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infante. Y sobre las razones en que el Consejo apoyaba su dictámen, añadia: «Y últimamente, señor, en todos los puntos que conducen al importantísimo fin de que V. M. reine, nunca pudiera haber dificultades que no las superase la suprema ley, que intima el que prevalezca la salud pública de los reinos (1).»

En vista de este dictámen (aunque disintieran de él Miraval, Torre hermosa y algunos otros consejeros que se adhirieron al parecer de los teólogos), y de los instancias que tambien le hacia el nuncio de S. S. para que volviera á tomar la corona, respondiendo de la aprobacion del pontífice, y de la justicia ante los ojos de Dios de la retractacion de una renuncia como la suya, tomó Felipe su resolucion de empuñar otra vez el cetro, y al siguiente dia se publicó el real decreto siguiente: «Quedo enterado de cuanto el Consejo me representa en esta consulta, y en la antecedente de 4 de setiembre, que vuelvo con ella; y aunque Yo estaba en mi firme ánimo de no apartarme del retiro que habia elegido por ningun motivo que hubiese, haciéndome cargo de las eficaces instancias para que vuelva á tomar y encargarme del gobierno de esta monarquía, como rey natural y propietario de ella, insistiendo en que tengo rigurosa obligacion de justicia y de conciencia á ello; He resuelto, por lo que aprecio y estimo el dictámen del Consejo, y por el constante celo y amor que manifiestan los ministros que le componen, sacrificarme al bien comun de esta monarquía, por el mayor bien de sus vasallos, y por la obligacion que absolutamente reconoce el Consejo tengo para ello, volviendo al gobierno como tal rey natural y propietario de ella, y reservándome (si Dios me diese vida) dejar el gobierno de estos reinos al príncipe mi hijo, cuando tenga la edad y capacidad suficiente, y no haya graves inconvenientes que lo embaracen; y me conformo en que se convoquen córtes para jurar por príncipe al infante don Fernando (2).»

Quedó pues Felipe V instalado segunda vez en el trono de Castilla, con el consentimiento tácito de la nacion, con satisfaccion de muchos, y con particular júbilo de la reina, que era la que mas ambicionaba recobrar la corona y la que menos habia podido resignarse á la soledad y al retiro de San Ildefonso (3)

CAPITULO XV

SEGUNDO REINADO DE FELIPE V Paz entre España y el Imperio

DE 1724 Á 1726

Mudanzas en el personal del gobierno.-Córtes de Madrid.—Jura del príncipe don Fernando.-Impaciencia de la reina por la colocacion de su hijo Cárlos.—Pónese en relaciones directas con el emperador.-Intervencion del baron de Riperdá.-Noticias y antecedentes de este personaje.-Es enviado á Viena.—Entra en negociaciones con el emperador. Disgusto de la corte de Francia.-Deshácense los matrimonios de Luis XV con la infanta de España, y del infante don Cárlos con la princesa de Francia.-Vuelven ambas princesas á sus respectivos reinos.—Temores de guerra entre Francia y España.-Ajusta Riperdá un tratado de paz entre España y el Imperio.-Otros tratados. -Condiciones desventajosas para España.-Quejas y reclamaciones de Holanda, de Inglaterra y de Francia.-Armamentos en Inglaterra. — Jactancias imprudentes de Riperdá.-Vuelve á Madrid.-Su recibimiento. Es investido de la autoridad de primer ministro.

El primer efecto de esta segunda elevacion de Felipe V al trono de Castilla sintiéronle algunos consejeros y ministros,

(1) El texto literal de esta consulta se encuentra tambien en Belando, Historia civil, part. IV, c. 63.

(2) Belando, Historia civil, part. IV. cap. 64.-Macanaz, Memorias para la Historia del gobierno de España, manuscritas, tom. II, p. 346.— San Felipe, Comentarios, tomo II.-MM. SS. de la Biblioteca nacional. (3) En cuanto á la jóven viuda del rey Luis, mucho habia recuperado el afecto público por el esmero y asiduidad con que asistió á su esposo en la enfermedad, de que al fin se contagió ella tambien, aunque libró con mas fortuna. Permaneció algun tiempo en España disfrutando la pension de las reinas viudas, hasta que por las causas que luego veremos, se volvió á Francia, con permiso del rey don Felipe.-Allí vivió en el palacio de Luxemburgo de la viudedad que le pagaba el tesoro español; pero

especialmente los que habian mostrado oposicion, ó abierta ó disimulada, á que recobrase el rey la corona. Hallábase en este caso el marqués de Miraval, que inmediatamente fué relevado de la presidencia del Consejo Real, si bien se le nombró consejero de Estado con doce mil ducados de sueldo, y dióse aquella presidencia al obispo de Sigüenza don Juan de Herrera, recien venido de Roma, hombre probo, templado, y extraño á las intrigas de la corte. Obligóse á Verdes Montenegro á renunciar la superintendencia y secretaría del despacho de Hacienda, llevósele preso á Ciudad Real, y se ocuparon sus papeles, á causa de haber dado mala aplicacion á algunos caudales que su antecesor el marqués de Campo Florido dejó destinados á mas preferentes atenciones. Volvióse á este la presidencia de Hacienda, y dióse la secretaría del ramo á Orendain, con facultad para sustituir en ausencias y enfermedades al marqués de Grimaldo, que anciano ya, cansado y achacoso, pensaba en retirarse: acusábale además el embajador Tessé de parcial de las potencias marítimas y de recibir regalos de Inglaterra: el mismo Orendain, olvidándose de que le debia todo lo que era, trataba de suplantarle, y todo contribuyó á que el rey comenzara á mostrarse ya mas tibio y menos afectuoso con Grimaldo. Otra de las víctimas de aquellas intrigas y de este cambio fué el marqués de Lede, á quien Felipe recibió, cuando fué á besarle la mano, con una aspereza que le turbó, y que acaso le costó la vida. Fué uno de los primeros actos oficiales del rey don Felipe convocar las córtes del reino para el 25 de noviembre (1724), con el fin de que reconocieran y juraran al príncipe don Fernando como inmediato sucesor y heredero del trono, y tambien, «para tratar, entender, practicar, conferir, otorgar y concluir por córtes los otros negocios, si se les propusieren y parecieren convenientes resolver, etc (4).» Las córtes se reunieron el dia designado, con la particularidad de haber sido, como nota un escritor de aquel tiempo, la vez primera que se vió concurrir todos los reinos, ciudades y villas de voto en córtes, inclusa la ciudad de Cervera á quien el rey acababa de concedérselo (5). La jura se hizo en la iglesia del monasterio de San Jerónimo de Madrid con todas las formalidades de costumbre. Los procuradores se esperaban para tratar en seguida de otros negocios, con arreglo á los términos de la convocacion, pero el rey les manifestó que no pensaba por entonces en ello (4 de diciembre), y en su virtud se restituyeron todos á sus casas (6).

Volvió luego Felipe su atencion á los negocios extranjeros, y muy especialmente al de la sucesion del infante don Cárlos en los ducados de Parma y de Toscana. La reina Isabel Farnesio, su madre, no podia sufrir la dilacion con que este asunto se trataba en el congreso de Cambray, mas ocupado en fiestas, banquetes y estériles reuniones, que en orillar dificultades: quejábase del poco interés que en su favor mostraban las potencias aliadas, las cuales, no obstante las gestiones de Monteleon en Paris, no favorecian la admision de don Cárlos en Italia con auxilio de las armas: el emperador ganaba en estas dilatorias, y la imaginacion viva de Isabel Farnesio desconfiaba de Francia, recelaba de Inglaterra, y

su desarreglo, que dió lugar á escenas escandalosas y sus disipaciones de que se quejó su mayordomo mayor, hicieron que la corte de Madrid le suspendiera el pago de su pension. Entonces se retiró á vivir al convento de las Carmelitas, «ocupando, dice un escritor, las habitaciones mismas en que vivió la duquesa de Berry, al pasar de sus amores desenfrenados á los actos de penitencia y arrepentimiento: allí permaneció el resto de sus dias, viviendo con el auxilio que le enviaba de tiempo en tiempo la corte de Madrid, y expiando con los rigores de la clausura la mala conducta de su vida pasada. Murió hidrópica en 1742.» Adelantamos estas noticias, aunque todavía se nos ofrecerán ocasiones de hablar de ella.

(4) Real cédula convocatoria de 12 de setiembre, 1724, en Madrid. (5) Real cédula de 28 de setiembre de 1724, en San Ildefonso.-Las ciudades que asistieron fueron las siguientes: Burgos, Toledo, Leon, Zaragoza, Granada, Valencia, Palma de Mallorca Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaen y Barcelona, que tenian lugar señalado: Cuenca, Tortosa. Guadalajara, Madrid, Jaca, Tarragona, Salamanca, Palencia, Soria, Fraga, Extre madura, Peñíscola, Avila, Zamora. Cervera, Valladolid, Lérida, Borja, Calatayud, Gerona, Galicia, Tarazona, Segovia y Toro, que se sentaban á la suerte.

(6) Belando, Historia civil, part. V, c. 65.

temia que se malograra su proyecto favorito de la colocacion de su hijo. En este estado, ó de propio impulso, ó instigada por el baron de Riperdá, volvió los ojos al mismo emperador, en la esperanza de que entendiéndose directamente con él, no obstante ser la causa de toda la oposicion, habia de sacar mas partido que de la ilusoria proteccion de las potencias mediadoras. Tambien el emperador deseaba verse libre de la molesta mediacion de Francia y de las potencias marítimas, y como supiese por medio del papa el pensamiento y disposicion de los monarcas españoles, no tuvo tampoco reparo en entrar en relaciones con ellos. Necesitábase personas á propósito para anudarlas, y á esto fué á lo que se ofreció y lo que ejecutó el baron de Riperdá, personaje de tan singular y extraordinaria historia como vamos á ver, y de quien por lo mismo necesitamos dar algunas breves noticias, ahora que aparece en escena para una negociacion importante, como lo hicimos á su vez y en su tiempo con Alberoni.

Juan Guillermo, baron de Riperdá, holandés, hijo de una familia ilustre de Groninga, oriunda de España, criado en la region católica y educado en sus primeros años en el colegio de padres jesuitas de Colonia, habíase dedicado algun tiempo á la profesion militar, y al terminarse la guerra de sucesion era coronel. Pareciéndole que el catolicismo podria ser un inconveniente para ocupar ciertos puestos en una nacion protestante, abandonó la religion de sus padres y abrazó el protestantismo. Fué diputado por su provincia en los Estados generales de la república, y en el congreso de Utrecht llamó la atencion por sus conocimientos en materias de comercio, fabricacion y economía política, á cuyo estudio, así como al de los idiomas modernos, se habia dedicado mucho, y dábale mas representacion en el país su enlace con una rica holandesa.

Hombre ambicioso, inquieto, de talento no escaso, de imaginacion viva, de carácter flexible, y de instruccion no comun, cuando los Estados generales, concluida la paz de Utrecht, determinaron enviar un ministro á España, él solicitó y logró ser elegido para este cargo, y en su consecuencia vino á Madrid (julio, 1715), donde á los pocos meses recibió el carácter de embajador extraordinario. Ameno en la conversacion, afable en el trato, astuto, disimulado y político, captóse luego la consideracion de los reyes de España, la confianza del cardenal Giudice, y cierta estimacion de Alberoni, á cuya elevacion cooperó. Pero desleal á todos, al tiempo que como ministro holandés negociaba el tratado de comercio entre España y la república, recibia una pension anual del emperador de Austria, y considerables presentes y regalos de Inglaterra, siendo agente y espía de tres cortes á un tiempo, y atribúyenle algunos haber sido el negociador de aquel funesto tratado mercantil con Inglaterra, cuya firma habia valido á Alberoni tantos miles de doblones, pero cuyas estafas y cuyos indignos espionajes y pérfidos papeles no se descubrieron por aquel tiempo, antes pasaba Riperdá por hombre que hacia importantes servicios.

Gustábale la España, prometíase irse elevando en ella á los puestos mas encumbrados, y determinó naturalizarse en un país que parecia en aquel tiempo la tierra de promision de los aventureros extranjeros. Así, cuando regresó á Holanda (1718), por haberle llamado los Estados generales, tan pronto como dió cuenta de su embajada y arregló sus negocios, volvióse á Madrid con los mismos pensamientos y aspiraciones. Aquí era un inconveniente para sus planes, como en su país era un mérito, la cualidad de protestante; pero esto no era un grande obstáculo para Riperdá; reducíase á mudar otra vez de religion, como antes lo habia hecho, y esto fué lo que ejecutó, volviéndose de nuevo al catolicismo, no sin vender al rey la fineza de que lo hacia movido por el edificante ejemplo de sus virtudes, que habian producido en él una impresion profunda, é inspirádole el deseo de poder consagrarse al servicio de un monarca tan piadoso. No fué infructuoso el ardid, ni le salió fallido su cálculo, puesto que inmediatamente le nombró el rey superintendente de las fábricas de Guadalajara, por los conocimientos que habia mostrado tener en materias fabriles, dándole además un terreno y un palacio, parà que cultivara el uno y habitara el

otro (1). Proporcionóse recomendaciones del duque de Parma para la reina, y la prosperidad de la fabricacion que dirigia, y la confianza que iba ganando con los reyes, excitaron los celos de Alberoni, que sin motivo ostensible le quitó la superintendencia. Léjos de mostrarse resentido con el cardenal, disimuló, y continuó guardándole las mas finas atenciones, y cuando cayó aquel célebre italiano, no solo recobró su anterior empleo, sino que se le hizo superintendente general de todas las fábricas de España, con lo cual y con sus planes económicos y mercantiles, cobró mas y mas influjo en palacio, y hubiera tal vez encumbrádose al ministerio, si Grimaldo y Daubenton, celosos ya de su gran capacidad y sus manejos, no hubieran representado al rey la inconveniencia de confiar la direccion del Estado á un hombre que con tal facilidad variaba de creencias y cambiaba de religion. La muerte de Daubenton le libró de un poderoso enemigo; y en cuanto á Grimaldo, afeando sus relaciones con Inglaterra, y denunciando minuciosamente sus errores de gobierno, quizá le habria derribado á no haber sobrevenido la abdicacion de Felipe.

Su intimidad con Isabel de Farnesio le facilitó conocer los deseos de la reina, de reconciliarse con el emperador para hacer la paz y terminar definitivamente la cuestion relativa á su hijo el príncipe Cárlos, y sus relaciones secretas con el emperador le dieron facilidad para poner en comunicacion á los soberanos de Austria y de España. Propuso pues á los reyes que si le permitian ir á Alemania, so pretexto de pasar á Holanda á proveerse de operarios entendidos y prácticos para la fábrica de Guadalajara, él negociaria la paz con el emperador por medio del príncipe Eugenio, su antiguo amigo, dejando burladas á las potencias mediadoras. Ofreció practicar esta diligencia sin llevar despacho alguno oficial, y con el carácter y disfraz de un simple comerciante; mas para asegurarse á la vuelta el puesto elevado de primer ministro presentó al rey un pomposo proyecto para mejorar y desarrollar el comercio de América, crear una marina poderosa, aumentar los ingresos del tesoro en todos los ramos, y corregir los errores ó las dilapidaciones de los anteriores ministros (2). Tales proyectos y tales ofertas halagaron á los monarcas españoles, la mision fué aceptada, y Riperdá salió secretamente de Madrid, hizo su viaje con rapidez (noviembre, 1724), alojóse en un arrabal de Viena, donde se mantenia de incógnito, y solo salia de noche á conferenciar con los condes de Sincendorf y Staremberg, y con el príncipe Eugenio, y logrando pasar algunos meses sin que nadie sino las personas con quienes se entendia trasluciese su negociacion.

Cuando ya esta iba adelantando á fuerza de derramar oro, de que se murmuró haber tocado una parte al mismo emperador, pidió y obtuvo los despachos de ministro plenipotenciario, y entonces procedió á tratar descubiertamente y de oficio con los ministros imperiales. Proyectábase entre otras cosas el enlace del infante don Cárlos de España con la princesa archiduquesa de Austria, mas cuando creia Riperdá que este asunto no podia menos de tener un éxito feliz, tropezó con la oposicion de la emperatriz y de la archiduquesa misma, que tenia cierta inclinacion al duque de Lorena, y el emperador en un caso preferia darla al príncipe de Asturias. Pero otra mayor dificultad nació entonces para la corte de España de la negociacion que se seguia en Viena.

Los embajadores de Inglaterra y Holanda comunicaron á sus respectivas cortes, y estas lo trasmitieron al duque de Borbon, primer ministro de Luis XV de Francia, lo que en la capital del imperio se estaba tratando, y el mariscal de Tessé le participaba tambien desde Madrid lo que sabia. Y como

(1) Púsose esta fábrica de paños para irse emancipando de la vergonzosa tutela del comercio inglés, pues hasta entonces las ricas lanas españolas eran llevadas todas á Inglaterra, y elaboradas allí, las traian otra vez los ingleses á España, y las vendian al precio que querian: aniquilaban nuestro comercio y se llevaban nuestros caudales.

los medios empleados por Riperdá para conseguir el favor de Sus Majes(2) Noticia de Riperdá, por los Abates sicilianos.-Noticia relativa á tades Católicas.-Papeles de Walpole, MS.-Noticia relativa á la elevacion y proyectos de Riperdá.-Historia de Riperdá, dedicada al cardenal

de Molina.

esto coincidiese con la circunstancia de haberse visto en gran peligro de muerte el débil y enfermizo rey Luis XV, el duque de Borbon que á toda costa queria evitar que la corona de Francia viniera á recaer en la casa de Orleans, y que con este propósito habia ya intentado deshacer el matrimonio de aquel rey con la niña María Ana Victoria, infanta de España, para casarle con otra que pudiera darle luego sucesion (1), aprovechó esta ocasion para apresurarse á casar al rey Luis con la princesa de Polonia, María Carlota de Leczinski. Y si bien, á pesar de los manejos de Riperdá en Viena, no queria entrar en guerra con España, y para demostrarlo mandó licenciar los diez y nueve batallones de miqueletes catalanes que el de Orleans habia formado, dió no obstante disposiciones para enviar á España la infanta prometida del rey; siendo notable que eso lo ignoraran los embajadores españoles Laules y Monteleon, que estaban en Paris, creyendo que se iban á celebrar los desposorios tan pronto como la infanta cumpliera los siete años, para lo cual suponian que se estaban tomando las galas. Pero no faltaban en Francia personas que informaran de la verdad al rey don Felipe, de que las galas eran para la princesa Carlota (2).

Gran disgusto causó todo esto al monarca español, el cual en justo resentimiento y debida correspondencia anuló el concertado matrimonio del infante don Cárlos con la cuarta hija del duque de Orleans, y determinó enviar á Francia esta princesa, juntamente con su hermana la reina viuda de Luis I. Y como la corte de Paris tuviera por su parte preparado tambien el envío á España de la infanta Ana Victoria, dispúsose todo por parte de ambos monarcas de modo que unas y otras princesas se juntaron en San Juan de Pié de Puerto (17 de mayo, 1725), y allí se hizo la extradicion mutua, ante las personas para ello por uno y otro autorizadas, siendo notable y raro caso en la historia esta recíproca entrada de princesas desairadas, despues de haber estado mucho tiempo en una nacion en la confianza de contratos matrimo niales solemnes. Los reyes de España salieron á recibir á su hija hasta Guadalajara, y diéronle el título de reina de Mallorca, para que conservara en cierto modo el honor de la majestad que ya habia tenido. Creyóse que este suceso produciria un rompimiento entre ambas naciones, y todos los síntomas lo persuadian así, puesto que se suspendió el comercio con Francia y se mandó salir de aquel reino á todos los españoles, se fortificaron San Sebastian y Fuenterrabía, y se ordenó que pasaran á Cataluña todas las tropas de Andalucía. Tambien la Francia trajo sus tropas al Rosellon y las acercó á las fronteras del Principado. Pero el papa Benito XIII hizo la buena obra de disipar este nublado, mediando entre ambas potencias y haciendo que una y otra se aquietaran por medio de sus nuncios en Paris y en Madrid, de modo que el comercio volvió á abrirse, aunque todavía duraron algun tiempo las prevenciones (3).

(1) Recuérdese lo que sobre este punto dejamos referido en otro capítulo.

(2) «Teniendo, dice Belando, individual noticia de todo, por un canal muy seguro.» Historia civil, part. IV, c. 66.

Este «canal muy seguro» era indudablemente don Melchor de Macanaz, que en este tiempo habia pasado á Paris, y á quien ordenaron los reyes que no perdiese de vista á la infanta, segun él mismo nos informa en sus Memorias manuscritas, tom. II, p. 351.—Es notable que estando Macanaz desterrado, siguiera el rey confiándole comisiones de tanta confianza; y aun á muy poco de esto le envió al congreso de Cambray, que halló ya disuelto á causa de la paz que Riperdá, «el loco de Riperdá,» como él dice, habia hecho con el emperador, y que daremos á conocer muy en breve.

(3) Belando, Historia civil, part. V, cap. 66.-San Felipe, Comentarios, tom. II.-Cuéntanse varias anécdotas con motivo de este suceso. El rey don Felipe se negó por dos veces á recibir las cartas de Luis XV y del duque de Borbon disculpando el envío de la infanta; y dicen que la reina, cuando se presentó á anunciar aquella nueva el abate Livry (porque Tessé habia sido llamado á Paris), pisoteó un retrato de Luis XV que llevaba en la pulsera, diciendo: «Los Borbones son una raza de diablos.» Mas recordando en el momento que su marido era tambien Borbon, añadió: «Excepto V. M.»

Refiérese tambien, que habiendo la reina arrancado de Felipe un decreto mandando salir de España todos los franceses sin distincion, el rey discurrió un ingenioso medio para calmar la irritacion de su esposa, que

En este intermedio, Riperdá que habia tenido órden de proseguir la negociacion entablada en Viena hasta concluirla, la llevó á su término, ajustándose un tratado de paz entre el emperador y el rey de España, cuyos principales artículos eran en sustancia los siguientes:-que la base de la paz seria el tratado de Lóndres, juntamente con los de Baden y Utrecht, cediendo el rey de España la Sicilia al emperador, como en 1713, con todos sus derechos y pretensiones:-que el emperador renunciaba todos los que hubiera creido tener á la monarquía de España, y reconocia á Felipe V de Borbon como rey legítimo de España y de las Indias, así como Felipe reconocia á Cárlos VI de Austria por emperador de Alemania, y renunciaba á su favor los Países Bajos y los Estados que poseia en Italia, comprendido el Finale:-que el emperador se adheria á lo estipulado en Utrecht sobre los Estados de Toscana, Parma y Plasencia, pudiendo tomar el infante don Cárlos posesion de ellos en virtud de las letras eventuales, pero sin que el rey Católico ni ninguno de sus sucesores pudieran poseer aquellos Estados, ni ser tutores de sus poseedo-que el rey de España transferia al reino de Cerdeña el derecho de reversion que se habia reservado en el de Sicilia: -que para evitar toda discordia, Cárlos VI y Felipe V conservarian todos sus títulos, pero sus sucesores solo tendrian los títulos de lo que poseyeren:· que el emperador ofrecia ayudar y defender la línea de España, como lo haria por la pragmática-sancion con todos sus herederos y Estados de la casa de Austria:-que el de España pagaria las deudas contraidas en Milan y las Sicilias, como el emperador habia pagado las contraidas en Cataluña:-que el palacio de la Haya quedaria por el emperador, y el de Roma por el rey Católico, dando la mitad de su valor:-que se insertaran en el tratado las renuncias mutuas de los príncipes de Francia y España que sirvieron de base al de Utrecht (30 de abril, 1725).

res:

A este tratado siguieron otros tres; uno llamado de Alianza defensiva entre ambos soberanos, por el cual se comprometian, para el caso de ser invadidos los dominios de uno ú otro, el rey de España á ayudar á S. M. I. con quince navíos de línea por mar y con veinte mil hombres por tierra, el emperador á auxiliar al rey Católico con treinta mil hombres, los veinte de infantería y los diez de caballería: el emperador prometia interesarse con el rey de Inglaterra para que restituyera á España Gibraltar y Menorca, y en cambio los navíos imperiales tendrian entrada franca en los puertos españoles como los ingleses y franceses. Pero este tratado no se publicó hasta 1727. Otro de comercio (1.° de mayo, 1725), ordenando en 47 artículos la manera de ejercer el comercio mutuo los súbditos de ambos soberanos. Y otro llamado de Paz (7 de junio, 1725), en el cual se obligaba el monarca español, no solo á no ejercer la tutela de sus hijos en Toscana, sino á no retener cosa alguna en Italia (4).

De esta manera quedó establecida la paz entre España y el Imperio, despues de mas de veinticuatro años de casi continuada guerra. Hizo un solo hombre en pocos meses lo que el congreso de Cambray no habia podido hacer en cuatro años, y se disolvió aquella asamblea sin resolver nada. Valióle á Riperdá el título de duque y grande de España, y don Juan Bautista Orendain, único ministro que habia intervenido en la negociacion, fué creado marqués de la Paz. La reina. Isabel de Farnesio quedó satisfecha de su obra, y en Madrid se celebró con júbilo la noticia del tratado.

fué el de mandar á los de su servidumbre que prepararan baules y cofres como para emprender un largo viaje, y que como esto llamara la atencion de la reina y preguntara la causa de aquellos preparativos, le contestó el rey: «No se ha dado un decreto para que todos los franceses salgan de España? Pues bien, como yo soy tambien francés, tengo que irme con los demás.» Sonrióse, dicen, la reina, y la chanza produjo la revocacion de la órden.

Añaden igualmente que quejándose amargamente la reina con el embajador inglés Stanhope del ultraje que el duque de Borbon le hacia, dijo: «Ese infame tuerto ha insultado á mi hija, porque el rey no ha querido hacer grande de España al marido de su manceba.»-Memorias de San Simon y de Montgon, y Comunicaciones de Stanhope y de Keene.

(4) Coleccion de Tratados de Paz.-Belando, Hist. civil, part. IV, capítulos 67 á 70.—San Felipe, Comentarios, tom. II.-Memorias políticas y militares, Apéndices 1 á 4.

Acaso el deseo vehemente de la paz no dejó ver lo que en ella habia de desventajoso para España, y mas para los reyes mismos; pues por el artículo 6.o del tratado de Viena se concedia mucho menos que por el 5.o del tratado de la Cuádruple Alianza, objeto de las disputas; puesto que por aquel la sucesion de los hijos de Isabel Farnesio á los ducados de Italia aparecia deberse mas á consentimiento del emperador que á derecho legítimo y propio: y por otra parte la cláusula de no poder los reyes Católicos ni heredar aquellos Estados ni siquiera ser tutores de sus hijos, era, sobre contraria á los derechos de la naturaleza, dejar expuestos aquellos príncipes á la peligrosa vecindad del imperio, sin que en caso de necesidad pudieran protegerlos sus mismos padres ó hermanos. No era menos injusta y dolorosa la condicion impuesta á España en el otro tratado siguiente de paz, de no poder adquirir ni poseer nada en Italia. Y aun podian advertirse otras restricciones que no habia en el tratado de Londres.

Sin duda el monarca español no quiso reparar en estas condiciones, con la esperanza y bajo la promesa de que el infante don Cárlos habia de casar con la archiduquesa, hija mayor del emperador; y como este no tenia hijos varones, habia de resultar que el infante traeria á sí con el matrimonio los derechos de la casa de Austria y de los reinos de Hungría y de Bohemia. Esta era la adicion que esperaba habia de hacerse al tratado, segun en el artículo 16.o se indicaba, y esto lo que por cartas aseguraron, el emperador al rey Felipe, y la emperatriz á la reina Isabel Farnesio. Tales habian sido tambien las promesas de Riperdá. Veremos luego cómo quedaron desvanecidas.

Pero si los tratados de Viena no debieron contentar ni satisfacer á España, causaron profundo desagrado á las potencias signatarias de la Cuádruple Alianza, por el desaire que se habia hecho á todas, y por lo que afectaba á los intereses de cada una. Descontentaron al rey de Cerdeña, que quedaba reducido á un Estado que le servia de carga, y no podia ya extenderse por el de Milan, que era su ambicion. Disgustaron á las repúblicas y príncipes italianos, que quedaban expuestos á la opresion del Austria. Desagradaron al turco, porque desembarazado el emperador de otros cuidados, se hacia mas temible á su antiguo enemigo. Inglaterra y Francia disimularon algo mas. Holanda fué la primera que manifestó su resentimiento por medio de su embajador en Madrid (25 de noviembre, 1725), y fué preciso enviar á la Haya al marqués de San Felipe nuestro ministro en Génova, con instrucciones para los Estados generales, á fin de que hiciera ver los buenos deseos del rey don Felipe, y les asegurara que estaba dispuesto á intervenir con el emperador para que compusiera las diferencias sobre la Compañía de Ostende y el comercio de las Indias orientales, que era la parte del tratado de comercio que habia irritado á aquella república.

Alarmaban y ofendian á Inglaterra las jactancias imprudentes de Riperdá, que blasonaba de que aquella nacion se veria obligada á restituir á España Gibraltar y Menorca, lo cual dió motivo á sérias explicaciones entre el embajador inglés Stanhope y los ministros de Felipe, y á algunas vivas y arrogantes contestaciones de parte de la reina. Dióse aviso al gobierno inglés de que entre las estipulaciones secretas de Viena era una la de restablecer al rey Jacobo en el trono de la Gran Bretaña, y el lenguaje ligero y poco comedido de Riperdá no era para disipar aquel recelo. Mas disimulado y mas político el emperador, á la memoria que el embajador inglés le presentó exponiendo las justas quejas de los perjuicios que se irrogaban á su nacion por el tratado de comercio, le respondia, que nada deseaba tanto como mantener la amistad con Inglaterra, y que gustosamente concertaria con España los medios de darle satisfaccion, y de no perjudicar sus privilegios mercantiles, no teniendo inconveniente en enviar un ministro á Hannover, donde el monarca inglés se hallaba, para tratar con él sobre este asunto. Pero como el lenguaje del go

bierno español era tan diferente, y las baladronadas de Riperdá tan amenazadoras (1), no podian las buenas palabras del emperador satisfacer ni tranquilizar á la Gran Bretaña. Hizo, pues, el rey Jorge de Inglaterra armar dos escuadras; una con destino al Mediterráneo, otra á las Indias occidentales (1726). Con noticia de estos armamentos no se omitió tampoco diligencia por parte de España para guardar nuestras costas, y fabricábanse con actividad navíos en nuestros astilleros. Hacíanse tambien preparativos por parte de Austria, y Riperdá halagaba al rey Felipe con la idea de que unidas España y el Imperio podrian dictar leyes á Europa. Creció la confianza de estas dos cortes por la circunstancia de haber logrado atraerse la de Rusia, con que se aumentaba su predominio en los Estados del Imperio germánico. Pero en cambio el comun peligro estrechó mas los vínculos que unian ya á Francia é Inglaterra, que tambien atrajeron á sí otros pequeños Estados que se contemplaban amenazados por aquellas dos potencias, y por último consiguieron la adhesion de Prusia, de que resultó la alianza de Hannover entre Inglaterra, Francia y Prusia, que habia de servir de contrapeso á la de Viena. Así se dividió otra vez la Europa á consecuencia de los célebres tratados de Viena de 1725 (2).

Entre tanto el negociador de ellos salió de la corte de Austria, dejando encargado de los negocios á su hijo mayor Luis, jóven de diez y nueve años, y vínose á la ligera á Madrid picado del deseo de gozar de los honores de sus triunfos diplomáticos, y de las recompensas que por fruto de ellos le aguardaban. Vano y jactancioso de suyo, á su paso por Barcelona hizo alarde entre los catalanes de sus confianzas con el emperador, del poderoso ejército que este tenia dispuesto para entrar en campaña, de la facilidad de doblar en muy poco tiempo la cifra de sus soldados, prontos todos para ayudar al rey de España á la recuperacion de Gibraltar y al restablecimiento de Jacobo III en el trono de Inglaterra, y les habló de su gran influjo, y de que no habria reconciliacion mientras él le conservara. Con esto prosiguió su viaje á Madrid, y se presentó á los reyes (11 de diciembre, 1726) sin guardar fórmula alguna de etiqueta, y en el traje mismo de camino, con la confianza de quien acababa de hacer un gran servicio al reino, y como quien tenia derecho á que se agradeciera su presentacion en cualquiera forma. No se engañó el famoso aventurero en sus esperanzas: los reyes le recibieron con especial benevolencia y agasajo, mostrándosele sumamente agradecidos por los tratados de Viena, y muy poco despues le fué conferida la secretaría de Estado, en la parte relativa á los negocios extranjeros que servia el marqués de Grimaldo. Diósele habitacion para él y para su mujer en el palacio real, con entrada en el cuarto del rey á cualquier hora que quisiese, y se mandó á todos los demás secretarios y á los Consejos que le comunicaran y franquearan los papeles que les pidiera, y en una palabra, tuvo toda la autoridad de un primer ministro, que era lo que habia ambicionado hacia mucho tiempo (3).

(1) Si la Francia sostiene al rey Jorge (solia decir), sabemos cómo colocar al Pretendiente sobre aquel trono. Y hablando de Gibraltar: No ignoramos que esta fortaleza es inconquistable, pero tenemos tomadas medidas para obligar á Inglaterra á devolvérnosla. Y como se le hiciese notar digo para que se pueda divulgar.-Vida de Riperdá.-Memorias polítique convendria ocultar tales designios, respondia: Se lo que digo, y lo cas y militares, Continuacion de los Comentarios de San Felipe.

(2) Relacion de las negociaciones celebradas entre Inglaterra y España desde el tratado de Viena hasta diciembre de 1727.-Memorias de Walpole.-Cartas de Stanhope á lord Townshend.-Rousset, t. II.-Belando, Hist. civil, part. IV, c. 70.-Vida de Riperdá.-Campo-Raso, Memorias políticas y militares para servir de continuacion á los Comentarios del marqués de San Felipe, discurso preliminar.

(3) En traje de correo dice Campo-Raso que se presentó á los reyes sin hacer caso del marqués de Grimaldo que salia cuando él entraba. La conferencia, añade, fué dilatada, y se dieron en ella grandes elogios al au

tor del tratado de Viena.

CAPITULO XVI

Gobierno y caida de Riperdá

1726

Pomposos proyectos de reformas. Dificultades de ejecucion.-Compromisos con el embajador austriaco.-Disgusto público.-Jactanciosos dichos del ministro.-Apuro en que le ponen los embajadores inglés y holandés.-Imprudencia y ligereza notable de Riperdá.-Descúbreles el tratado secreto con el Imperio.-Graves consecuencias de esta indiscrecion.-Locos proyectos que concibe.-Cómo se prepara su caida.— Busca un asilo en la embajada inglesa.-Prision ruidosa de Riperdá. — Restablecimiento del anterior gobierno.-Juicio de aquel personaje. Creeríamos hacer un bien á la humanidad, si pudiéramos trasmitir á otros la desconfianza que, fundados en la experiencia y en la historia, hemos tenido siempre de los hombres jactanciosos y pródigos de promesas, dados á alucinar con pomposos y brillantes proyectos, que acaso en la embriaguez de su presuncion llegan de buena fe á representarse fáciles, siendo ellos mismos los primeros ilusos y engañados; y esto así en los negocios comunes de la vida como en los que afectan los altos intereses de los Estados. La ligereza suele ser compañera inseparable de la arrogancia: comunmente viene pronto el desengaño, que es tan cruel como ha sido la confianza repentina y ciega: y como nada mortifica mas al hombre que una gran burla hecha á su buena fe y á su credulidad, resulta que la caida de los grandes embaucadores lleva siempre consigo tanta odiosidad como fué el amor, y tanto desprecio como fué el aplauso.

Ejemplo señalado de esto fué el famoso baron, despues duque de Riperdá. Tan luego como este célebre aventurero, á quien la España llegó á mirar como un hermoso planeta de benéfico influjo aparecido como por encanto en su horizonte político, se vió elevado al poder que tanto habia ambicionado, quiso persuadir á los reyes y al pueblo de que iba á reformar de una manera maravillosa todos los ramos de la administracion pública, corrigiendo todos los vicios de los anteriores sistemas, y sacando la nacion del abatimiento en que la habian puesto la ignorancia y la torpeza de los ministros sus antecesores y la envidia de las potencias con que antes habia estado aliada, y á ponerla en situacion de dar, como en otro tiempo, leyes á Europa. Mas no tardó el presuntuoso holandés (que en verdad no tenia ni el genio ni la capacidad de Alberoni, á quien en muchos de sus planes se propuso imitar) en ver las dificultades insuperables con que tropezaban sus proyectos; y que apurado el tesoro con las continuas guerras, agobiado el pueblo de tributos, atrasada en sus pagas la misma servidumbre del rey, y falto de vestuario y de armamento el ejército, que era entonces numeroso, no solo no habia para atender á los gastos corrientes, por mas reformas que quisiera improvisar, sino, lo que él mas sentia, ni para pagar las sumas que allá en Viena habia prometido á los príncipes del Imperio, y que le eran con urgencia reclamadas.

Por eso temia él tanto la venida del embajador imperial conde de Koningseg, notándosele con extrañeza inquieto y como receloso cada vez que de ello se hablaba, cuando parecia que la venida del representante del Imperio debia consolidar el valimiento del negociador de la paz, y de quien habia unido ambas cortes. Pero se vió que no le faltaba razon para temerla. Llegaron el conde y la condesa de Koningseg, los cuales fueron recibidos con una alegría y con una solemnidad no acostumbradas con otros embajadores (enero 1726). Mas la venida del austriaco fué causa de que se fueran descubriendo en una y otra corte las farsas á que habia debido Riperdá su encumbramiento y su poderoso influjo. De las explicaciones del ministro imperial deducíase estar muy léjos el emperador de apresurarse á realizar el ofrecido matrimonio del infante don Cárlos con la archiduquesa, que Riperdá habia pintado como cosa segura, y que habia sido una de las bases de la negociacion, y continuaba siendo el pensamiento y el afan de la. reina de España.

Tampoco los preparativos militares de Austria eran ni tan inmediatos ni tan grandes como Riperdá los habia represen

tado. Y mientras por este lado se iban revelando su ligereza y sus imprudentes facilidades, veíase en el conflicto de no poder satisfacer las sumas allá ofrecidas al Imperio, y por cuyo pago el embajador le hostigaba. Para sacar algun dinero con que salir de este apuro y compromiso, el arrogante arbitrista apelaba á los recursos vulgares de suprimir empleos, quitar ó disminuir pensiones, pedir cuentas de los caudales que hubieran podido ser mal adquiridos, arrendar todas las rentas generales, tomar los fondos del depósito de beneficencia, y aumentar el valor de la moneda: con lo que sacó muy escasamente para ir entreteniendo al embajador, á costa del público disgusto, incluso el de los reyes, y de arruinar sin provecho á muchos particulares. Gracias que consiguió con trabajo y á fuerza de amontonar disculpas que el embajador le concediera algun respiro hasta la llegada de los galeones de Indias. Pero de todos modos se iba corriendo el velo que ocultaba las farándulas del jactancioso ministro.

A pesar de todo, conociendo lo que le importaba conservar el favor de los reyes, y en especial de la reina, de quien no podia esperar perdon si llegaba á convencerse de que habia abusado de su confianza, dedicóse á inspirársela haciéndose ciego ejecutor de sus órdenes, y debió lograrlo en el hecho de habérsele confiado el departamento de Marina; con que teniendo ya el de Negocios extranjeros, el de la Guerra y el de Hacienda, era un verdadero ministro universal, resumiendo en sí el poder y las facultades de casi todos los ministros, á los cuales se fué despojando de sus respectivas atribuciones para acumularlas en él. Infatuado con el humo del favor, mostraba el mas alto desprecio á los que le censuraban ó se le oponian, y solia usar de la siguiente frase, tan arrogante como absurda y pueril: «Nada me importa contando con seis amigos que no me pueden faltar; Dios, la Virgen, el emperador, la emperatriz, el rey y la reina de España.» Y de su audacia é inconsideracion recibió una prueba el P. Bermudez, confesor del rey, cuando le dijo delante de varias personas: Vos limitaos á dar la absolucion á vuestro penitente cuando se confiese, y no os metais en otra cosa (1).

Mas tan repentino poder, unido á tanta arrogancia y ta imprudencia, y cimentado en la farsa, en el enredo y en el embrollo, no podia menos de ser efímero y fugaz; el fuego fatuo tenia que apagarse, la caida del falso coloso tenia que corresponder á su elevacion. Ya los canónigos de Palermo, Plantanca y Caracholi, á quienes el rey don Felipe solia consultar en asuntos graves y de conciencia, habian escrito un largo papel demostrando lo que eran los tratados de Viena y descubriendo lo que era su autor, con que despertaron la desconfianza del celoso monarca. El mismo Riperdá comenzó pronto á envolverse en las redes de sus propias imprudencias y ligerezas. Ya hemos visto los apuros en que le ponia el embajador austriaco conde de Koningseg, y los renuncios en que le iba cogiendo. Los de Inglaterra y Holanda, Stanhope y Wandermeer, que no cesaban de reclamar contra el establecimiento de la Compañía de Ostende y contra otras cláusulas del tratado de comercio de Viena perjudiciales á los intereses de sus Estados, observaron luego la contradiccion que existia entre las respuestas de Riperdá y la satisfaccion y las seguridades que en Holanda habian ofrecido los ministros del emperador y del rey de España, amenazaban con tomar de acuerdo sus medidas para recobrar los derechos mercantiles. garantidos por los anteriores tratados, y dirigian enérgicas representaciones por escrito. Sabiendo Riperda que el rey no queria agriar aquellas potencias, por temor de que se adhirieran otras provincias y Estados á la liga de Hannover, y viendo por otra parte cómo crecia el crédito é influjo del ministro aleman al paso que disminuia el suyo, varió enteramente de lenguaje para con aquellos embajadores, y á sus baladronadas de antes sustituyó los mas halagüeños ofrecimientos de que el rey y el emperador estaban dispuestos á reformar el tratado de Viena y arreglarle á los anteriores, en lo concerniente al comercio de Inglaterra y Holanda.

(1) Noticia de Riperdá, por los Abates sicilianos.-Campo-Raso. Continuacion de los Comentarios de San Felipe.-Macanaz, Memorias manuscritas para la Historia del gobierno de España, tomo II, p. 405.

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