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En la dirección Sur, y casi en el centro del mausoleo, apareció la sepultura ó fosa, de dos metros y cincuenta y cinco centímetros de largo por uno de ancho y noventa centímetros de profundidad. Esta sepultura, ó, mejor dicho, este sarcófago, tiene un poyete de cuarenta y cinco centímetros de ancho que lo rodea por igual, y sobre él debieron descansar las grandes piedras de la cubierta. En el fondo se encontraron algunos huesos que no habían sufrido la cremación. A pesar de las muchas investigaciones practicadas, sepulturas ordinarias y humildes fué todo cuanto se pudo hallar en los alrededores de este mausoleo.

En vista de lo que llevamos expuesto, se nos ocurre preguntar: ¿sería, tal vez, este campo, á imitación de lo acostumbrado en Roma, el destinado por el Municipio á enterramiento de los pobres, y el mausoleo reseñado algún monumento levantado por el pueblo carmonense en honor de determinado personaje, célebre por sus virtudes cívicas ó por los grandes servicios prestados á la República?

TUMBA DE LAS COLUMNAS.-Es notable por más de un concepto y fué descubierta á fines del invierno de 1883. Se penetró en ella por el pozo del centro, que, indudablemente, debió servir para dar luz al sepulcro cuando sobre éste se alzaba el inausoleo. Después de quitar la tierra que llenaba por completo el pozo central, apareció un corredor que conducía á una escalera de nueve peldaños, la que á su vez terminaba en la verdadera puerta de entrada. Escalera, vestíbulo y cámara funeraria, todo se halla tallado en la roca, estando garantida la seguridad de la cámara mediante cuatro columnas ó pilares situados en derredor del pozo central.

La cámara funeraria es casi cuadrada (dos metros y cincuenta y cinco centímetros por dos metros y cuarenta y ocho centímetros) y tiene la elevación suficiente para permitir el libre paso de un hombre de mediana estatura. Se ve también en ella el podio de costumbre, encima del cual están diez y siete nichos ú hornacinas, destinados á alojar las correspondientes urnas cinerarias. A la derecha del corredor de entrada ó vestíbulo hay un compartimiento aislado, de un metro y noventa centímetros de longitud, con podio igual al de la cámara y dos hornacinas, una á cada lado. Prescindiendo de otros detalles, y fijándonos sólo en la simetría con que están colocadas las hornacinas, resulta que en la construcción de todo este sepulcro presidió cierto gusto y conocimiento de la arquitectura romana. Prueba de lo que decimos es el lado del Norte, por ejemplo, que ostenta dos grandes huecos cuadrados, uno á cada lado, subdivididos en tres huecos más pequeños; y uno central, circular y dividido en dos. En la cámara funeraria las paredes y bóveda están alicatadas con cemento, en el cual se distinguen todavía restos y señales de pinturas. Las hornacinas, que son las que conservan mejor los vestigios del decorado, se ven rodea

das por una doble franja de verde y rojo. Reconocido minuciosamente el sepulcro y sus dependencias todas, se encontró por junto el vástago de una balanza de bronce, una moneda de Colonia Patricia y pequeños fragmentos de ladrillos, cristal, etc. Evidente y claro resulta, pues, que esta tumba debió ser profanada en tiempos más o menos re

motos.

TUMBA DE POSTUMIO.-Está en el campo de los Olivos y fué encontrada por Luis Reyes (a) Calabazo en 1883; pero prohibidas de allí á poco las excavaciones por el dueño del terreno, hubo necesidad de suspender los trabajos y rellenar otra vez de tierra la profunda cala que se había hecho en el costado Norte del patio. Reanudados en el otoño siguiente (1884), tiempo por el cual ya habían comprado el campo los Sres. D. Juan Fernández y López y Mr. George Edward Bónsor, continuaron sin interrupción durante tres meses, al cabo de los cuales quedó al descubierto y limpia la tumba, una de las mejores y más importantes de la necrópolis.

Como el de los otros monumentos funerarios, el hallazgo de éste fué debido á la casualidad. Luis Reyes, que trabajaba á la ventura, encontró de pronto un corte vertical en la roca, perfectamente aislado y definido. Seguido el corte, se observó que no sucedía lo de siempre, esto es, que no aparecían los otros tres cortes que limitan el espacio de forma rectangular llamado pozo de entrada, sino que, prolongándose en una extensión de seis metros, se quebraba de repente en ángulo recto. Perseguido en la nueva dirección, dió el mismo resultado, ó sea otro corte de seis metros de largo y otro ángulo recto al final. Ya no cabía duda: se trataba de un cuadrado de seis metros de lado. Para averiguar la profundidad, se practicó una cala en el costado del Este que dió una medida de siete metros. Era, pues, un cubo de treinta y seis metros cuadrados de superficie, conteniendo doscientos diez y seis metros cúbicos de tierra y piedras, que se hacía indispensable extraer.

Como la cala exploradora se había practicado en la parte media del muro del Este, decidieron los directores de las excavaciones abrir una segunda en el lado del Poniente, con objeto de buscar la puerta de la tumba. En un principio, tierra, piedras, grandes sillares, restos de vasijas, huesos calcinados y algunos trozos de cemento con pinturas rojas fué todo lo que salió; pero apenas se profundizó algo, apareció una escalera cortada á pico en la roca y cuyos peldaños medían un metro de anchura por veinticinco centímetros de alto. La escalera descendía, ocupando todo el lado del Poniente; y aunque á causa de la mucha tierra no se había podido ver su terminación, desde luego se supuso que ésta sería en el costado Norte, dado el número de peldaños, la profundidad de siete metros ya conocida, y sobre todo, un saliente de forma redondeada que presentaba la roca en el ángulo de

unión de los frentes Oeste y Norte. Este saliente se conoció más tarde que era debido no al encurvamiento de la escalera, sino á la tumba llamada de las Tres Puertas, una de cuyas paredes laterales formaba. Sacada toda la tierra que cubría los escalones, se comprobó que éstos no avanzaban mas allá del costado de Poniente, en cuya parte más inferior concluían mediante una pequeña meseta ó descanso. La escalera debió tener en tiempos un barandal ó pasamanos de piedra; y tanto éste como los escalones están muy deteriorados por la proyección sobre ellos de grandes sillares, arrojados desde lo alto cuando la destrucción de la tumba.

Encontrado el final de la escalera, y reconocido que se trataba de un patio por el estilo del de Prepusa, resolvieron D. Juan Fernández y López y Mr. George Edward Bónsor buscar la verdadera tumba; y para ello abrieron otra cala de ensayo en el medio del lado Sur, teniendo la fortuna de encontrar á poco la parte superior de la puerta de entrada. En efecto, se habría profundizado cuando más un par de metros, y hé aquí que de repente empezó á hundirse la tierra en sentido oblicuo, dejando al descubierto una pequeña abertura, que fué ensanchándose hasta alcanzar sesenta centímetros de longitud horizontal por treinta centímetros de altura. Con la ayuda de cerillas encendidas y colocadas en la punta de un palo pudo registrarse la tumba, llena de tierra casi toda. La bóveda estaba pintada al fresco, así como lo que podía verse de las paredes. Las guirnaldas y flores de estas últimas no se distinguían bien, tal vez á causa de estar destruidas en parte por el contacto de la tierra durante tantos siglos. Encima de la tierra que llenaba la tumba había algunos trozos de la pintura del techo, con la particularidad de no corresponder el sitio en que se encontraban con el que debieron ocupar en la bóveda antes de su caída. Pedazos de cemento con fajas ó bandas de color rojo, dibujo propio de los extremos, estaban en el medio del plano que formaba la tierra, mientras otros con las pinturas propias del centro se veían por los rincones. Por el momento, ni D. Juan Fernández y López ni Mr. George Edward Bónsor pudieron darse cuenta exacta de lo extraño del caso; pero más tarde se lo explicaron satisfactoriamente. Se trataba de una profanación cometida en tiempo de los godos, ya que no en la edad media. Dentro de la tumba, y mezclados con la tierra, se encontraron desparramados en todos sentidos huesos y cenizas: medio maxilar inferior estaba en un lado, en un rincón el otro medio, más arriba un cúbito y más abajo parte del frontal. También había tres grandes sillares que apenas cabían por la puerta de la tumba, los cuales fueron arrojados de cualquier manera sobre una fosa cavada en el suelo, fosa en la que debió descansar algún día el cadáver de un hombre. En la parte de la fosa correspondiente á los pies del cadáver se halló una vasija de barro, de muy elegante y

perfecta forma y llena de tierra é invertida. Ahora bien; no es posible admitir que fueran los romanos los que profanaron la tumba, pues de haber sido ellos, se habrían llevado los objetos de valor, pero no destrozaran el monumento, ni metieran en él los grandes sillares arrojados en la fosa, ni sembraran por entre los escombros deł patio parte de los huesos y cenizas. Tan bárbaro atentado sólo eran capaces de cometerlo hombres como los cristianos del cuarto y quinto siglos, que sentían hacia todo lo pagano odio feroz é inextinguible.

Desembarazada de tierra la escalera, se procedió á la limpieza del patio, operación en la cual se invirtieron dos meses. El suelo del patio está formado por la roca y presenta al pie de la pared del Norte tres excavaciones rectangulares, equidistantes las unas de las otras y de la capacidad suficiente para contener cada una la correspondiente urna cineraria. D. Juan Fernández y López cree que estas excavaciones debieron servir para guardar las cenizas de los libertos ó parientes que, por alguna razón, no merecían el honor de ocupar un lugar dentro de la tumba. A lo largo de la roca que forma la pared del Este se descubrió una zanja de cincuenta centímetros de profundidad y otros tantos de anchura, en uno de cuyos extremos, ó sea al pie del ángulo de unión de los costados Este y Sur, encontró Calabazo los objetos siguientes: un cántaro de barro ordinario y de perfecta forma, dos ungüentarios comunes, otro afectando la figura de una bola en su parte inferior, otro de trazado y proporciones elegantísimas, una vasija aplastada con dos asas, un precioso lacrimatorio ó ungüentario en forma de pera, y una pátera, á la que falta un pedacito, arrancado por el azadón de Víctor el trabajador. Todos estos objetos eran de cristal. La zanja se registró toda con el afán y el cuidado que son de suponer, esperando descubrir alguna que otra cosa, pero no había más. La zanja en cuestión debió estar destinada para recoger las aguas pluviales y evitar el que la tumba se inundase, ó bien, y es lo más probable, para recibir las cenizas del ustrinum que se halló también en medio del patio. De cualquier manera que sea, la presencia en ella de tantos y tan buenos objetos sólo se explica, admitiendo que, cuando la profanación del sepulcro, alguno de los ladrones vió difícil y expuesto el transportar á la ciudad el fruto de su crimen y lo enterró allí provisionalmente, de donde ya no pudo sacarlo por algún impedimento ó peligro con que no contó.

En el costado del Sur, entre la escalera y la puerta de la tumba y aislado de la roca, apareció un ara ó altar exactamente igual al de la tumba de Prepusa. Junto al altar, y tirada en el suelo, había una lápida de mármol blanco con la siguiente inscripción:

Q. POSTUMIUS
HYGINUS ET
POSTUMIA CYPARE

UXOR.

Los caracteres de la inscripción son correctos y redondeados, casi perfectos, y pertenecen al tiempo de Trajano. Sobre la parte superior de la puerta de la tumba, y á distancia de cincuenta centímetros del dintel, se ve todavía un sillarete cuadrado que sobresale un poco más que los otros, en el cual debió estar colocada la lápida de que nos hemos ocupado.

La tumba propiamente dicha, á la que se entra por una puerta de un metro de alto y ochenta y cinco centímetros de ancho, ofrece en su interior la forma cuadrada, presentando siete nichos ú hornacinas, dos en cada una de las paredes laterales y tres en la del centro. En el fondo, ocupando la cuarta parte del suelo, hay una fosa rectangular, de las dimensiones de un cuerpo humano (un metro y ochenta centimetros de longitud, sesenta centímetros de ancho y cincuenta centímetros de altura) y de la cual ya nos hemos ocupado antes.

Las pinturas de la bóveda son dignas de estudio, y bien merecen el que nos detengamos en ellas. Representan un círculo central, rojo, cubierto por un cuadrado blanco que divide al primero en cuatro arcos iguales, cuyas cuerdas son los lados del cuadrado. Cuatro pájaros, llevando en sus picos y patas tenues ramillas que van á terminar en la boca de cuatro delfines, ocupan el campo de un segundo cuadrado, mucho mayor que el primero. En los ángulos de este gran cuadrado se ven cuatro cuadrantes, y en la parte media de cada uno de sus lados un triángulo equilátero. Sobre el círculo central debió haber un quinto pájaro, del que apenas se distingue algo de la cola por estar allí el cemento roto y desprendido. En los arranques de la bóveda hay una media caña de cuatro á cinco pulgadas de anchura.... Bien quisiéramos continuar; pero en la imposibilidad de hacer una descripción del dibujo cual éste se merece, dejaremos la palabra á D. Juan Fernández y López, quien lo describe magistralmente en su libro diario de excavaciones.

Dice así: «Toda la bóveda de la tumba de Postumio está limitada por un gran cuadrado rojo, en el que se notan las particularidades siguientes: En cada uno de los ángulos hay un cuarto de círculo ó medida del ángulo, formado por tres líneas curvas, de las cuales la de enmedio, de color azul, es más ancha. En rigor de verdad, pudiera decirse que estas tres curvas son tres cuadrantes concéntricos en uno ó un cuadrante de tres círculos concéntricos. Cada uno de ellos lleva en el centro una flor rosácea de cuatro pétalos. En la parte media de cada uno de los lados del cuadrado hay un triángulo equilátero, cuya

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