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otros, que conocemos á Dios verdadero, y permitia que ellos perseverasen en su error, y creyesen que era religion de Dios verdadero la que no era sino supersticion é idolatría y grande engaño de Satanas. Y por el contrario, los mesmos autores gentiles (1) alaban á Alejandro Magno porque, cuando tomó á Tiro, dando licencia para que la saqueasen los soldados y la pegasen fuego, mandó que se les perdonasen las vidas á los que se acogiesen á los templos; y lo mesmo hizo cuando tomó á Tébas, con estar contra ella muy enojado.

Y de Antioco el Grande escribe Plutarco (2) que, teniendo muy apretada con el cerco á Jerusalen, le pidieron los judíos treguas para celebrar su pascua con más quietud y solenidad, y él se las concedió, y les envió muchos toros con los cuernos dorados para los sacrificios, y muchas aguas de olores para el templo; y que los judíos quedaron tan reconocidos por esta liberalidad de Antioco, que luégo despues de Pascua se le rindieron. Y de Agesilao dice Emilio Probo que cuando tomó á Tébas, con estar herido y correr rios de sangre de su cuerpo, no se olvidó de mandar que no se tocase á los templos; y por esta piedad que siempre tuvo Agesilao, dice Plutarco (3) que no es maravilla que los dioses le favoreciesen y prosperasen en todo lo que ponia mano.

Y Josefo (4) cuenta la templanza con que se hubo Gneo Pompeyo en el templo de Jerusalen, y la codicia con que Marco Craso le robó, y que despues fué castigado de Dios, muriendo miserablemente con su ejército á manos de los partos; y áun añade que el rey Heródes, hallándose con necesidad, abrió la sepultura del rey David, creyendo hallar grandes tesoros, aunque se engañó; y dice que desde aquel dia le vinieron grandes trabajos, en castigo de aquel atrevimiento; pero dejemos aparte los gentiles, que encarecieron mucho esto, y digamos algo de lo que escriben los autores sagrados y eclesiásticos desta materia.

En las divinas letras leemos (5) que Nabucodonosor, rey de los asirios, robó el templo de Dios, y despues se transformó en bestia; y que el rey Baltasar, su hijo, por haber profanado los vasos sagrados, murió á manos de sus enemigos (6); y que el rey Antioco fué comido de gusanos; Heliodoro azotado de los ángeles y dejado medio muerto, no por haber tomado los bienes del templo, sino por haberlos querido tomar (7); y áun en los Actos de los apóstoles (8) leemos la muerte de Ananía y Safira, su mujer, no por haber robado la hacienda que otros habian dado al templo, sino por haberse quedado con parte de la que ellos mismos habian ofrecido á Dios y mentido al apóstol san Pedro, para darnos á entender la cuenta que se debe tener de cualquiera cosa que una vez se haya ofrecido al Señor. Por esto Alarico, rey de los godos, cuando tomó á Roma, mandó, so graves penas, que ningu

(1) Q. Curt., lib. iv; Polibio, lib. v. (2) In Apoteg. (3) In ejus Vita. (4) Josef., Antiq., lib. xv, cap. vIII y XII. (5) Dan., cap. 1 y 1v. (6) Dan., v; Il, Mach., 15. (7) II, Mack., 111, (8) Ach., v.

no de sus soldados robase los templos ni tocase á cosa que hubiese en ellos, diciendo que hacia guerra con los hombres, y no con Dios ni con sus santos. Y como un caballero godo hallase en una casa de la iglesia á una doncella consagrada á Dios, y le pidiese el oro y plata que tenía, ella le respondió que sí haria, porque tenía tan gran copia della, que podria hartar su sed; y sacó los vasos riquísimos de plata y oro, que eran de la iglesia de san Pedro, y ella guardaba, y se los puso delante, y le dijo estas palabras: «Éstos son los sagrados misterios del apóstol san Pedro; si tienes ánimo, tómalos, y mira bien lo que haces; que yo, porque no los puedo defender, no los oso guardar. Espantose el godo y bárbaro, y avisó de lo que pasaba á Alarico, el cual mandó que se tomasen todos los vasos sagrados, y se llevasen con gran pompa y solenidad á la iglesia del apóstol san Pedro, y que todos los cristianos que los acompañasen, fuesen libres de cualquiera agravio é injuria; y así fueron llevados sobre las cabezas de los mesmos godos, y acompañados de los soldados con las espadas desnudas, como lo escribe Paulo Orosio (9). Si esto hizo el rey bárbaro, no es maravilla que lo haya hecho el rey Clodoveo cuando iba á hacer guerra con Alarico (10), y el rey don Alonso de Nápoles cuando, en el año de mil y cuatrocientos y veinte y tres, tomó por fuerza la ciudad de Marsella y la saqueó, como lo dice, en su Historia de Nápoles, Pandulfo Colenucio; y que el Gran Capitan, Gonzalo Fernandez de Córdoba, haya tenido este mismo cuidado, como se escribe en su Vida (11).

Las historias eclesiásticas están llenas de ejemplos de príncipes, capitanes y soldados que, por haberse atrevido á las iglesias y á sus bienes, fueron castigados severamente de Dios; algunos de los cuales quiero yo referir aquí. Juliano, tio del emperador Juliano Apóstata, robó los vasos sagrados de la iglesia de Antioquía y los juntó con los tesoros del Emperador, su sobrino, y fué castigado visiblemente de Dios por ello, y se le pudrieron las entrañas, y tuvo tan crueles y asquerosas llagas, de las cuales manaban gusanos, que, comido dellos, acabó su triste y miserable vida echando por la boca los excrementos. Félix, tesorero del Emperador y compañero de Juliano en el robo de la iglesia, murió echando sangre por la boca. Mauricio Cartulario persuadió á Isacio, que era exarco en Italia por el emperador Heraclio, que robase el tesoro que estaba en San Juan de Letran, de Roma, que era grandísimo, y hasta aquel tiempo ninguno se habia atrevido á poner las manos en él, y este exarco lo hizo; pero no mucho despues Mauricio, por otras culpas suyas, fué preso y muerto con extraña ignominia, por mandato del mismo Isacio, el cual tambien de allí á pocos dias murió repentinamente; castigando el Señor aquel sacrilegio con

(9) Lib. VII. (10) Sig., lib. xvi, De Occid. Imper, (11) Lib. v, cap. xi.

las muertes miserables de los dos, como lo escribe Cárlos Sigonio (1).

Leon IV, emperador de Constantinopla, tomó una corona de oro muy rica, que el emperador Mauricio habia ofrecido al templo de Santa Sofia, en la cual, entre otras piedras preciosas, habia un carbúnculo de inestimable valor, y en poniéndola sobre su cabeza, luego le nació en ella una apostema, que llaman carbunco, de que murió (2). San Gregorio Turonense escribe en su Historia (3) que habiendo unos soldados robado el templo de San Vicente de la ciudad Agenense, fueron castigados de Dios de tal manera, que á unos se les quemaban las manos y echaban humo dellas, en otros entró el demonio y los despedazaba, llamando ellos á gritos al Santo; otros se mataban por sus propias manos. Tritemio refiere (4) que por algunas revelaciones se habia sabido que Dagoberto, rey de Francia, por haber usurpado los bienes de las iglesias, fué acusado delante del trono de Dios, y que Cárlos Martelo, capitan de tan grande valor, y padre del rey Pepino, y abuelo del emperador Cárlos Magno, fué condenado por ello, y áun añaden otros (5) que san Eucherio, obispo de Orliens, mandó abrir su sepultura, y que no se halló en él sino una serpiente muy disforme y de extraña grandeza.

Francisco Tarafa escribe (6) que Gunderico, rey de los vándalos, habiendo tomado á Sevilla, quiso meter las manos en los bienes de la Iglesia, y que el demonio se apoderó dél y murió miserablemente. Y san Isidro cuenta (7) que Agila, rey de los godos y sucesor de Teodiselo, profanó en Córdoba el templo de san Acisclo, mártir, donde estaba su cuerpo, y le hizo caballeriza de sus caballos, y que su campo fué desbaratado de los cordobeses, y él huyó á Mérida, donde despues fué muerto por sus propios criados. Paleonidoro escribe en la Vida de san Alberto, fraile de Nuestra Señora del Cármen, que habiendo entrado los enemigos en su templo, en el reino de Sicilia, de donde él fué natural, y profanádole, se oyó repentinamente un ruido dentro del arca en que estaba el Santo, y que luégo murieron muchos de los soldados que le habian profanado, y otros quedaron debilitados y llenos de graves dolencias; y abriéndose despues el arca, la hallaron quebrada, y el Santo puesto de rodillas, como quien pedia á Dios venganza de aquellos sacrilegios.

En la Vida de san Astregisilo, obispo de Burges en Francia (8), leemos algunos graves castigos que hizo Dios, por intercesion deste santo, contra los que habian robado su iglesia y los bienes de su monesterio. En las historias de España se escribe (9) que habiendo entrado la reina doña Urraca, hija del rey don Alonso el Sexto, en el templo de San

(1) Lib. 11, De Regn. Ital. (2) Zom., tom. II, et Bapt. Ægnat., in vita Leonis; Blondo, lib. 1, decad. 11. .(3) Niceph., Hist., libro xvII, cap. XLII. (4) En las crónicas del Duque de Baviera. (5) Paulo Emilio, lib. 1. (6) De Regib. Hispaniæ in Honor. (7) Ambrosio de Morales, part. 1, lib. x, cap. XXII. (8) Sur., tom. 1. (9) La Gener. de España, iv part.

Isidro, de Leon, y tomado para la guerra que hacia, las joyas y preseas que halló en él, volviendo muy contenta con la presa, reventó á la puerta del mismo templo y acabó desastradamente sus dias, y por la misma causa se perdió en la batalla de Praga el rey don Alonso de Aragon, su marido.

El rey don Pedro el Cuarto de Aragon, pretendiendo que los pueblos de la ciudad y arzobispado de Tarragona le reconociesen por su señor, que tenía el dominio útil, hizo muy cruda guerra á la iglesia de Tarragona; aparecióle santa Tecla, patrona de aquella ciudad, hirióle con una palmada en el rostro, adoleció luégo y murió con grande conociiniento y arrepentimiento de su culpa, y mandó en su testamento que el Arzobispo de Tarragona fuese restituido en la posesion en que habian estado sus predecesores (10). Cuando Filipe, rey de Francia, hizo guerra al rey de Aragon, don Pedro, y tomó la ciudad de Girona, su gente profanó las iglesias y robó el sepulcro de san Narciso, patron de aquella ciudad; mas del mesmo sepulcro del Santo salieron innumerables enjambres de moscas y tábanos de extraordinaria figura y grandeza, que embistieron en la gente y caballos del Rey, y los espantaron y emponzoñaron de manera, que en breve tiempo murieron de pestilencia más de cuarenta mil franceses y más de veinte y cuatro mil caballos (11); y áun el mismo rey don Pedro, en una carta que escribió al rey don Sancho de Castilla, dice que murieron cuarenta mil caballos, y dentro de pocos dias murió el mesmo Rey de Francia en Perpiñan, y quedaron en proverbio las moscas de san Narciso, como lo notó César Baronio en sus anotaciones sobre el Martirologio romano (12).

El año de 1414, haciendo el ejército de Francia guerra á Juan, duque de Borgoña y conde de Flándes, tomó la ciudad de Suesson, que se tenía por el Duque, y profanó el templo de San Crispino y Crispiniano (cuyos cuerpos son reverenciados en aquella ciudad), y el año siguiente, el mesmo dia de los dichos santos, el mesmo ejército del Rey de Francia, que era copiosísimo y fortísimo y lleno de toda la nobleza del reino, fué vencido, destrozado y deshecho del ejército de Inglaterra, que era muy pequeño, y no habia podido alcanzar paz ni concierto alguno del frances; lo cual se tuvo por justo castigo de Dios, á intercesion de los santos mártires cuyo templo y sepulcro habia sido profanado (13). Los historiadores franceses dicen (14) que la causa por que Dios quitó la corona del reino de Francia al linaje de Clodoveo, que fué el primer rey cristiano de los franceses, y le traspasó al de Cárlos Magno, fué, entre otras, por la poca cuenta que tenian sus descendientes con la administracion de los bienes de las iglesias, y que por esta mesma causa despues se la quitó á los reyes que descendian de Cárlos Magno, y la dió á Hugo Capeto y los de su casa.

(10) Zurita, lib. x de sus Anales, cap. xxxix. (11) Zurita, Anal, lib. IV, cap. LXIX. (12) 18 Martii. (13) Meyer, lib. xv, Annal. (14) Geneb., in Chron., año 988; Frotard., Epist., et Annonius,

CAPÍTULO XXXVIII.

Prosigue la materia del capítulo pasado. Nunca acabariamos, si quisiésemos referir aquí todos los ejemplos que cerca deste punto están escritos; mas, aunque callemos los otros, no es justo que dejemos uno, que es extraordinario y maravilloso entre los demas, y escrito por Pedro Cluniacense (1), contemporáneo de san Bernardo, y varon tan santo, que por esto le llaman Pedro Venerable. Dice, pues, este santo varon que en Macon, ciudad no lejos de Leon de Francia, hubo un conde gran tirano y usurpador de los bienes de la Iglesia, y que perseguia y maltrataba á los clérigos y perlados que se quejaban dello. Estaba este conde un dia en su palacio muy regocijado y de fiesta con mucha gente, y entró á deshora en él un caballero de tanta majestad y con tal denuedo, que atemorizó á todos los circunstantes, y con voz grave y semblante severo, volviéndose al Conde, le mandó que le siguiese, y esto con tan grande imperio, que el pobre Conde no se atrevió á hacer otra cosa; siguióle, llevóle á la puerta de la casa, donde estaba un poderoso caballo, en el cual mandó al Conde que subiese; subió, y luego el caballo se levantó en el aire y tomó la carrera, dando gritos el Conde, y desapareció. Fué tanto el pavor y espanto que esto causó en todos los que lo vieron, que hicieron tapiar la puerta del palacio por donde habia salido el desventurado Conde, para que ninguno entrase ni saliese por ella, y quedase perpetuamente memoria de un caso tan extraño y te

meroso.

Paulo Emilio (2), diligente y elegante historiador de las cosas de Francia, escribe otro caso semejante á éste, que aconteció á un conde de Cavillon, llamado Guillelmo, grande perseguidor de la Iglesia; el cual, estando con otros señores en muy espléndido convite, fué llamado de uno que estaba á la puerta á caballo, y mandándole subir en él, le llevó y no pareció más. Y añade en el mesmo lugar que otro conde de Nivers, enemigo de la inmunidad de la Iglesia, se le torció la boca y murió desastradamente.

El rey de Aragon, don Sancho Ramirez, que fué valeroso príncipe, se aprovechó de algunas rentas de la Iglesia para la guerra que hacia contra los moros, y con ser tan importante aquella guerra y en defensa de nuestra santa religion, y no tener el Rey posibilidad para continuarla de otra manera, tuvo tan grande escrúpulo de haber puesto las manos en los bienes de la Iglesia, que el año de 1081, estando con su córte en Roda, en presencia de don Ramon Dalmao, obispo de aquella iglesia, delante el altar de san Vicente hizo pública penitencia, y mandó restituir lo que se habia tomado á aquella iglesia de Roda, que por esta causa estaba desolada y perdida, como lo escribe Jerónimo Zurita (3).

(1) De Mirav., cap. I. (2) Lib. v de su Historia. (3) Lib. 1, Annal., cap. xxv.

Algunas personas graves y prudentes han notado que cuando los príncipes (ahora sea por codicia, ahora por alguna más aparente que verdadera y extrema necesidad) se entregan en los bienes de la Iglesia, parece que ninguna cosa les luce, y que no solamente la hacienda eclesiástica que toman se les deshace entre las manos, sino tambien la otra seglar que se junta con ella, porque es como la polilla, carcoma y orin, que gasta el paño y consume la madera y el hierro, y como las plumas del águila, que juntándolas con las de las otras aves, dicen que las gastan y consumen. Por esto Cárlos VII, rey de Francia, hallándose apretadísimo y con extrema necesidad de dinero para la guerra que traia con los ingleses sobre el condado de Normandía, que le habian tomado (de la cual dependia la paz y quietud de sus reinos), aconsejándole un perlado que se sirviese de las décimas de la Iglesia de Francia, no quiso hacerlo, diciendo que les habia sucedido mal á algunos príncipes que lo habian hecho (4).

Y Jerónimo Osorio, obispo de Silues, en la Historia del rey de Portugal, don Manuel, escribe (5) que habiéndole hecho el Papa merced de las tercias y décimas de las rentas eclesiásticas de su reino para las guerras de Africa, advirtió que despues que se habia aprovechado desta concesion no le sucedian las cosas con aquella felicidad que ántes, y que se determinó de no usar della; porque cierto que nuestro Señor quiere que se tenga gran respeto á sus cosas y á las de sus ministros, y que entendamos que la conservacion de los reinos está en su mano, y que ellos no se menoscaban ni empobrecen por mucho que se dé á sus templos y ministros. Y para prueba desto quiero traer aquí una ley que hizo el emperador Basilio, llamado de los griegos Porfirogineta, la cual trae á este mismo propósito el doctor García de Loaisa, en las Anotaciones que escribió sobre los concilios de España, donde dice (6) que habiendo el emperador Nicéforo Foca hecho una ley, en que mandaba revocar todas las donaciones que se hubiesen hecho á los monesterios y á los templos, para que no tuviesen bienes raíces, dando por razon que los obispos gastaban mal lo que era de los pobres, y los soldados no tenian que comer, el emperador Basilio la revocó por otra ley en que dice (7) que habiendo entendido que la ley que, despues que Nicéforo usurpó el imperio, habia hecho contra la Iglesia y santas casas de Dios, habia sido causa y origen de todos los males presentes, y de la destruicion y confusion que padecian, por haber sido en injuria, no solamente de las iglesias y de las santas casas de Dios, sino del mismo Dios, y por haber experimentado que despues que se habia guardado aquella ley, no le habia sucedido cosa buena, ni le habia faltado género de calamidad, manda que cese y no se guarde más, sino las leyes que antes

(4) Jacobus Meyer, Annal. Flandr., lib. xvi. (5) Lib. IX. (6) Concil. Toled. vi, cap. xv, (7) Lib. 1, in Const. LXIX Orient,

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se habian hecho para bien de las iglesias y casas del Señor. Todo esto dice el emperador Basilio en aquella ley.

Y de Alejio Comneno, emperador de Constantinopla, leemos que, demas de haber hecho grandes y rigurosas leyes contra los que se aprovechasen de las cosas consagradas á Dios y dedicadas á los templos, para mostrar más su devocion, en la bula que llaman de Oro añadió las palabras siguientes (1): «Si de aquí adelante ¡oh Señor Dios! alguno fuere tan osado, que tome las cosas que hasta ahora han sido dedicadas á las santas iglesias, ó para adelante lo serán, este tal carezca de la luz de vuestra vision, no le alumbre el sol de la mañana, no goce de vuestra ayuda y proteccion, pero siempre sea menospreciado y desamparado de vos.» Y la misma maldicion, en sustancia, echó la reina Teodelinda á los que usurpasen los bienes que ella habia dado á la iglesia de San Juan Bautista, en la ciudad de Moncia, como lo escribe Paulo Diácono (2). Y otros muchos reyes y príncipes cristianos que, movidos de su piadosa devocion, dieron grandes bienes y magníficos dones á

(1) Canis., in Marial., lib. v, cap. xx. (2) Lib. iv, cap. vii, De gestis Longobard.

la Iglesia, temiendo que con el tiempo la codicia de los hombres podria romper todos los vinculos con que los tales bienes, por ser sacrosantos, son inviolables, en las mismas donaciones que hicieron á la Iglesia de los tales bienes, añadieron estas y otras semejantes maldiciones contra los que los tocasen y usurpasen, para que si el respeto de nuestro Señor y de su Iglesia no los reprimiese, á lo ménos el justo temor y espanto de su daño los detuviese é hiciese más recatados.

Con esto acabemos la primera parte deste tratado, que es de la obligacion que corre á los reyes y príncipes cristianos de defender la Iglesia y amparar y amplificar nuestra santa religion, como tutores, pilares y hijos regalados della. Veamos ahora las otras virtudes que deben tener para el buen gobierno y conservacion de sus estados, y cómo las deben edificar sobre esta primera y excelentísima virtud de la religion, como sobre un fortísimo y firmísimo fundamento; porque sin la verdadera religion no se halla verdadera virtud, como dice san Agustin (3), y nosotros lo probarémos en la segunda parte que se sigue deste nuestro tratado.

(3) Lib. xix, De Civil. Del.

LIBRO SEGUNDO

DE LA RELIGION Y VIRTUDES

QUE DEBE TENER EL PRÍNCIPE CRISTIANO PARA GOBERNAR Y CONSERVAR SUS ESTADOS

CAPÍTULO PRIMERO.

Que en sola la religion cristiana se halla perfeta virtud. Siendo el Rey y príncipe soberano como el ánima de su reino y como otro sol, que con su luz y movimiento da vida y salud al mundo, y como un retrato de Dios en la tierra, debe con grandísimo cuidado considerar las obligaciones precisas que le corren, para representar dignamente (cuanto lo sufre nuestra flaqueza) á Dios en su gobierno y para dar vida á toda la república, y resplandecer con tan esclarecidas y aventajadas virtudes, que escurezca las de sus súbditos, como el sol con su excelente claridad escurece la de las estrellas. Y porque en el libro pasado tratamos de la virtud de la religion, y del cuidado que debe tener el príncipe de todo lo que toca al culto divino y veneracion y servicio de aquel Rey soberano, cuyo vicario él es en la tierra (que es la primera y principal virtud, y el fundamento de las demas), hablarémos en este segundo libro, con el favor del Señor, de las otras virtudes

que son propias del Rey, y virtudes verdaderamente reales.

Para declarar bien las virtudes que deben tener los reyes para el buen gobierno de sus reinos, quiero primero explicar brevemente la diferencia que hay entre las virtudes del príncipe cristiano y las de los príncipes y filósofos gentiles, para lo cual se debe presuponer que fuera de la verdadera religion no ha habido ni hay verdadera ni perfeta virtud; ni lo que los filósofos más graves y severos han enseñado con su dotrina y ejemplo, ni lo que los más afamados y alabados príncipes han hecho en cualquiera género de virtud moral, era más que una sombra 6 imágen de virtud, por mucho que los historiadores gentiles lo ensalcen y encumbren. Y no es maravilla que haya esta diferencia en el sentir y hablar de las virtudes entre el gentil y el cristiano; porque, como dice Gaetano, sobre el angélico santo Tomas (1), el gentil, como no conoce otro úl

(1) II, II, q. 23, cap. vu.

timo fin del hombre sino el que le descubre la lumbre de la razon natural, tiene por verdadera virtud aquella que le guia y endereza á aquel fin natural; mas el cristiano y teólogo, como alumbrado con la luz de la fe, conoce el fin sobrenatural del hombre, que es gozar de Dios, al cual principalmente se endereza la verdadera virtud, no tiene por tal la que carece deste fin. Ésta es una de las grandes y admirables excelencias de la religion cristiana, que sin ella no se halla la verdadera y perfeta virtud moral.

San Cipriano dice (1) que tambien los filósofos hacen profesion de seguir esta virtud de la paciencia; pero que en ellos tan falsa es la paciencia como lo es la sabiduría; porque ¿cómo podrá ser sabio ó paciente el que no conoce la sabiduría ni la paciencia de Dios? Y valo probando, y concluye diciendo: «Por tanto, si entre los filósofos no puede haber verdadera sapiencia, tampoco podrá haber verdadera paciencia.» San Agustin dice (2): «Averiguada cosa es que todos los filósofos que no conocieron que Cristo es verdad y sabiduría de Dios, no tuvieron ni pudieron tener perfeta virtud ni verdadera sabiduría.» Y en otro lugar (3): «No hay bien sin el sumo bien, porque donde falta el conocimiento de la verdad eterna é inmutable, la verdad es falsa áun en las costumbres que parecen muy buenas.» Y en el fin del libro de Continencia prueba que no se puede llamar verdadera continencia 6 castidad la que no está acompañada con la fe. Y en el libro v de la Ciudad de Dios, capítulo XIX, dice: «Todos los que de véras son píos, deben tener por cierto que ninguno puede tener verdadera virtud sin la verdadera piedad y verdadero culto de Dios verdadero»; y lo mesmo dice en el libro XIX, capítulo xxv. Y así determina santo Tomas (4) que no puede haber verdadera y perfeta virtud sin caridad. La ra-zon desto explican algunos desta manera, y dicen (5) que para ser una virtud perfeta, ha de ser vestida de todas sus circunstancias, y cualquiera circunstancia que le falte no puede ser perfeta virtud.

Entre las circunstancias, la más principal de todas es el fin al cual se endereza y mira la virtud; y todos los fines particulares se refieren y reducen al último sumo y universal fin, que es Dios, al cual, como á su blanco, se deben encaminar y enderezar todas nuestras obras, lo cual no se puede hacer si Dios no se conoce por nuestro sumo y último bien, como no le conocian los gentiles, y no conociéndole por tal, no podian dar en este blanco ni acertar; porque no estaban sus obras bien circunstancionadas ni reguladas con la regla de la razon recta y ajustadas con su fin; porque toda buena razon nos enseña que amemos más lo que merece ser más amado, y menos lo que merece ser ménos amado, y que amemos por sí mismo lo que por sí mismo merece ser amado, y lo que no es tal, aunque sea bueno,

(1) De bono patientiæ in princ. (2) Lib. 1, Contra Julian.
(3) Lib. De vera innocentia. (4) II, u, q. 23, art. 7.
(5) Chrisost., Jabelioph. Christ., 1 part., cap. VI.

que no lo amemos por sí, sino por la participacion que tiene de lo que es amable y digno de ser amado por si. Y de aquí nace la obligacion natural que en ley de buena razon tenemos todos para amar sobre todas las cosas á Dios como á nuestro sumo y último bien, y amarle por sí mesmo, porque Él solo es, por su naturaleza, bien infinito, y amar á todas las otras cosas por Él Él y en y para Él, refiriendo todo lo que somos, pensamos, decimos y hacemos á su honra y gloria, como nos enseña el apóstol san Pablo (6) que lo hagamos áun en las cosas bajas, cotidianas y necesarias; pues, como dice el mismo apóstol (7), á solo Dios, que es el Rey de los siglos, invisible é inmortal, se debe la honra y la gloria; y porque los sabios del mundo y los príncipes gentiles, áun los mejores y más excelentes, no conocieron esta verdad ni tuvieron puesta la mira en este blanco y último fin, tampoco tuvieron las verdaderas y perfetas virtudes morales, que no se hallan sin él, sino una sombra y figura de virtudes.

Añádese á esto que para que una obra sea virtuosa se requiere que se haga por amor y respeto de la misma virtud, porque haciéndose por otros fines, no sería ni se podria llamar obra de virtud; pues, segun Aristóteles, así como es necesario para que una obra sea obra de virtud, que ella por sí sea tal, y que el que la hace la haga sabiendo lo que hace, y que la haga voluntariamente; así tambien es necesario que no estrague é inficione aquella obra con ningun mal fin ó circunstancia desordenada, porque de otra suerte perderá el sér y nombre de virtud. Y porque la idolatría es un mal grande, que escurece el entendimiento y estraga la voluntad, y pervierte todas las potencias y afectos del hombre, de aquí se sigue que los gentiles no tenian verdadera virtud, porque corrompian las obras que hacian con malos fines, pretendiendo en ellas su honra y gloria vana y el aire popular, como lo dice san Agustin de los romanos (8), que con el apetito de honra é imperio, vencieron los otros apetitos desordenados.

Y san Gregorio Nacianceno prueba esto mismo á la larga, y hablando de los filósofos, dice (9): Primum secuti rem bonam non sunt bene; magis nam movebat gloria hos, quam amor boni; que aunque siguieron lo bueno, no lo siguieron bien, porque más les movia la gloria que el amor del mesmo bien que seguian. Y en la tercera oracion, que es la primera contra Juliano, dice: Quæ virtus philosophis speciosum dumtaxat nomen est; que entre los filósofos la virtud es solo nombre, porque no tiene la substancia y la verdadera naturaleza de la virtud. Y conforme á esta dotrina, ni la castidad de Lucrecia fué verdadera virtud de castidad, ni la justicia de Arístides verdadera justicia, ni la fortaleza de Alejandro Magno ó de Julio César verdadera fortaleza, ni la templanza de Sócrates verdadera templanza, ni la fe y palabra que guardó Atilio Régulo á

(6) I, Cor., x. (7) 1, Tim., I. (8) De Civit. Dei,, lib, v, cap. xi (9) In carmine.

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