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debe sacrificio de alabanza por lo que él obró en este su siervo y en los demas; porque es tan grande su bondad y tan sobrada su misericordia para con los hombres, que sus mismos dones y beneficios que él les hace, los recibe por servicios y quiere que sean merecimientos de los mismos hombres; lo cual los santos reconocen y confiesan, y en señal deste reconocimiento, quitan de sus cabezas las coronas, que son el galardon y premio de sus merecimientos, y con profundísimo sentimiento de su bajeza, y con humilde y reverencial agradecimiento postrados y derribados por el suelo, los echan delante del trono de su acatamiento y soberana majestad. Hay tambien otra razon, que hace más ligero este mi trabajo, y es el deseo grande que entiendo tienen muchos de los de fuera, y todos vosotros, hermanos mios muy amados, teneis más crecido, de oir, leer y saber estas cosas; el cual, siendo, como es, tan justo y piadoso, querria yo por mi parte, si fuese posible, cumplirle, y apagar ó templar la sed de los que la tienen tan encendida, pues para ello hay tanta razon; porque, ¿qué hombre cristiano y cuerdo hay, que viendo en estos miserables tiempos una obra tan señalada como ésta de la mano de Dios, y una religion nueva plantada en su Iglesia en nuestros dias, y extendida en tan breve tiempo y derramada casi por todas las provincias y tierras que calienta el sol, no desee siquiera saber cómo se hizo esto; quién la fundó, qué principios tuvo, su discurso, acrecentamiento y extension, y el fruto que della se ha seguido? Mas esta razon, hermanos mios, no toca á nosotros solos, pero tambien á los demas. Otra hay, que es más doméstica y propria nuestra, que es de seguir é imitar á aquel que tenemos por capitan; porque, así como los que vienen de ilustre linaje y de generosa y esclarecida sangre procuran de saber las hazañas y gloriosos ejemplos de sus antepasados, y de los que fundaron y ennoblecieron sus familias y casas, para tenerlos por dechado, y hacer lo que ellos hicieron; así tambien nosotros, habiendo recebido de la mano de Dios, nuestro Señor, á nuestro padre Ignacio por guía y maestro, y por caudillo y capitan desta milicia sagrada, debemos tomarle por espejo de nuestra vida y procurar con todas nuestras fuerzas de seguirle, de suerte que si por nuestra imperfeccion no pudiéremos sacar tan al vivo y tan al proprio el retrato de sus muchas y excelentes virtudes, á lo menos imitemos la sombra y rastro dellas. Y por ventura para esto os será mi trabajo provechoso, y tambien gustoso y provechoso; pues el deseo de imitar hace que dé contento el oir contar lo que imitar se desea, y que sea tan gustoso el saberlo, como es el obrarlo provechoso. Pero ¿qué diré de otra razon, que, aunque la pongo á la postre, para mi no es la postrera? Esta es un piadoso y debido agradecimiento, y una sabrosa memoria y dulce recordacion de aquel bienaventurado varon y padre mio, que me engendró en Cristo, que me crió y sustentó, por cuyas piadosas lágrimas y abrasadas oraciones confieso yo ser eso poco que soy. Procuraré, pues, renovar la memoria de su vida tan ejemplar, que ya parece que se va olvidando, y de escrebirla, si no como ella merece, á lo menos de tal manera, que ni el olvido la sepulte, ni el descuido la escurezca, ni se pierda por falta de escriptor. Y con esto, aunque yo no pueda pagar lo mucho que á tan esclarecido varon debo, á lo menos pagaré lo poco que puedo. Así que será este mi trabajo acepto á Dios, nuestro Señor (como en su misericordia confio); á nuestro padre Ignacio, debido; á vosotros, hermanos mios, provechoso; á los de fuera, si no me engaño, no molesto; á lo ménos á mí, aunque por mi poca salud me será grave, pero, por ser parte de agradecimiento, espero en el Señor que me le hará ligero, y por ser, como es, por todos estos títulos obra de virtud; y porque la primera regla de la buena historia es, que se guarde verdad en ella, ante todas cosas protesto que no diré aquí cosas inciertas y dudosas, sino muy sabidas y averiguadas. Contaré lo que yo mismo oí, vi y toqué con las manos en Ignacio, á cuyos pechos me crié desde mi niñez y tierna edad, pues el Padre de las misericordias fué servido de traerme, el año de mil y quinientos y cuarenta (ántes que yo tuviese catorce años cumplidos, ni la Compañía fuese confirmada del Papa), al conocimiento y conversacion deste santo varon; la cual fué de manera, que dentro y fuera de casa, en la ciudad y fuera della, no me apartaba de su lado, acompañándole y sirviéndole en todo lo que se ofrecia, notando sus meneos, dichos y hechos, con aprovechamiento de mi ánima y particular admiracion; la cual crecia cada dia tanto más, cuanto él iba descubriendo más de lo mucho que en su pecho tenía encerrado, y yo con la edad iba abriendo los ojos, para ver lo que antes por falta della no veia. Por esta tan íntima conversacion y familiaridad que yo tuve con nuestro padre, pude ver y notar, no solamente las cosas exteriores y patentes que estaban expuestas á los ojos de muchos, pero tambien algunas de las secretas que á poco se descubrian. Tambien diré lo que el mismo padre contó de sí, á ruegos de toda la Compañía; porque habiéndole pedi

do y rogado muchas veces en diversos tiempos y ocasiones, con grande y extraordinaria instancia, que para nuestro ejemplo y aprovechamiento, nos diese parte de lo que habia pasado por él en sus principios, y de sus trabajos y persecuciones, que fueron muchas, y de los regalos y favores que habia recebido de la mano de Dios, nunca lo pudimos acabar con él, hasta el año ántes que muriese; en el cual, despues de haber hecho mucha oracion sobre ello, se determinó de hacerlo, y así lo hacia acabada su oracion y consideracion, contando al padre Luis Gonzalez de Cámara, con mucho peso y con un semblante del cielo, lo que se le ofrecia; y el dicho padre, en acabándolo de oir, lo escrebia casi con las mismas palabras que lo habia oido; y todo esto tengo yo como entonces se escribió. Escrebiré asimismo lo que yo supe de palabra y por escrito, de nuestro padre maestro Lainez, el cual fué casi el primero de los compañeros que Ignacio tuvo, y el hijo más querido; y por esto, y por haber sido en los principios el que más le acompañó, vino á tener más comunicacion y á saber más cosas dél; las cuales, como padre mio tan entrañable, muchas veces me contó, ántes que sucediese en el cargo á Ignacio, y despues que fué prepósito general. Y ordenábalo así nuestro Señor, como yo creo, para que sabiéndolas yo, las pudiese aqui esorebir. Destos originales se ordenó y sacó casi toda esta historia; porque no he querido poner otras cosas que se podrian decir con poco fundamento y sin autor grave y de peso, por parecerme que, aunque cualquiera mentira es fea é indigna de hombre cristiano, pero mucho más la que se compusiese y forjase relatando vidas de santos. Como si Dios tuviese necesidad della, ó no fuese cosa ajena de la piedad cristiana, querer honrar y glorificar al Señor, que es suma y eterna verdad, con cuentos y milagros fingidos; y áun esta verdad es la que me hace entrar en este piélago con mayor esperanza de buen suceso y próspera navegacion; porque no habemos de tratar de la vida y santidad de un hombre que há muchos siglos que pasó, en cuya historia, por su antigüedad, podriamos añadir y quitar y fingir lo que nos pareciese. Mas escrebimos de un hombre que fué en nuestros dias, y que conocieron y trataron muy particularmente muchos do los que hoy viven, para que los que no le vieron ni conocieron entiendan que lo que aquí se dijere estará comprobado con el testimonio de los que hoy son vivos y presentes, y familiarmente le comunicaron y trataron. Diré agora lo que pretendo hacer en esta historia. Yo al principio propuse escrebir precisamente la Vida del padre Ignacio, y desenvolver y descubrir al mundo las excelentes virtudes que él tuvo encogidas y encubiertas con el velo de su humildad. Despues me pareció ensanchar este mi propósito y abrazar algunas cosas más, porque entendi que habia muchas personas virtuosas y devotas de nuestra Compañía, que tenian gran deseo de saber su orígen, progreso y discurso, y por darles contento quise yo tocarlo aquí, y declarar con brevedad cómo sembró esa semilla este labrador y obrero fiel del Señor por todo el mundo, y cómo de un granillo de mostaza creció un árbol tan grande, que sus ramas se extienden de Oriente á Poniente, y de Septentrion al Mediodía, y otros acaecimientos que sucedieron mientras que él vivió, dignos de memoria; entre los cuales habrá muchas de las empresas señaladas que, siendo Ignacio capitan, se han acometido y acabado, y algunos de los encuentros y persecuciones que con su prudencia y valor se han evitado ó resistido, y otras cosas que siendo él prepósito general, se ordenaron y establecieron; y por estos respetos parecen que están tan trabadas y encadenadas con su vida, que apenas se pueden apartar della; pero no por esto me tengo por obligado de contarlo todo, sin dejar nada que de contar sea; que no es ésta mi intencion, sino de coger algunas cosas y entresacarlas, que me parezcan más notabies ó más á mi propósito; que es dar á entender el discurso de la Compañía; las cuales, si agora, que está fresca su memoria, no se escribiesen, por ventura se olvidarian con el tiempo. Hablaré en particular de algunos de los padres que fueron hijos de Ignacio y sus primeros compañeros, y murieron viviendo él, y tambien de algunos otros que merecieron del Señor derramar la sangre por su santa fe, De los primeros, porque fueron nuestros padres y nos engendraron en Cristo; de los segundos, porque fueron tan dichosos, que la muerte que debian á la naturaleza, la ofrecieron á su Señor y la dieron por confirmacion de su verdad. De los vivos dirémos poco, de los muertos algo más, conforme á lo que el Sabio nos amonesta, que no alabemos á nadie ántes de su muerte, dando á entender (como dice san Ambrosio) que le alabemos despues de sus dias y le ensalcemos despues de su acabamiento. Resta, hermanos mios, que supliquemos humil y intensamente á nuestro Señor que favorezca este buen deseo, pues es suyo, y que acepte estos cinco libros, que, como cinco cornadillos, yo ofrezco á su Majestad, y con su acostumbrada clemencia los reciba, y saque dellos alabanza y gloria para sí, y provecho y edificacion para su santa Iglesia. Demas desto, afectuosamente os ruego, hermanos

carísimos, por aquel amor tan entrañable que Dios ha plantado en nuestros corazones, con que nos amamos unos á otros, que con vuestras fervorosas oraciones me alcanceis espíritu del Señor, para imitar de véras la vida y santidad de Ignacio, cuya constancia en abatirse, la aspereza en castigarse, la fortaleza en los peligros, la quietud y seguridad en medio de todas las olas y torbellinos del mundo, la templanza y modestia en las prosperidades, en todas las cosas alegres y tristes, la paz y gozo que tenía su ánima en el Espíritu Santo, debemos tener nosotros siempre delante, y poner los ojos en aquel lucido escuadron de heroicas y singulares virtudes que le acompañaban y hermoseaban, para que su vida nos sea dechado, y como un verdadero y perfectísimo debujo de nuestro instituto y vocacion, á la cual nos llamó el Señor, por su infinita bondad, por medio de este glorioso capitan y padre nuestro; que siguiéndole nosotros por estos pasos, como verdaderos hijos suyos, no podrémos ir descaminados, ni dejar de alcanzar lo que él para sí y para sus verdaderos hijos alcanzó.

LIBRO PRIMERO

DE LA

VIDA DE IGNACIO DE LOYOLA,

FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESUS.

CAPÍTULO PRIMERO.

Del nascimiento y vida de Ignacio ántes que Dios le llamase á su conoscimiento.

INIGO de Loyola, fundador y padre de la Compafía de Jesus, nasció de noble linaje, en aquella parte de España que se llama la provincia de Guipúzcoa, el año del Señor de mil y cuatrocientos y noventa y uno, presidiendo en la silla de San Pedro Inocencio, papa octavo deste nombre, y siendo emperador Federico III, y reinando en España los católicos reyes don Fernando y doña Isabel, de gloriosa y esclarecida memoria. Fué su padre Beltran de Loyola, señor de la casa de Loyola y cabeza de su ilustre y antigua familia. Su madre se llamó doña María Sonnez, matrona igual en sangre y virtud á su marido. Tuvieron estos caballeros cinco hijas y ocho hijos, de los cuales el postrero de todos, como otro David, fué nuestro Iñigo, que con dichoso y bienaventurado parto salió al mundo para bien de muchos, á quien llamarémos de aquí adelante Ignacio, por ser este nombre más comun á las otras naciones, y en él más conocido y usado. Pasados, pues, los primeros años de su niñez, fué enviado de sus padres Ignacio á la córte de los Reyes Católicos. Y comenzando ya á ser mozo y á hervirle la sangre, movido del ejemplo de sus hermanos, que eran varones esforzados, y él, que de suyo era brioso y de grande ánimo, dióse mucho á todos los ejercicios de armas, procurando de aventajarse sobre todos sus iguales, y de alcanzar nombre de hombre valeroso, y honra y gloria militar. El año, pues, de mil y quinientos y veinte y uno, estando los franceses sobre el castillo de Pamplona, que es cabeza del reino de Navarra, y apretando el cerco cada dia más, los capitanes que estaban dentro, estando sin ninguna esperanza de socorro, trataron de rendirse, y pusiéranlo luego por obra, si Ignacio no se lo estorbára, el cual pudo tanto con sus palabras, que los animó y puso coraje para resistir hasta la muerte al frances. Mas, como los enemigos no aflojasen punto de su cerco, y continuamente

ya

con cañones reforzados batiesen el castillo, sucedió que una bala de una pieza dió en aquella parte del muro donde Ignacio valerosamente peleaba, la cual le hirió en la pierna derecha de manera, que se la dejarretó y casi desmenuzó los huesos de la canilla. Y una piedra del mismo muro, que con la fuerza de la pelota resurtió, tambien le hirió malamente la pierna izquierda. Derribado por esta manera Ignacio, los demas que con su valor se esforzaban, luego desmayaron, y desconfiados de poderse defender, se dieron á los franceses, los cuales llevaron á Ignacio á sus reales, y sabiendo quién era, y viéndole tan mal parado, movidos de compasion, le hicieron curar con mucho cuidado. Y estando ya algo mejor, le enviaron con mucha cortesía y liberalidad á su casa, donde fué llevado en hombros de hombres en una litera. Estando ya en su casa, comenzaron las he ridas, especialmente la de la pierna derecha, á empeorar. Llamáronse nuevos médicos y zurujanos, los cuales fueron de parecer que la pierna se habia otra vez de desencasar, porque los huesos (ó por descuido de los primeros zurujanos, ó por el movimiento y agitacion del camino áspero) estaban fuera de su juntura y lugar, y era necesario volvérselos á él, y concertarlos para que se soldasen. Hízose así con grandísimos tormentos y dolores del enfermo, el cual pasó esta carnicería que en él se hizo, y todos los demas trabajos que despues le sucedieron, con un semblante y con un esfuerzo que ponia admiracion; porque ni mudó color, ni gimió, ni sospiró, ni hubo siquiera un ay, ni dijo palabra que mostrasc flaqueza. Crecia, con todo esto, el mal más cada dia, y pasaba tan adelante, que ya poca esperanza se tenía de su vida, y avisáron le de su peligro. Confesóse enteramente de sus pecados la víspera de los gloriosos apóstoles san Pedro y san Pablo, y como caballero cristiano, armóse de las verdaderas armas de los otros santos sacramentos, que Jesucristo, nuestro Redentor, nos dejó para nuestro remedio y defensa. Ya parecia que se iba llegando la hora y el punto de su fin, y como

los médicos le diesen por muerto si hasta la media noche de aquel dia no hubiese alguna mejoría, fué Dios, nuestro Señor, servido que en aquel mismo punto la hubiese. La cual creemos que el bienaventurado apóstol san Pedro le alcanzó de nuestro Señor, porque en los tiempos atras siempre Ignacio le habia tenido por particular patron y abogado, y como á tal le habia reverenciado y servido, y así le apareció este glorioso apóstol la noche misma de su mayor necesidad, como quien le venía á favorecer y le traia la salud. Librado ya de este peligroso trance, comenzáronse á soldar los huesos y á fortificarse; mas quedábanle todavía dos deformidades en la pierna. La una era un hueso que le salia debajo de la rodilla feamente. La otra nascia de la misma pierna, que por haberle sacado de ella veinte pedazos de huesos, quedaba corta y contrecha, de suerte que no podia andar ni tenerse sobre sus piés. Era entónces Ignacio mozo lozano y polido, y muy amigo de galas y de traerse bien, y tenía propósito de llevar adelante los ejercicios de la guerra, que habia comenzado. Y como para lo uno y para lo otro le pareciese grande estorbo la fealdad y encogimiento de la pierna, queriendo remediar estos inconvenientes, preguntó primero á los zurujanos si se podia cortar, sin peligro de la vida, aquel hueso que sobresalia con tanta deformidad; y como le dijesen que sí, pero que sería muy á su costa, porque habiéndose de cortar por lo vivo, pasaria el mayor y más agudo dolor que habia pasado en toda la cura; no haciendo caso de todo lo que para divertirle se le decia, quiso que le cortasen el hueso, por cumplir con su gusto y apetito. Y (como yo le oí decir) (1) por poder traer una bota muy justa y muy polida, como en aquel tiempo se usaba, ni fué posible sacarle dello, ni persuadirle otra cosa. Quisiéronle atar para hacer este sacrificio, y no lo consintió, pareciéndole cosa indigna de su ánimo generoso. Y estúvose con el mismo semblante y constancia que arriba dijimos, así suelto y desatado, sin menearse, ni boquear, ni dar alguna muestra de flaqueza de corazon. Cortado el hueso, se quitó la fealdad. El encogimiento de la pierna se curó por espacio de muchos dias, con muchos remedios de unciones y emplastos, y ciertas ruedas é instrumentos con que cada dia le atormentaban, estirando y extendiendo poco a poco la pierna, y volviená dola á su lugar. Pero, por mucho que la desencogieron y retiraron, nunca pudo ser tanto, que llegase á ser igual al justo con la otra.

CAPÍTULO II.

Cómo le llamó Dios, de la vanidad del siglo, al conocimiento de sí.

Estábase todavía nuestro Ignacio tendido en una cama, herido de Dios, que por esta via le queria sanar, y cojo, como otro Jacob, que quiere decir

(1) Y él decia. (Riv.)

otro batallador, para que le mudase el nombre, y se llamase Israel, y viniese á decir «Vi á Dios cara á cara, y mi ánima ha sido salva.» Pero veamos por qué camino le llevó el Señor, y cómo ántes que viese á Dios, fué menester que luchase y batallase. Era en este tiempo muy curioso y amigo de leer libros profanos de caballerías, y para pasar el tiempo, que, con la cama y enfermedad, se le hacia largo y enfadoso, pidió que le trujesen algun libro de esta vanidad. Quiso Dios que no hubiese ninguno en casa, sino otros de cosas espirituales, que le ofrecieron; los cuales él aceptó, más por entretenerse en ellos que no por gusto y devocion. Trujéronle dos libros, uno de la vida de Cristo, nuestro Señor, y otro de vidas de santos, que comunmente llaman Flos Sanctorum. Comenzó á leer en ellos, al principio (como dije) por su pasatiempo, despues poco á poco por aficion y gusto. Porque esto tienen las cosas buenas, que cuanto más se tratan, más sabrosas son. Y no solamente comenzó á gustar, mas tambien á trocársele el corazon, y á querer imitar y obrar lo que leia. Pero, aunque iba nuestro Señor sembrando estos buenos deseos en su ánima, era tanta la fuerza de la envejecida costumbre de su vida pasada, tantas las zarzas y espinas de que estaba llena esta tierra yerma y por labrar, que le ahogaba luégo la semilla de las inspiraciones divinas con otros contrarios pensamientos y cuidados. Mas la divina misericordia, que ya habia escogido á Ignacio por su soldado, no le desamparaba, ántes le despertaba de cuando en cuando, y avivaba aquella centella de su luz, y con la fresca licion refrescaba y esforzaba sus buenos propósitos, y contra los pensamientos vanos y engañosos del mundo, le proveia y armaba con otros pensamientos cuerdos, verdaderos y macizos. Y esto de manera, que poco á poco iba prevaleciendo en su ánima la verdad contra la mentira, y el espíritu contra la sensualidad, y el nuevo rayo y luz del cielo contra las tinieblas palpables de Egipto. Y juntamente iba cobrando fuerzas y aliento para pelear y luchar de véras, y para imitar al buen Jesú (2), nuestro capitan y Señor, y á los otros santos, que por haberle imitado merecen ser imitados de nosotros. Hasta este punto habia ya llegado Ignacio, sin que ninguna dificultad de las muchas que se le ponian delante fuese parte para espantarle y apartarle de su buen propósito; pero sí para hacerle estar perplejo y confuso, por la muchedumbre y variedad de pensamientos con que por una parte el demonio le combatia, queriendo continuar la posesion que tenía de su antiguo soldado, y con que por otra el Señor de la vida le llamaba y convidaba á ella, para hacerle caudillo de su sagrada milicia. Mas entre los unos pensamientos y los otros habia gran diferencia; porque los pensamientos del mundo tenian dulces entradas y amargas salidas, de suerte que á los

(2) Este italismo dejó incorrecto hasta la quinta edicion inclu sive, en la cual todavía imprimió Jesú por Jesus.

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