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de las elevadas concepciones y de la grande ambicion de Al- | de España, y dejó á Alberoni dueño del poder que él no habia beroni. Y conociendo el corazon, los deseos y las pasiones de sabido conservar. ambos soberanos, la situacion de la monarquía y sus vastos recursos, la energía del carácter español sabiendo excitarla, las buenas disposiciones del rey á adoptar los planes y reformas que pudieran remediar los males del reino, y á levantar la nacion á la altura de que en los últimos tiempos habia descendido; comprendiendo en fin los elementos de que aun podia disponer, se propuso elevarse á sí mismo á la grandeza de un Richelieu, y volver á la nacion española el engrandecimiento que habia tenido en tiempo de Felipe II. «Si consiente V. M., le decia al rey, en conservar su reino en paz por cinco años, tomo á mi cargo hacer de España la mas poderosa monarquía de Europa »

Abrióle el camino para sus miras el nacimiento de un nuevo infante de España, que la reina Isabel dió á luz (20 de enero de 1716), y á quien se puso por nombre Cárlos, siendo padrinos, Alberoni á nombre del duque de Parma, y la condesa de Altamira, camarera de la reina, á nombre de la viuda de Cárlos II que se hallaba en Bayona.

El nacimiento de este infante, con los derechos eventuales de su madre á los ducados de Parma y de Toscana, dió nuevos celos al emperador, que trabajó cuanto pudo, aunque sin éxito, por vencer la repugnancia del príncipe Antonio de Parma al matrimonio, para evitar que en ningun caso pudiera la reina Isabel heredar aquel Estado; así como avivó las anticipadas miras de la reina respecto á la futura colocacion de su hijo, para cuyos planes parecióle que ningun ministro seria mas á propósito que Alberoni, y fué la causa de darle cada vez mas autoridad é intervencion en los negocios. No se limitaban á esto los proyectos de Alberoni, sino que se extendian á restablecer el dominio del rey Católico en los Estados de Italia, ó usurpados por el emperador, ó cedidos por los tratados de Utrecht. Favorecíale para esto la opresion en que el Austria tenia á Nápoles y Milan, y el descontento de los naturales. Veíase por otra parte el emperador obligado á detener los progresos del turco, que tomaba á los venecianos la Morea y amenazaba su mismo imperio; pero no se atrevia á sacar sus tropas de Italia para emplearlas en la guerra contra Turquía, por temor de que entre tanto se arrojaran los españoles sobre Italia, y le arrebataran aquellos sus antiguos dominios: ni se atrevió tampoco á ofrecer á los venecianos el socorro que le pedian, mientras ellos no hiciesen una liga ofensiva y defensiva con el Imperio para defender los Estados de Italia en caso de ser atacados. Por último, á instancias del emperador reclamó el Santo Padre el auxilio de las potencias cristianas para que concurriesen á libertar la isla de Corfú, sitiada y apretada por los ejércitos y por las naves del Sultan (julio, 1716). Alberoni, á quien convenia tener congraciado al pontífice, con el designio que luego veremos, hizo que la corte de España enviara en ayuda de Venecia sus galeras mandadas por don Baltasar de Guevara, con mas seis navíos de guerra al mando del marqués Estéban de Mari. Levantó el sitio la armada turca (agosto, 1716), salvóse Corfú, y el papa quedó muy agradecido á Alberoni.

Estorbábale ya á este la autoridad que en la corte de Roma y en la de España tenia el cardenal Giudice, inquisidor general y ayo del príncipe heredero. La empresa de derribar este personaje, recien repuesto en la gracia del rey y que á la sazon negociaba con el pontífice, hubiera parecido ardua, ya que no imposible, á un hombre de menos resolucion y de menos habilidad y recursos que Alberoni. Pero el astuto abate logró persuadir á la reina de que el cardenal encargado de la educacion del príncipe le estaba imbuyendo sentimientos de desafeccion á la esposa de su padre, y aun de poco amor al mismo rey. Bastó esto para que le fuera quitado á Giudice el cargo de ayo, so pretexto de ser una ocupacion que le embarazaba para cumplir con las obligaciones de inquisidor general, y se nombró ayo del príncipe al duque de Pópoli. Sentido de esta medida el cardenal, hizo renuncia del empleo de inquisidor, que le fué admitida por el rey y por el pontífice, y fué nombrado en su lugar don José Molines, decano de la Rota, que habia tenido á su cargo en Roma los negocios de España desde la salida del duque de Uceda. Retiróse Giudice

Faltaba á Alberoni revestirse de la púrpura cardenalicia, objeto preferente de su ambicion, y esto fué lo que se propuso, siguiendo su sistema de halagar al pontífice. Ofrecíanle buena ocasion para ello las negociaciones pendientes, y de las cuales se hizo él cargo, para arreglar las antiguas controversias entre España y Roma, que tenian cerrado el comercio entre ambas cortes, así como los tribunales de la dataría y nunciatura, y para reanudar las interrumpidas relaciones y ajustar un concordato. Admirables fueron las sutiles maniobras y la fina sagacidad con que supo conducir Alberoni este negocio y de que daremos cuenta en otro lugar al tratar de esta cuestion ruidosa. Mas como quiera que el pontífice difiriese la investidura del capelo, y Alberoni por su parte suspendiera el arreglo de las disidencias con Roma hasta que aquel viniese, este negocio fué causa de que ocurrieran entre tanto nuevas y mas graves complicaciones.

El emperador, victorioso del turco, se creyó bastante fuerte para romper el tratado de neutralidad de Italia, y metió sus tropas en territorio de Génova, exigiendo contribuciones á su discrecion y albedrío. El marqués de San Felipe, ministro de España en Génova, insinuó al gobierno de la república que su rey le socorreria con las armas, si queria resistir á las del emperador y sacudir su servidumbre. Al mismo tiempo vigilaba el emperador de un modo ofensivo á los duques de Parma y de Toscana; trataba con el de Saboya para que le cediese la Sicilia, dándole un equivalente en dinero y algun territorio en Milan; y mientras de este modo iba tejiendo lazos á la Italia, celebraba con Inglaterra un tratado de alianza ofensiva y defensiva, con una cláusula que contenia la garantía de las adquisiciones que cada una de las dos potencias pudiera hacer en lo sucesivo. Recibieron con asombro y con indignacion Felipe V y Alberoni la noticia de este tratado, cuando precisamente los halagaba la esperanza de contar con Inglaterra para llevar á efecto sus planes sobre Italia. Felipe lo miró como una afrenta y un engaño, y reconvino duramente á Alberoni por su ligereza y su confianza en el tratado último que habia hecho con Inglaterra. Pero nunca estuvo Alberoni ni mas disimulado ni mas sagaz que en la conducta que des, pues de esta transaccion diplomática observó con los inglesesfingiéndose su amigo, y despertando alternativamente sus esperanzas y sus temores, suspendiendo la ejecucion del último tratado de comercio hasta neutralizar los efectos del que ellos habian hecho con el emperador. Pocas veces se ha visto emplear un disimulo mas profundo y una destreza mejor combinada, al extremo que el mismo ministro inglés se mostró vivamente interesado en que se diese la púrpura romana á Alberoni, mirándolo como el término de todas las dificultades, como el principio del restablecimiento de las buenas relaciones entre España é Inglaterra (1).

Por otra parte los armamentos del turco y los movimientos de sus escuadras inspiraban nuevos y muy graves temores al pontífice, que recelaba volviese á emprender el sitio de Corfú y temblaba por la suerte de Italia; por lo que, á instancias de S. S. se prevenian y armaban fuerzas en España, al parecer para enviarlas contra el turco y en socorro de los venecianos. Pero ni los socorros eran enviados á Venecia, ni eran invadidos los Estados de Italia que poseia ó que oprimia el emperador, que eran los dos objetos á que podian atribuirse los armamentos españoles, ni entendia nadie los fines políticos de Alberoni, que era quien lo manejaba todo, y con quien todos los embajadores se entendian, sin tener carácter de ministro, ni otro título que la confianza y la influencia que el rey y la reina le dispensaban; lo cual le servia maravillosamente para desentenderse y descartarse con los embajadores de todo aquello que no le convenia conceder, escudándose con las dificultades y la oposicion que fingia hallar en los ministros.

(1) Este es uno de los asuntos que trata extensamente William Coxe, en los capítulos 21 y 25 de la España bajo el reinado de la casa de Borbon. Allí puede verse en sus pormenores, sacados de la correspondencia diplomática, hasta qué punto fué diestro Alberoni para entretener á los ingleses y desvirtuar los efectos de su convenio con el Austria.

Nadie explicaba la conducta de este confidente de los reyes de España. En vano Francia, Inglaterra y Holanda unidas ofrecian á Felipe V su mediacion para un arreglo entre España y el Imperio, sobre la base de la reversion de Parma y Toscana á los hijos de la reina Isabel: la proposicion era rechazada por Felipe y Alberoni. Seguian los preparativos militares de España con la mayor actividad, y sin embargo no iban los socorros á Roma y Venecia contra el turco, y por otra parte se mostraba Alberoni decididamente opuesto á invadir la Italia y á hacer la guerra al Austria, contra los deseos del mismo rey don Felipe. Nadie pues podia calcular para qué eran tantos aprestos de guerra.

Sucedió en esto que al venir á España nuestro ministro en Roma don José Molines, nombrado inquisidor general, á su paso por el Milanesado fué preso por el gobernador austriaco, encerrado en la ciudadela de Milan, y enviados sus papeles á Viena, no obstante llevar pasaporte del pontífice y seguro verbal del embajador de Austria (mayo, 1717). Comunicó el marqués de San Felipe al rey este atentado representándole como una nueva y escandalosa infraccion de la neutralidad de Italia, que exigia una declaracion de guerra al emperador. Inflamó en efecto el ánimo del rey la noticia de semejante ultraje, y resentido como estaba ya con el de Austria no pensó sino en vengar tamaña injuria. Mas como encontrase siempre á Alberoni tenazmente opuesto á la guerra de Italia, pidió dictámen al duque de Pópoli, el cual, penetrando el deseo y la voluntad del rey, como buen cortesano expresó por escrito su opinion favorable á la guerra. Contradíjola y la impugnó enérgicamente Alberoni, exponiendo que no tenia España fuerzas para apoderarse de Nápoles ni Milan, ni estaba en el caso de descontentar á Francia y á las potencias marítimas que habian ofrecido su mediacion, y que por otra parte el rey no podia faltará la palabra dada al pontífice de socorrer á los venecianos (1). Esto último decíalo Alberoni para que llegara á oidos del papa por medio del negociador de la púrpura Aldrovandi, y tener así entretenido y esperanzado al pontífice. Por lo demás, si el sagaz abate resistia ó no á los proyectos de la guerra de Italia tanto como aparentaba exteriormente y por escrito, ó si él mismo la premeditaba y preparaba, y concitaba á ella secretamente al rey, punto es de que algunos dudan todavía á vista de ciertos datos contradictorios que sobre ello han quedado, bien que los que tenemos por mas auténticos nos inducen á creer no haber sido él el instigador de la guerra, y que al contrario trabajó con afan por evitar el rompimiento (2).

Al fin vino el capelo y se arreglaron las antiguas controversias entre España y Roma por medio de una convencion, reducida á muy pocos artículos, pero en que quedaban sacrificadas las regalías de la corona de España, concediéndose al pontífice lo que queria (junio, 1717), y abriéndose de nuevo el comercio entre ambas cortes, corriendo todo como antes.

Tan pronto como Alberoni se vió investido de la codiciada púrpura, comenzó á obrar con toda libertad y desembarazo, y con una actividad prodigiosa apresuró los preparativos de guerra, enviando á Barcelona al intendente general de marina don José Patiño, amigo y confidente suyo, para que tuviese prontas las naves y las tropas que en aquel punto se reunian. Nadie sabia el objeto de la expedicion que parecia prepararse, ni Alberoni le revelaba á nadie, y si algo debaja traslucir era

(1)«¿Qué dirian los holandeses si vieran semejante agresion (decia el astuto abate al duque de Pópoli), precisamente cuando parecen dispues tos á unirse á España y reconciliar al rey con el emperador? ¿Qué diria Francia, que ofrece decidir á las potencias marítimas á asegurar al príncipe Cárlos los Estados de Parma, Plasencia y Toscana? ¿Qué diria tambien Inglaterra, que conoce y apoya este arreglo? ¡Y qué pensamiento tan horroroso, señor duque, el de poner á sabiendas á dos soberanos jóvenes y candorosos en tan terrible conflicto! Seamos francos; seria dar ocasion á toda Europa para que dijera que varios locos italianos por amor á su país han incitado al rey á consumar la total desolacion y ruina de España.» Carta de Alberoni al duque de Pópoli, en la Vida de Alberoni escrita en italiano.

(2) Correspondencia del ministro inglés Doddington.-Historia del cardenal Alberoni en italiano.-Vida de Alberoni, ed. de la Haya.-San Felipe, Comentarios, tom. II.-Belando, Hist. civil, part. IV.

que se dirigia contra el turco, cuya especie no era ya creida. Con mucha política y con muy buenas palabras procuraba desvanecer los recelos y sospechas de ingleses y franceses, lisonjeando á unos y á otros; y cuando toda Europa se hallaba inquieta, Inglaterra temiendo una invasion del pretendiente de aquel reino, Austria temblando por Nápoles, el duque de Saboya por Sicilia, Génova por sus mismas costas, el Santo Padre soñando en un golpe decisivo contra los infieles, y España misma disgustada y zozobrosa, vióse partir de Barcelona la armada, compuesta de doce buques de guerra y ciento de trasporte, al mando del marqués Estéban Mari, y de nueve mil hombres mandados por el marqués de Lede.

Solo entonces declaró Alberoni que aquellas fuerzas iban destinadas contra el emperador, mas sin revelar el punto á que las dirigia. Ya se habia dado la armada á la vela cuando publicó el marqués de Grimaldo un manifiesto para todos los ministros de las cortes extranjeras, expresando las provocaciones y agravios recibidos del emperador que habian movido al rey Católico á continuar la guerra contra él. El emperador se quejó fuertemente al papa, y pretendia que quitara el capelo á Alberoni y derogara las bulas de concesion del subsidio al rey de España. El papa se indignó contra Alberoni, de quien decia que le habia engañado y burlado á la faz de Europa, mas no hallaba manera de deshacer lo hecho, ni le quedó otro recurso que escribir muy resentido al rey don Felipe, en un breve que se publicó por todas las naciones, pero al menos por entonces no llegó oficialmente á manos del rey Católico, acaso por industria de Alberoni (3).

La expedicion se enderezó contra Cerdeña (4), que gobernaba á nombre del emperador el marqués de Rubí, el mismo que habia tenido á Mallorca por el austriaco. Los vientos impidieron que la escuadra llegase á tiempo de poder rendir á Cagliari sin resistencia: túvole el gobernador para prevenirse y reforzar la guarnicion, y tardóse algo mas de lo que se creia en conquistarla. Entre tanto el marqués de San Felipe, escribiendo cartas por todo el reino, iba trayendo á la obediencia. del rey todo el país abierto, inclusas las ciudades, á excepcion de las plazas fuertes y cerradas. Eran estas principalmente Cagliari, Castel Aragonese y Algheri. Pero todas se fueron rindiendo, no sin trabajo ni fatiga del ejército español, que además de las operaciones de los sitios sufrió las penalidades de largas marchas, expuesto á los maléficos influjos del aire insalubre de aquella isla en medio de los calores del otoño. Sin embargo, á principios de noviembre (1717) se hallaba ya sometida toda la isla; el marqués de Lede, despues de dejar tres mil hombres de guarnicion y por gobernador á don José Armendariz, dió la vuelta con el resto del ejército á Barcelona, y el marqués de San Felipe se restituyó tambien á su ministerio en Génova. Celebróse en Madrid con gran júbilo la

(3) Poseemos copia de esta carta, y Macanaz la inserta tambien á la página 519 de sus Misceláneas manuscritas, dirigida por Clemente XI á Felipe V, fecha 8 de agosto de 1717, la cual empezaba así: «Muy querido hijo en J. C., salud y bendicion apostólica. No dudando de ningun modo de la seguridad que (mas de una vez) nos tenia dada V. M. de que los navíos de guerra, que con tanta instancia teníamos pedidos á V. M. y los hizo equipar, estaban destinados para socorrer poderosamente la armada cristiana contra los turcos, persuadidos á esto por contribuir á la gloria de V. M. dimos al punto parte de ello en consistorio á los hermanos cardenales de la Santa Iglesia Romana, como tambien de lo que despues se nos participó de parte de V. M. de que estos navíos se habian puesto á la vela para ir á levantar y sostener la causa comun, como nos lo tenia V. M. prometido, cuanto lo deseábamos con ardor por el aviso de que la demás armada (aunque habia defendido vigorosamente la causa del nombre cristiano) aguardaba con impaciencia la union de los referidos navíos, por hallarse muy fatigada de los sangrientos últimos combates dados en el Archipiélago: V. M. mediante lo expresado, puede juzgar el dolor que nos han causado las voces esparcidas despues, de que los navíos de V. M. no habian tomado la derrota que nos ha señalado, sino otra directamente contraria á sus promesas. De suerte que la religion cristiana no puede esperar socorro alguno, sino al contrario temer consecuencias muy peligrosas... etc.»

(2) Alberoni solo habia dado conocimiento anticipado de ella al marqués de San Felipe, que como natural de aquella isla podia ayudarle mucho en su recuperacion, y le envió para su gobierno copia de la instruccion que llevaba el marqués de Lede.-San Felipe, Comentarios, tomo II.

recuperacion de un estado que habia sido de España tanto tiempo, y este principio se tuvo por feliz presagio de las hostilidades emprendidas contra el emperador (1).

Así, aunque el cardenal no hubiera sido el autor de esta expedicion, ni la conquista de Cerdeña fuese por sí sola de grandes consecuencias, despertó por una parte al emperador, que no dejó de reclamar el apoyo de las tres potencias aliadas, por otra alentó á Alberoni á seguir el próspero viento de la fortuna preparándose para mayores empresas. Estos preparativos los hizo con una actividad que asombró á todo el mundo, y en tan grande escala, que nadie concebia cómo de una nacion poco antes exhausta y agotada, y tan trabajada recientemente de guerras interiores y exteriores, podian salir recursos tan gigantescos. Porque de todo se hacia provision en abundancia; armas, municiones, artillería, tropas, vestuarios, naves, víveres, caballos, todo se levantaba, acopiaba y organizaba con tal presteza, que á propios y extraños causaba maravilla. Hasta los miqueletes de las montañas de Cataluña y Aragon, pocos años antes tan enemigos del rey don Felipe, supo atraer con su política Alberoni, y formar con ellos cuerpos disciplinados: hasta de los contrabandistas de Sierra Morena hizo y organizó dos regimientos. Ni en los tiempos de Fernando el Católico, de Cárlos V y de Felipe II se aprestó una expedicion tan bien abastecida de todo lo necesario y en tan breve tiempo, siendo lo mas admirable que para tan inmensos gastos no impusiera al reino nuevas contribuciones; y es que, como dice un autor contemporáneo, nada apasionado del cardenal, quiso Alberoni hacer ver al mundo á dónde lle- | gaban las fuerzas y recursos de la monarquía española cuando era bien administrado su erario (2).

Y es que tambien, además del impulso que supo dar á todos los resortes de la máquina del Estado, y de las severas reformas económicas que hizo en todos los ramos y en todos los establecimientos públicos, sin exceptuar la real casa, despertóse de tal modo el patriotismo de los españoles, que todo el mundo acudia presuroso á socorrer al gobierno con donativos voluntarios; y tampoco dejó de percibir las contribuciones eclesiásticas, no obstante haber revocado el papa las bulas en que habia otorgado el subsidio. Porque el papa, vivamente resentido del proceder del rey y de Alberoni, é instigado y apretado por los alemanes, se condujo de modo que volvió á romperse la recien restablecida armonía entre España y la Santa Sede, à prohibirse otra vez el comercio entre ambas cortes y á cerrarse la nunciatura (3).

Recelosas Francia é Inglaterra del grande armamento que se hacia en España, trabajaron á fin de evitar la guerra, y al efecto enviaron á Madrid, la una al coronel Stanhope, la otra al marqués de Nancré, con proposiciones para un arreglo con el emperador, que consistia en reconocer los derechos de la reina á los ducados de Parma y Toscana, consintiendo el rey en cambio en la cesion de Sicilia. Mas contra la esperanza general la proposicion de los dos ministros fué recibida por Alberoni con altivo desprecio. Lo de Parma y Toscana era en concepto del cardenal poca cosa para satisfacer á su soberano; echábales en cara que al firmar la paz no habian cuidado de establecer el equilibrio europeo, y negábase á consentir en ningun género de transaccion, mientras al emperador se le conservara tanto poder, y no se le imposibilitara de turbar la neutralidad de Italia. Y solo á fuerza de instancias y empeños pareció consentir Alberoni en los preliminares propuestos por los ministros inglés y francés, y en enviar un plenipotenciario español á Inglaterra (4).

Mas como el gobierno de la Gran Bretaña se convenciese de que las palabras de Alberoni no tenian otro objeto que

(1) Belando, Historia civil, part. III, capítulos 35 á 39.-San Felipe, Comentarios, tomo II.-Macanaz en varios lugares de sus Memorias manuscritas para la Historia del gobierno de España.-Gacetas de Madrid

de 1717.'

(2) El marqués de San Felipe, Comentarios, tom. II.

ganar tiempo y entretener á los aliados, dejó de contemporizar y resolvió obligar á Felipe á dar su consentimiento, decidido en otro caso á tratar con el emperador para emprender la guerra de España. El ministro francés se conducia con otra política. Al tiempo que Nancré trataba con mucha consideracion á Alberoni, Saint-Agnan fomentaba el partido de los descontentos, obrando uno y otro con arreglo á instrucciones del regente. Pero Alberoni, á cuya perspicaz penetracion no se ocultaba esta doblez del regente de Francia, le correspondia excitando contra él las sospechas de la grandeza española y los celos del embajador británico.

Al fin la Inglaterra, fingiéndose cansada de tantas dilaciones, y so pretexto de que la ocupacion de Cerdeña era una violacion de la neutralidad de Italia que ella estaba encargada de garantir, y de que la cesion de Sicilia habia sido uno de los principales artículos de los tratados de Utrecht, se decidió abiertamente á equipar una escuadra que cruzase el Mediterráneo y protegiera las costas de Italia, suponiendo que tan considerable armamento impondria á la corte española y detendria sus planes. Esta medida produjo una nota acre y virulenta de nuestro embajador Monteleon, inquietó vivamente á Felipe, y exasperó á Alberoni, el cual escribia, entre otras cosas no menos fuertes: «Cada dia anuncian los diarios que vuestro ministerio no es ya inglés, sino aleman; que se ha vendido bajamente á la corte de Viena; que por medio de intrigas, tan comunes en ese país, se trata de armar. un lazo á esta nacion. » Y amenazaba con que su soberano no cumpliria el tratado de comercio hecho últimamente tan en ventaja de Inglaterra hasta conocer el verdadero objeto de aquellos preparativos y ver el desenlace de aquel drama (abril, 1718).

Tocó entonces otro resorte Alberoni: con el fin de indisponer al emperador con el rey de Sicilia, Víctor Amadeo, y poner á este en el caso de entregar por sí mismo aquel reino á España, ofrecióle cederle los derechos del monarca al Milanesado, y para que pudiera apoderarse de él, España le daria quince mil hombres y un millon de reales de á ocho para los gastos de la guerra, atacando entre tanto el reino de Nápoles para distraer las fuerzas del Imperio. Y de intento dejó Alberoni traspirar estas proposiciones para hacer al saboyano sospechoso al emperador y á los gobiernos de Francia é Inglaterra. Pero Víctor Amadeo, que penetró las intenciones del cardenal, porque no le faltaba perspicacia, que esquivaba meterse en una empresa de muy difícil éxito, dado que las palabras de Alberoni le fuesen cumplidas, porque sabia además la alianza que se estaba tratando entre Inglaterra, Francia y el Imperio, contestó al ministro español proponiéndole condiciones inaceptables, y que revelaron al cardenal la desconfianza que en él tenia y su poca disposicion á entrar en su plan, al cual por lo mismo renunció tambien Alberoni (5). Mas no renunció á buscar en todas partes enemigos y suscitar embarazos á las potencias aliadas. Ofreció auxilios de dinero al rey de Suecia, si hacia una guerra que distrajera las armas de la casa de Austria: trató al mismo fin con el agente del rey de Polonia en Venecia: siguió correspondencia con Rugottki, soberano desterrado de Transilvania: fomentó en Francia las facciones de los descontentos con el duque de Orleans: atizaba las discordias intestinas de Inglaterra, y avivaba los celos comerciales de los holandeses, á quienes procuraba seducir con la esperanza de que conseguirian los mismos privilegios que se habian concedido á la Gran Bretaña. Y no obstante el poco efecto de algunas de estas gestiones, y lo infructuoso de otras; y á pesar de los artículos convenidos entre las potencias de la triple alianza contrarios á los proyectos del monarca español y de su ministro; y sin embargo de los preparativos de la armada inglesa, y de tener el emperador en Alemania ochenta mil hombres, á la sazon desocupados y dispuestos á caer sobre Italia, Alberoni, con un valor que parecia incomprensible, no quiso desistir de su

(3) Belando, Historia civil, part. IV. capítulos 20 y 21.-San Felipe, empeño, y fiando su grande empresa, parte á la habilidad y

Comentarios, tomo III.-Macanaz, Relacion histórica de los sucesos acaecidos entre las cortes de España y Roma, MS.-Diremos mas adelante cómo fué este nuevo rompimiento con la Santa Sede.

(4) Cartas de Stanhope y Doddington al lord Stanhope.

(5) Carta de don Miguel Fernandez Duran al marqués de Villamayor, embajador en Turin: en Belando, part. IV, cap. 24.-San Felipe Comentarios, tomo II.

parte á la fortuna, mandó salir de Barcelona la armada que dispuesta tenia (18 de junio, 1718), compuesta de veintidos navíos de línea, tres mercantes armados en guerra, cuatro galeras, dos balandras, un galeote, y trescientos cuarenta barcos de trasporte: iban en ella treinta mil hombres, al mando del marqués de Lede, de ellos cuatro regimientos de dragones, y ocho batallones de guardias españolas y walonas, «gente esforzada, que cada soldado podia ser un oficial,» dice un escritor de aquel tiempo. «Nunca se ha visto, añade el mismo, armada mas bien abastecida: no faltaba la menudencia mas despreciable, y ya escarmentados de lo que en Cerdeña habia sucedido, traian ciento cincuenta y cinco mil faginas, y quinientos mil piquetes para trincheras: se pusieron víveres para todo este armamento para cuatro

meses. »

«Las grandes potencias de Europa, dice un historiador extranjero, vieron con asombro que España, como el leon, emblema de sus armas, despertaba tras de un siglo de letargo, desplegando un vigor y una firmeza dignos de los mas brillantes tiempos de la monarquía, haciendo temer que se renovase una guerra á que apenas acababa de poner término el tratado de Utrecht (1).»

En otro capítulo daremos cuenta del resultado de esta célebre expedicion.

CAPITULO XI

Expedicion naval á Sicilia.-La cuádruple alianza. -Caida de Alberoni

DE 1718 Á 1720

Progresos de la expedicion.-Fáciles conquistas de los españoles en Sicilia.-Aparécese la escuadra inglesa.-Acomete y derrota la española. -Alianza entre Francia, Austria é Inglaterra.- Proposicion que hacen á España.-Recházala bruscamente Alberoni.-Quejas y reconvenciones de España á Inglaterra por el suceso de las escuadras.- Represalias. Declaran la guerra los ingleses. - Intrigas de Alberoni contra Inglaterra.—Conjuracion contra el regente de Francia.-Cómo se descubrió.—Medidas del regente.-Prisiones.-Manifiesto de Felipe V.—Francia declara tambien la guerra á España.—Campaña de Si-❘ cilia.-Combate de Melazzo.-Los imperiales. El duque de Saboya. -Cuádruple alianza.-España sola contra las cuatro potencias.-Desastre de la armada destinada por Alberoni contra Escocia.— Pasa un ejército francés el Pirineo.-Sale Felipe V á campaña.-Apodéranse los franceses de Fuenterrabía y San Sebastian.-Frustradas esperanzas de Felipe.—Vuelve apesadumbrado á Madrid.—Invasion de franceses por Cataluña.-Toman á Urgel.-Sitio de Rosas.-Contratiempos de los españoles en Sicilia. - Admirable valor de nuestras tropas. -Armada inglesa en Galicia.-Los holandeses se adhieren á la cuádruple alianza.—Decae Alberoni de la gracia del rey.—Esfuerzos que hace por sostenerse.-Conjúranse todas las potencias por derribarle.—Pónenlo como condicion para la paz.-'Decreto de Felipe expulsando á Alberoni de España.-Salida del cardenal.-Ocúpanse sus papeles.Breve reseña de la vida de Alberoni desde su salida de España.

Todo lo perteneciente á la expedicion que en el anterior capítulo dejamos dado á la vela, habia corrido á cargo de don José Patiño, intendente general de mar y tierra, hombre de la mayor confianza de Alberoni, y á quien este habia conferido plena autoridad, así para los aprestos y organizacion de la armada, como para sus operaciones, tanto que los jefes de la expedicion llevaban instrucciones de obedecerle en cuantas órdenes les diera en nombre del rey. Habíase tambien prevenido que los pliegos que llevaban no los abriesen sino en dias y lugares determinados: con todo este misterio se conducia aquella empresa.

Abrióse el primer pliego en Cerdeña, en la bahía de Cagliari (Caller), donde se les unió el teniente general Armendariz con las tropas que allí tenia, y junto todo el armamento siguió su rumbo á Sicilia, hasta dar fondo en el cabo de Salento (1.o de julio, 1718), donde desembarcaron las tropas. Abrióse allí el otro pliego, y se declaró al marqués de Lede capitan general de aquel ejército y virey de Sicilia. A los dos dias marchó la expedicion sobre Palermo: el conde Maffei que la gobernaba se retiró á Siracusa, dejando guarnicion en el

(1) William Coxe, España bajo el reinado de la casa de Borbon, capítulo 28.

Томо IV

castillo. Gran parte de la nobleza siciliana acudió á presentarse al marqués de Lede, y los diputados de la ciudad salieron á ofrecerla al rey Católico, pidiendo solo que les fueran conservados sus privilegios. Los españoles entraron en la ciudad, y batido el castillo se rindió á los pocos dias á discrecion (13 de julio, 1718). Destacáronse fuerzas sobre varias plazas y ciudades de la isla. Tomóse Castellamare: al bloquear á Trápani vinieron las milicias del país á unirse con los españoles, matando ellas mismas á los piamonteses: la ciudad de Catana hizo prisionera la guarnicion piamontesa y aclamó al rey don Felipe: en Mesina el pueblo mismo la hizo retirar á la ciudadela: Términi y su castillo se rindieron á discrecion (4 de agosto); y Siracusa, desamparada por Maffei, fué ocupada por don José Vallejo y el marqués de Villa-Alegre. Las galeras sicilianas se refugiaron á Malta, donde acudió don Baltasar de Guevara á pedirlas al Gran Maestre, el cual se negó á entregarlas diciendo que aquel era un territorio neutral, y él no era juez de las diferencias de los príncipes.

Con esta rapidez y con tan felices auspicios marchaba la conquista de Sicilia, cuando se presentó en aquellas costas la escuadra inglesa, mandada por el almirante Jorge Byng, y compuesta de veinte navíos de guerra, el que menos de cincuenta cañones. Y como estaba ya acordada por las potencias la trasmision de Sicilia al emperador, el almirante inglés protegió el paso de tres mil alemanes á reforzar la ciudadela de Mesina. Con esto los españoles se retiraron hácia el Mediodía. Propúsoles Byng una suspension de armas, y como no fuese aceptada, se hizo á la vela, y encontráronse ambas escuadras (11 de agosto) en las aguas de Siracusa. Aun no se presentaban los ingleses abiertamente como enemigos, porque habiéndose quejado el marqués de Lede á un oficial enviado del almirante de que hubiese escoltado tropas alemanas, respondió que aquel no era acto de hostilidad, sino de proteccion á quien se amparaba del pabellon británico. Acaso cierta credulidad de los españoles en este dicho fué causa de que el jefe de nuestra escuadra don Antonio Gastañeta esperara á la capa á la de los ingleses, superior en fuerzas, y en la pericia y práctica de sus marinos; y aunque lo mas acertado habria sido que se retirara á sus puertos hecho el desembarco, sin duda no se atrevió á hacerlo, por no estarle mandado ni por cuadras, vió Gastañeta que no era tiempo ya de evitar el Alberoni, ni por Patiño. Ello es que mezcladas ya ambas escombate, y comenzó este faltando la brisa á los españoles, y favoreciendo el viento á los ingleses, y en ocasion que el marqués de Mari con algunos buques se hallaba separado del cuerpo principal de nuestra armada. Y así fué que desordenados y separados nuestros navíos, fueron casi todos embestidos aisladamente por fuerzas superiores, y unos tras otros mirable denuedo. Toda la escuadra española á excepcion de se vieron obligados á rendirse, aunque no sin pelear con adcuatro navíos y seis fragatas que lograron escapar, fué destruida ó apresada, cayendo prisionero el general en jefe despues de mortalmente herido. La misma suerte tuvo la flota del marqués de Mari, arrojada á la ribera de Aosta (11 y 12 de agosto, 1718).

«Esta es la derrota de la armada española (dice desapasionadamente un escritor de nuestra nacion despues de describir la pelea), voluntariamente padecida en el golfo de Aroich, canal de Malta, donde sufrió un combate sin línea ni disposicion militar, atacando los ingleses á las naves españolas á su arbitrio, porque estaban divididas. No fué batalla, sino un desarreglado combate, que redunda en mayor desdoro de la conducta de los españoles, aunque mostraron imponderable valor, mas que los ingleses, que nunca quisieron abordar por mas que lo procuraron los españoles. El comandante inglés dió libertad á los oficiales prisioneros, y envió uno de los suyos al marqués de Lede, excusando aquella accion como cosa accidental, y no movida de ellos, sino de los españoles que tiraron el primer cañonazo; cierto es que la escuadra de Mari disparó los primeros, cuando vió que se le echaron encima para abordarle (2). »

(2) El marqués de San Felipe, Comentarios, tom. II, A. 1718.-Belando. Historia civil, part. III, caps. 39 á 44.-Correspondencia del al

2

En tanto que esto pasaba en Sicilia, se habian comunicado á Madrid las condiciones del tratado entre Austria, Francia é Inglaterra. Eran las principales la cesion de Sicilia al emperador, la reversion de Parma y Toscana al príncipe Cárlos, hijo de Felipe V y de Isabel de Farnesio, la adjudicacion de la Cerdeña á Víctor Amadeo como compensacion de la pérdida de Sicilia, consintiendo el emperador en dejar el título que seguia dándose de rey de España, y señalando el plazo de tres meses para que Felipe y Víctor Amadeo se adhiriesen al tratado. Contestó Alberoni con despecho, que S. M. estaba decidido á luchar sin tregua, hasta arriesgarse á ser expulsado de España, antes que consentir en tan degradantes proposiciones; y prorumpió en acres invectivas contra las potencias aliadas, y especialmente contra el duque de Orleans, de quien dijo que iba á dar al mundo el espectáculo escandaloso de armar la Francia contra el rey de España su pariente, aliándose para ello con los que habian sido siempre mortales enemigos de la Francia misma.

Esto mismo dijo al coronel Stanhope; y aun añaden algunos que hizo mucho mas, y fué, que enseñándole el ministro inglés la lista de los buques que componian la escuadra británica para que la comparase con los de la española, y presentándola con cierta presuntuosa arrogancia, encolerizóse Alberoni, y tomando el papel le rasgó y pisó á presencia del enviado. Y la carta que el almirante Byng despachó desde la altura de Alicante, participando que S. M. británica le enviaba á mantener la neutralidad de Italia, con órden de rechazar á todo el que atacara las posesiones del emperador por aquella parte, la devolvió el cardenal al ministro inglés con una nota marginal en que decia secamente: «S. M. Católica me manda deciros que el caballero Byng puede ejecutar las órdenes que ha recibido del rey su amo. Del Escorial, á 15 de julio.-Alberoni. »

Poco menos duro estuvo el cardenal con el conde de Stanhope, que vino luego á Madrid á proponer á Felipe la adhesion al tratado que llamaba de la cuádruple alianza, suponiendo, equivocadamente ó de malicia, la conformidad de la república holandesa, que rehuia unirse á las otras tres potencias por sus razones particulares, esforzadas por las gestiones del ministro español. El cardenal, picado de la conducta de Inglaterra, alentado con los progresos que iban haciendo nuestras armas en Sicilia, y mas animado con la remesa de doce millones de pesos que acababan de traer los galeones de Indias, insistió en llevar adelante la guerra, y rompiendo las conferencias con Stanhope, le dió su última resolucion formulada en ocho capítulos, reducidos en sustancia á decir: que solo podia el monarca español admitir las proposiciones de paz, quedando por España Sicilia y Cerdeña, satisfaciendo el emperador al duque de Saboya con un equivalente, reconociendo que los Estados de Parma y Toscana no eran feudos del imperio, y retirándose á sus puertos la armada inglesa. Esto dió lugar á nuevas contestaciones y recriminaciones mutuas, que hicieron perder toda esperanza de reconciliacion. Por otra parte Alberoni se esforzaba por presentar á Víctor Amadeo la ocupacion de Sicilia, no como acto de agresion, sino como una precaucion tomada para evitar que le fuese arrebatada á su legítimo dueño por las mismas potencias que le habian garantizado su posesion en el tratado de Utrecht, asegurando que solo la tendria en depósito hasta que pudiera volvérsela sin riesgo. Este ardid no alucinó ya al saboyano, que considerándose burlado por las fingidas protestas de amistad de Alberoni prorumpia en amargas quejas contra él, y se dirigia á Francia é Inglaterra haciéndolas responsables del cumplimiento del tratado de Utrecht. De esta manera se culpaban y acusaban unos á otros de doblez y de perfidia, en cartas, notas y manifiestos que se cruzaban; siendo lo peor que á nuestro juicio todos se increpaban con justicia y con razon, pues los sucesos y los datos que tenemos á la vista nos inducen á creer que ninguna de las potencias obraba de buena fe y con sinceridad.

mirante Byng con Stanhope.-Estado político, vol. XVI.-Macanaz, Memorias para la Historia del gobierno de España, tom. I, págs. 132 á 135. -Botta, Istoria d'Italia.

Subieron de punto las quejas y reconvenciones del gobierno español al de la Gran Bretaña desde el momento que se supo el ataque de la escuadra inglesa á la española y la derrota de esta en las aguas de Siracusa. El marqués de Monteleon, nuestro embajador en Londres, dirigió al secretario de Estado de aquella nacion un papel lleno de severísimos cargos, calificando duramente la conducta del almirante Byng que habia obrado como enemigo cuando llevaba el carácter de medianero, acusando de ingrata con España la nacion inglesa, y manifestando no poder seguir ejerciendo su cargo de embajador hasta recibir instrucciones de su corte. Difiriósele tres semanas la respuesta, en tanto que llegaba la relacion oficial del almirante: la contestacion no fué satisfactoria, y en su virtud escribió Alberoni al embajador en nombre y por mandato del rey, diciéndole entre otras cosas: «La mayor parte de Europa está con impaciencia por saber cómo el ministro británico podrá justificarse con el mundo despues de una violencia tan precipitada..... S. M. no puede jamás persuadirse que una violencia tan injusta y tan generalmente desaprobada haya sido fomentada por la nacion británica, habiendo sido siempre amiga de sus aliados, agradecida á la España y á los beneficios que ha recibido de S. M. C... Todos estos motivos, y aquel que S. M. tiene (con gran disgusto) de ver cómo se corresponde á sus gracias, la reflexion de su honor agraviado con una impensada ofensa y hostilidad, y la consideracion de que despues de este último suceso la representacion del carácter y ministerio de V. E. será supérfluo en esa corte, en donde V. E. será mal respetado, han obligado al rey Católico á ordenarme diga á V. E. que al recibo de esta se parta luego de Inglaterra, habiéndolo así resuelto. Dios guarde, etc. (1)»

Monteleon en virtud de esta órden pasó á la Haya, donde en union con el marqués de Berreti Landi hizo ver á los Estados generales, mostrándoles copias de las cartas, las razones de la conducta del rey Católico. Felipe mandó salir de los dominios de España los cónsules ingleses, y tomar represalia de todos los efectos de aquella nacion, haciendo armar corsarios; y como lo mismo ejecutasen el rey de Inglaterra, el emperador y el de Sicilia, llenáronse los mares de piratas, con gran daño del comercio de todos los países. Con este motivo escribió Alberoni de órden del rey otra carta á Monteleon que comenzaba: «Aunque la mala fe del ministerio británico se haya dado bastantemente á conocer por la injusta é improvisada hostilidad que el caballero Byng ha cometido contra la escuadra de S. M, no obstante como M. Craigs, secretario de Estado, por la carta que escribió á V. E. parece querer persuadir al público lo contrario, es indispensable el repetir á V. E. que este suceso era ya premeditado, y que el almirante Byng ha disimulado su intencion para mejor abusar de la confianza de nuestros generales en Sicilia, bajo la palabra que se les habia dado de que no se cometeria hostilidad alguna. >> Y en uno de los párrafos decia: «No se niega aquí que puede ser haya sido arrestado el cónsul inglés, ó mandado hacer alguna otra represalia, pero ciertamente estas cosas no habrán precedido al combate naval. Y del modo que el ministerio de Lóndres habla, no solamente quiere disponer de los reinos y provincias ajenas, pero pretende tambien que se sufra y disimule la osadía de sus insultos y la violencia de su proceder... (2) »

Del lenguaje empleado de palabra y por escrito entre los ministros de ambas naciones no se podia esperar ya otra cosa que un rompimiento abierto entre Inglaterra y España, y así fué. El rey Jorge I, despues de conseguir que las dos cámaras aprobaran su conducta en el negocio del almirante Byng, y que le ofrecieran los recursos necesarios, procedió á la declaracion solemne de guerra, en un Manifiesto que publicó (27 de diciembre, 1718), culpando, como era natural, al rey de España

(1) Despacho de 26 de setiembre, 1718.-Respuesta del ministro inglés Craigs al marqués de Monteleon.-Belando, part. IV, caps. 26 y 27. (2) Despacho de 10 de octubre, 1718.-Es extraño que el historiador William Coxe. que conoció tanta correspondencia diplomática y es tan dado á enriquecer con ella su historia, no haya hecho uso de estos documentos.

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