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Fernando; el de Graz, el archiduque Cárlos, su hermano; los de Ingolstadio y Monachio, el Duque de Baviera. Los duques de Saboya, de Florencia, de Ferrara, de Parma, de Guisa, de Nivers, han fundado colegios en sus estados, y otros duques y grandes señores seglares han hecho lo mismo. Y entre los eclesiásticos, el cardenal Farnesio, el de Monreal de Sicilia; el cardenal de Augusta, el de Dilinga en Alemaña; el cardenal de Turnon, el de Turnon en Francia; el cardenal de Lorena, el de Pontemeson en el ducado de Lorena; el cardenal Osio, el de Brasberga en Polonia; el cardenal Borromeo, el de Milan; el de la ciudad de Perosa, el cardenal Fulvio de la Corna; y agora últimamente el cardenal de Toledo don Gaspar de Quiroga, el de Toledo y el de Talavera; los de Maguncia y Tréveris han fundado los arzobispos de aquellas ciudades, que son electores del imperio. Y otros príncipes dél han fundado otros, que se dejan por evitar prolijidad. Y en nuestra España el arzobispo de Granada don Pedro Guerrero fundó el de Granada; y el doctor Blanco, arzobispo de Santiago, el de aquella ciudad y el de Málaga; don Bartolomé de los Mártires, arzobispo de Braga, fraile de Santo Domingo, el de Braga; los de Murcia y Plasencia y Leon fundaron sus obispos, y otros han fundado otros. Y lo mismo han hecho algunas ciudades de sus proprios, como son los más que tenemos en Sicilia. Pero muchos tienen por fundadores á caballeros ó personas particulares, que dejo por brevedad (1). Y aunque por esta buena obra aguardan los fundadores el galardon de Dios nuestro

(1) En la segunda edicion se añadieron algunas curiosis notitias, que conviene consignar aqui, por ser históricas. Dice así: Tales son el de Alcalá, que doña María de Mendoza, hija del Marqués de Mondéjar, señora áun más ilustre en religion y piedad que en sangre, fundó para bien de la Compañía y de toda aquella universidad; y el de Barcelona, que dotó doña María Manrique de Lara, hija del Duque de Nájera, y por esto muy conocida, y por su muy grande recogimiento y virtud áun más estimada en el mundo; y el de Villagarcía, que doña Magdalena de Ulloa, mujer de Luis Quijada, señor de Villagarcía y del consejo de Estado del rey Catolico don Felipe el Segundo, edificó y estableció para aprovechamiento de sus vasallos y de toda aquella comarca. Y no contentándose esta señora con esto, y queriendo emplear la mucha bacienda que Dios le dió, en su servicio, entre las otras santas obras que con su gran cristiandad, prudencia y valor hace continuamente, fundó tambien otro colegio en la ciudad de Oviedo, para que allí se derramase la luz de la doctrina por todas aquellas Asturias y se extendiese à las partes y personas más necesitadas. Tal es tambien el del Villarejo de Fuentes, que don Juan Pacheco de Silva, señor que fue y caballero de gran seso y virtud y devotísimo de la Compañía, para crianza é institucion de los novicios de ella y enseñanza de sus vasallos, instituyó. Y no han faltado etras personas particulares, aunque no de ménos piedad, que han hecho lo mismo, las cuales dejo por brevedad.

Señor, por cuyo amor ellos principalmente lo hacen, no por eso deja la Compañía de dar mues tras del reconocimiento que tiene, y ser agradecida por el beneficio y limosna que recibe, haciendo por ellos lo que se sigue. Primeramente procura darles gusto y contento en todo lo que puede al presente, y en conservar la memoria del beneficio que recibe para adelante. Demas desto, háceles partícipes de todos sus merecimientos y buenas obras. Dicense muchas misas cada semana y cada mes por sus almas, y particularmente en el colegio que ellos fundaron. En cada un año, el dia que se hizo la entrega del colegio á la Compañía, se dice en él una misa cantada y las demas por el fundador, al cual tambien se le da ese dia una candela de cera con sus armas, en señal de reconocimiento y gratitud; y muerto él, se hace lo mismo para siempre jamas con sus succesores. Y en aceptando la Compañía la fundacion de cualquiera colegio, se da aviso por toda ella, cuan extendida está por todas las provincias y partes del mundo, para que cada sacerdote de todos cuantos hay en ella diga tres misas por el fundador, y en sabiéndose que es muerto, torna á avisar el General á toda la Compafiía, para que cada sacerdote diga otras tres misas. Y en el tiempo que los sacerdotes dicen las misas, los que no lo son rezan sus rosarios y hacen otras oraciones por el mismo fin. Y otras cosas semejantes se ordenan y mandan en las Constituciones, y se guardan con todo cuidado, con que la Compañía declaró el reconoscimiento que tiene, y la gratitud debida á la caridad y buena obra que de los tales fundadores recibe. De manera que todos los religiosos de la Compañía son como capellanes de cualquier fundador, y por ser dedicados del todo á Dios nuestro Señor, y comunmente hombres ejemplares y de buena vida, las oraciones y sufragios dellos le serán más aceptos y agradables, y á las ánimas de los fundadores más fructuosos y más eficaces para alcanzar lo que para ellas piden del Señor. Y como la Compañía no tenga otras obligaciones de capellanías ni de misas, por no tomar limosna por ellas, está más libre y tiene más que ofrecer por sus fundadores y bienhechores, como se hace.

Pero, aunque ella de su parte hace lo que habemos visto, bien tiene entendido que el principal motivo que tienen los fundadores para hacer esta limosna, es la necesidad grande que ven que hay en la Iglesia de Dios deste género de doctrina, y el fructo que della se sigue, y el servicio tan acepto que con ella se hace á nuestro Señor, de quien ellos aguardan por entero el galardon,

LIBRO CUARTO.

CAPÍTULO PRIMERO.

Cómo Ignacio quiso renunciar el generalato, y sus compañeros no lo consintieron.

Viendo pues Ignacio confirmada otra vez la Compañía por el papa Julio III, y con el buen suceso que nuestro Señor le iba dando, cada dia más firme y establecida, llamó á Roma, el año de mil y quinientos y cincuenta, á todos los principales padres de la Compañía que estaban en várias tierras y provincias y sin detrimento della podian venir. venidos, los hizo juntar en un lugar, y teniéndolos juntos á todos, les envió una carta escripta de su mano, que es ésta que se sigue:

«A los carísimos en el Señor nuestro, los herma» nos de la Compañía de Jesus.-En diversos meses y » años, siendo por mi pensado y considerado, sin » ninguna turbacion intrinseca ni extrínseca que en >> mí sintiese que fuese en causa, diré delante de mi » Criador y Señor, que me ha de juzgar para siem» pre, cuanto puedo sentir y entender á mayor ala» banza y gloria de la su divina Majestad.

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Leida esta carta, todos los padres á una voz comenzaron á alabar lo que Ignacio pretendia hacer y su deseo tan santo, maravillándose mucho de tan profunda humildad como en este hecho resplandecia, porque siendo tan escogido y tan aventajado en tantas maneras su gobierno, se tenía por tan insuficiente para gobernar. Mas con todo esto, dicen que no pueden ellos con buena conciencia hacer lo que pide, ni podrán acabar consigo de tener otro general mientras que él viviere; y esto le dieron por respuesta, enviando quien se la diese de su parte, y añaden más que él era padre de la Compañía, que á él tenian por maestro y guía de todos, y que pues Dios le habia escogido para que como sabio arquitecto pusiese el fundamento deste espiritual edificio, sobre el cual ellos y todos los demas hijos suyos se vayan como piedras vivas asentando sobre la suma piedra angular, que es Cristo Jesú, y crezcan para hacer este santo templo al Señor, que en ninguna manera querrán hacer cosa por la cual vengan á ser tenidos, ó por desconocidos deste tan grande beneficio, ó por desagradecidos é ingratos á Dios. En este mismo tiempo cayó Ignacio en una muy recia enfermedad, y como pensase que le queria el Señor librar de la cárcel del cuerpo, era tanto el gozo que con esta esperanza sentia su alma, y tales los afectos y sentimientos della, que de pura alegría no era en su mano reprimir las lágrimas que con abundancia le venian á los ojos, y fué necesario que los padres le rogasen, y los médicos le amonestasen, que se divirtiese de aquellos santos y amorosos y encendidos deseos, y que no tratase tanto ni tan á menudo de levantar sus pensamientos al cielo, porque le causaban notable de

>> Mirando realmente y sin pasion alguna que en >> mí sintiese, por los mis muchos pecados, muchas >> imperfecciones y muchas enfermedades, tanto in»teriores como exteriores, he venido muchas y di» versas veces á juzgar realmente que yo no tengo » casi con infinitos grados las partes convenientes » para tener este cargo de la Compañía, que al pre» sente tengo por inducion y imposicion della. Yo >> deseo en el Señor nuestro que mucho se mirase y » se eligiese otro que mejor, ó no tan mal, hiciese » el oficio que yo tengo de gobernar la Compañía, y » eligiendo la tal persona, deseo asimismo que al » tal se diese el tal cargo. Y no solamente me acom»paña mi deseo, mas juzgando con mucha razon » para que se diese el tal cargo, no sólo al que hi-bilidad y flaqueza. »ciere mejor, ó no tan mal, mas al que hiciere » igualmente. Esto todo considerado, en el nombre » del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, un solo » mi Dios y mi Criador, yo depongo y renuncio » simplemente y absolutamente el tal cargo que yo » tengo, demandando, y en el Señor nuestro con to» da mi ánima rogando, así á los profesos como á »los que más querrán juntar para ello, quieran » aceptar esta mi obligacion, así justificada en la » su divina Majestad.

» Y si entre los que han de admitir y juzgar, á mayor gloria divina, se hallase alguna discrepan»cia, por amor y reverencia de Dios nuestro Señor » demando lo quieran mucho encomendar á la su divina Majestad, para que en todo se haga su ̧» santísima voluntad, á mayor gloria suya y á ma» yor bien universal de las ánimas y de toda la Com

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CAPÍTULO II.

De las Constituciones que Ignacio escribió.

Perdida la esperanza de descargarse del peso de su oficio, y libre ya de su nueva enfermedad, entendiendo ser aquella la voluntad de Dios, aplicóse Ignacio con nuevo ánimo al gobierno de la Compañía, y á procurar de dar su perfeccion á las cosas que habia comenzado; y lo primero de todo, para ceñirla con leyes y atarla con reglas y constituciones, mostró á los padres las Constituciones que él mismo habia escripto, importunado de toda la Compañía, para que las viesen y examinasen. Hoy dia tenemos un cuaderno escripto de su misma mano, que se halló, despues de su muerte, en una arquilla, en el cual, así para ayudar su memoria, como para mejor acertar en lo que determina

ba, escribia dia por dia las cosas que pasaban por su alma mientras hizo las Constituciones, así tocantes á las visitaciones y resplandores celestiales con Dios le regalaba, como á la manera que tenía que en pensar y deliberar lo que escribia. Por esta escriptura claramente se ve la virtud de Ignacio y la grandeza de la divina liberalidad para con él, y la autoridad y peso que han de tener para con nosotros las Constituciones. No quiero decir de las otras materias, porque sería cosa larga; bastará tocar lo que sobre la pobreza que en la Compañía se ha de guardar, le pasó. Cuarenta dias arreo dijo misa y se dió á la oracion con más fervor que solia, para solamente determinar si convenia ó no que las iglesias de nuestras casas profesas tuviesen alguna renta con que sustentar el edificio, servicio y aderezo dellas. Y como yo tengo para mí, Dios nuestro Señor inspiró y movió á Ignacio á escrebir, distinta y compendiosamente, todo lo que por espacio de los cuarenta dias le aconteció en la oracion de la mañana, en la preparacion para la misa y en la misma misa, y en las gracias que se hacen despues de haberla dicho. Digo que le inspiró Dios á escrebir esto, para que nosotros supiésemos los regalos y dones divinos con que era visitada aquella alma, y para que cuanto él más los encubria con su humildad, tanto más se descubriesen y manifestasen para nuestro provecho y ejemplo. Allí se ve con cuánto cuidado examinaba y escudriñaba su conciencia, cuán encendida y fervorosa era su oracion, cuántas y cuán continuas eran sus lágrimas, cuántas veces la grandeza de la consolacion del espíritu brotaba fuera y redundaba tambien en el cuerpo, y quedando sin pulsos, le venía á faltar la voz, y perdido el aliento, no podia hablar, palpitando sensiblemente todas las venas de su cuerpo. Alli tambien se ve cómo era su entendimiento alumbrado y enriquecido con casi continuas admirables revelaciones de la Santísima Trinidad, de la divina esencia, de la procesion, propriedad y operacion de las divinas personas, y cómo era enseñado en aquel sacratísimo misterio, así con intelligencias interiores y secretas, como con figuras externas y sensibles. Y no eran breves estas visitaciones, ni como de paso estos regalos divinos, sino muy largos algunas veces y de muchos dias, y que en el aposento y en la mesa, dentro y fuera de casa le acompañaban, y con la fuerza de su grandeza le traian absorto y elevado y como á hombre que vivia con el cuerpo en el suelo y con el corazon en el cielo. No hay para qué contar por menudo cada cosa destas. Esto he tocado para que entendamos con qué reverencia habemos de recebir las Constituciones, y con cuánto cuidado y solicitud las debemos guardar; aunque Ignacio, por su grande modestia y humildad, con haber recebido tantas intelligencias sobrenaturales y tantos testimonios de la voluntad divina, y tener autoridad para ello, no quiso que las Constituciones tuviesen fuerza ó firmeza alguna para obligar hasta que la Compañía las aprobase y tuviese por buenas ; lo

P. R.

y

cual se hizo en Roma despues dél muerto, el año de mil y quinientos y cincuenta y ocho, en la primera congregacion general de toda la Compañía que se celebró despues dél muerto; en la cual las Constituciones todas, como él las escribió, fueron con suma veneracion recebidas, y con un mismo consentimiento y voluntad por todos los padres confirmadas.

CAPÍTULO III.

De la institucion y principio del colegio romano.

Uno de los que vinieron este año á Roma llamados por Ignacio, fué don Francisco de Borja, duque de Gandía, que como ya dijimos, era profcso, aunque ocultamente, de la Compañía; el cual, entendiendo cuánto provecho se podia hacer en aquella ciudad, que es cabeza del mundo y do donde toda la cristiandad se gobierna, y especialmente toda nuestra Compañía, por tener en ella su cabeza y prepósito general, y juzgando que no era razon que habiendo sido ella la primcra de todas en acoger y abrazar la Compañía, careciese del fructo que otras muchas reciben de su enseñanza y doctrina, procuró que en Roma se fundase un colegio (siguiendo en esto el parecer y consejo de nuestro padre Ignacio), al cual se dió principio el año de mil y quinientos y cincuenta y uno, á los diez y ocho de Hebrero, en unas casas muy estrechas que estaban debajo del Campidolio, con catorce estudiantes de la Compañía, que tenian por rector á Juan Peletario, frances; que para este número era bastante la limosna que entónces habia dejado el Duque de Gandia. Mas luégo, el mes de Septiembre siguiente, doblándose el número de los nuestros, se pasaron á otra casa más anchurosa y capaz. Enseñaban en aquel tiempo nuestros preceptores á sus oyentes solamente las tres lenguas, hebrea, griega y latina, y arte de retórica, lo cual no so hacia sin grande ofension y queja de los otros maestros de la ciudad, tanto, que algunas veces so iban, rodeados de sus discípulos, á las escuelas do los nuestros, y entraban de tropel, y les pateaban y deshonraban de palabra, haciéndoles mil befas con harto descomedimiento; hasta que el año do mil y quinientos y cincuenta y dos, á los veinte y ocho de Octubre, en la iglesia de San Eustaquio, los maestros de la Compañía tuvieron sus oraciones y disputas, en presencia de muchos cardenales y obispos y hombres de grande erudicion y autoridad, con tanta gracia y doctrina, que se reprimió el atrevimiento de los maestros de fuera, que andaban tan alborotados como dije; pero mucho más se convencieron y allanaron el año de mil y quinientos y cincuenta y tres, con las conclusiones públicas que nuestros preceptores sustentaron, no sólo de retórica y de las tres lenguas, como hasta entónces habian hecho, sino de toda la filosofía y teología, las cuales facultades aquel año fué la primera vez que se comenzaron á leer en nuestro colegio en Roma, del cual era superior en aquel tiempo el doctor Martin de Olave teólogo de exco7

lente doctrina y ejemplo de vida, el cual dió mucho lustre en sus principios al colegio romano. Creció aquel año el número de los hermanos del colegio á sesenta, y el siguiente á ciento, y como ya no pudiesen cómodamente caber en las casas donde estaban, por su estrechura, se pasaron, el año de mil y quinientos y cincuenta y seis, á otras más anchas, en las cuales residieron por espacio de cuatro años, hasta que el año de mil y quinientos y sesenta, doña Victoria Tolfa, sobrina del papa Paulo IV, por autoridad y consejo del pontífice Pio IV, nos dió un sitio muy acomodado, ancho Ꭹ saludable y de los mejores y más poblados de Roma. IIabia esta señora comprado muchas casas con el favor y brazo de Paulo IV, su tio, para hacer dellas una obra pía, conforme al testamento de Camilo Ursino, marqués de la Guardia, su marido, y habíalas juntado con las casas en que ella moraba y con otras donde habia habitado muchos años Paulo IV siendo cardenal, y hecha de todas una como isla, rodeada de calles por todas partes; y en el tiempo que ménos se esperaba ni pensaba, las dió á la Compañía, con grande liberalidad, para la fundacion y asiento de este colegio romano. En esta casa se vino á multiplicar en gran manera el número de los nuestros, que llegaron á ser doscientos y veinte, y de casi todas las provincias y naciones de la cristiandad; porque acontece hallarse en un mismo tiempo muchas veces en él hermanos de diez y seis y más naciones, así en las lenguas como en las costumbres diferentes, mas en un ánimo y voluntad con suma concordia y fraternal amor ayuntados; los cuales la divina bondad, en tiempos de grande carestía y muy apretados, ha sustentado siempre, respondiendo su divina Majestad á la fe y esperanza con que Ignacio comenzó una obra tan alta con tan poco arrimo y favor de los hombres. Deste colegio han nacido, como de su fuente y origen, casi todos los demas que en Italia, Alemaña, Bohemia, Polonia, Francia y Flandes se fundaron; y ésta es la causa por que Ignacio (cuyos pensamientos y cuidados se empleaban todos siempre en buscar la salud de las almas) trabajó tanto por hacer y llevar adelante este colegio, porque veia que no sólo se ordenaba para provecho y bien de una sola ciudad, como otros, mas que se habia de extender su fructo por muchas nobilísimas provincias y naciones, tan depravadas con perniciosos errores y tan apartadas de la luz evangélica; lo cual habiendo visto por experiencia nuestro muy santo padre Gregorio XIII, movido del grandísimo fructo que deste colegio se sigue, y de la necesidad que el seminario del clero romano, y los de alemanes, ingleses y otros que su beatitud (para bien destas naciones) ha fundado, tienen del colegio romano para su gobierno y doctrina, con ánimo de señor y padre y de pastor universal vigilantísimo y de principe liberalísimo, ha querido ser fundador deste colegio, labrándole de una obra suntuosa y dotándole con muy bastante renta, para que en él se pueda sustentar gran número de estu

diantes y maestros de diferentes naciones de nuestra religion, para sustento y arrimo de todos los demas. Y para declarar que era ésta su intencion en la fundacion del colegio romano, mandó su Santidad hacer una rica medalla, la cual se puso debajo de la primera piedra el dia que se comenzó el edificio, en la cual estaban estas palabras : « Gre» gorio, papa XIII, edificó desde sus primeros ci» mientos y dotó el colegio de la Compañía de Je» sus, como seminario de todas las naciones, por » el amor que tiene á toda la religion cristiana, y >> particular á esta Compañía. En Roma, año del Se»ñor de mil y quinientos y ochenta y dos, y el de>> ceno de su pontificado.»

CAPÍTULO IV.

De algunos colegios que se fundaron en España, y de la contradicion que allí hizo á la Compañía el Arzobispo de Toledo.

Dado este principio al colegio romano, volvió á España el duque don Francisco de Borja. Llegado á ella, renunció su estado á don Carlos de Borja, su hijo mayor, y dejado el hábito seglar, tomó el de la Compañía y se recogió á Vizcaya, como á provincia más apartada y quieta, para con ménos embarazo darse á la vida religiosa. Allí se ordenó de misa, y comenzó á predicar y á pedir como pobre limosna de puerta en puerta, con grande admiracion y edificacion de las gentes. Movidos de la fama desta obra y de tan raro ejemplo de menosprecio del mundo, vinieron á él algunas personas illustres y de grande autoridad, y por su medio entraron en la Compañía. La primera habitacion que tuvo fué en el colegio de Oñate, al cual Pedro Miguel de Araoz, natural de aquella tierra, habia poco ántes mandado su hacienda. En el mismo tiempo se comenzó el colegio de Búrgos, porque el cardenal don Francisco de Mendoza, luego que le hicieron obispo de aquella ciudad, pidió al padre Ignacio algunos de la Compañía, para que anduviesen por su diócesi predicando y enseñando á sus ovejas la palabra de Dios. Dióselos Ignacio, y ellos hicieron tambien su oficio, y con tanto provecho de las almas, que se dió ocasion á los de Búrgos para que en su ciudad deseasen tener á la Compañía y les hiciesen casa, la cual despues creció mucho y se augmentó con el fervor de los sermones del padre maestro Francisco de Estrada. Al colegio de Medina del Campo dió tambien principio Rodrigo de Dueñas, á quien Dios habia dado gran devocion de ayudar con sus muchas riquezas todas las obras pías y de caridad; el cual, habiendo tratado y comunicado familiarmente á los padres Pedro Fabro y Antonio de Araoz, y movido por su conversacion y ejemplo, pidió, para su consuelo y para provecho de aquella villa (cuyo vecino y morador era), algunos de los nuestros. Fueron y comenzaron á predicar por las plazas con nuevo y admirable fructo, el cual aficionó más la gente principal de aquel pueblo y dióles mayor desco de tener allí la Compañía. El año de mil y qui

nientos y cincuenta y uno fueron los nuestros para fundar el colegio de Medina, el cual despues edificaron y dotaron con buena renta Pedro Cuadrado y doña Francisca Manjon, su mujer, personas ricas y muy religiosas y devotas. Mas para que con los prósperos sucesos no se descuidase la Compañía, no le faltaron ocasiones de ejercitar la paciencia y humildad por una grande contradiccion que se despertó en este tiempo contra los nuestros en España por parte de don Juan Siliceo, arzobispo de Toledo, el cual, siendo mal informado del instituto de la Compañía, mandó que todos los sacerdotes de Toledo que hubiesen hecho los ejercicios espirituales de la Compañía no pudiesen usar el oficio de confesores, y asimismo leer por los púlpitos de las iglesias edictos públicos, por los cuales mandaba que, so pena de excomunion mayor, ninguno de sus súbditos se confesase con los de la Compafía, ni recibiese otro sacramento de sus manos. No habia entonces en todo su arzobispado otro colegio sino el de Alcalá. Tomáronse muchos medios de ruegos é intercesiones con el Arzobispo para que no usase de tanto rigor, y no se pudo acabar con él, hasta que el Consejo Real, habiendo visto y examinado nuestras bulas y privilegios, juzgando que el mandato del Arzobispo era contra la voluntad y autoridad del sumo Pontífice, nos restituyó nuestro derecho y libertad, declarando por sus provisiones reales que el Arzobispo nos hacia fuerza y que no podia legitimamente hacer tal prohibicion; al cual tambien el papa Julio III, informado de Ignacio de lo que pasaba, escribió con severidad apostólica, diciéndole que se maravillaba mucho, y le pesaba, que siendo la Compañía, como era, aprobada por la santa Sede Apostólica, él no la tuviese por buena, y que siendo por todas las partes del mundo tan bien recebida (por el grande fructo que en todas ella hacia), él solo la contradijese, y pusiese mácula y dolencia en lo que todos los demas tanto alababan, deseaban y pedian.

Con estas letras de su Santidad, y con la provision real, revocó el Arzobispo sus primeros edictos y nos mandó restituir nuestra libertad para poder usar de nuestras facultades y privilegios. Y es cosa tambien de notar que cuando Ignacio fué avisado desta contradicion que hacia á la Compañía un príncipe tan grande como era el Arzobispo de Toledo, me dijo á mí, con un rostro muy sereno y alegre, que tenía por muy buena nueva para la Compañía aquella persecucion, pues era sin culpa della, y que era señal evidente que se queria servir Dios nuestro Señor mucho de la Compañía en Toledo, porque en todas partes habia sido así, que donde más perseguida habia ella sido, allí habia hecho más fruto, y que pues el Arzobispo era viejo y la Compañía moza, naturalmente más viviria ella que no él. Y vióse ser verdad lo que dijo Ignacio por lo que despues ha sucedido y comenzóse á ver luego que murió el Arzobispo; porque siendo llamada la Compañía para morar en la ciudad de Toledo, las primeras casas que se dieron á los

nuestros para su morada fueron las que el mismo arzobispo Siliceo habia labrado para colegio de los clerizones (1) de su Iglesia; lo cual, no sin razon, consideraron muchos, y gustaron de ver que todo cuanto el Arzobispo (con buen celo) hizo contra la Compañía, vino á parar en que cuando más nos perseguia, nos labraba (sin entenderlo él) las primeras casas en que habiamos de morar en aquella ciudad.

CAPÍTULO

Cómo Ignacio hizo provincial de Italia al padre Lainez, y Claudio Yayo murió en Viena.

Mientras la Compañía se probaba de la manera que habemos dicho en España, nuestro Señor la multiplicaba con nuevos colegios en Italia. El de Florencia tuvo principio por la liberalidad de doña Leonor de Toledo, duquesa de aquella ciudad; la cual desde que la conoció, mostró siempre mucho amor á la Compañía. En Nápoles tambien y en Ferrara se comenzaron los colegios que agora tenemos en estas ciudades. Para el de Nápoles importó mucho la residencia que allí hizo el padre Salmeron, enviado de Ignacio á aquel reino para este efeto. El de Ferrara comenzó Hércules de Este, segundo duque de Ferrara, el cual habia antes tratado á los padres Bovadilla y Claudio Yayo, y favorecido la Compañía en sus principios, y fué á Ferrara para asentar el colegio el padre Pascasio Broeth. Dióse cargo destos colegios, y de los demas que ya habia en Italia, con oficio y nombre de provincial, al padre Diego Lainez, el cual al fin del año de mil y quinientos y cincuenta habia vuelto á Roma, de Berbería, adonde habia ido con el virey Juan de Vega á la conquista de la ciudad de Africa, que tenía Draguth, cosario famoso, para espanto y destruicion de los reinos de Sicilia, Nápoles y Cerdeña. En la cual guerra trabajó mucho en curar los enfermos y heridos, y en confesar los soldados, y en animar y esforzar á todos á pelear, y morir como cristianos por la honra de Dios y por el ensalzamiento de su santa fe. Y fué nuestro Sefor servido de darles victoria casi milagrosa, y que se ganase á los enemigos aquella tan fuerte plaza. A la cual yendo despues el padre Hierónimo Nadal, para hacer los oficios que habia hecho el padre maestro Lainez, y para animar con espíritu cristiano, y servir á los soldados que quedaban en guarnicion, escapó milagrosamente de un naufragio espantoso, en el cual pereció el hermano Isidro Esbrando, compañero de su navegacion, el año de mil y quinientos y cincuenta y uno. En Alemaña no crecia ménos la Compañía en este tiempo, porque el rey de romanos don Fernando, deseando reformar los estudios de la universidad de Viena, y reprimir el furor de los herejes, que iban cundiendo cada dia más, é inficionando sus estados, envió por el padre Claudio Yayo, y pidió á Ignacio otros teólogos de la Compañía, para que

(1) Seises, tiples y monaguillos.

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