y de pura complacencia el restablecimiento de la paz general. Ofendida la princesa de la falta de cumplimiento por parte de aquellas dos potencias de un compromiso solemnemente consignado, y de un proceder que desvanecia su sueño de oro, ponia cuantos obstáculos estaban en su mano á la conclusion de la paz con Holanda, obstáculos fuertes en razon á que los reyes de España en su amor á la de los Ursinos miraban como hecho á ellos mismos el desaire que se hacia á la princesa. Pero incomodó á su vez esta oposicion á Luis XIV, en términos que amenazó con no enviar las tropas y bajeles que se le pedian para sujetar á los catalanes hasta tanto que se firmara la paz con Holanda.

Por último á consecuencia de altercados que estallaron entre la princesa y el embajador francés marqués de Brancas, y de las quejas que este dió contra aquella señora á su soberano, anunció Luis XIV su resolucion de no enviar tropas á Cataluña y de firmar una paz separada con Holanda y el Imdivision en las cinco salas de Consejo pleno, de Gobierno, de Justicia, de Provincia y Criminal. Inserta despues otra relacion nominal de los alcaldes de casa y corte; otra de las secretarías y sus oficiales, con los sueldos de cada uno; da noticia de las materias en que entendia cada Consejo y cada sala, horas de cada tribunal, etc., así como de los dictámenes que él dió á las consultas del rey acerca de su organizacion, y de las diferencias entre su sistema y el de Orri, que prevaleció, con otros muchos pormenores, en que á nosotros no nos es posible entrar.-Pertenece este importante volúmen á los descendientes de Macanaz, á que en otra nota nos hemos referido.-Gaceta de Madrid de 14 de noviembre de 1713. (1) Don Melchor de Macanaz nunca estuvo conforme con las medidas rentísticas de Orri, y aunque era consultado en todo por el rey, y el mismo Orri le pedia parecer con frecuencia, no convenian en el modo de ver las cosas, y Macanaz se queja en muchos lugares de sus obras y de sus apuntes de la confusion que dice haber introducido el ministro francés, así en la hacienda como en la justicia.-Miscelánea de materias políticas, gubernativas, etc. MS. Memorias para la Historia del Gobierno de España, dos tomos tambien manuscritos, passim.

enemigos, porque no habia de exponer su reino á nuevas desgracias por complacer y agradar á la princesa. Esta firmeza del anciano monarca francés hizo bajar de tono á la de los Ursinos; disculpóse por medio de la Maintenon con el ofendido soberano, y procuró acallar su resentimiento; restablecióse la buena armonía entre ambas cortes; Felipe envió plenos poderes á sus plenipotenciarios de Utrecht para que concluyesen la paz con Holanda, y el tratado especial de paz entre Felipe V y los Estados generales, despues de tan dilatada suspension, se concluyó el 26 de junio (1714), basado sobre las condiciones ya antes estipuladas entre Inglaterra, Francia y la República holandesa (2). Vencida esta dificultad, envió Luis XIV al duque de Berwick con el ejército francés á Cataluña, que aceleró la sumision de Barcelona y de todo el Principado, segun en el capítulo anterior dejamos referido.

Sérias y muy grandes desavenencias agitaban á este tiempo los gobiernos y las cortes de España, de Roma y de Paris, con motivo de un célebre documento que para responder á una consulta del rey habia presentado el nuevo fiscal del consejo de Castilla don Melchor Macanaz sobre negocios eclesiásticos, inmunidades del clero, regalías de la corona, y abusos de la curia y sus remedios. Mas como quiera que los ruidosos sucesos á que dió ocasion el pedimento fiscal, y las funestas discordias que produjo entre el pontífice, los reyes Católico y Cristianísimo, el consejo de Castilla, el tribunal del Santo Oficio, el inquisidor general y los muchos personajes que en ellas intervinieron, tuvieron su origen de anteriores disidencias entre la Santa Sede y el monarca español, que ocuparon una buena parte del reinado de Felipe V, nos reservamos tratar separadamente este asunto para no interrumpir con este importante episodio la historia de los sucesos políticos que tenemos comenzada.

Aunque el rey don Felipe habia sentido con verdadero y profundo dolor la pérdida de su buena esposa María Luisa, su edad, que era entonces de treinta años, su naturaleza, su aficion á la vida conyugal, la conveniencia del Estado, y su conciencia misma, todo le hizo pensar en contraer nuevo matrimonio. Al tratarse de la eleccion de princesa, proponíale Luis XIV una de Portugal ó de Baviera, ó bien una hija del príncipe de Condé. Pero no era ninguna de las propuestas por el monarca francés la destinada en esta ocasion á ser reina de España.

El abad Alberoni, de quien tendremos que hablar largamente en adelante, y que se hallaba á la sazon en Madrid encargado de los negocios del duque de Parma, departiendo con la princesa de los Ursinos sobre las familias de Europa en que pudiera buscar esposa Felipe, le indicó con la habilidad de un astuto italiano las buenas prendas de la princesa Isabel de Farnesio, hija del último duque difunto de Parma. Comprendió al momento la de los Ursinos las ventajas de un enlace que podria dar al rey derechos sobre los ducados de Parma y Toscana, y recobrar un dia España su ascendiente en Italia; y calculando tambien que siendo ella la que lo propusiera afirmaria su poder con el rey y tendria propicia á la nueva reina, decidióse en secreto por la indirecta proposicion de Alberoni, é indicóselo despues con destreza á Felipe, que por su parte acogió gustoso el pensamiento, porque no habia en Parma ningun príncipe de quien pudiera esperarse sucesion. El consentimiento de aquella corte y la dispensa del papa tenia seguridad la princesa de obtenerlos por la mediacion de Alberoni, y así fué. La dificultad estaba en conseguir la aprobacion de Luis XIV, y aun esto fué lo que manejó la princesa por medio de su sobrino el conde de Chalais á quien al efecto envió á Paris, con tan buena maña, que aunque sorprendido y nada gustoso el monarca francés, al saber lo adelantado que estaba ya el negocio, y al ver la urgencia con que se pedia el

(2) Felipe V le firmó en el Pardo á 27 de julio, y los diputados holandeses le suscribieron el 6 de agosto en la Haya.-Constaba de cuarenta artículos. Mucha parte de ellos se referian á la fijacion de derechos mutuos de comercio para los súbditos de ambos países. No se hizo mencion del señorío de Limburgo para la princesa de los Ursinos.—Coleccion de Tratados de Paz.—Belando, part. IV, cap. 6.

consentimiento, respondió aunque de mal talante: «Está bien, tratarla con tanta consideracion y respeto como á la reina que se case, ya que se empeña en ello (1).»

Luego que el conde de Chalais volvió á Madrid portador del consentimiento de Luis XIV, hizo Felipe que pasara el cardenal Aquaviva, que se hallaba en Roma, á pedir en toda forma la mano de la princesa á los duques de Parma. Y como estos no pusiesen dificultad, procedióse á toda prisa á hacer los preparativos necesarios para realizar cuanto antes las bodas. A este tiempo llegó á tener la de los Ursinos noticias del carácter de la futura reina que le desagradaron mucho, y por las cuales calculaba ver frustrados sus planes de dominacion. Quiso entonces entorpecer aquel enlace, pero era tarde ya, y lo que hizo fué declarar su intencion. El casamiento se celebró por poderes en Parma (16 de setiembre, 1714), y la princesa se esforzó para disimular su pesar. La nueva reina emprendió su viaje para España, con lucido cortejo, que despidió al llegar á la frontera, trayendo solo consigo á la marquesa de Piombino. En San Juan de Pié-de-Puerto, donde se detuvo dos dias (pues la mitad de su viaje le hizo por tierra, pasando por Francia), habló con su tia la reina viuda de Cárlos II de España; y en Pamplona halló al de Alberoni, que fué creado conde en remuneracion de sus servicios. Una y otra entrevista fueron funestas para la princesa de los Ursinos, porque uno y otro personaje trabajaron por prevenir contra ella á la nueva soberana, y pronto se vieron sus efectos.

misma, iban poseidos de asombro.

A los tres dias la alcanzaron sus dos sobrinos el conde de Chalais y el príncipe de Lenti, con una carta del rey, harto fria y desdeñosa, en que le daba permiso para detenerse donde gustase, ofreciéndole que se le pagarian con exactitud sus pensiones. Por los mismos mensajeros supo que el rey la noche de su salida la habia pasado jugando á los naipes, que de cuando en cuando preguntaba si habia llegado algun correo despachado por la princesa, pero que despues no se habia vuelto á oir hablar de la princesa de los Ursinos. Esta relacion le hizo ya perder toda esperanza, pero ni una lágrima asomó á sus ojos, ni una queja salió de sus labios, ni dió señal alguna de flaqueza. Al fin llegó á San Juan de Luz, donde quedó en libertad. Allí pidió permiso para ver á la reina viuda de España Mariana de Neuburg, pero no le fué concedido. Al cabo de algun tiempo se le dió permiso para que fuese á Paris, donde se aposentó en casa de su hermano el duque de Noirmoutier (2). La súbita y extraña caida de este célebre personaje, alma de la política española en los trece primeros años del reinado de Felipe, y objeto, al parecer, del mas entrañable amor de ambos soberanos, es otro de los mas elocuentes ejemplos que nos ha ido suministrando la historia del término y fin que suele tener el favor de los monarcas para con sus mas allegados é íntimos servidores.

Felipe é Isabel ratificaron su matrimonio en Guadalajara, y el 27 de diciembre (1714) hicieron su entrada en Madrid, pasando á habitar el palacio del Buen Retiro, y recibiéndolos la poblacion con las demostraciones y fiestas que en tales solemnidades se acostumbra.

La venida de la reina produjo grandes novedades en el gobierno del Estado. Viva de espíritu, de comprension fácil, aficionada á intervenir en la política, y hábil para hacerse amar del rey, pronto tomó sobre Felipe el mismo ascendiente que habia tenido su primera esposa. Circundaron al monarca otras influencias, las mas contrarias á las que recientemente

El rey habia salido á esperarla en Guadalajara con los príncipes y con una brillante comitiva. La princesa de los Ursinos se adelantó á recibirla en Jadraque. La reina la acogió con fingida afabilidad: despues de las felicitaciones de etiqueta, hubo de tener la de los Ursinos la mala tentacion de hacer alguna reflexion á la reina sobre lo avanzado de la hora en dia tan frio (era el 24 de diciembre, 1714), y la impaciencia con que la aguardaba su esposo, y alguna observacion sobre la forma de su prendido. Tomólo Isabel por atrevimiento y desacato, y encolerizada llamó en alta voz al jefe de la guardia Ꭹ le dijo: «Sacad de aquí á esta loca que se atreve á insultarme.» Y dióle órden para que inmediatamente la pusiera en un coche, y la trasportara fuera del reino, sin que bastaran á templar su ira las prudentes reflexiones que le hizo el jefe de la guardia Amézaga. Y sin dar tiempo á la princesa para mudarse un traje ni tomarle, concediéndole solo para su compañía una doncella y dos oficiales de guardias, en un dia horriblemente frio, y con el suelo cubierto de nieve, emprendió su marcha aquella señora, sin pronunciar una palabra, llena su imaginacion y combatida su alma de encontrados afectos, luchando y alternando entre el asombro, la ira, la conformidad y la desesperacion, y pareciéndole imposible proscrita murió el 5 de diciembre de 1722 á la edad de mas de ochenta que el rey, tan pronto como se enterara de tan violento y rudo tratamiento, dejara de proveer á la reparacion de semejante ultraje. Pero seguia haciendo jornadas, y no veia llegar ningun correo. Sin cama, sin provisiones, sin ropa con que abrigarse contra la crudeza de la estacion, aquella mujer altiva y poco há tan poderosa, llena de goces y comodidades circundada de aduladores, sufrió todas las privaciones del viaje, rebosando de ira, pero sin emitir una sola queja, con grande admiracion de los dos oficiales, que acostumbrados á

y

(1) San Felipe, Comentarios, tomo II. - San Simon, Memorias, t. V. -Duclos, Memorias secretas, tom. I.-Vida de Alberoni, La Haya, 1722. No ha faltado quien diga que la de los Ursinos consoló al rey en su afliccion con mas interés que el de la compasion, el de la amistad y del agradecimiento, y que el cariño que le mostraba el monarca infundió ó alimentó en ella la aspiracion, ó por lo menos la idea de la posibilidad de sentarse en el trono. Esta especie, nacida acaso de los atractivos personales que aun conservaba la princesa, á pesar de su edad ya avanzada, de su gracia, de su viveza y de su talento, y de la especial confianza con que el rey la distinguió, no creemos tuviera mas fundamento que las aserciones sospechosas de Alberoni, y algun dicho que se ha atribuido al mismo monarca. Uno de los historiadores que han indicado esta especie, añade luego: «Pero este proyecto, si existió, ha debido forzosamente quedar cubierto con un velo impenetrable... Y entregando estas observaciones al juicio de las personas que gustan de penetrar los secretos de la vida privada, es por lo menos fuera de toda duda que la princesa tenia interés, como era natural, en contribuir á la eleccion de una soberana que le fuese tan propicia como la última.»

(2) La suerte de la princesa no fué muy afortunada en lo sucesivo. Cuando Felipe V se reconcilió con el duque de Orleans, como veremos por la historia, parece que culpó á la de los Ursinos de sus pasados desacuerdos, lo cual le costó ser desterrada de la corte de Versalles, que á esto equivalia la prohibicion de presentarse ante las personas de la familia de Orleans. Sin embargo, no salió de Francia hasta despues de la muerte de Luis XIV. Pasó entonces á Holanda, de cuyo gobierno fué mal recibida. Anduvo despues errante por algunas cortes de Europa, y por último halló un asilo en Roma, donde el pretendiente Jacobo Stuard la buscó para tomar de ella lecciones de política, y estuvo haciendo los honores de la casa del príncipe hasta sus últimos momentos. Esta ilustre

años.-Lacretelle, Biografía de la princesa de los Ursinos.-Duclos, Memoires sur les regnes de Louis XIV et de Louis XV.

«Ha habido empeño, dice un moderno historiador, en conocer las intrigas que produjeron su desgracia, y explicar el motivo singular de su caida. La opinion mas probable parece ser que se mostró ofendido Luis XIV al ver los obstáculos que ella creó para la terminacion de la paz y de su negociacion para el enlace de Felipe. El orgullo de la marquesa de Maintenon se resintió al ver la ostentacion é ingratitud de una mujer que durante su elevacion olvidaba lo que le debió en otros tiempos. El mismo Felipe se ofendia al ver sus tentativas para ocupar un puesto en su tálamo y su trono, y estaba cansado de la tutela en que vivia hacia tiempo. Por último la jóven soberana no podia olvidar que la princesa de los Ursinos habia querido romper su enlace, y es muy natural que deseara verse libre de la tutela de una mujer cuya destreza conocia, y cuya vigilancia temia.» El mismo autor cree que no se debió su caida á influjo é intriga de Alberoni, y habla de una carta del rey en virtud de la cual obró la reina de aquella manera. William Coxe; España bajo el reinado de la casa de Borbon, cap. 22.

«Ninguna accion en este siglo, dice otro escritor de aquel tiempo, causó mayor admiracion. Cómo esto lo llevase el rey, es oscuro; hay quien diga que estaba en ello de acuerdo: no conviene entrar en esta cuestion, por no manosear mucho las sacras cortinas que ocultan á la Majestad; dejaremos misterioso este hecho y en la duda, si fué con noticia del rey, y si la reina traia hecha la ira y tomó el pretexto, ó si fué movida de las palabras de la princesa... Nuestro dictámen es que se formó el rayo en San Juan de Pié-de-Puerto...»-San Felipe, Comentarios, tom. II.—Consérvase un opúsculo manuscrito: titulado: Conducta de la princesa de los Ursinos en el gobierno del rey Cristianísimo en presencia de Mad. Maintenon: traducido del francés: archivo de la Real Academia de la Historia.

le habian rodeado. El italiano Alberoni era la persona de mas confianza de la nueva reina, y por su consejo é influjo volvió á ejercer el cargo de inquisidor general el cardenal Giudice, y además se le dió luego el ministerio de Estado y de Negocios extranjeros. Este prelado comenzó vengándose de un modo terrible de la princesa de los Ursinos y de todos los amigos de la antigua camarera, haciendo al rey expedir un decreto, en que mandaba á todos los consejos y tribunales le expusiesen todos los males y perjuicios causados á la Religion y al Estado por el último gobierno (10 de febrero, 1715), lo cual iba dirigido contra determinados personajes que se habian mostrado desafectos á la Inquisicion. El ministro Orri fué obligado á salir de España, dándole el breve plazo de cuatro horas para dejar la corte, quedando anuladas todas sus reformas administrativas. Macanaz tuvo tambien que retirarse á Francia, y se estableció en Pau. Al marqués de Grimaldo, que habia conservado siempre el afecto del rey, le fueron devueltos los empleos que antes habia desempeñado. Don Luis Duriel, enemigo pronunciado de Macanaz, volvió á la corte, reintegrado á su plaza y honores. Se suprimieron las presidencias últimamente creadas en el Consejo de Castilla, restableciéndose la antigua planta de este tribunal superior. El Padre Robinet, confesor del rey, amigo de los ministros caidos, pidió igualmente licencia para retirarse á Francia, y para reemplazarle se hizo venir de Roma al Padre Guillermo Daubenton, jesuita, maestro que habia sido de Felipe en su infancia. Quedóse de ministro extraordinario de Francia el duque de Saint Agnan, que habia venido á cumplimentar al rey por su nuevo matrimonio.

Todo en fin sufrió una gran mudanza, y muchos españoles se alegraron de la caida de una administracion que miraban como extranjera, sin considerar que extranjeros eran tambien los que constituian el alma del nuevo gobierno (1).

Con fortuna marcharon al principio las cosas para los nuevos gobernantes. Llevóse á feliz término en Utrecht el tratado particular entre España y Portugal (6 de febrero, 1715), que Felipe V ratificó en Madrid el 2 de marzo, y don Juan V de Portugal en Lisboa el 9 del mismo mes, y se publicó el 24 de abril con alegría y satisfaccion de ambos pueblos, ansiosos ya de ver restablecida su amistad y buena correspondencia. Cedíase por él al rey Católico el territorio y colonia del Sacramento en el rio de la Plata, obligándose aquel á dar un equivalente á satisfaccion de S. M. Fidelísima. Restituíanse tambien las plazas de Alburquerque y la Puebla en Extremadura, y se estipulaba el pago de lo que se debia desde 1696 á la Compañía portuguesa por el Asiento de negros. Quedaba restablecido el comercio entre los súbditos de ambas majestades, como estaba antes de la guerra (2).

Verificóse tambien á poco de esto, con auxilio de la Francia, la sumision de las islas de Mallorca é Ibiza, capitulando el marqués de Rubí que mantenia la rebelion (15 de junio, 1715), á condicion de salir la guarnicion libre, y de respetarse las vidas y haciendas de los naturales. Con lo cual quedó enteramente restablecida la paz en toda la península y sus islas adyacentes. Los tratados de Utrecht habian puesto tambien á Felipe V en paz con todas las potencias de la grande alianza, á excepcion del Imperio, bien que tampoco se puede decir que estuviese en guerra con el emperador, porque no se movian las armas. Mirábanse, sí, con desconfianza mutua, en especial por lo que tocaba á Italia; pues ni Felipe olvidaba sus derechos á Nápoles y Milan, ni Cárlos podia sufrir que el duque de Saboya fuese rey de Sicilia. Los sicilianos por su parte estaban disgustados de su nuevo rey; sometiéronse siempre de mala gana á su dominio, y no dejaban de suspirar por el de España: todo

(1) Copia de cuatro decretos reales, expedidos por S. M. al Consejo de Castilla. El uno en razon del nuevo reglamento dél y sus ministros. Otro en que manda no haya consejo los dias de fiesta de corte. Otro del nuevo reglamento de la sala de Alcaldes de corte y sus ministros. Y otro restituyendo á Madrid, su corregidor y tenientes la jurisdiccion ordinaria civil y criminal.» Impreso en seis fojas en folio.

(2) El tratado se componia de veinticinco artículos. La Inglaterra salia garante de su cumplimiento. Firmóle en Utrecht como plenipotenciario del rey de España el duque de Osuna.-Coleccion de Tratados de Paz.-Belando, part. IV, c. 10.

lo cual mantenia receloso y hostil al emperador, y aumentaba su inquietud el matrimonio de Felipe con Isabel de Farnesio, por el temor no infundado de que reclamara un dia derechos á los ducados de Parma y de Toscana.

En tal estado un acontecimiento, que no por estar previsto dejó de hacer gran sensacion en toda Europa, por la influencia que habia de ejercer en todas las naciones, vino á variar muy particularmente la situacion de España, á saber, la muerte del anciano Luis XIV (1.° de setiembre, 1715); «principe, dice con entusiasmo un escritor español de su tiempo, el mas glorioso que han conocido los siglos; ni su memoria y su fama es inferior á la de los pasados héroes, ni nació príncipe alguno con tantas circunstancias y calidades para serlo; la religion, las letras y las armas florecian en el mas alto grado en su tiempo; ninguno de sus antecesores coronó de mayores laureles el sepulcro, ni elevó á mayor honra ni respeto la nacion; y despues de haber trabajado tanto para prosperar su reino, le dejó en riesgo de perderse, porque dejó por heredero á un niño de cinco años, su biznieto, último hijo del duque de Borgoña, á quien se aclamó rey con nombre de Luis XV (3).» Alzóse inmediatamente con la regencia el duque de Orleans, como primer príncipe de la sangre; obtuvo al instante la confirmacion del parlamento, y destruyendo todas las trabas que se habia querido poner á su autoridad, comenzó á ejercerla mas como rey absoluto que como regente.

Tentaciones tuvo Felipe V de reclamar para sí la regencia por derecho de primogenitura, á pesar de su renuncia á la corona de Francia, recordando los ejemplos de Enrique V de Inglaterra, y de Balduino, conde de Flandes, y aun consultó con sus consejeros íntimos sobre este negocio. Pero contúvose, y despues de bien meditado abandonó una idea que tanto le halagaba, ya por lo bien sentada que veia la autoridad del duque de Orleans, ya por el convencimiento de que los príncipes de la pasada liga no habian de consentir que una misma mano rigiese ambos reinos, viendo en la regencia una especie de revocacion no muy indirecta de su renuncia á la corona de Francia. Pero Alberoni, queriendo vender este servicio al de Orleans, publicó la intencion de Felipe, que ya el embajador Saint-Agnan habia penetrado, y fué el principio de la enemistad del regente contra Alberoni, que trajo á España los males que veremos luego.

De contado tuvo este personaje una influencia poco honrosa en el convenio mercantil que por este tiempo se hizo entre España é Inglaterra. No estaban satisfechos los ingleses del tratado de paz y comercio estipulados en Utrecht, mientras no se hiciesen las aclaraciones que allí quedaron pendientes, y conveníales además comprometer á Felipe en un concierto que envolviera una especie de reconocimiento de su nuevo rey Jorge I. Valiéronse al efecto de Alberoni, que fácil al sórdido interés con que le brindaron (4), influyó en que se celebrase, bajo el nombre de artículos explicativos, un nuevo tratado de comercio declaratorio de los de Utrecht (14 de diciembre, 1715), excesivamente ventajoso á los de aquella nacion; pues si bien por la cláusula 'primera se sujetaba á los ingleses á pagar en los puertos de los dominios españoles los derechos de entrada y salida como en tiempos de Cárlos II, por la tercera se les permitia proveerse de sal, libre de todo pago, en las islas de las Tortugas, de que no habia año que no se sacaran cargados treinta navíos, además del gran contrabando que por este tratado se les facilitaba hacer en Buenos Aires (5).

(3) El marqués de San Felipe, Comentarios, tom. II.

(4) «Valiéronse, dice Fr. Nicolás de Jesus Belando, de Julio Alberoni, dándole cien mil libras esterlinas para que lo facilitara, y obtuviera el consentimiento del rey Católico. Liberalmente Alberoni trocó la confianza por el interés, de suerte que no cerró los oidos á la propuesta, no apartó los ojos del dinero, ni retiró la mano por no recibirlo, y así de piés y cabeza se metió en el empeño; y como forastero en el reino de España, no sabiendo intrínsecamente lo que los ingleses pedian, les franqueó su deseo; y si tal vez llegó á saberlo, mas fuerza tuvo el dinero que le dieron que no la equidad y la justicia, en aquello que alargaba de la corona.»> Historia civil, part. IV, cap. 13.

(5) «Con lo cual los ingleses, dice Belando, sacaban mas de trescientos por ciento de aquello que por una vez dieron á Alberoni.» Ubi sup.

Como desde este tiempo la reina y Alberoni fueron los que, apoderados del corazon y de la voluntad de Felipe, manejaron todos los negocios de la monarquía, necesitamos decir algunas palabras del carácter de cada uno de estos dos personajes. Isabel Farnesio, criada en una habitacion del palacio de Parma bajo la inspeccion de una madre dura y austera, no era sin embargo una mujer de un carácter sencillo, sin talento y sin ambicion, como Alberoni se la habia pintado á la princesa de los Ursinos; al contrario, era viva, intrépida, astuta, versada en idiomas, aficionada á la historia, á la política y á las bellas artes; imperiosa, altiva, y ambiciosa de mando, habia aprendido á saber dominarse, de tal modo que podria citársela como modelo de disimulo y de circunspeccion. Firme y constante en sus propósitos, no habia obstáculos ni contrariedades que la hicieran cejar hasta realizar sus designios. Flexible por cálculo á los gustos y caprichos de la persona á quien le convenia complacer, lo era con Felipe hasta un punto prodigioso, no contradiciéndole nunca para dominarle mejor, acompañándole siempre á la caza, su distraccion favorita, no separándose nunca de su lado, sin mostrarse jamás cansada de su compañía, con ser Felipe de un carácter melancólico y poco expansivo, y haciéndose esclava de la persona para ser reina mas absoluta. Por estos medios consiguió Isabel Farnesio de Parma reemplazar muy pronto en el poder á María Luisa de Saboya, y dominar á Felipe V hasta la última hora de su reinado. Su mas íntimo confidente y consejero era Alberoni.

Julio Alberoni, hijo de un jardinero de Fiorenzuola, en el ducado de Parma, nació el 30 de marzo de1664. Su educacion primera correspondió á la humilde condicion de su cuna. En los primeros años ayudaba á su padre en las faenas de su oficio. A los doce entró á ejercer las funciones de monaguillo ó sacristan en una de las parroquias de Plasencia. Un clérigo, viendo su despejo y disposicion, le enseñó á leer; despues estudió en un colegio de religiosos regulares de San Pablo llamados Barbaritas, donde ya descubrió su extraordinaria capacidad, y en poco tiempo adquirió grandes conocimientos en las letras sagradas y profanas. Su talento, sus modales, su viveza y flexibilidad, le fueron granjeando protectores.

Elevado á la silla arzobispal de Plasencia el conde de Barni, que fué uno de ellos, le nombró su mayordomo, para cuyo cargo Alberoni no servia Entonces el prelado le ordenó de sacerdote, dándole un beneficio en la catedral, y mas adelante le agració con una canonjía. Habiendo acompañado al sobrino de su protector, conde de Barni, á Roma, aprendió allí, entre otras cosas, el francés, á que debió en gran parte su fortuna. Entró ya en relaciones con personas distinguidas, especialmente con el conde Alejandro Roncovieri, encargado por el duque de Parma para conferenciar con el de Vendome, generalísimo entonces de las tropas francesas en Italia. La circunstancia de saber Alberoni francés, la cual influyó mucho en que Roncovieri le llevara consigo y le presentara á Vendome, unido á su amena conversacion, á su carácter insinuante y á su humor festivo, le proporcionó irse ganando las simpatías, el afecto y la confianza del príncipe francés, y aun de todos sus oficiales. Vendome le llamaba ya mi querido abate: en vista de lo cual, Roncovieri, á quien no gustaban Jos modales toscos del general, aconsejó al duque de Parma su soberano que trasmitiese á Alberoni el cargo de agente que él tenia: hízolo así el duque, y además dió á Alberoni una canonjía en Parma con una decente pension.

Cobróle Vendome tanto cariño, que cuando salió de Italia se empeñó en llevarse consigo á su querido abate, y le presentó ya como un hombre de genio á Luis XIV, que le recibió con mucha amabilidad y consideracion. Destinado Vendome á Flandes, fué tambien allí Alberoni, y era su compañero y su secretario íntimo. Terminada aquella campaña, el monarca francés, que vió ya en el clérigo italiano un hombre de superior capacidad y de gran consejo, le dispensó todo su favor y le agració con una pension de mil seiscientas libras tornesas. Nombrado Vendome generalísimo de las tropas de España, no quiso venirse sin su querido abate, cuyo talento y habilidad le eran necesarios para entenderse con la princesa de los Ursinos; y en verdad no podia haber elegido para ello un

agente mas á propósito; así fué que no tardó en captarse con su destreza y sus modales conciliadores el afecto de aquella princesa, confidente íntima de los reyes, y alma entonces de la política española. Hízose tambien amigo de Macanaz, y á todos los puso en relaciones estrechas de amistad con su protectora, sin olvidarse al mismo tiempo de sus intereses personales, pues por medio de Vendome consiguió que el rey don Felipe le asignara una pension de cuatro mil pesos sobre las rentas del arzobispado de Toledo (1).

Tuvo Alberoni el dolor de ver morir en sus brazos á Vendome; y la falta de su protector, que se creyó diera al traste con todos sus ambiciosos proyectos, vino á ser causa de su mas rápida elevacion y fortuna. Porque habiéndose presentado en Versalles á dar cuenta á Luis XIV del estado de España y de los planes y medidas que convenia adoptar, volvió á Madrid muy recomendado por el rey Cristianísimo. Supo granjearse la confianza del rey, de la reina y de la princesa de los Ursinos; y con su favor y sus manejos logró ser nombrado agente del duque de Parma en la corte española. Este cargo ejercia á la muerte de la reina María Luisa de Saboya, y ese mismo le dió ocasion para insinuar á la de los Ursinos la conveniencia del enlace del rey con Isabel Farnesio de Parma. La gran parte que tuvo en la realizacion de este matrimonio, y la circunstancia de ser compatricio de la princesa y agente del duque de Parma, le abrieron la puerta al favor de la nueva reina, con cuya llegada empezó el verdadero poder de Alberoni. Porque la caida de la princesa de los Ursinos le libertó de una rival temible, y el aislamiento en que la nueva esposa de Felipe se encontró en Madrid, despedida toda su servidumbre italiana, convirtió naturalmente á Alberoni en el consejero áulico de Isabel (2).

Tuvo ya una gran parte en el cambio de gobierno y en las medidas de que atrás hemos hecho mencion, aunque sin otro carácter todavía que el de consejero privado de la reina, y el de ministro de Parma, que era lo que le daba cierto título para asistir á los consejos de gabinete. Pero no podia satisfacer el oscuro papel de consejero íntimo á un hombre de las aspiraciones, del fecundo talento, de la vasta comprension,

(1) A propósito, dice Macanaz en sus Memorias manuscritas, que al pedir el duque esta pension á Felipe le dijo que ponia sus propios méritos á la consideracion de S. M., pues no teniéndolos Alberoni, queria él darle los suyos, á fin de que le concediese esta gracia, y con efecto se la acordó por este extraño medio. Memorias, cap. 180.

(2) Poggiali, Memorias históricas de Plasencia.-Juan Rosset, Vida de Alberoni.-Testamento político de Alberoni, atribuido á Mambert de Gouset.-San Felipe, Comentarios.-Macanaz, Memorias.

El principal biógrafo de este personaje, despues de elogiar su talento, su habilidad, y otras prendas intelectuales en que todos están acordes, describe así su carácter y conducta: «Mantiene el puesto á que la fortuna le ha elevado con la gravedad de un grande de España, pero sazonada con aquella astucia tan natural á los italianos, que templa todo lo que la fiereza de un grande tiene de insoportable y ofensivo. En las funciones de su ministerio sostiene todas las prerogativas con una altivez que no le atrae el afecto de los grandes, pero que no nace tanto de él como de su dignidad. Laborioso hasta el exceso... se le ha visto muchas veces trabajar diez y ocho horas seguidas... y de esta grande aplicacion y de su natural inclinacion procede ese alejamiento de toda diversion, de cualquier género que sea. Tan afable con los pequeños como orgulloso con los grandes, siempre está seguro de ganar su afecto cuando le sea necesario. Disimulado como conviene á un buen político, rara vez dice lo que piensa, y casi nunca hace lo que dice... Italiano, y por consiguiente sensible al cruel placer de la venganza, no sabe lo que es perdonar cuando se le ha ofendido, y si la ficcion le obliga á diferir la venganza, es para tomarla con mas seguridad y de un modo mas fuerte... etc.»—Prólogo á la vida de Alberoni.

Macanaz, amigo un tiempo, y despues enemigo de Alberoni, le retrata con las siguientes compendiosas palabras: «Este abad es vivo, de buen ingenio, ardidoso, adulador, envidioso, avaro, furvo, y en fin, un italiano que todo es menos lo que parece.»>

El escritor de su vida hace el siguiente curioso retrato de su físico: «Es de pequeña estatura, mas grueso que delgado; no tiene nada de bello en su fisonomía, porque su rostro es demasiado ancho y su cabeza muy grande. Pero los ojos, ventanas del alma, descubren á la primera mirada

toda la grandeza y elevacion de la suya, por su brillo, al cual acompaña no sé qué dulzura mezclada de majestad, y sabe dar á su voz cierta insinuante inflexion, que hace su conversacion siempre agradable y seductora.»

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