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principios parecian blandos y halagüeños, y regaladores del apetito sensual; mas sus fines y dejos eran, dejar atravesadas y heridas las entrañas, y el ánima triste, desabrida y descontenta de si mesma. Lo cual sucedia muy al reves en los otros pensamientos de Dios; porque cuando pensaba Ignacio lo que habia de hacer en su servicio, cómo habia de ir á Hierusalen, y visitar aquellos santos lugares, las penitencias con que habia de vengarse de sí, y seguir la hermosura y excelencia de la virtud y perfeccion cristiana, y otras cosas semejantes, estaba su ánima llena de deleites, y no cabia de placer mientras que duraban estos pensamientos y tratos en ella. Y cuando se iban, no la dejaban del todo vacía y seca, sino con rastros de su luz y suavidad. Pasaron muchos dias sin que echase de ver esta diferencia y contrariedad de pensamientos, hasta que un dia, alumbrado con la lumbre del cielo, comenzó á parar mientes y mirar en ello, y vino á entender cuán diferentes eran los unos pensamientos de los otros en sus efectos y en sus causas. Y de aquí nasció el cotejarlos entre sí, y los espíritus buenos y malos, y el recibir lumbre para distinguirlos y diferenciarlos. Y éste fué el primer conocimiento que nuestro Señor le comunicó de sí y de sus cosas; del cual, acrecentado con el continuo uso y con nuevos resplandores y visitaciones del ciclo, salieron despues, como de su fuente y de su luz, todos los rayos de avisos y reglas que el buen padre en sus ejercicios nos enseñó, para conocer y entender la diversidad que hay entre el espíritu verdadero de Dios y el engañoso del mundo; porque primeramente entendió que habia dos espíritus, no solamente diversos, sino en todo y por todo tan contrarios entre sí, como son las causas de donde ellos proceden, que son luz y tinieblas, verdad y falsedad, Cristo y Belial. Despues desto, comenzó á notar las propriedades de entrambos espíritus, y de aquí se siguió una lumbre y sabiduría soberana, que nuestro Señor infundió en su entendimiento, para discernir y conocer la diferencia destos espíritus, y una fuerza y vigor sobrenatural en su voluntad, para aborrecer todo lo que el mundo le representaba, y para apetescer y desear y proseguir todo lo que el espíritu de Dios le ofrecia y proponia; de los cuales principios y avisos se sirvió despues por toda la vida. Desta manera, pues, se deshicieron aquellas tinieblas, que el príncipe dellas le ponia delante. Y alumbrados ya sus ojos, y esclarecidos con nuevo conocimiento, y esforzada su voluntad con este favor de Dios, dióse priesa y pasó adelante, ayudándose por una parte de la licion y por otra de la consideracion de las cosas divinas, y apercibiéndose para las asechanzas y celadas del enemigo. Y trató muy de véras consigo mismo de mudar la vida, y enderezar la proa de sus pensamientos á otro puerto más cierto y más seguro que hasta alli, y destejer la tela que habia tejido, y desmarañar los embustes y enredos de su vanidad, con particular aborrecimiento de sus pecados y deseo

de satisfacer por ellos, y tomar venganza de sí, que es comunmente el primer escalon que han de subir los que por temor de Dios se vuelven á él. Y aunque entre estos propósitos y deseos se le ofrecian trabajos y dificultades, no por eso se desmayaba ni se entibiaba punto su fervor; ántes, armado de la confianza en Dios, como con un arnes tranzado de piés á cabeza, decia: «En Dios todo lo podré; pues me da el deseo, tambien me dará la obra. El comenzar y acabar, todo es suyo.» Pero con todo esto, no se determinó de seguir particular manera de vida, sino de ir á Hierusalen despues de bien convalescido, y ántes de ir, de mortificarse y perseguirse con ayunos y disciplinas y todo género de penitencias y asperezas corporales, y con un enojo santo y generoso, crucificarse y mortificarse y hacer anotomía de sí. Y así, con estos deseos tan fervorosos que nuestro Señor le daba, se resfriaban todos aquellos feos y vanos pensamientos del mundo, y con la luz del Sol de justicia, que ya resplandecia en su ánima, se deshacian las tinieblas de la vanidad y desaparecian, como suele desaparecerse y despedirse la obscuridad de la noche con la presencia del sol. Estando en este estado, quiso el Rey del cielo y Señor, que le llamaba, abrir los senos de su misericordia para con él, y confortarle y animarle más con una nueva luz y visitacion celestial. Y fué así, que estando él velando una noche, le apareció la esclarecida y soberana Reina de los ángeles, que traia en brazos á su preciosísimo Hijo, y con el resplandor de su claridad le alumbraba, y con la suavidad de su presencia le recreaba y esforzaba. Y duró buen espacio de tiempo esta vision, la cual causó en él tan grande aborrecimiento de su vida pasada, y especialmente de todo torpe y deshonesto deleite, que parecia que quitaban y raian de su ánima, como con la mano, todas las imágenes y representaciones feas. Y bien se vió que no fué sueño, sino verdadera y provechosa esta visitacion divina, pues con ella le infundió el Señor tanta gracia y le trocó de manera, que desde aquel punto hasta el último de su vida guardó la limpieza y castidad de su ánima sin mancilla, con grande entereza y puridad. Pues estando ya con estos propósitos y deseos, y andando como con dolores de su gozoso parto, su hermano mayor y la gente de su casa fácilmente vinieron á entender que estaba tocado de Dios y que no era el que solia ser; porque, aunque él no descubria á nadie el secreto de su corazon, ni hablaba con la lengua, pero hablaba con su rostro, y con el semblante demudado y muy ajeno del que solia. Especialmente viéndo. le en contínua oracion y leccion, y en diferentes ejercicios que los pasados; porque ni gustaba ya de gracias ni donaires, sino que sus palabras eran graves y medidas, y de cosas espirituales y de mucho peso, y se ocupaba buenos ratos en escribir. Y para esto habia hecho encuadernar muy polidamente un libro, en el cual para su memoria, de muy escogida letra (que era muy buen escribano), escri

bia los dichos y hechos que le parecian más notables de Jesucristo, nuestro Salvador, y los de su gloriosa Madre, nuestra Señora, la virgen María, y de los otros santos. Y tenía ya tanta devocion, que escrebia con letras de oro los de Cristo, nuestro Sefor, y los de su santísima Madre con letras azules, y los de los demas santos con otras colores, segun los varios afectos de su devocion. Sacaba nuevo contento y nuevos gozos de todas estas ocupaciones, pero de ninguna más que de estar mirando atentamente la hermosura del cielo y de las estrellas; lo cual hacia muy a menudo y muy de espacio; porque este aspecto de fuera, y la consideracion de lo que hay dentro de los cielos y sobre ellos, le era grande estímulo é incentivo al menosprecio de todas las cosas transitorias y mudables, que están debajo dellos, y le inflamaba más en el amor de Dios. Y fué tanta la costumbre que hizo en esto, que áun le duró despues por toda la vida; porque muchos años despues, siendo ya viejo, le vi yo (1) estando en alguna azutea ó en lugar eminente y alto, de donde se descubria nuestro hemisferio y buena parte del cielo (2), enclavar los ojos en él. Y á cabo de rato que habia estado como hombre arrobado y suspenso, y que volvia en sí, se enternecia. Y saltándosele las lágrimas de los ojos, por el deleite grande que sentia su corazon, le oia decir: «¡Ay, cuán vil y baja me parece la tierra cuando miro al cielo! Estiércol y basura es.» Trató tambien lo que habia de hacer á la vuelta de Hierusalen; pero no se determinó en cosa ninguna, sino que, como venado sediento y tocado ya de la yerba, buscaba con ansia las fuentes de aguas vivas, y corria en pos del cazador que le habia herido con las saetas de su amor. Y así, de dia y de noche se desvelaba en buscar un estado y manera de vida en el cual, puestas debajo de sus piés todas las cosas mundanas y la rueda de la vanidad, pudiese él castigarse y macerarse con extremado rigor y aspereza, y agradar más á su Señor.

CAPÍTULO III.

Del camino que hizo de su tierra á Nuestra Señora de Monserrate.

Habia ya cobrado razonable salud, y porque la casa de Loyola era muy de atras allegada y dependiente de la del duque de Nájara, y el mismo Duque le habia enviado á visitar en su enfermedad algunas veces, con achaque de visitar al Duque y cumplir con la obligacion en que le habia puesto, pero verdaderamente por salir, como otro Abrahan, de su casa y de entre sus deudos y conoscidos, púsose á punto para ir camino. Olió el negocio Martin García de Loyola, su hermano mayor, y dióle mala espina; y llamando aparte á Ignacio en un aposento, comenzó con todo el artificio y buen término que supo, á pedirle y rogarle muy ahincadamente que

(1) Borrado por el mismo padre Rivadeneira.

(2 Borradas igualmente estas palabras, poniendo la palabra cielo al fin de la clausula.

mirase bien lo que hacia, y no se echase á perder á sí y á los suyos; mas que considerase que bien entablado tenía su negocio, y cuánto camino tenía andado para alcanzar honra y provecho, y que sobre tales principios y tales cimientos podria edificar cualquiera grande obra; que las esperanzas ciertas de su valor é industria á todos prometian todas las cosas. Dice: «En vos, hermano mio, son grandes el ingenio, el juicio, el ánimo, la nobleza, y favor y cabida con los príncipes, la buena voluntad que os tiene toda esta comarca, el uso y experiencia de las cosas de la guerra, el aviso y prudencia; vuestra edad, que está agora en la flor de su juventud, y una espectacion increible, fundada en estas cosas que he dicho que todos tienen de vos. Pues ¿y cómo quereis vos, por un antojo vuestro, engañar nuestras esperanzas tan macizas y verdaderas, y dejarnos burlados á todos, despojar y desposeer nuestra casa de los trofeos de vuestras vitorias, y de los ornamentos y premios que de vuestros trabajos se le han de seguir? Yo en una sola cosa os hago ventaja, que es en haber nascido primero que vos, y soy vuestro hermano mayor; pero en todo lo demas yo reconozco que vais adelante. Mirad (yo os ruego, hermano mio, más querido que mi vida) lo que haceis, y no os arrojeis à cosa que no sólo nos quite lo que de vos esperamos, sino tambien amancille nuestro linaje con perpétua infamia y deshonra.» Oyó su razonamiento Ignacio, y como habia otro que le hablaba con más fuerza y eficacia al corazon, respondió á su hermano con pocas palabras, diciendo que él miraria por sí y se acordaria que habia nascido de buenos, y que le prometia de no hacer cosa que fuese en deshonra de su casa. Y con estas pocas palabras, aunque no satisfizo al hermano, apartóle y sacudióle de sí, y púsose en camino, acompañado de dos criados, los cuales poco despues despidió, dándoles de lo que llevaba. Desde el dia que salió de su casa tomó por costumbre de disciplinarse ásperamente cada noche, lo cual guardó por todo el camino que hizo á Nuestra Señora de Monserrate, adonde iba á parar. Y para que entendamos por qué pasos y por qué como escalones llevaba Dios á este su siervo, y le hacia subir á la perfeccion, es de saber que en este tiempo ni él sabía, ni tenía cuidado de saber, qué sea caridad, qué humildad, qué paciencia, qué quiere decir desprecio de sí, cuál sea la propriedad y naturaleza de cada una de las virtudes, qué partes y oficios y límites tiene la templanza, qué pide la razon y prudencia espiritual y divina. A ninguna de estas cosas paraba mientes, sino que abrasado y aferrado con lo que entónces le parecia mejor y más á propósito de su estado presente, ponia todo su cuidado y conato en hacer cosas grandes y muy dificultosas para afligir su cuerpo con asperezas y castigos. Y esto no por otra razon, sino porque los santos que él habia tomado por su dechado y ejemplo habian echado por este camino; porque ya desde entónces comenzaba nuestro Señor á plantar en el corazon de Ignacio un vivo y ar

dentísimo deseo de buscar y procurar en todas sus cosas lo que fuese á los ojos de su Majestad más agradable; que éste fué como su blason siempre, y como el ánima y vida de todas sus obras: A mayor gloria divina. Pero ya en estas penitencias que hacia habia subido un escalon más, porque en ellas no miraba, como ántes, tanto á sus pecados, cuanto al deseo que tenía de agradar á Dios. Porque, aunque era verdad que tenía grande aborrecimiento de sus pecados pasados, pero en las penitencias que hacia para satisfacer por ellos, estaba ya su corazon tan inflamado y abrasado de un vehementísimo deseo de agradar á Dios, que no tenía cuenta tanto con los mismos pecados, ni se acordaba de ellos, como de la gloria y honra de Dios, cuya injuria queria vengar haciendo penitencia de ellos. Iba, pues, Ignacio su camino, como dijimos, hácia Monserrate, y topó acaso con un moro de los que en aquel tiempo áun quedaban en España, en los reinos de Valencia y Aragon. Comenzaron á andar juntos y á trabar plática, y de una en otra vinieron á tratar de la virginidad y pureza de la gloriosísima Virgen nuestra Señora. Concedia el moro que esta bienaventurada Señora habia sido virgen ántes del parto y en el parto, porque así convenia á la grandeza y majestad de su Hijo. Pero decia que no habia sido así despues del parto, y traia razones falsas y aparentes para probarlo, las cuales deshacia 1gnacio, procurando con todas sus fuerzas de desengañar al moro y traerle al conocimiento de esta verdad; pero no lo pudo acabar con él, ántes se fué adelante el moro, dejando solo á Ignacio, muy dudoso y perplejo en lo que habia de hacer. Porque no sabía si la fe que profesaba y la piedad cristiana le obligaban á darse priesa tras el moro, y alcanzarle y darle de puñaladas por el atrevimiento y osadía que habia tenido de hablar tan desvergonzadamente en desacato de la bienaventurada siempre Virgen sin mancilla. Y no es maravilla que un hombre acostumbrado á las armas y á mirar en puntillos de honra, que pareciendo verdadera, es falsa, y como tal, engaña á muchos, tuviese por afrenta suya, y caso de ménos valer, que un enemigo de nuestra santa fe se atreviese á hablar en su presencia en deshonra de nuestra soberana Señora. Este pensamiento, al parecer piadoso, puso en grande aprieto á nuestro nuevo soldado, y despues de haber buen rato pensado en ello, al fin se determinó á seguir su camino hasta una encrucijada de donde se partia el camino para el pueblo adonde iba el moro, y allí soltar la rienda á la cabalgadura en que iba, para que si ella echase por el camino por donde el moro iba, le buscase y le matase á puñaladas; pero si fuese por el otro camino, le dejase y no hiciese más caso del. Quiso la bondad divina, que con su sabiduría y providencia ordena todas las cosas para bien de los que le desean agradar y servir, que la cabalgadu. ra, dejando el camino ancho y llano, por do habia ido el moro, se fuese por el que era más á propósito para Ignacio. Y de aquí podemos sacar por P. R.

qué caminos llevó nuestro Señor á este su siervo, y de qué principios y medios vino á subir á la cumbre de tan alta perfeccion. Porque, como dice el bienaventurado san Augustin, las almas capaces de la virtud, como tierras fértiles y lozanas, suelen muchas veces brotar de sí vicios, y son como unas malas yerbas, que dan muestra de las virtudes y frutos que podrian llevar si fuesen labradas y cultivadas. Como Moisés cuando mató al egipcio, como tierra inculta y por labrar, daba señales, aunque viciosas, de su mucha fertilidad y de la fortaleza natural que tenía para cosas grandes. Estando pues ya cerca de Monserrate, llegó á un pueblo, donde compró el vestido y traje que pensaba llevar en la romería de Hierusalen, que fué una túnica hasta los piés, á modo de un saco, de cáñamo áspero y grosero. Ciñóse con un pedazo de cuerda, los zapatos fueron unos alpargates de esparto, un bordon de los que suelen traer los peregrinos, una calabacica para beber un poco de agua cuando tuviese sed. Y porque temia mucho la flaqueza de su carne, aunque con aquel favor celestial que tuvo (de que arriba dijimos), y con los vivos deseos de agradar á Dios, que el mismo Señor le daba, se hallaba ya mucho más alentado y animado para resistir y batallar, niéndose todo debajo del amparo y proteccion de la serenísima Reina de los ángeles, virgen y madre de la puridad, hizo voto de castidad en este camino, y ofreció á Cristo nuestro Señor Ꭹ á su Santísima Madre la limpieza de su cuerpo y ánima, con grande devocion y desco fervoroso de alcanzarla; y alcanzóla tan entera y cumplida como queda escrito en el segundo capítulo. Tan poderosa es la mano de Dios para socorrer á los que con fervor de espíritu se le encomiendan, tomando por abogada y medianera á su benditísima Madre.

CAPÍTULO IV.

De cómo mudó sus vestidos en Monserrate.

, po

Es Monserrate un monasterio de los religiosos de San Benito, una jornada de Barcelona, lugar de grandísima devocion, dedicado á la Madre de Dios, y celebrado en toda la cristiandad por los continuos milagros y por el gran concurso de gentes que de todas partes vienen á él á pedir favores á la Santísima Virgen nuestra Señora, que allí es tan señaladamente reverenciada. Á este santo lugar llegó Ignacio, y lo primero que hizo fué buscar un escogido confesor, como enfermo que busca el mejor médico para curarse. Confesóse generalmente de toda su vida por escrito y con mucho cuidado, duró la confesion tres dias. Este confesor era un religioso principal de aquella santa casa, el cual fué el primero á quien, como á padre y maestro espiritual, descubrió Ignacio sus propósitos é intentos. Dejó al monasterio su cabalgadura. La espada y daga de que antes se habia preciado, y con que habia servido al mundo, hizo colgar delante del altar de nuestra Señora. Corria el año de mil y quinientos y veinte y dos, y la víspera de aquel ale

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gre y gloriosísimo dia que fué principio de nuestro bien, en el cual el Verbo eterno se vistió de nuestra carne en las entrañas de su Santísima Madre. Ya de noche, con cuanto secreto pudo, se fué á un hombre pobrecito, andrajoso y remendado, y dióle todos sus vestidos, hasta la camisa, y vistióse de aquel su deseado saco que traia comprado, y púsose con mucha devocion delante del altar de la Virgen. Y porque suele nuestro Señor traer los hombres á su conocimiento por las cosas que son semejantes á sus inclinaciones y costumbres, para que por ellas, como por cosas que mejor entienden y de que más gustan, vengan á entender y gustar las que antes no entendian, quiso tambien que fuese así en Ignacio, el cual, como hubiese leido en sus libros de caballerías que los caballeros noveles solian velar sus armas, por imitar él, como caballero novel de Cristo, con espiritual representacion aquel hecho caballeroso, y velar sus nuevas y al parecer pobres y flacas armas, mas en hecho de verdad muy ricas y muy fuertes, que contra el enemigo de nuestra naturaleza se habia vestido, toda aquella noche, parte en pié y parte de rodillas, estuvo velando delante la imágen de nuestra Señora, encomendándose de corazon á ella, llorando amargamente sus pecados y proponiendo la enmienda de la vida para adelante. Y por no ser conocido, ántes que amaneciese, desviándose del camino real que va á Barcelona, se fué con toda priesa á un pueblo que está hacia la montaña, llamado Manresa, tres leguas de Monserrate, cubiertas sus carnes con solo aquel saco vil y grosero, con su soga ceñido y el bordon en la mano, la cabeza descubierta y el un pié descalzo, que el otro, por haberle áun quedado flaco y tierno de la herida, é hinchársele cada noche la pierna (que por esta causa traia fajada), le pareció necesario llevarle calzado. A pénas habia andado una legua de Monserrate, yendo tan gozoso con su nueva librea, que no cabia en sí de placer, cuando á deshora se siente llamar de un hombre que á más andar le seguia. Este le preguntó si era verdad que él hubiese dado sus vestidos ricos á un pobre que así lo juraba, y la justicia, pensando que los habia hurtado, le habia echado en la cárcel; lo cual como Ignacio oyese, demudándose todo y perdiendo la voz, no se pudo contener de lágrimas, diciendo entre sí: "¡Ay de tí, pecador, que aun no sabes ni puedes hacer bien á tu prójimo sin hacerle daño y afrenta! Mas por librar deste peligro al que sin culpa y sin merecerlo estaba en él, en fin confesó que le habia dado aquellos vestidos. Y aunque le preguntaron quién era, de dónde venía y cómo se llamaba, á nada desto respondió, pareciéndole que no hacia al caso para librar al inocente.

CAPÍTULO V.

De la vida que hizo en Manresa.

Llegado á Manresa, se fué derecho al hospital, para vivir allí entre los pobres que mendigaban, ensayándose para combatir animosamente contra

el enemigo y contra sí mismo. Y lo que más procuraba era encubrir su linaje y su manera de vivir pasada, para que, encubierto y desconocido á los ojos del mundo, pudiese más libre y seguramente conversar delante de Dios. La vida que hacia era ésta cubria sus carnes con la desnudez y desprecio que arriba contamos. Mas, porque en peinar y curar el cabello y ataviar su persona habia sido en el siglo muy curioso, para que el desprecio desto igualase á la demasía que en preciarse dello habia tenido, de dia y de noche trujo siempre la cabeza descubierta, y el cabello (que, como entónces se usaba, por tenerle rubio y muy hermoso le habia dejado crecer) traiale desgreñado y por peinar. Y con el menosprecio de sí dejó crecer las uñas y barba. Así suele nuestro Señor trocar los corazones á los que trae á su servicio, y con la nueva luz que les da les hace ver las cosas como son, y no como primero les parecian; aborreciendo lo que antes les daba gusto, y gustando de lo que antes aborrecian. Disciplinábase reciamente cada dia tres veces. Y tenía siete horas puesto de rodillas en oracion, y esto con grande fervor é intensa devocion. Y oia misa cada dia, y vísperas y completas, y con esto sentia mucho consuelo interior y grande contento; porque, como ya su corazon estaba mudado, y como una cera blanda dispuesto para que en él se imprimiesen las cosas divinas, las voces y alabanzas del Señor que entraban por sus oidos penetraban hasta lo interior de sus entrañas. Y con el calor de la devocion derretíase en ellas, contemplando su verdad. Pedia limosna cada dia; pero ni comia carne ni bebia vino. Solamente se sustentaba con pan y agua, y áun esto con tal abstinencia, que si no eran los domingos, todos los demas dias ayunaba. Tenía el suelo por cama, pasando la mayor parte de la noche en vela, Confesábase todos los domingos, y recebia el Santísimo Sacramento del altar. Tenía tanta cuenta con irse á la mano, y tomaba tan á pechos el sojuzgar su carne y traerla á la obediencia y servicio del espíritu, que se privaba y huia de todo lo que á su cuerpo pudiese dar algun deleite ó regalo. Y ansí, aunque era hombre robusto y de grandes fuerzas, á pocos dias se enflaqueció y marchitó la fuerza de su antiguo vigor y valentía, y quedó muy debilitado con el rigor de tan áspera penitencia. Vino con esto á traer á sí los ojos de las gentes, y tras ellos llevaba los corazones. De manera que muchos que se le allegaban y deseaban tratar familiarmente con él, cuando le oian, quedaban por una parte maravillados, y por otra inflamados para todo lo bueno. Porque, aunque él era principiante en las cosas espirituales y poco ejercitado en las virtudes, pero estaba tan abrasada su ánima en el fuego del amor divino, que no podian dejar de salir fuera sus llamas y resplandores. Y de aquí es que sus palabras, tan encendidas, acompañadas con la fuerza y espíritu que tenía en persuadir á la verdadera virtud, y con el ejemplo de aquella vida que todos veian, ayudándole la gracia del Señor

para todo, eran parte para ganar las almas á Dios y para enamorar los corazones de los que le trataban, y aficionarlos á sí y traerlos suspensos con grande admiracion. Para lo cual no ayudaba poco lo mucho que se habia divulgado por la tierra de su.nobleza y valor, que fué, como suele, creciendo de lengua en lengua, y publicando áun mucho más de lo que en él habia en hecho de verdad. Tuvo origen esta fama de lo que él con tanto secreto habia hecho en Monserrate, que con toda su diligencia y cuidado no lo pudo encubrir; porque cuanto él más procuraba esconder la hacha encendida y ponerla debajo del medio celemin, tanto más Dios nuestro Señor la ponia sobre el candelero para que á todos comunicase su luz.

CAPÍTULO VI.

Cómo nuestro Señor le probó, y permitió que fuese afligido con escrúpulos.

Entrando pues en este palenque nuestro soldado, luchando consigo mismo y combatiendo valerosamente contra el demonio, pasó los cuatro primeros meses con gran paz y sosiego de conciencia y con un mismo tenor de vida, sin entender los engaños y ardides que suele usar el enemigo con quien lidiaba. Aun no habia descubierto Satanas sus entradas y salidas, sus acometimientos y fingidas huidas, sus acechanzas y celadas; áun no (1) le habia mostrado los dientes de sus tentaciones, ni le habia puesto los miedos y espantos que suele á los que de véras entran por el camino de la virtud. Aun no sabía Ignacio qué cosa era gozar de la luz del consuelo despues de haber pasado las horribles tinieblas del desconsuelo y tentacion; ni habia experimentado la diferencia que hay entre el ánimo alegre y afligido, levantado y abatido, caido y que está en pié (2), porque no habia su corazon pasado por las mudanzas que el hombre espiritual suele pasar y experimentar. Cuando un dia, estando en el hospital, rodeado de pobres y lleno de suciedad y de mugre, le acometió el enemigo con estos pensamientos, diciendo : «¿Y qué haces tú aquí en esta hediondez y bajeza? ¿Por qué andas tan pobre y tan aviltadamente vestido? ¿No ves que tratando con esta gente tan vil, y andando como uno dellos, escureces y apocas la nobleza de tu linaje?» Entónces Ignacio llegóse más cerca de los pobres, y comenzó á tratar más amigablemente con ellos, haciendo todo lo contrario de lo que el enemigo le persuadia. El cual desta manera fué vencido. Otro dia, estando muy fatigado y cansado, fué acometido de otro molestísimo pensamiento, que parece que le decia: «¿Y cómo es posible que tú puedas sufrir una vida tan áspera como ésta, y tan miserable, y peor que de salvajes, setenta años que áun

(1) Las palabras de letra cursiva están borradas para omitirlas en las ediciones siguientes, y en vez de no enmendaba ni. De este modo quedaba la cláusula más aligerada y correcta.

(2) Por igual razon que en la cláusula anterior, borró estas palabras subrayadas, á fin de que se omitieran en las ediciones siguientes.

te quedan de vida?» Á lo cual respondió: «¿ Y por ventura tú, que eso dices, puédesme asegurar sola una hora de vida? ¿No es Dios el que tiene en su mano los momentos y todo el tiempo de nuestra vida? Y setenta años de penitencia, ¿qué son, comparados á la eternidad?» Estos dos encuentros solos fueron los que tuvo al descubierto, para volver atras del camino comenzado. Y habiendo sido tan lleno de trabajos y peligros, y tan sembrado de espinas y abrojos, como muestra todo lo que hizo y padeció, es señal de la particular misericordia con que el Señor le previno en las bendiciones de su dulcedumbre. Mas de ahí adelante hubo una gran mudanza en su ánima, y comenzó á sentir grandes alteraciones y como contrarios movimientos en ella. Porque estando en oracion y continuando sus devociones, secábasele súbitamente algunas veces el corazon, y hallábase tan angustiado y tan enredado, que no se podia valer ni desmarañar, desagradándose de sí mesmo y desabriéndose, por verse sin ningun gusto espiritual. Mas tras esto, venía luégo con tanta fuerza una como corriente del divino consuelo, tan impetuosa, que le arrebataba y llevaba en pos de sí. Y así con esta luz desaparecian los nublados de la tristeza pasada, sin dejar rastro de sí. La cual diferencia y mudanza como él echase de ver, movido con la novedad y admirado, decia: «¿Qué quiere decir esto? ¿Qué camino es éste por donde entramos? ¿Qué nueva empresa es ésta que acometemos? ¿Qué manera de guerra es ésta en que andamos?» Pero entre estas cosas le vino un nuevo linaje de tormento, que fué comenzarle á acosar los escrúpulos y la conciencia de sus pecados. De manera que se le pasaban las noches y dias llorando con amargura, lleno siempre de congoja y quebranto. Porque, aunque era verdad que con toda diligencia y cuidado se habia confesado generalmente de sus pecados, pero nuestro Señor, que por esta via le queria labrar, permitia que muchas veces le remordiese la conciencia y le escarvase el gusano, y dudase si confesé bien aquello? ¿Si declaré bien esto? ¿Si dije como se habian de decir toહૈં das las circunstancias? ¿Si por dejarme algo de lo que hice, no dije toda verdad? ¿O si por añadir lo que no hice mentí en la confesion?» Con los estímulos destos pensamientos andaba tan afligido, que ni en la oracion hallaba descanso, ni con los ayunos y vigilias alivio, ni con las disciplinas y otras penitencias remedio. Ántes derribado con el impetu de la tristeza, y desmayado y caido con la fuerza de tan grave dolor, se postraba en el suelo, como sumido y ahogado con las olas y tormentas de la mar, entre las cuales no tenía otra áncora ni otro refugio, sino allegarse, como solia, á recibir el Santísimo Sacramento del altar. Pero algunas veces, cuando queria llegar la boca para tomar el pan de vida, tornaban súbitamente las olas de los escrúpulos con más fuerza y poderosamente, como que le arrebataban y desviaban de delante del altar donde estaba puesto de rodillas, y entre

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