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adonde ya habían acudido de su orden la legión veintiuna, cuatro cohortes de la quinta y toda la caballería (1).

Entre tanto la legión de los provinciales ó vernácula se declaraba en abierta rebelión, y juntándose con la segunda, sublevada también, fueron sobre Obulcula é hicieron prisioneras á cuatro cohortes. Ante la gravedad de los sucesos, Casio despachó á Marcelo para Córdoba, con objeto de impedir el que la población cayera en poder de los contrarios, y él permaneció en Carinona organizando las otras cosas de la guerra. Pero la fortuna se había cansado de protegerle, y el lugarteniente Marcelo se pasó al enemigo con dos cohortes de la legión quinta tan luego como pisó las calles de la ciudad. El terreno se hundia bajo los pies del pretor, le engañaban los caudillos de su mayor confianza y en balde hacía cálculos y combinaciones, pues todos le salían fallidos. Otro cualquiera de seguro se acobarda y no sabe qué determinación tomar, que no hay como una conciencia culpable para acabar los bríos y la resolución. Sin embargo, ni se amilanó, ni por un sólo momento perdió la serenidad que tan precisa le era; antes bien, celebrado consejo y convenido el plan de campaña, dejó en Carmona el presidio necesario, púsose á la cabeza de las legiones y con ánimo fiero marchó al encuentro del peligro. No entra en nuestro propósito el hacer una descripción minuciosa de las vicisitudes y alternativas porque pasaron los combatientes de uno y otro bando mientras los ejércitos anduvieron en operaciones: Aulo Hircio, en su libro titulado «De Bello Alejandrino,» las describe extensamente y á él remitimos al lector. Sólo apuntaremos por nuestra parte que después de varios encuentros, en que murieron muchos soldados, Casio Longino tuvo necesidad de atrincherarse en Montemayor, de donde no hubiera logrado escapar si el procónsul de la Citerior no baja en su socorro. Merced á los buenos oficios de M. Lépido se ajustó una tregua entre Marcelo y Casio, en virtud de la cual el primero marchó con sus gentes á Córdoba y el segundo con las suyas á Carmona. En esta ciudad permaneció el antiguo tribuno de la plebe durante algunos meses del invierno; pero enterado de que había llegado á España Trebonio, su sucesor en el mando, repartió las legiones y él escapó á Má

(1) Según Cincius Alimentus, cada legión constaba de diez cohortes y cada cohorte de sesenta triarii, ciento veinte príncipes, ciento veinte hastati y cien velites; total, cuatrocientos hombres, que multiplicidos por diez dan cuatro mil, que era la legión. Por confesión del mismo Cincius Alimentus y de Cicerón se sabe que la cohorte no tuvo siempre el mismo número de plazas. Este varió con frecuencia entre los límites de trescientos y seiscientos, si bien esta última cifra comprende el máximum de hombres que podía tener. En tiempo de Julio César las cohortes estuvieron más nutridas de soldados que nunca: cada una constaba de cuatrocientos ochenta hombres, á excepción de la primera que sumaba novecientos sesenta. Resulta, pues, que componiéndose cada legión de las de Quinto Casio Longino de cinco mil doscientos ochenta soldados, las tropas reunidas en Carmona sumaban catorce mil ochocientos ochenta hombres de infantería, más tres mil caballos.

laga cargado de riquezas, con las que se ahogó más tarde en la embocadura del Ebro.

Ahora bien: ¿por qué después de lo de Montemayor, Casio escogió á Carmona para guarecerse, con preferencia á las demás ciudades de la Bética? ¿Por qué no se vino á Sevilla, residencia ordinaria de los pretores? No lo sabemos; las historias no lo dicen. No obstante, nuestra opinión es que Casio se amparó de Carmona por tres razones á cual más atendibles: primera, porque dueño de grandes tesoros, sólo buscaba ya lugar seguro donde custodiarlos; segunda, porque desconfiando de Lépido y de Marcelo, y sabedor de que el país lo aborrecía de muerte, veía conspiraciones y enemigos por todas partes y necesitaba un asilo que le ofreciese la garantía de estar á cubierto de todo peligro; tercera, porque sobre ser Carmona la mejor y más fuerte plaza de guerra de la Bética, le constaba que jamás ni nunca habría de abandonarle, no por él, sino por César mismo, de quien la ciudad era devota hasta la exageración. Tenemos, pues, que Carmona, la ciudad romana por excelencia, contribuyó una vez más á salvar á un pretor inícuo, que debía haber sido ahorcado para escarmiento y enseñanza de asesinos y ladrones.

XIII

Tres años escasos eran transcurridos desde los sucesos que acabamos de narrar, cuando los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto, entraron en España con muchos de sus parciales y encendieron de nuevo la guerra civil. César, que se encontraba en Roma descansando de sus expediciones contra Farnaces y Juba, apenas tuvo noticia de lo que ocurría desnudó la espada por centésima vez, y sin darse punto de reposo corrió á España, antes que el fuego tomase en ella mayores proporciones. Los detalles de esta última venida de César conocidos son de todos, como sabido es también el desenlace de la célebre batalla de Munda, en que acabaron para siempre las esperanzas del bando aristocrático. Durante esta campaña, la más seria y peligrosa de cuantas llevó a cabo el dictador, y en la que estuvo á punto de hundirse en el abismo la obra levantada á costa de tantos trabajos, las historias no dicen si Carmona abrazó el partido de los hijos de Pompeyo ó si se mantuvo fiel á la causa de César. Y en verdad que no nos explicamos tan extraño silencio, tratándose de una ciudad de la significación y valer de Carmona, situada casi á las puertas del teatro de la lucha y que jamás dejó de intervenir en cuantas guerras sostu

vieron en la Bética las armas romanas. Para nosotros es indudable que en el drama de Munda, Carmona debió desempeñar un papel, si no de primer orden, porque la cuestión se ventilaba lejos de sus muros, de la importancia bastante para que su acción no pasara desapercibida. ¿Olvidó sus juramentos y siguió las banderas de los pompeyanos? No lo creemos; porque, de haber sido así, no se comprende que sin lucha ni resistencia se entregara á los enemigos, máxime cuando ciudades de mucho menor poderio que ella, Munda, Osuna y Sevilla, por ejemplo, pelearon y cumplieron como buenas antes de rendirse. ¿Permaneció leal á la causa de César? Tal parece lo más probable, sobre todo si se tiene en cuenta que ni por un solo día dejó de merecer el aprecio del vencedor.

APÉNDICE

MONEDAS DE CARMONA PUBLICADAS EN LA OBRA

DEL

SR. D. ANTONIO DELGADO (1)

Número 1.

Cabeza á la derecha cubierta con casco, de cuyo vértice sale una garzota rameada, todo dentro de una corona de hojas, en lugar de grenitis.

R.-CARMO, entre dos líneas: encima y debajo dos espigas de trigo, con dos órdenes de cinco granos cada uno: dentro de grenitis ó gráfila de puntos.

Mód. 36 milíms.

Núm. 2.

Varios.

Otra variante en la forma del casco y en la fábrica.

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(1) Nuevo método de clasificación de las medallas autónomas de España.

Núm. 6.

Cabeza de Palas mirando à la derecha con el casco de forma exótica, al parecer por causa de haber huido el cuño.

R.-Como el anterior.

Mód. 34 milims.

Núm.o 7.

C. I.

Cabeza de Palas à la derecha con el casco cristato, y cuya cimera está vuelta ó replegada hacia adelante, todo dentro de corona de hojas como las demás.

R. Como el de las anteriores.

Mód. 24 milims.

Núm. 8.

C. I. G.

Cabeza de Mercurio cubierta con el petaso alado, mirando á la derecha, delante caduceo, dentro también de corona de hojas.

recha.

R.

Como el de las anteriores.
Mód. 34 milims.

Núm.o 9.

C. I. G.

Cabeza de Palas con el casco cristato y alado, mirando á la de

R. Como las anteriores.

Mód. 33 milims.

Núm. 10.

C. I.

Busto de Hércules mirando á la izquierda; el hombro izquierdo parece lo lleva en parte cubierto con la piel de león, y sobre ella una clava: por gráfila parece lleva también corona de hojas.

R.

Como las anteriores.

Mód. 28 milims.

Núm. 11.

C. I.

Cabeza de Hércules cubierta con la piel de león, mirando á la derecha.

R.-Dos espigas tendidas de derecha á izquierda, entre ellas CARMO.

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Cabeza de Hércules como en la anterior.

R.-Dos espigas tendidas de derecha á izquierda: en el centro CARMO, en dirección inversa.

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