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1 Navio RAYO.-2. Bandera insignia que llevaba el General Gravina a bordo del Navio PRINCIPE DE ASTURIAS-3 Navio SANTA ANA

(Cepins sacadas en d Museo Naval.)

instrucciones del general en jefe. La primera columna la regia en persona Nelson..... La segunda, al mando del almirante Collingwood, se adelantaba formando cabeza el Royal Sovereign..... «Corte V., le dijo Nelson, la retaguardia por el undécimo navío.» Y luego recogiéndose un poco, mandó hacer aquella célebre señal, que electrizó la escuadra, y se hizo despues tan famosa: La Inglaterra espera que cada uno hará su deber. La hora suprema habia llegado. Conforme á su plan de ataque se adelanta Nelson para cortar la línea por la popa del Santísima Trinidad y la proa del Bucentaure. Pero el general Cisneros mandó meter en facha las gavias del Trinidad, y se estrechó de tal modo con el Bucentaure, que Nelson desistió de su empeño, habiendo perdido mucha gente y quedando muy maltratado el Victory por el terrible fuego que tuvo que sufrir. Mas luego atacaron á un tiempo el Victory y el Temeraire, ambos de tres puentes, al Redoutable, el cual tuvo que dejar paso al enemigo por la popa del Bucentaure, por donde penetró la mitad de la escuadra que mandaba Nelson y atacó á los navíos del centro: la otra mitad, amenazando la vanguardia y figurando maniobrar para que la tuviesen en respeto, cayó luego sobre el centro mismo..... El Trinidad y el Bucentaure recibieron intrépidamente la terrible arremetida de los ingleses; allí se trabó encarnizada pelea, batiéndose aquellos dos navíos contra fuerzas muy superiores. En esta lucha una bala del Redoutable alcanzó á Nelson en el hombro izquierdo, le atravesó el pecho y se fijó en la espina dorsal..... Una tregua siguió á este suceso que privaba á Inglaterra de su primer almirante..... mas luego volvió á trabarse el combate con mayor furia..... En socorro del Trinidad acudió el brigadier comandante del Neptuno, don Cayetano Valdés; y tam- | bien acudieron á este punto de la línea el San Agustin, y los franceses Héros é Intrépide; pero el Trinidad tiene que sucumbir tras del Bucentaure, que arria bandera, despues de una defensa gloriosa.>>

Describe luego de este modo el escritor á quien seguimos el combate que sostenian el Santa Ana, el Fougueux y el Monarca con la columna de Collingwood que montaba el Royal Severeign, navío de tres puentes sumamente velero (1). <<Entonces se trabó entre el Royal Sovereign y el Santa Ana la mas horrible lucha, barloados los dos navíos uno á otro tan cerca que las velas bajas se tocaban. El general Alava, que conocia que Collingwood queria pasar á sotavento, puso toda su gente á estribor, y tal era el estrago que hacia la artillería del Santa Ana y el peso de sus proyectiles, que su primera andanada hizo escorar el Royal Sovereign sobre la banda opuesta hasta descubrir dos tablones. De esta refriega salieron los dos navíos enteramente destrozados. El Santa Ana sostuvo el combate del modo mas valiente, esperando ser socorrido. La lucha con el Royal Sovereign es desesperada: cae gravemente herido el general Alava; cae Gardoqui, su digno capitan de bandera; la arboladura del Santa Ana está destrozada; diezmada su tripulacion; en esa lucha cuerpo á cuerpo queda el navío inglés tan maltratado como su contrario; inmóvil y sin poder ya gobernar Collingwood, tiene que abandonar su hermoso navío desmantelado, y sostenido por su division se ve precisado á pasar á la fragata Euryalus en medio del

combate.»>

Pinta la terrible pelea que en otro punto sostenia el Príncipe de Asturias guiado por Gravina por espacio de cuatro horas contra tres ó cuatro navíos enemigos, y continúa: «En ese círculo de fuego y de humo, en medio de estragos espantosos, cuando la muerte acaba con la mayor parte de la tripulacion, cae el general Gravina gravemente herido de un casco de metralla en el brazo izquierdo; cae su digno mayor general

(1) Del carácter y de la serenidad de este almirante da una idea lo siguiente, que se lee en sus Memorias y lo refiere tambien Marliani. La mañana del combate se vistió con mucho esmero, y le dijo al oficial de su predileccion: «Clavell, quítese V. las botas; es mucho mejor llevar medias de seda como yo, pues si recibimos alguna herida en las piernas, daremos menos que hacer á los cirujanos.» Luego visitó todos los puestos, corrió las baterías, animó su gente dirigiéndoles la palabra para que cada uno cumpliese con su deber, y reuniendo todos sus oficiales: «Señores, les dijo, ahora es preciso que hoy hagamos algo de que el mundo pueda hablar mucho tiempo.»

Томо ІѴ

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Escaño, mas no cae su insignia. Allá ondea para que los buques españoles sepan que el general en jefe español no ha tenido la mala suerte del almirante Villeneuve, y que hay un centro español á donde reunirse. Mas el San Ildefonso, destrozado, ha tenido que arriar su bandera, herido su bizarro comandante Vargas; y el Príncipe de Asturias, que un momento antes en un claro habia visto al Argonauta sin bandera, habia maniobrado para socorrerle; viéndole solo contra tantas fuerzas, orzó para ponerle en salvo; acuden en su apoyo el San Justo, Neptuno y otros; lo remolca la fragata Themis, francesa. Un poco libre, y viendo la batalla perdida, en lo que le queda de arboladura pone la señal de retirada, y se le unen el Pluton, el Neptuno, el Argonauta, el Indomptable, el San Leandro, el San Justo y el Montañés, y todos, bien seguros de haber cumplido con heroísmo los deberes del honor, se retiran hácia Cádiz. El Bahama y el San Juan, menos afortunados, quedaban en manos del enemigo; mas su gloria era igual, y mayores sus sacrificios. ¡Allí morian Galiano y Churruca, como habian muerto Alcedo y tantos mas!»> El navío francés Achille habia peleado tambien heróicamente al lado del Príncipe de Asturias. Hecho presa de las llamas, muerto su valiente comandante Newport y la mayor parte de sus oficiales, hasta recaer el mando del navío en un alférez, los pocos que quedaban no quisieron embarcarse, y se volaron con el navío. La escuadra francesa habia perdido ya sus mas valerosos jefes, el contra-almirante Magon, y los primeros capitanes de navío. «Villeneuve habia sido en el combate un modelo de serenidad y de valor; todos los buques de su escuadra habian imitado el denuedo de su almirante. Solo la division de vanguardia, á las órdenes del contra-almirante Dumanoir, proyectaba una sombra sobre ese cuadro glorioso... Los cinco navíos que gobernaron sobre el Bucentaure tomaron una derrota mas corta que la indicada por el Formidable, y llegaron á tiempo de mezclar su sangre con la de los valientes en cuyo socorro iban, aunque tarde para salvarlos. El Neptuno, que mandaba el intrépido don Cayetano Valdés, se separó muy luego de los cuatro navíos franceses para acudir al fuego..... Allí trabó Valdés una terrible lucha contra cuatro navíos ingleses que se dirigian á doblar el Trinidad y el Bucentaure. Tanto heroísmo no salvó al Neptuno: acribillado, desarbolado, el impertérrito Valdés, gravemente herido, hubo de saber que su navío habia arriado bandera; el temporal que sobrevino salvó al Neptuno de manos de sus enemigos, mas fué para estrellarse en las peñas del castillo de Santa Catalina en la costa del Puerto de Santa María.

>> En el turbion de esa horrible lucha, entre los ayes de tantas nobles víctimas, yacia tambien Nelson espirante en su lecho de agonía: de minuto en minuto se le daba cuenta del combate. «Soy hombre muerto, decia al capitan Hardy: la vida se me acaba..... » Y este grande hombre, en ese momento supremo, tuvo la debilidad de recomendar que, muerto, se le cortase un rizo de su pelo para la indigna mujer mengua de su gloria. ¡ Deplorable contradiccion del corazon humano (2)!»

(2) Con razon exclama así el escritor español de quien tomamos estas noticias; pues al entrar en el combate habia escrito el célebre marino inglés en su diario la invocacion siguiente: «Quiera el Dios Todopoderoso que adoro, otorgar á la Inglaterra, para la salvacion de la Europa, una completa y gloriosa victoria. Quiera no permitir que ningun acto de debilidad individual empañe su lustre, y haga que despues del combate no haya un inglés que se olvide de los deberes sagrados de la humanidad.— fuerzas mientras combata por mi patria. Pongo en sus manos mi persoEn cuanto á mí, mi vida pertenece al que me la dió; que bendiga mis na y la justa causa cuya defensa se me ha confiado.»-Y al propio tiempo que tan devoto se mostraba, en un codicilo que añadió á su testamento «tuvo la increible debilidad de recomendar á la gratitud de la Inglaterra la detestable mujer que queria ciegamente y la hija adulterina que de ella tenia. La Inglaterra repudió ese inmoral legado.» En otra parte hemos hablado ya nosotros de la célebre prostituta Emma, que acertó tener cautivado muchos años á Nelson.

Hé aquí cómo describe el señor Marliani los últimos momentos del insigne almirante. «Cesado el fuego, el capitan Hardy llega hasta el lecho del moribundo; este respiraba. Pudo oir el anuncio que le traia su fiel capitan; pudo dar algunas órdenes; y ya yerta la mitad de su cuerpo se incorporó un poco: «Bendito sea Dios! dijo: he cumplido con mi deber.» Cayó sobre el lecho, y un cuarto de hora despues espiró. «La Inglaterra

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Tal fué el memorable combate de Trafalgar, una de las luchas navales mas sangrientas y terribles de que habla la historia; pocas veces se vieron escenas de mas horror en los mares, pero pocas tambien se dió ejemplo de mas heróicos sacrificios. Emprendido contra el dictámen de los españoles por la imprudencia de un almirante extranjero, tan temerario y arrojado en la pelea como antes habia sido tímido y pusilánime (1), España perdió sus mas ilustres y distinguidos marinos y sus mejores navíos, pagó con noble y preciosa sangre los desaciertos de otros, pero el pabellon de Castilla, aunque ensangrentado, salió cubierto de gloria; portáronse tambien los franceses con arrojo y denuedo: ¡gloria para todos los combatientes! Si el monarca español recompensó entonces á los valientes que sobrevivieron á aquel combate y á las familias de los que perecieron, y el emperador de los franceses dejó sin premio á los de su nacion que con justicia le habian merecido, no fué culpa de España.--Todavía en este mismo año de 1859, al tiempo que esto escribimos, las córtes españolas á que el autor de esta historia tiene la honra de pertenecer como diputado, han hecho, á propuesta del gobierno, y principalmente del digno ministro de Marina, general Mac-Crohon, una nueva ley de recompensa nacional á los valientes individuos que aun sobreviven y pelearon en aquel gloriosísimo aunque desgraciado combate (2).

La noticia del desastre de Trafalgar apesadumbró á Napoleon y le acibaró el placer de que por sus recientes triunfos estaba gozando.-Disimuló no obstante su dolor cuanto pudo, agradecida, continúa, premió con mano dadivosa los servicios de su mas ilustre marino, muerto por la patria. El parlamento otorgó, á peticion del ministerio, una renta vitalicia de doscientos mil reales á la viuda de lord Nelson, y una renta perpetua de quinientos mil reales en favor de los herederos del condado de Nelson, que pasó á su hermano mayor. Una suma de diez millones de reales fué empleada en la adquisicion de fincas para formar al mayorazgo que debia dar mayor lustre al nuevo título. Las dos hermanas del ilustre guerrero recibieron cada una la suma de un millon y quinientos mil reales. El conjunto de la donacion fué de veinticuatro millones de reales.>>

(1) Todos convienen en que Villeneuve desplegó un admirable valor personal en el combate. No fué castigado por la derrota, pero se castigó él á sí mismo, pues devorado de pesadumbre se suicidó en Rennes.

(2) Esta ley, sancionada por la corona, se ha publicado en la Gaceta de 6 de noviembre de 1859.

El español Marliani, además de deshacer las equivocaciones, si no se las quiere llamar imposturas de M. Thiers, principalmente contra las condiciones y la conduta de la escuadra y de los marinos españoles, probado todo con los testimonios de historiadores ingleses y franceses, con los partes auténticos de Collingwood y de Gravina y Escaño, con las palabras del mismo Napoleon y sus instrucciones á Villeneuve, y con las confesiones que en varias páginas se le escapan al propio Thiers, inserta en su libro porcion de utilísimos documentos, tales como el plano de la dos los buques, así ingleses como franceses y españoles, y de los capitanes que los mandaban: una relacion de los oficiales y guardias marinas de la escuadra española muertos y heridos en el combate, otra de los que existian cuando él escribió (1850), y por último las biografías de Gravina, Alava, Escaño, Cisneros, Mac-Donell, Vargas, Uriarte, Galiano, Churruca, Valdés, Cagigal, Argumosa, Gardoqui, Alcedo, Flores, Pareja, Quevedo y Cheza, y Gaston, que fueron cada uno en su línea y segun su graduacion, los héroes españoles de aquel combate.

batalla, la formacion de unas y otras escuadras, con los nombres de to

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y procuró deslumbrar á la Francia con el brillante resplandor de Ulma, para que no reparara tanto en la sombría tragedia de Trafalgar; hizo que los diarios franceses hablaran poco de aquel suceso, y sacrificó al disimulo la justicia, no premiando ni castigando como acostumbraba, como quien no le daba importancia ni gran trascendencia Por otra parte esperaba quebrantar á Inglaterra, derrotando á sus aliados del continente como habia empezado, y en efecto, el ruido que aquel hombre siguió haciendo en la tierra amortiguó hasta cierto punto el fatal estruendo que habia estremecido el mar.

Tambien es verdad que por mas precauciones que se tomaran para disimular ó atenuar el desastre, unido este á la apurada situacion de la Hacienda en Francia, y á la crísis rentística, á la emision excesiva de billetes de banco y á las varias quiebras que produjo, á la desaparicion del metálico, y á la situacion, en fin, angustiosa y alarmante que ocasionaron las célebres operaciones de M. Ouvrard, aquella nacion se habria conmovido mucho mas á no alentarla la confianza que tenia en el genio de Napoleon, y la esperanza en nuevos triunfos de aquel insigne guerrero. Así todos los pensamientos y todas las miradas se fijaban en el Danubio, de donde se suponia habria de venir el remedio á todos los males.

Una nueva faz amenazaba tomar allí la coalicion, despues de la maravillosa victoria de Napoleon en Ulma. La corte de Prusia, siempre vacilante, siempre ambigua, con mas puntas de hipócrita que de franca, y no dotada del don de la oportunidad en sus resoluciones, alegando que las tropas francesas habian violado su territorio pasando por la provincia de Anspach, y que los rusos reclamaban á su vez permitiese el paso de sus ejércitos por Silesia; acosada por las exigencias opuestas de Francia y Rusia; halagada por los dos emperadores; mostrándose amiga de Napoleon por temor á la guerra, y queriendo aparentar lo contrario con Alejandro por temor de ofenderle; deslumbrado el monarca prusiano con la visita del Czar; hallando gracia el jóven y galante autócrata en la hermosa reina de Prusia y sabiendo explotar sus inclinaciones; alucinado Federico Guillermo con su proyecto de intervencion para la paz, que era entonces el velo con que se encubrian las coaliciones, paró al fin en firmar un tratado secreto de coalicion con el emperador Alejandro de Rusia, que no otra cosa fué el tratado de Postdam (3 de noviembre, 1805), puesto que en él se faltaba á convenios y garantías recíprocas antes estipuladas con Francia, y puesto que ambos emperadores juraron bajo las bóvedas de un templo y ante las cenizas de Federico el Grande que no se separarian jamás ni su causa ni sus destinos.

Orientado, aunque á medias, Napoleon de esta evolucion de la Prusia, y no obstante que conocia que la hostilidad de aquella potencia podia trastornar sus planes, con aquella resolucion que solo cabe en pechos como el suyo, siguió adelante con su proyecto de destruir á los rusos como habia destruido á los austriacos, y se propuso contestar á Prusia como habia contestado á Austria, con una victoria, y arreglar desde Viena los negocios de Berlin. Entonces fué cuando distribuyendo su grande ejército de la manera admirable de que él solo era capaz, y prescribiendo á cada general y á cada cuerpo su marcha y su destino, y dándole sus instrucciones para todas las eventualidades, y atendiendo simultáneamente á la Italia, la Holanda y la Alemania, emprendió aquella serie de combinaciones y operaciones prodigiosas, en los Alpes, en el Tirol, en el Adige, en el Danubio, en el Inn, en el Traun, en el Ens, hasta Linz, señalada con el famoso triunfo de Massena en Caldiero, con la ocupacion de Viena por las tropas francesas, con el sangriento combate de Hollabrunn, con la prision de cuerpos enteros del ejército austro-ruso, para terminar con la memorable batalla de Austerlitz. No nos incumbe trazar el sistema de precauciones, en que compitieron la actividad y la prevision, para impedir, en un campo de operaciones tan inmensamente vasto y dilatado, la reunion de los austriacos con los rusos, y prevenir lo que pudieran hacer ó intentar los prusianos, y disponer él sus cuerpos de ejército de manera que á tan largas distancias pudieran en todo evento darse la mano unos á otros, á pesar de las montañas, de los desfiladeros y de los rios. Nunca nadie acertó á cumplir mejor su célebre

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