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nos á perder aquel lustre y resplandor de vida que por medio de los trabajos y tormentos habian alcanzado y conservado. Y que para purgar estas culpas permitió el Señor que viniese á la Iglesia la persecucion de los emperadores Diocleciano y Maximiano, que fué la más terrible y espantosa de todas; de lo cual sacamos que muchas veces se pierde con la paz lo que se gana con la guerra, y se derrama con la prosperidad lo que se ha llegado con la adversidad, y que Dios nuestro Señor permite que seamos afligidos para que purguemos con la tribulacion las culpas que en el tiempo del descanso cometimos.

Esto debemos tener siempre delante para alivio de nuestros trabajos, y nuestra misma experiencia nos lo enseñará si con atencion y cuidado consideráremos los varios y casi contrarios afectos que tiene nuestra ánima en el tiempo de la tristeza y de la alegría, de la pena y del consuelo, y cuánto más fácilmente se conoce y se humilla y acude al Criador cuando no halla contento en las criaturas, y cuando todas ellas parece que la aborrecen y la despiden y arrojan de sí, más que cuando la abrazan, entretienen y regalan.

Demas desto, habemos de tener muy arraigada esta verdad en el corazon, la cual, no solamente la luz que tenemos del cielo y nuestra santa fe nos la enseña, pero tambien la alcanzaron algunos de los que carecian della, por sólo el instinto natural y lumbre de la razon, que Dios nuestro Señor gobierna y dispone todas las cosas deste mundo, altas y bajas, pequeñas y grandes, universales y particulares, y las encamina á lo que Él es servido con su incomprensible providencia. De manera que ni un cabello de nuestra cabeza ni una hoja no cae del árbol sin su voluntad. Y que de tal suerte tiene cuidado de todo el universo, como si no le tuviese de las cosas particulares y menudas, y de tal manera le tiene del gusanillo y del mosquito, como si no tuviese otra cosa en que entender, como lo dice san Gregorio Magno por estas palabras (1): «De tal manera tiene Dios cuidado de cada cosa por sí, como si no la tuviese de todas, y así mira por todas como si estuviese descuidado de cada una; porque, así como toda la belleza, variedad y fecundidad del árbol le viene de la virtud de la raíz que le sustenta, y hasta la más pequeña y más apartada hoja recibe todo el humor y frescor y hermosura que tiene della, aunque sea por medio del tronco y de muchas ramas que están en medio, así no hay cosa tan menuda ni despreciada en este como árbol maravilloso del mundo, que no se gobierne y se sustente desta divina y soberana raíz de la providencia del Señor, por muchas causas mediatas que haya entre ella y las cosas que gobierna. Y como el sol con sus rayos alumbra la luna y las estrellas fijas, y los planetas y todo aquel supremo y celestial hemisferio, y es tan poderosa su virtud, que juntamente penetra hasta las

(1) Lib. xxv, Moral., cap. I y xix.

entrañas de la tierra, y engendra en ellas plata y oro y piedras preciosas, y en la mar perlas y otras cosas admirables, y no hay cosa ninguna corporal tan baja y vil, que no participe de su eficacia y luz, así, é infinitamente con más excelencia, el Señor, como otro sol de justicia, alumbra, rige y da vida á todas las cosas del cielo y de la tierra, visibles é invisibles, y no hay cosa tau desechada, que no participe de sus rayos y que no sea gobernada y enderezada por Él. »

Pero, aunque esto sea verdad, es tan particular y tan extraordinario y regalado el cuidado que Dios tiene del hombre, que parece que, en comparacion de él, no tiene ninguno de las otras cosas corporales. Así dijo el apóstol san Pablo (2): Numquid de bobus cura est Deo? ¿Tiene por ventura Dios cuidado de los bueyes? O lo que dellos, díjolo por nosotros, para que supiésemos lo que debiamos de hacer. No porque no tenga el Señor cuidado de los bueyes y de todas las otras cosas más pequeñas y bajas, sino porque es tan grande el que tiene del hombre, que respeto dél parece que no le tiene de las otras cosas que crió para servicio del mismo hombre, como en comparacion del cuidado que se tiene del hijo del rey, no parece que se tiene ninguno del caballo y del criado que le ha de servir, y porque el que se tiene dellos es porque han de servir al príncipe.

Y si Dios tiene tanta providencia sobre cualquie ra de los hombres, mucho mayor la tendrá sobre los cristianos y sobre los justos, á los cuales ha hecho particioneros de su conocimiento y amor, y los ha escogido, entre todas las naciones del mundo, para pueblo particular suyo, y los ha tomado por hijos, y dellos es y se llama padre (3), y tal padre, que quiere y nos manda que á boca llena se lo llamemos, y no lo llamemos á los padres carnales que nos engendraron, porque, aunque lo son de la carne, no lo son del espíritu, ni se puede comparar su amor con aquel amor verdadero, entrañable é infinito que nos tiene el Padre de las misericordias, que es fuente y origen de todos los que so nombran padres en el cielo y en la tierra.

Por ser este amor macizo y fuerte, se dice que es Dios padre, y por ser blando, tierno y regalado, se llama tambien madre en las divinas letras. Y no solamente madre, pero áun dice el mismo Señor por Isaías (4): «¿Qué madre hay que se pueda olvidar de su hijo pequeñito, y que no se compadezca del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella so olvide, yo no me olvidaré de tí, porque en mis manos te tengo escrito.» Y ésta es la causa por que dijo el real profeta (5): «Mi padre y mi madre me han desamparado, mas el Señor me ha tomado para sí.» Y por esta misma causa dijo el Señor (6): «No os dejaré huérfanos; porque, aunque me voy, yo

(2) I, Cor., IX. (3) Matth., xxIII. (4) Psalm. XLIX. (5) Psalm. XXVI. (6) Joan., XIV,

volveré y estaré con vosotros. » Y para declarar más este afecto de dulcísimo padre, unas veces dice (1) que quien tocáre á sus hijos, tocará á las niñas de sus ojos. Otras (2), que los hará sombra con sus alas, como lo hace la cigüeña para defender del ardor del sol á sus hijuelos. Otras (3) llama á sus siervos y santos, segun la traslacion hebrea, sus escondidos, y dice que Él los guardará dentro de su tabernáculo, y que los esconderá allá en lo más encerrado y secreto, donde estén siempre delante de sus ojos (4). De manera que hace con ellos lo que haria un rey con una persona que quisiese guardar mucho, que no se contenta de tenerla dentro de su palacio real, sino que la mete en su retrete, y quiere que esté siempre en su presencia para que esté más segura y guardada, no solamente con las paredes de su palacio, sino con sus mismos ojos. Otras veces dice (5) que no sólo cuando le llamaren, pero áun ántes que le llamen, los oirá, y ántes que acaben de hablar hará lo que piden. Y como dice el profeta (6): «Prevendrá sus peticiones con su misericordia.» Y otras cosas maravillosas dice en la Sagrada Escritura (7) para descubrirnos y manifestar más su amor y el particular cuidado que tiene de los suyos.

Á este amor pertenece, no solamente amarlos, proveerlos, ampararlos, curarlos y aconsejarlos como á hijos, pero tambien reprenderlos y castigarlos y azotarlos, para darles despues la herencia como á verdaderos hijos. Pero en los mismos azotes mezcla la blandura de dulcísimo padre, que por esto dijo el real profeta (8): Universum stratum ejus versasti in infirmitate ejus. Señor, cuando Vos visitais al justo, y le azotais con alguna enfermedad, tambien le regalais, y le haceis la cama limpia y blanda para que pueda reposar. De manera que juntamente, por una parte, hace oficio de padre riguroso, azotando y dando la enfermedad, y por otra de madre piadosa 6 de una amorosa y solicita enfermera, regalando al enfermo y dándole alivio y descanso, por donde los que desean ser y se precian de hijos de Dios, sepan recebir el azote y el regalo, el castigo y el consuelo del Señor, como de verdadero padre, pues no lo es ménos en lo uno que en lo otro, y todo nace de un mismo y entrañable amor.

Y si este cuidado y paternal solicitud tiene el Señor de cualquiera de sus escogidos, ¡ cuán grande, cuán admirable y divino será el que tiene de toda su Iglesia, que es la congregacion de todos los fieles, que están derramados por todo el mundo, y unidos y atados entre sí con el vínculo de una misma fe; en la cual congregacion están todos los jus

(1) Psalm. XXIV.

(2) Psalm. xc.

(3) Psalm. LXXXII.

(4) Psalm. xxx.

(5) Psalm. xxvi et xxx.

(6) Isaias, LXV.

(7) Psalm. LVIII.

(8) Psalm. XL.

tos y santos que hay en la tierra (9), que por esta causa se llama la Iglesia santa y católica, y está rodeada de innumerables ángeles para su defensa, y del Señor de los ángeles, que está en medio della, y prometió de estarlo hasta la consumacion del siglo (10), y que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (11), porque está como unos reales muy bien ordenados y con sus escuadrones puestos á punto de guerra!

Porque, si Dios nuestro Señor tuvo tan especial providencia de la sinagoga, que era sombra y figura de la Iglesia, y regaló tanto aquel pueblo, que El mismo quiso ser su guía y su capitan y caudillo, haciéndole sombra de dia con la nube, y alumbrándole de noche con la coluna de fuego, y enseñándole cuándo habia de partir, andar, parar, y por dónde habia de caminar, y dónde y cuánto tiempo habia de descansar, de manera que no tenía el pueblo necesidad de cuidar de sí, porque todo el cuidado tenía Dios dél; si esto, digo, hizo con aquel pueblo rebelde y de dura cerviz, ¿qué hará con el pueblo que, como le llama san Pedro, es pueblo adquirido y comprado con su sangre, linaje escogido, sacerdocio real y gente santa? (12). Bien seguros podemos estar que no permitirá el Señor y esposo desta santa Iglesia cosa que no sea para mayor bien della.

Y si alguna vez parece que duerme y que se olvida de nosotros, como decia David (13): « Levantaos, Señor, ¿por qué dormis? Levantaos y no disimuleis tanto, y no nos desprecieis hasta la fin, ni os olvideis tanto de nuestra pobreza ni de nuestra tribulacion»; sepamos cierto que, como dice el mismo real profeta (14): «No dormirá ni dormitará el que es guarda y defensa de Israel.»

Lo que á nosotros nos toca es conformarnos con su santísima voluntad y desenojarle, y emendar nuestras vidas; porque, así como el Señor, cuando hacemos lo que debemos, vela para nuestra defensa, así cuando le ofendemos y le volvemos las espaldas vela para nuestro castigo. Que por esto vió el profeta Jeremías (15) la vara que velaba, para darnos á entender que Dios vela para azotar al pecador, y que si queremos que El alce la mano del castigo, la habemos nosotros de alzar de la maldad, y que todos los trabajos y calamidades que tenemos, ó públicos ó particulares, son golpes desta vara divina, que vela sobre nuestras culpas, y que en tanto que ellas duraren durará el castigo, como lo dice divinamente san Cipriano por estas palabras (16): «Vemos que Dios nos envia azotes, y que no hay temor de Dios; vemos los castigos que nos vienen de arriba, y no hay quien tiemble ni des

(9) Matth., XVI.

(10) Matth., XXVIII. (11) Cant., VI. (12) I, Petr., II.

(13) Psalm. XLII.

(14) Psalm. cxx.

(15) Jerem., I.

(16) Ciprian., ad Demetrium,

fallezca de miedo. Si no hubiese en las cosas humanas este castigo, ¿cuánto sería mayor el atrevimiento y libertad de pecar, viendo que donde hay culpa no hay pena? Quejaisos que las fuentes no os dan las aguas tan copiosas como solian, que los aires no son tan saludables, que la pluvia del cielo no cae á su tiempo, que la tierra no acude con fruto, que los elementos no os sirven para vuestro provecho y regalo como ántes. Pregúntoos yo si vos servis á Dios, por el cual todas las cosas os sirven; si obedeceis vos á aquel Señor por cuyo imperio todas las cosas os obedecen. Vos quereis que vuestro esclavo os sirva, y que siendo hombre como vos y compuesto del mismo barro que vos, y teniendo ánima racional como vos, y habiendo entrado en el mundo y habiendo de salir del debajo de las mismas leyes que vos; quereis, digo, que se desvele, y que no piense de dia ni de noche sino en hacer vuestra voluntad, y cuando discrepa un punto della le afligis, azotais, lardeais, y con hambre, sed, desnudez, hierros, cadenas y cárcel le atormentais; ¿y vos no conoceis, pobre y miserable de vos, á vuestro Dios y Señor, ejercitando contra otro hombre como vos un imperio tan cruel y rigoroso? Quéjase Dios que no hay en la tierra quien le conozca, y con todo esto, no hay quien le quiera conocer y teiner. Reprende las mentiras, las deshonestidades, los engaños, la crueldad, la impiedad y todas las maldades, y no hay quien se convierta á penitencia. Vemos con nuestros ojos los azotes con que Dios nos tenía ántes amenazados, y no hay quien con la experiencia de las cosas presentes se emiende y provea á lo por venir. Entre las adversidades y males que padecemos, que son tantos, que apenas podemos respirar, porfiamos á ser malos; y estando por todas partes cercados y ahogados de calamidades, no queremos juzgarnos, sino juzgar á los demas.

»Enojaisos porque se enoja Dios, como si viviendo mal mereciésedes que os hagan bien, ó como si todos estos trabajos no fuesen más ligeros que vuestros pecados. Vos, que juzgais á los demas, sed juez de vos mismo, entrad en los rincones de vuestra alma, y hallaréisla desnuda y fea y por muchas partes amancillada; porque, ó está hinchada de soberbia, ó estragada de la codicia, ó arrebatada de la ira, ó con el juego perdida, ó abrasada de la deshonestidad, ó carcomida de la envidia, ó furiosa y fuera de sí por la crueldad. Y maravillaisos que crezca la ira de Dios para nuestras penas, creciendo cada dia nuestras culpas.

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» Quejaisos que se levanten los enemigos y os hagan guerra, como si faltando enemigos hubiese paz entre los naturales. Quejaisos que se levanten los enemigos, como si faltando las armas y los peligros de los bárbaros no hubiese guerra doméstica, y las injurias y las calumnias de los poderosos no fuesen más crueles que las armas de los mismos enemigos. Quejaisos de la esterilidad y de la hambre, como si la sequedad causase mayor hambre que la violencia, y la necesidad no crecie

se con la codicia de ganancias y con los precios excesivos de las cosas.

>>Quejaisos que se os cierre el cielo, teniendo vos cerrados vuestos alholis y graneros en la tierra. Quejaisos que haya pestilencias y enfermedades, siendo verdad que la misma pestilencia descubre vuestras maldades ó las acrecienta. Porque con los enfermos no usais de misericordia, y con los muertos usais de crueldad, siendo temerosos para la obra de misericordia, y atrevidos para la injusta ganancia, huyendo los cuerpos de los muertos, y apeteciendo y tomando sus despojos

» En los salteadores hay alguna vergüenza y empacho en el pecar: buscan lugares apartados y desiertos, y procuran de cometer sus maldades con tal recato, que se cubran con las tinieblas de la noche y de la soledad. Ahora en las mismas ciudades la avaricia públicamente se encruelece, y en la plaza, á la luz del mediodía, pone su tienda, de la cual salen tantos falsarios, ladrones y homicidas, que son tanto más libres y furiosos en el pecar, cuanto pecan con mayor seguridad y sin temor alguno de castigo. Los malos cometen los delitos, y no hay buenos que los castiguen. No hay temor de acusador ni de juez; sálense los facinorosos con lo que quieren, porque los buenos callan, los que los saben temen, los jueces venden la justicia. Por tanto, el Señor, por el profeta, alumbrado con la luz de su espíritu, nos dice que Él bien puede atajar todos los males y convertir las adversidades en prosperidad; pero que nuestros pecados le van á la mano y le estorban que no nos haga merced. Y así dice por Isaías (1): «¿ Por ventura no es poderosa la mano del Señor para salvaros, ó cierra los oidos para no oiros? No es esto, no, sino que vuestros pecados están de por medio entre Dios y vosotros, y por vuestros pecados os ha vuelto el rostro y no tiene misericordia de vosotros.» Pues lo que habemos de hacer es pensar nuestras maldades, llorar cada uno las llagas de su conciencia, y así no se quejará de Dios, entendiendo que merece lo que padece.» Hasta aquí es de Cipriano.

El gran padre y doctor de la Iglesia san Jerónimo, llorando las calamidades de su tiempo y la destruicion del imperio romano, que hicieron los godos y vándalos, dice así (2): «El mundo y el imperio romano se cae á más andar, y nuestra cerviz levantada, con todo eso, no se sujeta. Vemos que Dios mucho tiempo ha estado enojado con nosotros, y no le desenojamos. Por nuestros pecados los bárbaros son valientes, por nuestros vicios el ejército romano es vencido; y como si no bastasen para nuestros daños las guerras de fuera, las civiles y domésticas han destruido más que la espada del enemigo. Desventurados fueron los israelitas, en cuya comparacion Nabucodonosor es llamado siervo de Dios (3); y desdichados somos nosotros, pues

(1) Isai., LIX.

(2) Tom. 1, In epitaphio Nepotiani ad Heliodorum, (3) Jerem., XXV.

en tanto extremo desagradamos al Señor, que toma por instrumento la rabia de los bárbaros para nuestro castigo y para ejecutar su saña contra nosotros. El rey Ecequías hace penitencia, y por ella en una noche un ángel mató ciento y ochenta y cinco mil asirios (1). Josef cantaba alabanzas al Señor, y el Señor vencia por el que le alababa (2). Moisén peleó contra Amalec, no con espada, sino con la oracion (3). Por tanto, si queremos que Dios nos levante, humillémonos. ¡Oh gran vergüenza! joh duro é insensible corazon, que no acaba de creer ni entender los juicios de Dios! El ejército

(1) Isai., XXXVIII. (2) II, part. vII. (3) Exod., XVII.

romano, vencedor y Señor del mundo, es vencido, y tiembla y se asombra con la vista de aquellos que apénas pueden andar, y que piensan que son muertos en poniendo los piés en el suelo; y no entendemos las voces de los profetas, que dicen que de uno solo huirán mil; y no cortamos las raíces de la enfermedad, para que cese la misma enfermedad, y veamos luego por experiencia que las saetas de los bárbaros ceden y se rinden á las lanzas de los romanos, y sus turbantes á nuestras celadas, y sus rocines á nuestros jinetes. » Todas estas palabras son deste gloriosísimo doctor, las cuales nos declaran que todas las calamidades que padecemos son penas de nuestras culpas, y que el remedio para salir de las unas es llorar las otras, y emendar las vidas, y aplacar la ira del Señor.

FIN DEL TRATADO DE LA TRIBULACION.

TRATADO

DE

LA RELIGION Y VIRTUDES

QUE DEBE TENER EL PRÍNCIPE CRISTIANO PARA GOBERNAR Y CONSERVAR SUS ESTADOS, CONTRA LO QUE NICOLAS MAQUIAVELO Y LOS POLÍTICOS DESTE TIEMPO ENSEÑAN.

ESCRITO

POR EL PADRE PEDRO DE RIVADENEIRA,

de la Compañía de Jesus.

Corria el año de 1595, y contaba RIVADENEIRA sesenta y ocho de edad, cuando dió á luz uno de los libros mejores que salieron de su pluma, y que podemos llamar una de las más apreciables joyas de nuestra literatura clásica en su siglo de oro tal es el que llamamos comunmente El Príncipe Cristiano, de RIVADENEIRA. Dióle el modesto nombre de Tratado, y en su portada expresó los dos conceptos que se proponia en él, á saber: dar la doctrina católica y buena, que debe observar un principe cristiano para la buena gobernacion de sus estados, y combatir la mala, que el italiano Maquiavelo habia inoculado á los políticos del siglo XVI, algunos de los cuales habian dejado atras á su decantado maestro. Titulábase el libro: Tratado de la Religion y Virtudes que deue tener el Príncipe Christiano, para gouernar y conseruar sus Eslados. Contra lo que Nicolas Machiauelo y los Politicos deste tiempo enseñan. Con este titulo y esta ortografia se imprimió En Madrid, en la emprenta de P. Madrigal, A costa de Iuan de Montoya, mercader de libros. Á 24 de Marzo de 1595 lo habia aprobado el provincial de Castilla la Nueva, padre Francisco Porres; en 17 de Agosto del mismo año le daba su aprobacion y censura favorable el doctor Pedro Lopez de Montoya para que el Ordinario le otorgase su licencia; en 15 de Setiembre se le concedió privilegio por diez años, refrendándolo Pedro Zapata del Mármol, y á 29 de Noviembre ya estaba impreso, segun declara la tasa que de sus pliegos hizo el mismo escribano de cámara, Mármol.

A quinientas sesenta páginas, del tamaño que llamamos en 4., ascendió el libro, sin contar la portada, privilegio y dedicatoria que preceden y la tabla de materias que, juntamente con la fe de erratas, cierra el libro; pero si se atiende al número de dobleces que tiene el papel, como place á los modernos, tendrémos que decir que el libro era en 8.o, pues tiene 16 páginas.

Dedicó su libro el PADRE RIVADENEIRA al Príncipe de Astúrias, que dentro de tres años iba á ser Felipe III, y la portada misma indica que el tratado va dirigido al Principe de España, don Felipe, nuestro señor. Fecha de 1.° de Mayo de 1595 lleva la dedicatoria, y en aquel mismo año puso RIVADENEIRA su libro en manos del Príncipe á quien lo dedicaba, y del Rey, su padre, que se lo mandó estudiar detenidamente, recomendándoselo como el código fundamental de los deberes que debe cumplir un príncipe católico. Y dícese que Felipe III leyó y releyó el libro en medio de su habitual indolencia, impregnándose en su doctrina de tal modo, que si le faltaron las cualidades de buen rey, no le faltaron al ménos las de rey cristiano. El libro hizo tambien fortuna en la córte de España, y la grandeza lo leyó con gusto y con provecho. Buena falta hacia, pues en España no habia dejado de haber algunos Maquiavelos, y las obras de Bodin, con casi todos sus errores, habian sido traducidas al castellano, como lamentaba el mismo RIVADENEIRA en el prólogo de su libro, donde manifestaba que su objeto no era solamente combatir á P. R.

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