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toda la provincia de Hainaut la de lo restante del Pays Bajo.

Pidiéronse por parte de holandeses varias y difíciles asistencias, en el supuesto de que la negativa les dispensaría de esta operación, que sin embargo, superadas (por la providencia que procuró dar el Duque à todo), permitieron el que las tropas de Holanda se juntasen con lo poco que se podía sacar de las de S. M., y encaminándose en diligencia la vuelta de Sognies, con resolución de pasar al día siguiente de la otra parte de Mons á pelear con enemigo, muy superior, así en la calidad de sus fuerzas como en el terreno que ocupaba, se supo como prevaliéndose franceses de la ventaja que les daba el hielo que hacía en aquella sazón, habían podido adelantar, con toda facilidad, sus ataques y baterías, sin que les valiese á los sitiados ni las aguas ni lo pantanoso, en que estribaba lo fuerte de la plaza; de suerte, que fatigando la corta guarnición, que no pasaba del número de mil hombres, la reduxo en siete días de ataque á tal extremo, que al mismo tiempo que nuestro exército llegó á la vista de Mons, que fué el día tercero de nuestra marcha, reconocimos por la seña que hizo el Gobernador, que estaba capitulando. Certificámonos aquella noche de la plaza, y se halló convenir al día siguiente el que volviésemos á retirarnos por el propio camino, como se executó, después de haber reforzado la guarnición de Mons con algunos regimientos más de infanteria, pues no era ya dudable que franceses la arrostrarían á la primera ocasión, respecto de que su conquista les ponía en posesión de toda la provincia de Hainaut. Esta fatalidad acabó de poner todo el Pays Bajo en la opinión de que infaliblemente se habían de acabar los dominios de S. M. al año siguiente, entregándose á esta creencia, no tan sólo los que interesaban en tan seguida adversidad, pero asimismo los Estados vecinos, y todos cuantos hasta entonces habían mirado con más indiferencia de lo que era justa, la repetida serie de tantas calamidades.

Extremeciéronse holandeses á las horrorosas consecuencias de nuestra infalible pérdida, y alarmados los pueblos de Inglaterra al ruido del incendio que, consumida su vecindad, amenazaba la quietud de su reino, empezaron á murmurar abiertamente, acriminando TOMO XCV.

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el ocio de su Monarca, y amenazando los Ministros que tenían en tan perjudicial letargo, por cuyas razones aceleró el Rey británico la negociación de Nimega, pasando repetidos oficios con el Christianísimo para que se declarase en el fin de aquella guerra, insinuando que la coyuntura de los negocios le obligarian ya á salir de los límites de medianero, como en efecto lo manifestó formando á toda prisa un exército, que si después no ha sido el escudo que nos ha preservado de nuestra ruina, á lo menos por entonces sirvió de suspender parte de la desesperación en que se hallaba nuestro deplorable partido.

Año de 1678.

El habernos arrebatado franceses la villa de San Ghislayn durante el rigor del invierno, comprobó de todas maneras que la máxima de franceses fué siempre operar mientras la separación de nuestros exércitos (que por nuestra suma desdicha, siempre han consistido en auxiliares), les permitía executar sin estorbo sus expediciones, y en parte fué fortuna el que la anticipada pérdida de la plaza nos excusase del empeño de una batalla, porque, como era de recelar, por lo inferiores que éramos en el número, si nos hubiese sucedido la desgracia de ser batidos, todo el Pays Bajo caia irremediablemente en el dominio de la Francia, sin que nos pudiese valer en lo porvenir ningún recurso de aliados. De este mismo sentir fué entonces el Rey británico, el cual, ya alarmado de nuestro riesgo y de las instancias de su Parlamento, arrostraba con menos insensibilidad las resultas de nuestra desauciada constitución. Repitiónos avisos de los formidables designios que premeditaba el Rey Christianisimo para el mes de Marzo, advirtiéndonos que infaliblemente serían acometidas Gante, Bruselas, Mons y Namur; para cuya precaución se reiteraron en vano instancias con el Principe de Oranje para que pusiese lo restante do su infantería en aquellas plazas, principalmento en la de Gante, cuyo inmenso circuito y la poca confianza que se tenia en aquel gran pueblo, necesitaba de un grueso muy numeroso para su defensa. Crecia tanto más el deseo de ver aumentada su guarnición

cuanto eran ruidosos los aprestos que hacían franceses en todo el Pays Bajo, con tal afán y diligencia, que aunque no era posible acertar de fijo la conjetura de lo que executaría, no se dudaba de que se preparaban á los extremos esfuerzos para la perfección de sus conquistas; y declarándose con anticipación sobre el Kaynan, empezaron á ocupar todas las avenidas de la villa de Mons, tomando diferentes cuarteles en sus contornos, de suerte que desde el primer día no sólo embarazaron la entrada de los bastimentos, sino que también se nos quitó enteramente la comunicación con aquella plaza; pero como el número de su guarnición, y lo abastecida la dexamos á la retirada de la última campaña no nos persuadía á que franceses se resolviesen á atacarla con la fuerza, se tuvo por cierto que se contentarian con tenerla bloqueada, como sucedió.

que

Mientras por otras partes ocupaban sus armas en empresas. más executivas, proseguían en el inter en las prevenciones de reclutas y remontas de provisiones, de forrajes y de todo género de pertrechos, con movimientos y ruidos tan formidables, que ya no quedaba rincón en el dominio de S. M. que se tuviese por exento del golpe que amenazaba, para cuya oposición sólo nos quedaba el antiguo y poco favorable recurso que teníamos en holandeses, pues ni la falta de asistencias de España daba lugar á reforzar nuestras tropas con nuevas levas, ni aunque los medios lo hubiesen permitido cabía ya en la cortedad del tiempo el volver å poner en estado la caballería y infantería que habíamos perdido en los contratiempos de Condé, Valencianas, Cambray y demás plazas que se han referido; de suerte que en el tiempo que se hacían los extremos esfuerzos con los Estados de Holanda y Príncipe de Orange para que nos cubriesen con mayores auxilios, empezaron á moverse las tropas de Francia, siendo de notar que en un mismo tiempo cubrieron todas las provincias con innumerables tropas, y en un mismo día, que fué el primero de Marzo, se presentaron á la vista de las villas de Luxembourg, Namur, Charlemont, Mons, Ypre, Dixmude, Nieupor, Brujas y Gante; en cuya universal consternación no se tuvo siquiera el consuelo de ver que holandeses se dispusiesen á un esfuerzo extraordinario para acudir al reparo que

requeria esta urgencia, en medio de que su calidad y tamaño daba á entender sería la última, y la que acabaría de destruir enteramente la barrera que tenían las Provincias Unidas en los Estados de S. M. Lo único que se consiguió fueron promesas de Oranje de que mandaría entrar unos regimientos en Gante, que sin embargo juzgaba no sería la que franceses acometerían, en la suposición de que no bastaban sus grandes fuerzas á circunvalarla, ni estorbar la entrada del socorro.

La experiencia mostró en breve lo contrario, pues á las tropas con que Humières había ocupado el cuartel de Mariakerque, se fueron sucesivamente agregando otras; y como al mismo tiempo bajaban de Audenarde por la Esquelda todos los aprestos necesarios para un sitio, y que, por otra parte, cuantas tropas habían hecho punta á las plazas referidas se encaminaban también la vuelta de Gante, nos certificamos en particular cuando el Christianísimo en persona con toda la milicia de su casa apareció sobre la frontera en que infaliblemente estaban resueltos á apoderarse de la capital de la provincia de Flandes, y separándola del Brabante, poner el Pays Bajo en estado que, sin ulteriores esfuerzos, había de bajar precisamente la cerviz al yugo de la Francia, así el Duque, destituído de todo auxilio que pudiese mover por su propia disposición, hizo esfuerzos en los muchos contratiempos que antecedentemente habían pasado, para que holandeses le asistiesen, no es dudable que los haría en esta urgencia que requería por todas sus consideraciones se echase el resto, y que no se omitiese diligencia alguna de las que podían fructificar al desahogo de esta complicación. Y si bien después de lo experimentado era ajeno de toda probabilidad y razón de esperar que Oranje enmendase su proceder, después que en medio de su natural disimulación tenía. ya declarado abiertamente en una carta que escribió al Duque después de la retirada de Charleroy lo exasperado que le tenían los Ministros de S. M., prorrumpiendo en voces de sentimiento que amenazaban la afectuación de lo que decían le acumulaban.

No obstante, sin reparar el Duque en este desengaño, por satisfacer á las leyes de su obligación y conciencia, puso de su parte cuanto cabía para templarle y obligarle á que bajase con su exército

al socorro de Gante, que inmediatamente después de la llegada del Christianísimo habían empezado á batir los enemigos; pero aunque la persona del Príncipe vino luego á la vecindad de Amberes, donde el Duque fué á encontrarse, y en prolixas conferencias se le representó que ya era ocioso reservar las fuerzas para otras conjeturas, si no se empleaban en ésta en que peligraba el todo; no se encontró más del estéril consuelo de sus antiguas objeciones, fundadas en la cortedad de sus tropas, y expuesto de su propia casa, con la inesperable dificultad de ir á chocar con un exército tan numeroso como el de Francia; y en tanto que se perdían las otras en proponer al Principe temperamentos que le obligasen sólo á alguna demostración que sirviese de consuelo á los pueblos, adelantó el enemigo su ataque à la puerta de San Pedro y dilatadas fortificaciones que la cubren; pero como para la defensa de tan grandes obras no hubiese en la villa más de mil hombres de guerra, cuyas dos tercias partes se componían de caballería y dragones, no le fué dificultoso al enemigo el ganarlas, sin más resistencia que la que hicieron nuestros dragones que casi todos murieron en el asalto que el enemigo dió al rebellin que defendían; de suerte que, cubiertos ya franceses de la muralla de la villa, y recelando aquel pueblo la infalible ruina de un saqueamiento, no esperando nada de nuestro socorro, se entregó al Rey de Francia el sextɔ día después de la abertura de la trinchera y retirándose à la ciudadela las derrotadas reliquias de la guarnición; aunque su corto número y la falta de un todo no les permitía alargar la defensa, todavía dió lugar á que el Príncipe de Oranje, movido antes del deseo de guardar su frontera que de preservar nuestras plazas, enviase á Brujas seis regimientos de infantería, no para que entrasen en ella, sino para que campasen en su vecindad y comiesen á costa de aquel distrito y no se hallasen los pobres vecinos de la campaña por ninguna manera exemptos de las adversas influencias que por todas partes nos cercaban; y habiendo seguido al cabo de tres días la rendición del castillo y inmediatamente la del fuerte rojo tan irregularmente como se sabe, nadie dudaba ya de la pérdida de los Payses Bajos, teniéndola todos por tan infalible, que ya los pueblos se entregaban al desesperado discurso de ba

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