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til nos parece decir que comprobadas como están la falsedad y exageración de las crónicas de Viterbo y Ocampo, poco ó ningún crédito merecen los trabajos basados en ellas.

Descartados por demasiado pueriles y pretenciosos los anteriores abolengos, quédanos sólo la versión fenicia, única que, á nuestro juicio, reune en su favor argumentos de verdadera importancia. Entre los más notables partidarios de esta opinión figura el Sr. Delgado, que dice en su defensa lo siguiente: «Nos parece que debe datar la fundación de esta ciudad de una época remotisima, porque su nombre, ya se considere de origen ibérico, ó más probablemente de estructura fenicia, debió habérsele impuesto al mismo tiempo que estos orientales se extendieron por la mayor parte de la Bética, difundiendo su civilización y comercio; porque estudiadas sus radicales así lo demuestran. Carmo puede provenir de , Carmu, fundus nobilis et cultus: vinea, olivetum (Leopold., dic., cap. 178); circunstancia que viene bien al terreno elevado en que está situada la ciudad, el cual, cuando sobre él fundaron, pudo llevar aquellos plantíos al frente de la vega, entonces como ahora muy á propósito para criarlos; ó también traer su origen de la palabra Careume, que significa urbs altitudines, ó sea in alto sita. (Gessenius, 421). Pero si la primera radical proviene de Kheth ó Cheth, podemos aceptar la etimología de Conde (Xerif al Edris, p. 176), que dice proviene de 1108, Charmom, sitio cortado, separado, septum, y que así se llamaban las fortalezas y puntos defendidos por naturaleza y arte. Baal Charmom en Siria: lo mismo un pago en el Antilibano (Leopold., cap. 128); promines montis vertix. De todas maneras, nos parece casi seguro que el nombre de este pueblo es de origen fenicio; sin que por ello creamos destituída de todo fundamento la opinión del Vascófilo Humboldt, que supone proviene esta palabra, Carmo, de dos monosilábicas, Car, partícula inicial frecuente, significando altura, y men, maen y mon, fuerza y elevación, y ambas reunidas colina fuerte. Tanto las etimologías semiticas, como la ibérica ó eúscara, vienen á coincidir en un mismo pensamiento y demuestran la remota antigüedad de la fundación de Carmo» (1).

Después de analizar las diferentes versiones que se han dado sobre el origen del nombre Carmona, hé aquí cómo se expresa otro escritor moderno: «Pero ateniéndonos al uso frecuente que estilaban fenicios y cartagineses al denominar sus ciudades por haberlas puesto bajo la tutela de algunos de sus dioses, creeria más acertada la opinión del docto P. Fita, que estima proviene el nombre de Carmo de p (Car-Hammom) ciudad de Hammon ó Baal Hammon, el

(1) Delgado, nuevo método de clasificación de las medallas autónomas de España.

dios solar, que principalmente se veneraba en Cartago. Así, la célebre Kaikemich, llave de la Mesopotamia, era la fortaleza del dios Kamos; Karalis, en Cerdeña, fundada por los cartagineses, la ciudad de Alá, y lo mismo en otras» (1).

Si á los estudios lingüísticos, que, como se ve, arrojan bastante luz, se agrega otro género de investigaciones, seguros estamos de que el enigma quedará resuelto de una manera satisfactoria. Esto es indudable; pero también lo es que los nuevos datos hay que irlos á buscar entre las monedas, monumento en el que todos los pueblos dejaron siempre retratada su personalidad política, civil y religiosa. Vengamos, pues, al examen de las medallas batidas en la antigua Carmo y probemos con su auxilio á romper las sombras que envuelven el origen de la ciudad. Tomando por tipo la deidad representada, las monedas de Carmo pueden dividirse en tres grupos principales: las de Palas ó Minerva, por otro nombre la Tanaith púnica, y las de Mercurio y Hércules, divinidades fenicias también, especialmente el último, que pasaba á los ojos de los orientales como el fundador de la ciudad de Tiro. Entre las monedas del primer grupo, las señaladas con los números 1, 2, 3, 4, 5, 26 y 27, por lo bárbaro de su fabrica prueban ser las más antiguas de todas (2). (En nuestra opinión, debieron emitirse durante la segunda guerra púnica, esto es, en el período de tiempo comprendido desde los 219 á 211 años antes de Cristo.) Ahora bien; ¿qué divinidad conmemoran? Según la creencia general, á Palas ó Minerva. Pero entonces, ¿cómo se explica la carencia de cimera y de cabellos por debajo del casco, adornos que nunca faltan en la cabeza de Palas, y que dieron origen á la costumbre de jurar por la cabellera de la diosa? (Tibulus 1, eleg. 4-22.) Ó mucho nos engañamos, ó en las dichas monedas se quiso representar á la deidad fenicia Tanaith ó Astarté, la misma que con los nombres de Athenais y de Ceres fué adorada más tarde en Grecia y España. Respecto á las monedas de los grupos 2.0 y 3.o, poco ó nada habremos de decir. Llevan en el anverso los bustos de Mercurio y de Hércules, y esto basta para proque, á pesar de la honda transformación que los greco-romanos hicieron sufrir à la teogonia púnica, ésta nunca se perdió del todo en Carmona, á lo menos en sus rasgos más salientes. y caracte

bar

rísticos.

No se vaya á creer que nosotros reconocemos á los Hércules y Mercurios de Carmo la misma antigüedad que tienen, por ejemplo, los acuñados en Abdera, Carteya y otras poblaciones. Lo que hemos querido significar es que las medallas de Carmo, aunque emitidas bajo la dominación romana, dejan descubrir reminiscencias de otros dioses

(1) La Ruda y Delgado, necrópolis de Carmona.

(2) Véase el apéndice inserto al final.

y otro culto muy anteriores á los del pueblo-rey. Á nuestro entender, y dada la conformidad en que resultan los estudios numismáticos y etimológicos, se nos figura que toda disputa debe acabar; pero si así no fuese, y la duda pudiera caber todavía en algunos espiritus, ahí está para desvanecerla el ídolo encontrado hace trece años en el Aventurado, el cual inclina por completo la balanza á favor de la versión fenicia. Ante este nuevo dato la controversia se hace imposible; que ciego fuera menester estar para no rendirse á tantas y tan elocuentes piezas de convicción.

D. José Pérez y Cassíni, perito agrónomo, y aficionado al estudio de las antigüedades, es el que nos ha suministrado la noticia de este hallazgo. Según dicho señor, el ídolo fué encontrado por unos jornaleros que el año 1873 trabajaban en el Aventurado, predio distante de Carmona poco más de media legua. D. José Pérez y Cassini acertó á pasar por allí en el momento preciso en que el ídolo era examinado por los campesinos, que llenos de alegre curiosidad hacían sobre él los comentarios más originales. Nuestro amigo quiso comprarlo desde luego; pero el capataz ó jefe de la cuadrilla hubo de contestarle que antes de venderlo deseaba que lo viese el dueño de la finca. Llevado á Carmona, fué presentado al amo de las tierras, el que no mostró interés en adquirirlo. Ofrecido más tarde al Sr. Conde de Cantillana, éste se apresuró á comprarlo y lo regaló á su hermano político el Duque de Gor. Hasta aquí lo que sabe del ídolo D. José Pérez y Cassíni. En cuanto á su descripción, mal pudiera hacerla; porque á más de estar cubierto de tierra y óxido cuando se lo enseñaron, apenas si logró tenerlo en sus manos breves instantes, tan grandes eran el miedo y la desconfianza que aquellas gentes sentian de que el ídolo se perdiese. Sin embargo, recuerda bien que era de plata y de cuatro pulgadas de altura próximamente, que tenía cubierta la cabeza con una especie de casco, en la mano un tridente ó lanza, y sobre el pedestal una leyenda, escrita en caractéres fenicios ó púnicos.

Aceptado el origen fenicio, el tiempo probable de la fundación es de fácil cálculo; de seguro no va más allá del décimo siglo antes de Jesucristo. Es verdad que con anterioridad á esta fecha los descendientes de Canaám, arrojados de sus hogares por el pueblo hebreo, desembarcaron en el Sur de España, donde bien recibidos por los aborígenes, no sólo establecieron factorías en la costa, sino que, remontando tierra adentro, extendieron su comercio y civilización al centro de la Península; pero no menos cierto es que sus primeras instalaciones fueron á las orillas del mar (Cádiz, Carteya) y en las riberas de los rios (Córdoba, Martos), no fijándose en el interior hasta que estuvieron seguros del afecto de los naturales, empresa en la que necesitaron gastar años y años, quizá siglos, por más que desde luego vi

nieran en són de paz y amistad (1). Situada Carmona algo lejos del Betis, principal via de comunicación que siguieron aquellos inmigrantes, debió ser fundada en la segunda época, esto es, cuando ya fenicios y turdetanos vivían en trato íntimo y frecuente. ¿Y qué menos que doscientos años para que los dos pueblos llegaran á esta perfecta armonía?

II

Bajo el punto de vista militar, Carmona gozó siempre de envidiable fama. Hircio y Appiano la pintan en sus escritos como una buena plaza de guerra, y César mismo emplea en su alabanza las palabras siguientes: «Carmonenses quæ est longe fortissima totius provinciæ civitas» (2). Tal vez haya quien diga que habiendo seguido la ciudad el partido de César, muy bien cabe la exageración en los elogios que éste la tributa; que achaque común es en los hombres, achaque á que no escapan por cierto los grandes capitanes, ensalzar al amigo y deprimir al adversario; pero nó, que en esta ocasión el vencedor de Munda contó la verdad.

Cuantos requisitos son de rigor en una fortaleza de primer orden, todos los tiene Carmona. Situada como está en lo alto de una roca de grande elevación, término natural de la especie de cordillera que nace en Alcalá de Guadaira, dominaba por completo el extenso llano que dejan entre sí los montes Marianos y la sierra de Ronda (3). Ocupaba, pues, el centro de una vasta circunferencia, al extremo de cuyos radios se hallaban las ciudades de Hienipa, Hispalis, Yrippo, Orippo, Callet, Unicula, Searo, Arunci, Cilpe ó colonia Marcia, Urso, Obulcula, Axati, Oducia, Arva, Canama, Ilipa y Munigua, á todas las cuales daba guarda y centinela. La roca que servía y sirve de asiento á Carmona está cortada en todas direcciones, y por cualquier lado que se la mire ofrece un acantilado de imposible acceso. Una gruesa muralla de sillares, reforzada de trecho en trecho con torres y castillos, coronaba los bordes de este acantilado, y para defensa de las principales puertas ó

(1) Que á consecuencia de la entrada del pueblo de Abrahám en la tierra de promisión emigraron los desposeídos á España y Africa, pruébalo bastante bien la inscripción fenicia encontrada en Tánger por Plutarco. Decía así: «Hasta aquí llegamos nosotros huyendo del ladrón Josué, hijo de Nave.» Plutarco, libro II, capítulo X.

(2) César, de Bello civile, libro II, capítulo VI.

(3) El monte que forma las sierras de Ronda es el mismo que Tholomeo llama Ilípula y Estrabón Orospeda.

entradas había tres ciudadelas ó alcázares (1). Dentro de la ciudad los pozos y cisternas y los almacenes de víveres eran muchos y abundantes, y la guarnición siempre numerosa y aguerrida. Para que nada le faltase, la naturaleza colocó á sus espaldas el Betis, río profundo y de pocos vados, y barrera formidable que en determinado momento podía convertirse en grave peligro para el ejército que intentara atacarla (2).

Si como fortaleza militar Carmona descolló sobre las demás de la Bética, como población agrícola debió disfrutar de igual privilegio. Su rico aljarafe producía aceite de tan buena ó mejor calidad que el de Italia y Sicilia; grandes rebaños de ganados, ovejas especialmente, apacentaban de continuo en sus dehesas y montes, y su hermosa vega, la más feraz del mundo, daba todos los años cantidades fabulosas de trigo (3).

(1) La fábrica romana se ve perfectamente en los trozos de muralla que aún permanecen en pie. La labor de sillares mide unos tres metros cincuenta centimetros de altura próximamente, y sobre ella edificaron los árabes la tapia de hormigón que constituye el resto. Es notable, sobre todo, el almohadillado de la puerta de Sevilla, monumento romano de los mejores, si no el mejor, que en Andalucía se

conserva.

(2) Sobre el origen de la palabra Betis hay disparidad de opiniones. Samuel Bochart, en el libro 1. capítulo XXIV de su Chanaám, dice que el nombre Betis significa rio lleno de lagos ó estanques y que proviene de la palabra fenicia Bitsi, que significa esto mismo. El P. Juan de Mariana, en el libro 1, capítulo VII de su Historia de España, se inclina á creer que el Betis tiene origen en la palabra hebrea Beth, que significa casa, por los muchos caserios, vilias y lugares que à uno y otro lado tiene este río, á causa de la bondad de los campos porque atraviesa. Por último, San Isidoro, en el libro XIII de las Etimologias, da al Betis origen griego, y afirma que es llamado así por correr siempre muy profundo. «Bætis autem dictus, eo quod humili solo decurrat.» De cualquier manera que sea, la verdad es que el Betis dió nombre á toda la región que baña; así lo asegura Estrabón en el siguiente pasaje: «Regionem à fluvio Bæticam nominant.» Andando el tiempo, los árabes le llamaron Guadalquivir, que quiere decir río grande, nombre que conserva en la actualidad. (Para más detalles, véase el Franco ilustrado de López de Cárdenas.)

(3) A los olivares que existían en el campo de Carmona y en el de otras ciuda des ribereñas del Guadalquivir se refiere, sin duda, el poeta latino en los siguientes

versos:

Baetis olivifera crinem redimite corona
Aurea qui nitidis vellera tingis aquis.
Marcial, libro XII, epig 100.

Respecto á la importancia de Carmona como centro agrícola y productor, poco habremos de decir; consignaremos sólo que si grande fué en la antigüedad, no enor es en nuestros días. Hoy por hoy tiene cincuenta y nueve mil aranzadas de olivar, con doscientos veintisiete caseríos de cal y canto, y en ellos ochenta y cinco molinos, entre vigas y prensas. Dentro de la ciudad hay también cincuenta y un molinos de aceite, con diez y seis prensas y treinta y siete vigas. La tierra de pan sembrar arroja la respetable cifra de ochenta y seis mil fanegas, distribuidas en noventa y un cortijos y sesenta y cuatro ranchos. Cuenta, además, siete mil fanegas de monte bajo, nueve mil de palmas, doscientas de pinar, treinta y seis de viña, con seiscientas mil cepas, ciento treinta huertas de regadío y siete molinos harineros de motor hidráulico. Produce granos y semillas de todas clases, extraordinario número de arrobas de aceite, frutas, legumbres y hortalizas. Sus ganados son muy estimados en Andalucía entera, las ovejas sobre todo, cuya lana se vende siempre á más alto precio que la del resto del país.

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