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por la Europa. A Inglaterra se imponia la evacuacion de Malta y la restitucion de las colonias. Prusia y Austria se separarian del cuerpo germánico, y entre ellas y Francia se interpondrian tres grandes confederaciones independientes, la germánica, la helvética y la itálica. Si Francia no se conformaba y era vencida, le quitarian la Italia, la Bélgica y las provincias del Rhin. España y Portugal formarian un lazo federal que las pusiera al abrigo de la opuesta influencia de Inglaterra y de Francia.

entre otras potencias, él usaria de sus derechos y se valdria de sus recursos.

En medio de esto, y en tanto que desde el fondo de Italia se lisonjeaba de que los ingleses no creerian ya en su proyecto de desembarco, él meditaba cómo asegurar su ejecucion para el próximo estío. Su nuevo plan era el siguiente. Ya que el almirante Gantheaume no habia podido salir de Brest con su escuadra, Villeneuve y Gravina habian de volver inmediatamente con las suyas á Europa, hacer levantar el bloqueo que los ingleses tenian puesto al Ferrol, donde se incorporarian á cinco navíos franceses y siete españoles, dirigirse luego á Brest para abrir salida á Gantheaume, y juntándose así una armada de cincuenta y seis navíos, cual no se habia visto mayor en aquellos mares, entrar en el canal de la Mancha, y hacer su apetecido desembarco en Inglaterra. Con la actividad que acostumbraba luego que concebia un proyecto, despachó fragatas y bergantines por distintos rumbos y con órdenes por duplicado para Villeneuve, Gravina, y aun Missiessy: visitó otras ciudades de Italia, dejó allí la emperatriz, y fingiendo que iba á pasar revista en Turin, tomó la posta y regresó á Fontainebleau (11 de julio, 1805).

Cualquiera que fuese esta grandiosa combinacion de que solo hemos apuntado algunas bases, cualquiera que fuese el propósito y la buena fe de algunos de los autores ó promovedores de este general repartimiento de Estados, con sus límites, sus adherencias, segregaciones y compensaciones, naturalmente habia de encontrar dificultades y obstáculos de parte de algunas potencias, ó sufrir tales modificaciones que adulteraran enteramente el pensamiento primitivo. Y así lo experimentaron pronto los negociadores rusos que fueron á Lóndres, y vinieron á España (1). El ministro Pitt se alegró mucho de que se le propusiera un plan que le proporcionaba la facilidad de convertir lo que se le presentaba con el carácter y visos de una grande y generosa mediacion en una tercera coalicion contra la Francia. Hizo, pues, Pitt tales modificaciones en el proyecto ruso, que volvió despojado de todo lo que tenia de noble, aunque poco practicable. En cuanto á España, nada pudo obtener Strogonoff, porque Inglaterra no se extendia á mas que á devolverle sus galeras, y esto á condicion de que declarase la guerra á la Francia. Pitt eludió por su parte la cuestion de Malta, y el gran proyecto salió de allí reducido á un terrible plan de destruccion contra el imperio francés. Los noveles negociadores fueron envueltos por el veterano diplo-do, á pesar del estudiado disimulo del Austria; cargábase de mático. Así fué que á poco tiempo firmaba el gabinete ruso con lord Gower el tratado de la tercera coalicion.

Faltábales comprometer á Prusia y Austria, esta escarmentada y temerosa de la guerra con Francia, aquella ambigua en su política, vacilante, y cuidadosa de no aparecer enemiga de Napoleon. Austria, mas propensa, hizo luego un tratado secreto con Rusia, y cuando Napoleon tomó el título de rey de Italia, dió principio á los armamentos que antes por disi- | mular habia retardado. En cuanto á Prusia, resolvieron hacerla salir de su ambigüedad, haciendo Inglaterra y Rusia causa comun contra toda potencia que manteniendo relaciones con Francia fuera obstáculo á los planes de los coligados. El objeto era la evacuacion del Hannover, del Norte de Alemania, y de toda la Italia, la independencia de Holanda y Suiza, la reconstitucion del Piamonte, la consolidacion del reino de Nápoles, y por último, el establecimiento en Europa de un órden que asegurase todos los Estados contra las usurpaciones de Francia. Los aliados habian de reunir quinientos mil hombres, de los cuales daria el Austria doscientos cincuenta mil; el resto entre Rusia, Suecia, Hannover, Inglaterra y Nápoles. El plan militar, atacar con las tres masas; por el Mediodía los rusos de Corfú, napolitanos é ingleses, que habian de reunirse en Lombardía con cien mil austriacos; por Oriente, el gran ejército austroruso, que operaria sobre el Danubio; por el Norte, los suecos, hannoverianos y rusos, que bajarian hácia el Rhin. El plan diplomático, intervenir en nombre de la liga de mediacion, proponiendo un arreglo antes de emprender la lucha; y si esta era necesaria, colocar á Napoleon en situacion tal que no pudiera dar un paso sin encontrar, do quiera que se dirigiese, toda Europa sobre las armas.

Nombrado estaba ya por Rusia para hacer proposiciones al nuevo emperador de los franceses el mismo negociador que habia estado en Londres, en union ahora con el abate Piátoli. Napoleon, que se hallaba entonces en Italia entregado á muy diferentes proyectos, accedió á recibir á los enviados rusos en Paris para el mes de julio (1805), pero protestando que si aquellos pronunciaban alguna palabra que indicara tratados hipotéticos con Inglaterra, y cualquiera que fuese la union

(1) A Londres fué enviado Nowosiltzoff, que era el mas diestro de ellos; á Madrid Strogonoff, primo del ministro de este nombre, el cual habia de pasar antes por Londres.

Pero la agregacion de Génova y la creacion del Estado de Luca acabaron de decidir á las potencias á formar la coalicion. Austria firmó su adhesion al tratado. Rusia cortó sus diferencias con Inglaterra sobre la evacuacion de Malta, y se convino el plan de campaña (16 de julio, 1805), acordándose entre otras cosas que los ingleses desembarcarian en los puntos mas accesibles del imperio francés luego que Napoleon tuviera que destinar el ejército de las costas para atender á la guerra del continente. Bonaparte columbraba lo que se estaba preparan

nubes el horizonte, y tenia que tomar un partido en los pocos dias de su permanencia en Fontainebleau y Saint-Cloud. Pero enamorado con su plan marítimo, confiando en que podria ejecutarle antes que la Europa se moviera sériamente, y contando con que un golpe sobre Inglaterra era destruir en pocos dias la coalicion, decidióse por aquel partido; y diciendo al archi-canciller Cambaceres que no opinaba como él: «Confiad en mi actividad y ya vereis cómo sorprendo al mundo;» y ofreciendo á Prusia la posesion de Hannover á condicion de que se aliara explícitamente con la Francia, y dadas las disposiciones para defender la Italia y las fronteras del Rhin, partió para Boulogne, donde llegó el 3 de agosto (1805). Allí pasó revista á los cien mil hombres de infantería formados á lo largo de la playa, y escribia entusiasmado al ministro Decrés: «No saben los ingleses lo que les espera: si llegamos á hacernos dueños de la travesía por doce horas, Inglaterra ha muerto.»

Escuadra, flotilla de trasporte, ejército, distribucion de tropas, todo aquel formidable aparato de naves y de hombres, cual al decir del mismo Napoleon no le habia visto el mundo desde los tiempos de César, estaba completo y magníficamente preparado. Solo aguardaba impaciente el arribo de la escuadra de Villeneuve y de Gravina para poder salir de Brest. Pero estos dos almirantes no parecian. Habian hecho con toda felicidad y sin tropiezo alguno su expedicion á la Martinica; sus operaciones en aquellas islas habrian podido ser mas felices si el almirante francés Villeneuve, hombre por otra parte de valor personal, no se hubiera preocupado con la idea tan errada como funesta de tener su gente y sus naves por tan débiles que no era posible batirse con la escuadra inglesa, aunque fuese menor en hombres y navíos. Esta fatal obcecacion le hacia decir delante de sus mismos oficiales que no quisiera verse en el caso de tener que combatir con veinte navíos franceses y españoles contra catorce ingleses. Aunque el almirante británico Nelson que habia salido en su persecucion no le habia podido encontrar, aunque le aseguraban que Nelson no podia llevar mas de doce ó catorce navíos, con los cuales podia batirse en el caso de un encuentro la escuadra franco-española compuesta de veinte navíos y siete fragatas, á la fascinada imaginacion de Villeneuve se representaba siempre Nelson como un poder formidable, como un peligro que á toda costa era necesario huir. En vano se esforzaba por despreocuparle y alentarle el general francés Lauriston,

de

colocado por el mismo emperador á su lado con este objeto. | lor de su gente, sacó pérdidas de donde debió haber sacado

No bastaba á fortalecerle ver al español Gravina, sereno y enérgico, dispuesto á combatir y á arrostrar cuantos riesgos se presentasen; ni le servia ver á oficiales, soldados y marineros confiar en su propio valor y desear encontrarse con el enemigo. Este fatal pavor, este caimiento de ánimo que se apoderó | de Villeneuve habia de ser causa, como vamos á ver, de frustrarse el mas grandioso proyecto de Napoleon, y habíalo de ser tambien de inmensos desastres é infortunios para España.

Cuando llegó el contra-almirante Magon con sus dos navíos de Rochefort y con la noticia del nuevo plan del emperador, Villeneuve no pensó mas que en dar la vuelta á Europa, sin que le animara haber apresado á la vista de la Antigua un convoy de géneros coloniales de valor de diez millones de francos. Aturdido con saber que Nelson habia llegado á la Barbada, bien que con solos once navíos, ni siquiera se atrevió á acercarse á las Antillas francesas para dejar allí las tropas que habia tomado, que allí eran necesarias y á él no podian servirle sino de estorbo, y solo se resolvió á trasbordar á la Martinica las que cabian en las cuatro mejores fragatas, quedándose él todavía con cuatro ó cinco mil hombres, que eran una carga harto embarazosa. Siguió pues su rumbo hácia las costas de España (junio, 1805); á las sesenta leguas de tierra comenzaron á soplar de pronto los nordestes, obligando á los buques á capear por algunos dias: esta detencion ocasionó enfermedades en las tropas y en las tripulaciones, fué causa de que el almirantazgo inglés se apercibiera de su marcha, y así cuando la escuadra franco-española remontaba hácia el Ferrol, encontróse con la inglesa del almirante Calder (22 de julio, 1805), reforzada con cinco navíos que de Portsmouth le habia llevado Stirling, entre todo quince navíos y veintiuna

velas.

El combate era inevitable, y Villeneuve tenia necesidad de aceptarle tambien, porque las instrucciones de Napoleon eran terminantes. Pero Villeneuve perdió un tiempo precioso antes de colocarse en órden de batalla, malogrando la mejor parte del dia, por mas que el general Lauriston le excitaba sin cesar. Al fin comenzó el combate entre tres y cuatro de la tarde. El español Gravina que mandaba la vanguardia, sin esperar la señal del general en jefe, viró favorecido de una densa niebla sin ser visto del enemigo, mas luego que observó haber descubierto este su maniobra, arremetió con ímpetu á Calder forzando de vela, y escarmentó á un navío de tres puentes que se adelantaba á sostener el de su estrechado almirante; mas con la energía del marino español contrastaba la indecision del almirante francés.

El fin principal de las maniobras de los ingleses era envolver la retaguardia de los aliados entre dos fuegos, formando una especie de ángulo muy abierto y reforzado para presentar siempre mayor fuerza en cada punto dado: combatíase en medio de una espesa niebla; dos navíos españoles, el Firme y el San Rafael, fueron arrojados por el viento á la línea enemiga; Villeneuve no hizo lo que debiera para salvarlos, y despues de una defensa heróica, cayeron en poder de los ingleses. Villeneuve prefirió aquella pérdida al peligro de volver á comprometer la accion, que á pesar de todo hubiera podido ser una victoria, porque los españoles, como dijo el mismo Napoleon, se batieron en Finisterre como leones, y Gravina, como dice un historiador de aquella nacion, ejecutó sus movimientos con suma energía, y se distinguió por su intrepidez á la cabeza de su escuadra (1).

Quejábanse en alta voz las tripulaciones y murmuraban sin rebozo de la irresolucion ó de la impericia de Villeneuve, que malogrando la superioridad de su escuadra y el esfuerzo y va

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triunfos. Los rumores de estas censuras llegaban á sus oidos; temia por otra parte las reconvenciones de Napoleon, y abrumado de disgusto, y viéndose con heridos y con enfermos, determinó ir á buscar recursos y descanso en el puerto de Vigo. A los pocos dias, dejando allí tres navíos, subió á la altura del Ferrol (2 de agosto, 1805): allí le comunicaron los agentes consulares las instrucciones del emperador y sus órdenes apremiantes para que sin detenerse un momento en el Ferrol se trasladase á Brest, batiese la escuadra de Cornwallis, y vencedor ó vencido proporcionase la salida de Gantheaume, objeto de su ardiente anhelo, y clave de sus magníficos planes. Pero aquel hombre no veia en todas partes sino peligros que le abultaba su ofuscada imaginacion. Temia á ocho navíos ingleses que habia sobre la costa, y les veia multiplicarse como por encanto (2); ni siquiera tuvo valor para llegarse otra vez á Vigo, donde habria de encontrar al capitan Lallemand con cinco navíos y muchas fragatas, que hubieran aumentado considerablemente sus fuerzas; temiendo sin duda encontrar en el camino á Nelson, contentóse con escribir á Lallemand que se dirigiera á Brest: al general Lauriston le dijo que él tambien tomaba el mismo rumbo, y así se lo escribia aquel á Napoleon; pero al mismo tiempo en un despacho al ministro Decrés, revelándole las agitaciones de su alma, dejaba entrever que acaso se dirigiria á Cádiz. En medio de estas ánsias perdió Villeneuve de vista la tierra alejándose de la Coruña (14 de agosto, 1805), dejando á Lallemand comprometido. ¡Y á este hombre iba subordinada la escuadra española!¡Y lo que es mas extraño, á este hombre seguia confiando el imperio sus fuerzas navales!

Del 15 al 20 de agosto estuvo Napoleon aguardando en Boulogne con la mayor impaciencia la llegada de la escuadra franco-española. En los parajes mas elevados de la costa se habian puesto señales para avisar el momento en que se la divisara. El 22 llegó el despacho de Lauriston, en que anunciaba que Villeneuve salia para Brest. Loco de contento el emperador, escribió á Gantheaume que estuviera preparado para no perder un solo dia; y á Villeneuve diciéndole: <«<Señor vice-almirante: creo que habreis llegado á Brest: partid, no perdais un solo momento, y entrad en la Mancha con mis escuadras reunidas. La Inglaterra es nuestra. Estamos dispuestos, y todo embarcado. Presentaos, y en veinticuatro horas estamos fuera del paso.-Campo imperial de Boulogne, 22 de agosto.» Pero al propio tiempo recibió el ministro la carta de Villeneuve, en que le hablaba muy problemáticamente de su direccion á Brest. Noticiado este despacho á Napoleon, desatóse en denuestos contra el desobediente almirante: «Vuestro Villeneuve, decia á Decrés, no es capaz de mandar una fragata:» y le llamaba cobarde, y aun traidor, y quiso dar órden para que de Cádiz, si habia ido allí, fuese llevado por fuerza á la Mancha.

Nuevos proyectos y nuevos planes se agitaron y trataron aquel dia entre Napoleon y Decrés, porque las noticias de la guerra continental eran cada momento mas alarmantes. El 23 escribia Napoleon á Talleyrand. «Estoy resuelto; mis flotas se han perdido de vista desde las alturas del cabo Ortegal el 14; si entran en la Mancha..... voy á desatar en Londres el nudo de todas las coaliciones. Si, por el contrario, mis almirantes no tienen teson ó maniobran mal, levanto mis campamentos de las orillas del Océano, entro con doscientos mil hombres en Alemania, y no paro hasta fondear en Viena, arrebatar al Austria Venecia y todo lo que conserva en Italia, y arrojar á los Borbones de Nápoles. Impediré la union de los austriacos con los rusos, derrotándolos antes que llegue este caso, y por último, luego que haya pacificado el continente, volveré al Océano

(2) Voy á salir (escribia á su amigo el ministro Decrés). pero no sé lo que haré, porque hay ocho navíos á la vista de la costa y á ocho leguas de distancia, que nos seguirán, y no podré hacerlos frente, y se irán á reunir á las escuadras de Brest ó de Cádiz, segun el rumbo que yo tome

(1) Para esta sucinta relacion del combate de Finisterre, no tan importante por lo que fué en sí como por sus consecuencias, hemos tenido á la vista el parte del general Gravina al príncipe de la Paz; el del almirante Villeneuve al ministro de Marina Decrés; Thiers, Historia del Consulado y del Imperio; Mathieu Dumas, Précis des évenements militai-á cualquiera de estos dos puntos. Mucho falta para que, saliendo de aquí res; Jurien de la Graviere, Estudios sobre la última guerra marítima; Cárlos Dupin, De las fuerzas navales de Inglaterra, y otros varios docu

mentos.

con veintinueve navíos pueda considerarme bastante fuerte para luchar contra un número siquiera aproximado; tanto que, no temo decírtelo á tí, sentiré mucho encontrarme con veinte navíos enemigos.>>

para trabajar de nuevo en la paz marítima. » Y acto continuo, | los seis cuerpos al otro lado de los Alpes de Suabia, y antes con aquella actividad y rapidez que no tenia ejemplo, comenzó á dictar multitud de órdenes y disposiciones para la guerra continental. «En el arrebato de un furor (dice un testigo de vista), que á otros hombres no les permitiera conservar su buen juicio, tomó una de aquellas resoluciones mas atrevidas, y dictó uno de los planes de campaña mas admirables que conquistador alguno haya podido formar con sosiego y sangre fria: sin titubear y sin detenerse dictó por entero todo el plan de la campaña de Austerlitz (1). »

Vínole bien á Napoleon aquella nueva actitud de las potencias coligadas, pues le abrian un vasto campo en que desarrollar toda la grandeza de su genio; que de otro modo, y sin este motivo, suspendida por tercera vez por la sola falta de Villeneuve la tan anunciada y de tan largo tiempo preparada expedicion á Inglaterra, habria aparecido á los ojos de Europa como un impotente jactancioso. Obligado, pues, y resuelto á sustituir un plan por otro, concibió aquel maravilloso pensamiento de trasportar su grande ejército desde las playas del Océano á las márgenes del Danubio, de tal modo y con tal celeridad que cayera sobre los austriacos antes que pudieran reunirseles los rusos, envolver á aquellos, y batir despues á estos cuando no tuvieran mas apoyo que la reserva austriaca. El secreto era el alma y la garantía de sus planes; la sorpresa el principal medio, y para desorientar á todos pasó todavía unos dias en Boulogne. «Jamás, dice un historiador francés, ha habido un capitan, ni en los antiguos ni en los modernos tiempos, que haya concebido ó ejecutado planes en una escala

tan vasta. >>

Tomadas, pues, las disposiciones para la conservacion y seguridad de la escuadrilla, disposiciones admirables, pero que no podemos detenernos á enumerar; y despues de haber presenciado la salida de las divisiones de aquel entusiasmado ejército, que tan largas, rápidas y gloriosas jornadas iba á hacer, partió tambien Napoleon camino de Paris, y llegó á la Malmaison (3 de setiembre, 1805), sin que nadie supiese lo que habia resuelto. El público que lo ignoraba, pero que sabia los apuros del tesoro, y conocia el compromiso en que habia puesto á Francia su coronacion como rey de Italia, la agregacion de Génova al imperio y el establecimiento de la princesa Elisa en Luca, manifestó por primera vez cierta desconfianza y frialdad hacia el emperador. Aumentóse el disgusto al verle pedir nuevos sacrificios de hombres y de dinero. Napoleon lo comprendió bien, pero fiando en que pronto habria de convertir en entusiasmo aquella frialdad de los franceses, partió de Paris el 24 de setiembre, llegando el 26 á Strasburgo, donde con asombro de Europa y como por encanto habian aparecido las grandes columnas que hacia pocos dias estaban acampadas á lo largo del Océano. El Ejército Grande (que este fué el nombre que le dió Napoleon y con que ha pasado á la historia) fué dividido por él en siete cuerpos, que presentaban una masa de ciento ochenta y seis mil combatientes, con treinta y ocho mil caballos y trescientas cuarenta piezas de artillería; y contando las tropas de Italia y de Baviera, reunia doscientos cincuenta mil franceses con mas de treinta mil alemanes, dejando en Francia una reserva de ciento cincuenta mil conscritos. Los aliados contaban con quinientos mil hombres, de ellos la mitad austriacos, doscientos mil rusos, y cincuenta mil ingleses, suecos y napolitanos.

Ordena Napoleon cuándo, dónde y cómo habia de moverse cada uno de los cuerpos del Ejército Grande, pasa él mismo el Rhin con su guardia imperial: el 5 de octubre se encuentran

(1) Darú, en Cárlos Dupin, De las fuerzas navales de Inglaterra, t. I, libro VI.—Darú era intendente general del ejército ó primer comisario de guerra. Cuenta que una mañana le llamó el emperador, que le encontró en su gabinete paseando silencioso y taciturno, á ratos dejándose arrebatar de la ira, y que en uno de estos momentos exclamó: «¡Qué marina...! ¡qué almirante!... ¡cuántos sacrificios malogrados! ¡todas mis esperanzas desvanecidas! Ese Villeneuve... ¡en vez de hallarse en la Mancha, ha fondeado en el Ferrol.....! Se acabó... allí le bloquearán... Darú, ponéos

ahí... escuchadme... escribid...>>

Otro dia le llamó y le dijo: «¿Sabeis dónde está Villeneuve?... ¡¡En Cádiz!!>> Y se desató en diatribas sobre su debilidad é ineptitud, deplorando ver frustrado el mas hermoso plan que habia concebido en su vida.

que el general austriaco Mack que se hallaba acampado en Ulma se apercibiera de los intentos de Napoleon, se halla con él á su espalda, interpuesto entre los austriacos y los rusos que habian de ir á incorporárseles, que fué su propósito desde Boulogne. Lannes, Murat, Bernadotte, Ney, Marmont, Soult, Davout, Dupont, todos los generales ejecutan los movimientos y ocupan los puntos que el emperador les señala. Dispone Napoleon sus maniobras, arenga á todos, prometiéndoles una victoria no menos gloriosa que la de Marengo, suceden varios combates parciales, y por último, bloqueada y atacada la plaza de Ulma, dado y cumplido un plazo para rendirse como prisionero de guerra Mack con su ejército, el memorable dia 20 de octubre (1805), colocado Napoleon frente de Ulma junto á una gran fogata encendida por los franceses, en el declive de una colina, presencia el desfile de las columnas austriacas que van á dejar las armas, siendo el primero el general Mack, que al entregarle la espada le dice: «Aquí teneis al desgraciado Mack.» El resultado de este famoso triunfo le dice, mejor que todas las relaciones, la proclama que al dia siguiente dirigió Napoleon á su ejército en el cuartel general imperial de Elchingen.

<< Soldados del Grande Ejército: En quince dias hemos llevado á cabo una campaña, en que hemos realizado lo que nos proponíamos. Hemos arrojado de Baviera las tropas de la casa de Austria, restableciendo á un aliado nuestro en la soberanía de sus Estados. El ejército que con tanto orgullo como imprudencia habia llegado hasta nuestras fronteras no existe ya...

>> Cien mil hombres componian ese ejército, y sesenta mil han caido prisioneros, estando destinados á reemplazar á nuestros conscritos en las labores agrícolas. Doscientas piezas de artillería, noventa banderas, todos los generales se hallan en nuestro poder, y no llegan á quince mil hombres los que han logrado escapar. Soldados, os habia dicho que íbais á dar una gran batalla; pero gracias á las malas combinaciones del enemigo, he alcanzado un triunfo igual al que esperaba, sin correr ningun riesgo, y lo que no se conoce en la historia de las naciones, sin que tan gran resultado nos haya costado arriba de mil quinientos hombres...

>> Pero no se limitará á esto vuestro ardimiento: estais impacientes por empezar una segunda campaña, y vamos á hacer que ese ejército ruso que el oro de Inglaterra ha traido del otro extremo del mundo tenga la misma suerte que el que acabamos de destruir. La nueva lucha en que vamos á entrar pertenece mas especialmente á la infantería; esta es la que va á decidir por segunda vez la cuestion que ya hemos decidido en Suiza y Holanda, de si la infantería francesa es la primera ó la segunda de Europa... »

El triunfo de Ulma dejó atónitas todas las potencias enemigas.

Pero al propio tiempo y en los mismos dias que tanta y tan brillante gloria recogian las armas francesas en el corazon del continente, sus fuerzas marítimas sufrian un terrible desastre en los mares occidentales de Europa; desastre que por desgracia fué tan funesto como inmerecido para España. Ya se entenderá que nos referimos al memorable y eternamente doloroso combate de Trafalgar.

En 20 de agosto (1805) anclaba en la bahía de Cádiz la escuadra franco-española mandada por el almirante Villeneuve procedente del Ferrol. Aquel tímido, irresoluto y siempre zozobroso jefe, que con su apocamiento y pusilanimidad habia frustrado el mas gigantesco de los proyectos marítimos de Napoleon; aquel desgraciado marino, á quien ni Lauriston, ni Gravina, ni el emperador mismo habian logrado infundir aliento, y que en sus perplejidades solo habia mostrado una cobarde terquedad en no cumplir las órdenes de su gobierno, aun á riesgo de concitar el enojo imperial, comenzó en Cádiz apresar el pequeño crucero inglés que allí á la sazon habia; su nueva serie de desaciertos desaprovechando la ocasion de antes se manejó de modo que se jactase luego Collingwood de haberse salvado de tan superiores fuerzas. Lo que apenas se comprende en el genio impetuoso y vivo de Napoleon es que no se apresurara mas á separar del mando de la escuadra

combinada al hombre que habia inutilizado sus vastas combinaciones, al hombre á quien en su cólera calificaba de inepto, de cobarde, y hasta de traidor. Y solo puede explicarse por la conducta del ministro Decrés, que, compañero y amigo de Villeneuve, ni al emperador le descubria lo que podria irritarle mas, ni al almirante le revelaba sino á medias las palabras acres y los términos duros con que el emperador censuraba su conducta. De modo que en la permanencia de Villeneuve al frente de la escuadra, y en los desastres que de ello se siguieron, toca sin duda una gran parte de responsabilidad al ministro de Marina Decrés.

Aun queria Napoleon, ya que su plan favorito se habia malogrado, que la escuadra aliada de Cádiz, uniéndose á la de Cartagena que mandaba el entendido español Salcedo, y que podia dominar por algun tiempo el Mediterráneo, se trasladase á Tarento, se apoderase de los cruceros ingleses que se hallaban en el apostadero de Nápoles, y socorriese con cuatro mil soldados al general Saint-Cyr. Pero otro dia, volviéndose á Decrés: «Probablemente, le dijo, será tan cobarde vuestro amigo Villeneuve que no saldrá de Cádiz, y así dis- | poned que el almirante Rosilly tome el mando de la escuadra si cuando llegue no ha salido aun, y que Villeneuve venga á Paris á darme cuenta de su conducta.» Todavía despues de esto se contentó Decrés con anunciar á su amigo la salida de Rossilly, pero sin atreverse á revelarle toda su desgracia, en la esperanza de que saldria de todos modos antes que aquel llegase. Mas no era Villeneuve tan escaso de comprension que no adivinara todo lo que en las cartas del ministro se dejaba traslucir, y con esto y con saber que Rosilly se hallaba ya en Madrid, el hombre indeciso, el hombre apocado, el hombre temeroso, sintióse de repente animado del valor de la desesperacion, y pasando al extremo de la temeridad irreflexiva, se propuso lavar su nota de cobarde entregándose á un acto de arrojo, siquiera le aguardara una catástrofe cierta. Hé aquí explicada la verdadera causa de la anterior indisculpable flojedad de Villeneuve, y de la imperdonable y temeraria audacia que tan funesta fué despues á las dos naciones, y á España mas principalmente puesto que de su desatentado manejo ninguna culpa alcanzó á los españoles (1).

(1) Necesitamos dar la razon de estas palabras, cuya verdad veremos justificada en el resto de la narracion.

Mr. Thiers en su Historia del Consulado y del Imperio, no siempre justo con el gobierno y la nacion española y nunca indulgente con ella en sus censuras, á quien por lo mismo hemos tenido que rectificar ya en mas de una ocasion, ha estado evidentemente apasionado é injusto en el modo de calificar el estado de nuestra armada y la conducta de nuestros marinos desde el momento que se incorporó la escuadra española á la francesa hasta que terminó el famoso combate de Trafalgar, atribuyén doles todas las faltas, todos los errores y todos los reveses que se cometieron y se sufrieron, así en la expedicion y regreso de la Martinica, como en las aguas de Finisterre, en la bahía de Cádiz y en la sangrienta pelea que despues sostuvo y nos fué tan fatal.

Al decir de este historiador, si Villeneuve no hizo lo que debió y pudo en los mares de las Antillas, si el miedo se apoderó del ánimo de aquel desdichado almirante, si no se atrevió nunca á medir las fuerzas superiores de que disponia con las muy inferiores de los ingleses, si él mismo confesaba el pavor que le infundian los nombres de Nelson, de Calder ó de Cornwallis, si en Finisterre malogró la ocasion de una victoria, y dejó apresar dos navíos españoles que pudo facilísimamente recobrar, si dejó á Lallemand abandonado en Vigo, si desobedeció por cobardía las órdenes de Napoleon y frustró sus grandes proyectos, si el miedo le llevó á Cádiz en lugar de ir á Brest, si le faltó resolucion para apoderarse del crucero inglés, si la desesperacion le hizo cometer despues una temeridad, si por último y por resultado de su indecision, de su apocamiento, de su timidez, ó de la fascinacion de su espíritu, ó de su insuficencia é ineptitud, se dió por su culpa, y por su culpa se perdió la gran batalla naval que tan funesta fué á Francia y España, todo consistió, si se cree á Thiers, en el mal aparejo y provision de los navíos españoles, en la inexperiencia de sus marinos y de sus jefes, en que las inmensas máquinas de guerra de España eran como los navíos turcos, magníficos en apariencia, pero inútiles en el peligro.

En vano otros historiadores de Francia, en vano los primeros marinos ingleses y franceses, en vano Napoleon mismo habia ponderado el valor y comportamiento de la escuadra española en los encuentros que tuvo en aquella ocasion, en vano hablan los hechos heróicos de los españoles en Trafalgar; para M. Thiers la culpa de los desastres fué de ellos, y no del desdichado Villeneuve, cuya pusilanimidad, cuya obcecacion, cuyos

Decidido pues Villeneuve á desafiar la fortuna y á ver si en un dia recobraba el crédito perdido en muchos meses, preparó la escuadra y tomó todas sus disposiciones para un combate. Componíase la fuerza aliada de treinta y tres navíos, cinco fragatas y dos briks. De ella hizo una escuadra de batalla, dividida en tres secciones ó cuerpos de á siete navíos cada uno, mandando el de vanguardia el español Alava, el de retaguardia Dumanoir, y quedándose él con el mando del del centro: y otra al mando de Gravina, compuesta de doce navíos, repartidos en dos divisiones, de las cuales confió la segunda al contra-almirante Magon. Constaba la escuadra de Nelson poco mas ó menos de igual número de buques, pero mas adiestrados, y con las ventajas que entonces llevaba á todas la marina inglesa: y si bien el almirante inglés calculó que era menor la fuerza naval enemiga, tomó tales disposiciones que asombraron despues, cuando se vió la precision de sus maniobras. Espoleado pues Villeneuve, como hemos dicho, con la noticia de hallarse ya en Madrid el almirante Rosilly nombrado para sustituirle, se arrojó á aventurar la batalla, por cierto no con la aprobacion de los jefes españoles, que consultados en el consejo manifestaron su dictámen contrario á la salida de la escuadra, dando las razones y mostrando los inconvenientes que en ello veian (2).

A pesar de todo, el 19 de octubre dió órden Villeneuve para hacerse á la vela. El 20 descubrió la escuadra aliada á la enemiga, que creyó tambien inferior en fuerzas, porque una de las mas acertadas precauciones de Nelson habia sido ocultar cuidadosamente el número de sus navíos. Dispuso Villeneuve aquella noche el órden de batalla para el siguiente dia. La escuadra de reserva á las órdenes de Gravina marchaba independiente de la principal para poder acudir donde mas conviniera; posicion hábil, escogida por el inteligente Gravina, como la mas á propósito para maniobrar con ventaja: así lo reconocia el entendido contra-almirante Magon. Pero Villeneuve, contra el dictámen y con repugnancia de los dos ilustres marinos, ordenó que la reserva se pusiera inmediatamente en línea: falta grave, contra la cual protestaron aquellos en alta voz, y que vino á ser una de las causas principales del desastre (3). La escuadra inglesa, en dos columnas, avanzaba á toda vela y viento en popa, amenazando la retaguardia y centro de los aliados. Villeneuve quiso socorrer la retaguardia, donde primero se empeñó la lucha, mandando que todos los buques virasen de consuno, dando cada uno la vuelta sobre sí mismo, para que la línea continuase siendo larga y recta; mas como no fuese fácil variar de repente la posicion, sin que resultaran irregularidades en las distancias, por precisos que fueran los movimientos, la línea quedó mal formada, y ya se empezó á conocer el desacierto de no haber dejado independiente la escuadra de reserva.

Sigamos en la relacion del combate al escritor que ha hecho mas estudio y reunido mas datos para conocerle. «Al medio dia emprendieron los ingleses el movimiento con arreglo á las

errores y cuya impericia reconoce por otra parte, que es lo mas extraño. No se puede leer con serenidad la relacion de Thiers en este punto. Por fortuna hubo, cuando se publicó su Historia, un español amante de la honra y del decoro de su patria, que tomó á su cargo la noble tarea de deshacer con datos y documentos irrecusables las injustas aserciones de Thiers. Don Manuel Marliani, ex-senador del reino, que es el español á que aludimos, mereció que el ministro de Marina, que lo era á la sazon el ilustre marqués de Molins, le invitara á que reimprimiera su escrito en los idiomas español y francés, por cuenta del Estado. En su virtud el señor Marliani publicó en 1850 un libro con el título de: COMBATE DE TRAFALGAR. Vindicacion de la Armada española contra las aserciones injuriosas vertidas por Mr. Thiers en su Historia del Consulado y del Imperio: muy nutrido de documentos oficiales, y en que rebate victoriosamente aquellas aserciones, con una minuciosidad que nosotros no podemos emplear, pero que nos suministra datos preciosos para lo que sobre estos sucesos nos cumple decir en una historia general.

(2) Hubo con este motivo una discusion viva y fuerte entre el contra-almirante Magon y el brigadier español Galiano: mediaron tambien contestaciones entre Villeneuve y Gravina; pero quien hizo mas abierta oposicion fué el ilustrado y valiente brigadier Churruca, cuyas enérgicas palabras nos han sido conservadas.-Marliani, Combate de Trafalgar. (3) Esto lo reconoce y confiesa el mismo Thiers, haciendo en esto justicia al talento de Gravina.

RECUERDO DE TRAFALGAR

Generalizadas las guerras marítimas entre las potencias que tenian costas, hubiéronse de construir los barcos atendiendo mas á su potencia guerrera ó militar que á sus condiciones marineras, y así fuese aumentando la artillería que montaban hasta un número prodigioso de cañones que se colocaban en distintas baterías ó pisos unos encima de otros, y á mediados del siglo XVIII se construyeron los navíos de tres puentes y de ciento setenta cañones. Rebajóseles notablemente la altura de los castillos, ensancháronse las popas redondeándolas por la parte superior, y colocáronse en ellas varios balcones ó galerías voladas donde podian pasear cómodamente los oficiales; ensancháronse tambien las cofas rodeándolas de parapeto para hacer fuego desde ellas con pedreros, y las esbeltas formas de los galeones convirtiéronse en pesadas curvas que daban á los navíos mas bien el aspecto de fortalezas que el de naves dispuestas para surcar los mares. Armáronse los altísimos palos de tres masteleros (algunas veces cuatro) sólidamente empalmados, reforzáronse las vergas sujetándolas con racamentos y otros cordajes. En fin, fué perfeccionándose el aparejo que, á la par que se simplificaba, adquiria mas solidez por sus bien calculados puntos de sujecion y amarres. Del bauprés quitáronse las cebaderas, dejando solo las velas triangulares llamadas foques, y sin desatender las condiciones de máquinas de guerra se procuró que las tuvieran tambien marineras. La ornamentacion de los cascos fué poco á poco desapareciendo hasta reducirse á lo absolutamente necesario. Los navíos Trinidad y Santa Ana, célebres por su potencia y conducta en el combate de Trafalgar, no ostentaban mas que un leon coronado en la proa y algunas molduras y balaustres en los balcones de popa.

Como la mision de los barcos de guerra era intimidar y manifestar su potencia, aun antes de entrar en combate, para hacer visible de léjos el número de sus bocas de fuego, pintáronse á lo largo de los costados unas bandas ó fajas en las que se abrian las portas que las cortaban en trozos iguales. Primero fueron amarillas y despues blancas, acusando fácilmente el número de puentes ó baterías que tenian los navíos. Despues en 1860, considerando que estas bandas blancas ofrecian un blanco muy visible, se suprimieron quedando los barcos enteramente negros. Los navíos de tres puentes eran muy pesados y de poco andar, sus proporciones poco graciosas y esbeltas, sin embargo, eran mucho mas agradables á la vista que las modernas fragatas. Los últimos navíos de nuestra armada han sido los de dos puentes: Francisco de Asís é Isabel II. Todos estos barcos que hemos descrito eran solo de vela, y al impulso del viento tenian que sujetar sus maniobras y marcha. Desde principios del siglo XIX empezaron á ser impulsados los barcos por máquinas de vapor, si bien no muy perfectas, pero hoy dia estas se han perfeccionado tanto que su potencia es asombrosa, y ellas mueven la mas potente máquina de guerra con mayor velocidad que la que podian alcanzar los mejores navíos de vela. Las formas de los barcos hubieron de modificarse notablemente para soportar los grandes pesos de las máquinas de vapor, y hay tal variedad de tipos, cambian tan rápidamente de aspecto con los nuevos adelantos de la maquinaria y balística, que no podemos ofrecer aquí mas que los dos tipos mas usuales que tenemos en la armada, la fragata de madera y hélice y las blindadas que presentamos en otra lámina.

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