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EL SEGUNDO SITIO DE LÉRIDA POR EL PRÍNCIPE DE CONDÉ,

ÉN 22 DE MAYO DEL SIGUIENTE AÑO DE 1647

Suelen celebrarse los buenos sucesos el día que cumplen años. Felice fué para España el de 11 de Mayo de 1646, en que el Conde Harcourt puso sitio á Lérida, habiéndose seguido con el descrédito de un tan gran campeon la pérdida de un poderoso ejército, con los gastos que se dejan considerar en la continuación de siete meses; suceso que contrapesó varios dictámenes, que ilustró las armas del Católico celo y que abatió ambiciosas máximas.

No se contentaban los grandes héroes con el útil de las victorias, pero también solicitaban los aplausos, haciendo tirar el carro de sus triunfos de los enemigos vencidos.

No sin misterio dispone el cielo no se difiera ni un sólo día la venida del Príncipe de Condé á Lérida, pues habiendo cumplido el de 11 de Mayo de 1647, á 12 se dejó ver el dicho Príncipe debajo de ella, y con no menos poderoso ejército, sobre los mismos. puestos y fosos que el Conde de Harcourt hizo abrir para sepulcros de sus presunciones, donde las del Príncipe reconocen entre tanto cadáver los presagios del suceso que en menos tiempo experimentó; y entre los honores de aquella aún no enjuta sangre de tantos amigos, deudos y conocidos las modera, pero recobrado en su esfuerzo, bizarría y hasta allí incontrastable fortuna, y se promete en las mayores dificultades mayores glorias.

La serenidad de este día, dejó resonar más dilatadamente que en otros el estrépito de la artillería y escaramuzas; no fué sólo ofensa que Lérida pretendió hacer á tantos escuadrones, pero fiestas cumplimiento de aquel año, y entre ellas, se previene para ser tirada de tantas prevenciones que conducen para su gloria los mismos enemigos antes vencidos, que disimulando con terrestres

instrumentos lo que ya reconocían respecto cada zapada, era profunda reverencia, sino que, avergonzados, pretendiesen negar la vista al esplendor glorioso de aquel teatro, ilustrado con su propio afán, pues en un continente cada cuerpo levantó su mausoleo ó se abatió en fúnebre urna.

¡Preciarte debes, Lérida, de haber bien logrado tu desvelo y industria; y de que, conservando los florones de tu blasón, añades estos dos á la corona del mayor Monarca que ha lucido sus piedades contigo como teatro de lealtades y contrastes que, revencidas con no vista gloria, ha hecho la suya mayor, de que no puede subir realces una plaza defendida que no dejarte menudencia, al valor ni al acierto; que has sido en estos años, si famosa en todos, gloriosa causa á la fineza de tu Rey, logro de sus cuidados y ansia á los votos de todos!

¡Preciarte puedes de que el mayor Monarca, por más que impere en dos Orbes, en dos ocasiones le has tenido cuidadoso en tu defensa y favor; que esclareciste la más dilatada Monarquía, conservándote joya preciosa; que desvaneciste la tempestad de las olas que contra ti espumaban en furias; que acreditaste soldados; que conseguiste lauros; que en tu fidelidad no dejaste duda, en tu valentia sospechas ni en tu equidad escrúpulos, pero mucho que imitar: afectos de la clemencia y justicia, siempre triunfadoras!

Luego que el Conde de Harcourt se vió desposeido de las esperanzas del aquisto de Lérida, su exército desechó perdidos bagajes y artillería. Lérida, libertada y municionada, tuvo licencia aquel Gobernador para ir á Madrid con intento, después de besar la mano á S. M., de suplicarle ocupación en otro empleo que no fuese el de volver á Lérida, ocasionado de algunos contrastes que de ordinario suelen ocasionarse en largos viajes, aun haciéndose con comodidades, y habiendo faltado en uno tan largo, como fué el de siete meses que Lérida estuvo sitiada, todo cuanto se considera necesario para sustento de la vida humana; reducidos tanta gente y humores à una limitada porción de pan de cebada y agua, y á un continuo trabajo, y siendo preciso por el mismo case mantener mayor orden y regla en tanto aprieto, ne fué nuevo se ocasionasen, ni que pesando tanto más el menor punto, que se encaminase

á la perdición, atropellasen al Gobernador todos los otros que le pudieran rendir apacible y más tratable, particularmente con algunos que, por no sufrir las incomodidades personales, pasan por tantas de su reputación, y como á los que estaban al servicio de su Rey les parecieron indignas sus acciones, á éstos les parecía indigno todo lo que se apartaba de su dictamen. Por esta causa y otras que se le juntaron, no pudo el Gobernador excusar la severidad donde convino, ni tampoco excusarse de que estos tales, por honestar sus delitos, pretendiesen lo fuese en el dicho Gobernador la lícita reprensión, y aunque esto no haga al propósito de esta relación, fué la causa que obligó al Gobernador á excusarse cuanto pudo de volver á aquella plaza representándolo á S. M., y cuán peligroso era á su Real servicio dar oídos á las voces de hombres, que hallándose convencidos de sus errores, en vez de solicitar el perdón y protestar la enmienda, los quieren disimular en ofensa de sus superiores, y como la más acordada armonía se interrumpe de una voz disonante, éstos, aunque pocos perturban con las suyas el Real servicio, donde los que pudieran ser á propósito para los empleos se excusan á ellos viéndolos ocupados de éstos, á lo que también ayuda el ver que la fragilidad de nuestra naturaleza mayormente en el tiempo presente, inclina muchos ánimos á no tolerar que nadie se adelante en crédito ni aplauso, aunque resulte en común beneficio.

Previno Don Gregorio Britto à S. M. y sus inmediatos Ministros cuando los vió resueltos en que volviese á Lérida, que si se ofrecía otra ocasión (como lo tenía por cierto), se tuviese entendido que el hacer el servicio de S. M. derechamente no era bien visto de algunos y que hacerle y contemporizar con ellos no era fácil ni posible, y que siempre que éstos se quejasen se les preguntasen los motivos, teniendo por cierto que, por no referirlos, desistirían de las quejas.

Era á últimos de Marzo, y viendo el Gobernador el tiempo tan adelantado, no quiso perder ninguno y por la posta se metió en Lérida, donde luego que llegó trató de poner aquella plaza en la mayor forma que le fuese posible, asentando de las noticias que se tenían que sería segunda vez sitiada, y que para este efecto iban

entrando tropas de franceses en Cataluña y se esperaba el Príncipe de Condé; y no obstante que de Madrid se despacharon órdenes para que de Zaragoza se le asistiese con dinero y prevenciones, se tardó de manera que fué menester después de haber llegado á Lérida, enviar persona á Madrid á representar como se le había faltado con todo, y aunque después se satisfizo en la parte del dinero para la fortificación, no pudo ser antes de 15 de Abril, ni la llegada del Gobernador antes de 30 de Marzo, de manera que hasta 12 de Mayo en que fué sitiado, solo hubo cuarenta y dos dias y veintiséis desde el en que llegó el dinero; pero no por esta falta se dejó de trabajar en otra muralla delante del castillo, cuyos fosos el Gobernador dejó principiados antes de partirse de allí, y en todo tiempo que estuvo ausente, no hubo forma de darse una zapada ni ponerse una piedra, y previniendo que era aquella la parte que más se facilitaba á los ataques del enemigo, le aplicó todos los medios que le fueron posibles, con que brevemente se puso en defensa, y el día que el enemigo declaró los ataques se acabó de perficionar con terraplenes, parapetos y explanadas para la artillería, habiendo consistido en este trabajo la mayor parte de la defensa y sin él fuera muy difícil la forma de hacerse.

En estos antecedentes días llegó el Príncipe de Condé á Barcelona y luego dispuso este sitio, haciendo adelantar á Cervera las barcas que alli halló hechas para el puente, cantidad de cebada, harinas, pertrechos, municiones de guerra, artillería, gran copia de cestones, cestillas, botas, zapas, palas y todas las demás cosas convenientes para la empresa, que todo se hallaba en Cervera á últimos de Abril; y en el mismo tiempo á los contornos de Barcelona las tropas de caballería que por Rosellón se habían encaminado desde Francia, que con las que allí se hallaban ascendieron al número de cuatro mil y quinientos caballos, y juntamente en galeras, tartanas y otras embarcaciones, desembarcaron en Barcelona los regimientos de infantería más viejos de la Francia, reclutados de nuevos soldados que, con los que habían quedado del sitio pasado y los dos tercios de catalanes, hacían número de quince á dieciséis mil infantes.

A este numeroso exército, cuyos Cabos eran los de mayor opi

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