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cemos. El Señor, por su infinita misericordia, oiga los piadosos ruegos de vuestra majestad, y de tal manera consuele á su santa Iglesia católica, por tantas vias combatida y perseguida de los ministros de Satanas, que quedando él, como otro Faraon, con todas sus máquinas, carros y ejercitos ahogado, pueda vuestra majestad algun dia cantarle cánticos de alabanza y alegría, y decir, con la otra Maria, hermana de Moisen: «¡Cantemos al Señor y alabémosle, pues se ha mostrado magnífico y glorioso, y ha arrojado en la mar al caballo y al caballero!»

En este colegio de la Compañía de Jesus, á 10 de Noviembre de 1589 años.

PEDRO DE RIVADENEIRA.

AL CRISTIANO LECTOR.

Dos cosas, entre otras, cristiano lector, me han movido á tratar de las tribulaciones. La primera, la muchedumbre y abundancia que tenemos dellas en estos tiempos trabajosos, en los cuales, demas de las fatigas y miserias que cada uno pasa en su persona y casa, nos visita y castiga nuestro Señor con las calamidades públicas que padecemos. La otra, ver que no nos sabemos aprovechar desta misericordia del Señor, y que por nuestra culpa perdemos un riquísimo tesoro de inestimables bienes, que podriamos granjear si de la raiz amarga de la pena supiésemos coger el fruto suavísimo de nuestra emienda y correccion. Aspera y desabrida es en sí la tribulacion, mas con la gracia de Dios se hace dulce y sabrosa (1), y en la boca del leon muerto muchas veces se halla el panal de miel (2), y los gitanos que antes nos apretaban y afligian, cuando los vemos ahogados y muertos nos dan motivos de alabanza y alegría. Más muestra nuestro Señor su infinito poder enviándonos tribulaciones y consolándonos en ellas y librándonos dellas, que si no las enviase. Porque, como admirablemente dice Eusebio Emiseno, mayor maravilla es que caiga la casa y que no reciba lision alguna el que estaba en ella, que si la casa se estuviera en pié; y que quebrado el mástil y caidas las velas y perdido el gobernalle, la nave salga de medio de la tempestad salva y entera, que si se estuviera en el puerto quieta y segura; y que en medio de las llamas no os quemeis, y en el lago seais regalado de los leones, que si no hubiérades entrado en el fuego ni en el lago. Y por esto la tribulacion nos es materia para que glorifiquemos más al Señor, y tambien nos es estímulo para la virtud y para nuestro aprovechamiento. Porque, como dice san Gregorio, papa (3), la carne se sustenta con las cosas blandas, y el ánima con las duras; la carne se regala con los deleites, y el ánima se ejercita con las cosas ásperas. La una se apacienta con los gustos suaves, y la otra se hace más vigorosa y robusta con las amarguras saludables. Y como las cosas duras afligen la carne, así las blandas ahogan el espíritu, y con lo que la carne vive para pocos dias, el espíritu muere para siempre. No podemos coger en la otra vida, como dice el mismo santo, el gozo que no hubiéremos sembrado y cultivado en ésta con sufrimiento y paciencia (4). Todas las cosas que sirven al hombre, para que sean de provecho, primero han de padecer muchas como tribulaciones y martirios. El campo, para que dé fruto, se cava y se ara; el trigo, para que se pueda comer despues de cogido, se alimpia, muele, amasa y cuece; el vino y el aceite se exprimen en el lagar; la lana y el lino pasan por infinitos tormentos, y el hombre con las tribulaciones se perficiona y afina. Todas las artes tienen sus reglas y medidas para examinar y nivelar sus obras; el nivel para examinar las obras del cristiano y saber lo que ha aprovechado en la virtud, es la paciencia y sufrimiento en los trabajos y adversidades que padece; porque el que sale del crisol purgado y resplandeciente es oro fino y perfeto. Y así dice el apostol Santiago (5) que la paciencia muestra que la obra es perfeta. Y por esto el mismo apóstol nos exhorta (6) que pongamos todo nuestro gozo y contento en ser probados y afligidos con várias tentaciones. Esto es lo que habemos de hacer, esto lo que, con el favor divino, debemos procurar, para que no perdamos tan grandes riquezas y bienes como por medio de las tribulaciones podemos alcanzar. A este blanco se endereza este mi trabajo, á este fin se escribe este tratado, para que sanemos con las medicinas amargas, y emendando nosotros nuestras culpas, el Señor parta mano de las penas con que nos azota y castiga. Comencemos en su santo nombre, y para que procedamos con más órden, ante todas cosas declaremos qué cosa es tribulacion.

Exod., XIV.

Judic., XIV.

(3) Gregor., x, Moral., cap. xii.

(4) Lib. x, Moral., cap. xii.

(5) Jacob, 1.

(6) Ibidem.

LIBRO PRIMERO

DE LA TRIBULACION,

EN QUE SE TRATA

DE LAS TRIBULACIONES PARTICULARES Y DEL REMEDIO DELLAS.

CAPÍTULO PRIMERO.

Qué cosa es tribulacion, y cómo se divide en temporal y eterna. Cualquiera de nuestros sentidos y potencias se deleita con su objeto propio y proporcionado, y se entristece cuando el objeto le es contrario y desconveniente. El ojo naturalmente se alegra con la vista de cosas lindas, y el oido con la música concertada, y el gusto con los manjares sabrosos, y el olfato con los olores suaves; y al reves, reciben pena estos sentidos cuando lo que se ve es triste, y lo que se gusta es desabrido, y lo que se oye y se huele es desagradable é insuave. Lo mismo podemos decir en los demas sentidos y potencias, interiores y exteriores; y aquella pena y afliccion que reciben, ó con el objeto contrario, ó con la falta y deseo de su propio y conveniente objeto, llamamos tribulacion; y llámase así de tribulo, voz latina, que es una yerba aguda y espinosa, que en castellano llamamos abrojo, porque es, como él, espina y lástima. Otros derivan este nombre de tribulacion de tribula, que en latin es lo que nosotros llamamos trilla, instrumento bien conocido de los labradores, con la cual en la era se trillan y apuran las mieses. Porque, así como la miés se aprieta y quebranta con la trilla, y se despide la paja, y queda limpio y mondo el grano, así la tribulacion, apretándonos y quebrantándonos, nos doma y humilla, y nos enseña á apartar la paja del grano y lo precioso de lo vil, y nos da luz para que conozcamos lo que va de cielo á tierra y de Dios á todo lo que no lo es. Supuesta esta declaracion, se ha de notar que hay dos linajes de tribulacion y pera con que los hijos de Adan son afligidos y fatigados despues que nuestros primeros padres pecaron. El uno es temporal, que se acaba con esta vida, y el otro es eterno, que durará mientras duráre Dios. Por esto dijo el Eclesiástico (1) que el pecado es como espada de dos filos, y que es incurable su herida, porque obliga á pena temporal y á pena perdurable, y de suyo es incurable la herida que hace, porque ni con nuestras fuerzas ni con las de toda la naturaleza no se puede curar, si Dios, por los mereci

(1) Eccles., XXI.

mientos de la sangre de su precioso Hijo, no la sana. Y el mismo Eclesiástico (2), en el mismo capítulo, luégo más abajo, dice: «El camino de los pecadores os pedregoso, y el paradero dellos es infierno, tinieblas y penas.» Diciendo que el camino es pedregoso, da á entender el trabajo y pena con que caminan los malos, y añadiendo que el paradero es infierno, tinieblas y penas, declara que las tribulaciones y penas dellos no se rematan con su vida. Y el profeta Nahum dijo (3): «¿Por qué pensais mal contra el Señor? Él dará fin á estas calanidades, y la tribulacion no será doblada»; dando á entender que con la tribulacion temporal y breve desta vida quedarian los hombres purgados, y que no se seguiria tras ella la eterna, ni se añadiria tribulacion á tribulacion. Y Job dice (4): Dios te librará en seis tribulaciones, que son todas las desta presente vida, y no te tocará la séptima tribulacion, que es la eterna, ni vendrá mal sobre tí. No es pues mi intencion hablar ni tratar aquí de las penas y tribulaciones que padecen los pecadores en el infierno, porque éstas no tienen remedio, alivio ni consuelo, y son tantas y tan horribles y espantosas, que no se pueden con entendimiento humano comprender, y mucho menos con lengua explicar. Lo que pretendo es hablar de las congojas y fatigas de que está sembrada toda esta vida miserable, y de la fruta que en este valle de lágrimas y destierro nuestro cogemos, para que, pucs necesariamente habemos de gustar y comer della, y esto no se puede excusar, de tal manera comamos, que no nos empezca su amargura, ni nos quede dentera de tan desabrido manjar, sino que lo desabrido se nos haga sabroso, y dulce lo amargo, y suave lo áspero, y fácil y llevadero lo dificultoso é insufrible.

CAPÍTULO II.

La muchedumbre, variedad y terribilidad de las miserias
que pasa el hombre en esta vida.

Hablando pues de las tribulaciones y penas desta vida presente, ¿quién podrá contar el número, la variedad y terribilidad dellas? El Espíritu

(2) Eccles., XXI. (3) Nahum, L. (4) Job, v.

Santo dijo en el Eclesiástico estas palabras (1): Grande ocupacion se crió en todos los hombres, y un yugo muy pesado tienen sobre sí todos los hijos de Adan desde el dia que salieron del vientre de sus madres hasta el dia que fueron sepultados y depositados en el regazo de la tierra, que es madre de todos. Los pensamientos dellos, y los temores de su corazon, las invenciones y acaecimientos que no pensaban, y los dias de sus acabamientos, desde los presidentes que están asentados en su trono, hasta el pobrecito que está postrado y tendido en el suelo y en la ceniza; desde el que anda cargado de joyas y de jacintos y trae corona en la cabeza, hasta el que va vestido de lino crudo y cubre sus carnes de cáñamo. ¿Quién podrá contar cuántos géneros de enfermedades combaten y afligen al hombre, cuán agudos son los dolores, cuán terribles los tormentos, cuán várias y cuán mal entendidas de los médicos son las dolencias que cada dia se descubren de nuevo, cuán penosos son sus remedios, y muchas veces más tristes que las mismas dolencias? ¿Qué diré de la hambre y de la sed, ' y de los manjares amargos y desabridos? ¿Qué de los malos y pestilentes olores? ¿Qué de las palabras injuriosas y malas nuevas que oye? ¿Qué de lo que ve y no querria ver, no viendo lo que querria? ¿Qué de las pasiones turbulentas y olas tempestuosas que anegan el corazon? El amor ciego, el ódio cruel, la alegría loca, la tristeza sin fundamento, el temor vano, las esperanzas engañosas, la ira furiosa, los antojos desvariados, los deseos insaciables y sin fin, los castillos en el aire, las trazas desbaratadas de subir y crecer, la memoria de lo que nos queriamos olvidar, y el olvido de lo que nos queriamos acordar. Y en los casados, las sospechas falsas, los celos y disgustos, la ánsia de tener hijos si no los hay, y si los hay, el trabajo de criarlos, el temor de perderlos, el dolor cuando se pierden, si son buenos, y las contínuas lágrimas, gemidos y sobresaltos cuando no lo son. ¿Cuántas mujeres en los partos compran con sus muertes las vidas que dan á sus hijos? ¿Cuántos millares de hombres se traga cada dia la mar? ¿Cuántos consumen las guerras? ¿Cuántos las pestilencias, los rayos, los temblores de la tierra, las caidas de casas, las crecientes de los rios, las picaduras y heridas de bestias ponzoñosas? Y áun sola la vista de algunas mata y acaba (2). Hombre ha habido que murió reventando serpientes por todas las partes de su cuerpo. Y no solamente las bestias fieras y ponzoñosas le persiguen, sino las pequeñas y flacas asimismo le cnojan, y hasta los mosquitos le desasosiegan y quitan el sueño y no le dejan reposar; de manera que parece que todas las cosas que crió Dios para servicio del hombre se conjuran contra el hombre, y son tanto para su daño como para su servicio. Y no se escapa desta miseria y calamidad el grande ni el pequeño, el rico ni el pobre;

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porque, como dice el Sabio, desde el que está sentado en la silla real y trae corona en la cabeza, hasta el desnudo y desastrado, están sujetos á esta miseria. Y dado que todas ellas le fatiguen y persigan, lo peor de todo es, que el mismo hombre, que deberia ser el amparo y remedio de otro hombre, le es verdugo y cuchillo, y le hace guerra más cruel que todas las otras criaturas. ¿Cuántos agravios, calumnias, robos, injurias, afrentas, heridas y muertes padecen cada dia unos hombres de otros hombres? La tierra, la mar, los caminos, las plazas públicas están llenas de ladrones, de salteadores, de cosarios y de enemigos, y como si faltasen instrumentos para quitar al hombre la vida, se inventan con ingeniosa crueldad nuevos modos y nuevos instrumentos para acabarle, y para que, cuando el aire y el cielo le perdonaren, le persigan los compañeros de su misma naturaleza. Y ha llegado nuestra miseria á tanto extremo, que no solamente lo hacen los extraños y apartados, sino los muy deudos y conjuntos ponen las manos en su sangre, y el hermano quita la vida al hermano, la mujer al marido, el marido á la mujer, el padre al hijo, y el hijo al padre. Un filósofo, llamado Dicearco, dice Ciceron (3) que escribió un libro en que cuenta las causas de mortandades que hasta su tiempo habia habido en el mundo; y despues de haber declarado la infinidad de gentes que habian perecido de hambre, de pestilencia, de avenidas de rios, de tormentas de la mar, de diluvios, de incendios, de concurso de bestias fieras que asolaron y destruyeron pueblos y provincias enteras, y otros acaecimientos semejantes, concluye que mucho mayor número de hombres ha muerto por mano é industria de otros hombres, que por todas las otras calamidades juntas que ha habido en el mundo. Y no es maravilla que sea verdad lo que dijo este filósofo, pues de Julio César, que fué alabado de muy clemente y piadoso, se escribe (4) que en las batallas que dió murieron más de un millon y cien mil hombres. ¿Qué hiciera si fuera cruel el que vertió tanta sangre siendo piadoso? Por esto se dice en un proverbio latino: Homo homini lupus; que el hombre es al hombre lo que á la oveja es el lobo. Y por la misma causa dijo Cristo, nuestro redentor, á sus sagrados discípulos (5) que los enviaba como ovejas entre lobos. Y á Ecequiel, profeta, dijo Dios (6) que moraba con escorpiones. Y Job dice (7) que era hermano de los diagones. San Juan Crisóstomo prueba muy á la larga que el corazon humano, sin la gracia divina, es la más brava, cruel y ponzoñosa fiera que hay en el mundo, y que todos los apetitos de todas las bestias se encierran en él. Y así parece que lo da á entender el Espíritu Santo cuando, hablando de la perversa y mala mujer, dice (8) que es mejor morar con el

(3) Lib. I, Officiorum.

(4) Plin., lib. vII, cap. xxv. (5) Matth., X.

(6) Ecech., II.

(7) Job, xxx.

(8) Eccles., XXV

leon y con el dragon que con ella. Y Séneca dijo (1): «Cada dia viene al hombre peligro de otro hombre, contra el cual se ha de armar y estar atento, porque no hay mal ninguno más ordinario ni más pertinaz ni más blando. » La tempestad da señales ántes que se levante, los edificios estallan ántes que caigan, el humo va delante del incendio; pero el mal que nos viene del hombre viene de repente y nos toma descuidados, y tanto más se encubre cuanto está más cerca. Engáñaste, te dice, si crees al semblante de los que te topan y te saludan, los cuales tienen la figura de hombres y el corazon de fieras. No se acaban aquí nuestros daños, sino que los demonios nos persiguen y afligen, como lo vemos en el demonio que afligió al santo Job (2), y en el que mató á los siete maridos de Sara (3), hija de Raquel, y en otros ejemplos. Y aun los santos ángeles son ministros de Dios y ejecutores de su justicia contra nosotros, como lo hicieron en Sodoma (4) y en las otras ciudades que se quemaron con el fuego del cielo, para castigar con él el de la concupiscencia infernal, que tanto en el'os ardia, y en el ángel que mató en una noche ciento y ochenta y cinco mil hombres del ejército del rey Senacherib (5), y en el que vió el rey David (6) sobre Jerusalen con la espada bañada en sangre, haciendo grande riza en el pueblo y llevándole á cuchillo; y en las plagas de Egipto (7) y en otras vemos lo mismo; y lo que es más, el mismo Dios se arma contra nosotros, y el Hacedor hace guerra á su hechura, como lo dijo Job (8) en aquellas palabras: Cur faciem tuam abscondis, et arbitraris me inimicum tuum? ¿Por qué, Señor, escondeis vuestro rostro y me tratais como enemigo? Y el hombre es el mayor enemigo de sí mismo y el que más cruel guerra se hace, y se carga de balde de cuidados impertinentes y de cargas insufribles, y así lo dijo el mismo Job (9): Quare me posuisti contrarium tibi, et factus sum mihimetipsi gravis? Señor, vos me habeis hecho vuestro contrario, y por esto soy odioso y pesado á mí mismo. Y es esto de manera, que algunos, de aborridos, se matan, pensando que con la muerte acabarian las miserias y molestias de la vida, para que no nos espantemos que los otros, por más conjuntos y allegados en sangre que sean, no perdonen al hombre, pues él no perdona á sí mismo. Pues si el cielo, la tierra, y la mar, y el aire, y fuego, y todos los elementos se arman contra el hombre; si todas las criaturas se conjuran y apellidan contra él; si el ángel malo y el ángel bueno son ministros de Dios para afligirle, y el mismo Dios se le muestra contrario, y el hombre es verdugo de otro hombre, y muchas veces de sí mismo,

(1) Epist. cm.

(2) Job, ir.
(3) Tob., VI y VII.
(4) Gen., XIX.

(3) IV, Reg., XIX.

(6) I, Reg., XXIV.

(7) Exod., XII y XIII.

(8) Job, XIII.

(9) Job, VII.

el

¿cuántas y cuán graves serán las tribulaciones y penas que necesariamente ha de padecer, pues son tantos y tan poderosos los que se las procuran, y él tan flaco y miserable para poderlas resistir?

CAPÍTULO III.

Que Dios es autor de la tribulacion del hombre, y para afligirle se sirve de las criaturas.

Estando, pues, cercados por todas partes de penas, y no habiendo en el mundo ningun hijo de Adan que se pueda escapar dellas, bien es que veamos qué consuelo y alivio podrémos tener cuando la corriente y avenida de las tribulaciones viniere sobre nosotros. Para esto se ha de considerar atentamente, primero, de dónde nos viene la tribulacion, y quién es el autor y la causa della; por que, sabiendo por qué mano nos viene, por ventura será más fácil el remedio.

Dios nuestro Señor es la primera y universal causa de todas las cosas; de manera que así como todas ellas reciben el sér de Dios, y sin él no tendrian ningun sér, así este mismo sér, despues que le recibieron, está dependiente y colgado de la voluntad del mismo Dios que se le dió, como el rayo del sol del mismo sol, y de la fuente el agua que corre della. Y como no habria rayo de luz si el sol no alumbrase, ni agua si la fuente se secase, tampoco tendria criatura alguna sér si el Señor apartase la mano de su conservacion.

Lo que decimos del sér se ha de entender de la misma manera del obrar de las criaturas; porque, así como ninguna criatura se conservaria si Dios no le estuviese siempre dando el sér, así no obraria si Dios no estuviese siempre obrando con ella y dándole fuerza para obrar; porque de tal suerte están las causas segundas ordenadas y trabadas entre sí, y tal proporcion y subordinacion tienen con la primera causa, que ninguna dellas puede moverse para nada, ni obrar sino en virtud de la primera, la cual mueve á las demas y les da eficacia para obrar, y obra en ellas y con ellas, con tan maravillosa eficacia y perfeccion, que todos los efectos de las segundas causas son más propios de la primera que no suyos. De manera que cuando el sol nos alumbra y el fuego nos calienta y el mantenimiento nos sustenta, aunque propia y verdaderamente se atribuyen estos efectos á sus causas particulares, pero más propiamente se puede decir que Dios es el que nos alumbra, calienta y sustenta, que estas criaturas, que lo hacen por su virtud. Porque, así como el sér, y la vida, y el movimiento, y operacion del cuerpo humano, depende en todo y por todo del ánima que está en él, sin la cual deja de ser cuerpo de hombre, y no tiene vida ni se puede mover ni obrar, así habemos de entender que la vida y como el alma de todas las criaturas es Dios nuestro Señor, sin el cual no son nada y no se pueden mover ni causar efecto alguno, y que más propiamente se han de atribuir á Dios, como á primera y principalísima causa de todas las causas, los efectos dellas, que no á las mismas causas segun

das. No solamente porque la virtud que tienen para moverse y obrar no la tienen de sí, sino de Dios, sino porque no se moverian ni obrarian si el mismo Señor no las moviese y obrase con ellas y las tomase por instrumento para hacer lo que él es servido. Y pues no decimos que el pincel pintó la imágen que vemos, sino el pintor, aun que para pintar se sirvió del pincel, ni que la pluma escribió la carta que leemos, sino el escribano con la pluma; tampoco habemos de atribuir á las criaturas los efectos que hacen, como á causas primeras y principales, sino como á segundas causas é instrumentos de la primera y soberana causa, que es la divina voluntad. Y ésta es una admirable, dulce y provechosa consideracion para ver á Dios en todas sus criaturas, y andar siempre en su presencia como sumidos y anegados en sus beneficios, y tomar como de su mano todos los sucesos y varios acaecimientos, prósperos y adversos, que vemos cada dia en el mundo.

Desta verdad así declarada se sigue otra de no ménos consuelo que Dios es el autor y causa primera y principal de todas las tribulaciones y penas que padecemos; el cual, para corregir y purgar y perficionar á los hombres, se sirve de todas sus criaturas, áun de las mínimas y más despreciadas y viles, y todas ellas le sirven como los buenos y leales soldados á su rey; porque Dios nuestro Señor ha de dar una batalla y pelear con el hombre el dia del juicio universal, cuando armará, como dice la Escritura (1), á todas las criaturas contra los insensatos y pecadores, y ellas pelearán contra ellos; pero entre tanto que viene aquel dia, hay varios reencuentros y escaramuzas en el mundo, como se usa en la guerra; y la hambre, la pestilencia, la misma guerra, los temblores de la tierra, los vientos, las tempestades de la mar, los rayos y otros infortunios escaramuzan contra el hombre, y si el Señor no les tuviese la rienda, le arruinarian; pero vales á la mano con su clemencia para que le azoten y no le acaben, y sea ésta una como escaramuza, y no batalla formada, como escribe san Clemente, papa (2), haberlo oido decir al príncipe de los apóstoles, san Pedro, su maestro. Y no ha Dios menester á las criaturas para afligirnos y castigarnos, porque basta volvernos Él las espaldas para que nosotros nos volvamos en nuestra nada; pero quiere servirse dellas para mostrarse Señor de todas, y algunas veces toma las más flacas y más viles sabandijas que Él crió, para nuestra cruz y tormento, para que se vea que Él es solo el Señor de todo y todopoderoso, pues con alguaciles y ministros de justicia tan pequeños y tan flacos hace castigos tan terribles.

¿Cuántos, no digo hombres pobres, sino reyes y monarcas del mundo, han sido comidos de piojos y roidos de gusanos, siendo pasto en vida de los que en muerte todos lo somos, y enseñándonos cuán

(1) Sapient., v.

(2) Lib. v, Recognit.

flaca y de poca estima es toda aquella soberanía y majestad que admiramos y adoramos en los hombres, pues cosa tan soez y asquerosa la pudo consumir y acabar? Las moscas y los cinifes (3), que es un linaje fastidioso de mosca pequeña y canina, y las ranas, afligieron á los gitanos (4). De los crabrones, que son tábanos, ó, como los llama el libro de la Sabiduría (5), avispas, se sirvió Dios para espantar y afligir á los habitadores de la tierra de Canan ántes que la sujetase á su pueblo (6). Los ratones fueron los verdugos y ejecutores de su justicia contra los filisteos (7) despues que tomaron el arca, y despedazaron y comieron á un arzobispo de Maguncia llamado Hato (8), porque habia sido cruel con los pobres, y á un rey de Polonia, llamado Popiel, porque habia muerto con ponzoña á dos tios suyos que le iban á la mano, de cuyos cuerpos bulleron tantos ratones, que, sin poderlo resistir, royeron y acabaron al Rey y á su mujer, que habia sido consorte en el delito. Las langostas cada dia talan los campos, y roen y consumen los frutos dellos, y los trabajos y haciendas de los labradores. Los conejos arruinaron una ciudad de España, y en Macedonia los topos, y en Francia las ranas, y en África las langostas han hecho lo mismo, y en otras provincias otras sabandijas han causado daños notables (9). Estando la ciudad llamada Nisibis cercada de Sapores, rey de Persia, el obispo della, que se llamaba Jacobo, suplicó á nuestro Señor que la defendiese, y Dios envió un ejército innumerable de mosquitos, que entrándose desapoderadamente por las narices de los caballos y por las trompas de los elefantes de los enemigos, les hacian dar brincos y saltos, con tanta furia y espanto de los que estaban encima, que no siendo parte para los detener y sosegar, se desbarató todo el ejército y se alzó el cerco, y la ciudad quedó libre (10). Y de semejantes ejemplos hay muchos en las historias y vidas de los santos, por los cuales se ve que Dios es el sumo Emperador y Monarca del universo, y que todas las criaturas son sus soldados, y que muchas veces se sirve de los más viles para manifes tar más su poder y para castigar y afligir por su medio á los hombres con las tribulaciones que él les envia.

CAPÍTULO IV.

Qué diferentemente es Dios causa de la tribulacion cuando hay en ella pecado y cuando no lo hay.

Pero hase de advertir que de dos maneras diferentes concurre Dios nuestro Señor con las criatu ras para atribular y afligir al hombre; porque algunas veces no hay pecado en el que causa la tribulacion, y otras sí; y aunque Dios en todas con

(3) Exod., vil.

(4) Deut., Vil. (5) Sapient., XII. (6) I, Reg., XV.

(7) I, Reg., v.

(8) Mariano Sco., Mar. in chron. Genebrar. in chron, ann. 970. Historia prodigiosa, 1. p., cap. 1.

(9) Plin., vitt, cap. xxix.

(10) Teod., Hist. eccles., lib. 1, cap. xxv.

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