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V

A primera vista parece raro y anómalo que Muza encargara la custodia de Carmona á una guarnición de judíos; y sin embargo, nada más cierto ni más acertado. Los judíos eran enemigos irreconciliables de los godos, sentían hacia ellos odio profundo é inextinguible, y cualquier forzaleza estaba mejor guardada en sus manos que en las de los inismos árabes.

Las causas del aborrecimiento á muerte que los israelitas profesaban á los godos son bien conocidas, están en las horribles y continuadas persecuciones de que fueron víctimas durante los siglos VI y VII. En la imposibilidad de reseñar una por una las crueles vejaciones porque pasó este pueblo desgraciado y miserable, apuntaremos algunas de las más señaladas y de las que las crónicas y concilios deaquellos tiempos nos han dejado indicación precisa. El rey Sisebuto, llevado de un espíritu de intolerancia altamente impolítica y reprensible, expidió el año 616 un edicto contra los pobres descendientes de Judá, por el cual ordenaba que todos los que no abjurasen de su religión y se bautizaran serían decalvados, azotados, expulsados del reino y confiscados sus bienes. Por virtud de esta medida, más de cien mil salieron de España y otros tantos abrazaron el cristianismo. ¡Pero figúrese el lector el rencor y la saña que este crimen amontonaria en el corazón de los convertidos por fuerza! Hé aquí la ordenanza de Sisebuto: «Onde todo judío que fuere de los que s' non babtizaron, ó de los que s' non quieren bablizar, é non enviaren sus fijos é sus siervos á los sacerdotes que los babticen, é los padres ó los fijos non quisieren el babtismo, é pasare un anno complido después que nos esta ley pusiemos, é fuere fallado fuera desta condición é deste pacto estable, reciba C azotes, é esquílenle la cabeza é échenlo de la tierra por siempre, é sea su buena en poder del rey. E si este judío é echado en este comedio non ficiere penitencia, el rey dé toda su buena á quien quisiere» (1). Con el tiempo lo dispuesto por el sucesor de Gundemaro ó cayó en desuso ó se observó con cierta relativa lenidad; pero el sexto concilio de Toledo, celebrado el año 638, extremó de nuevo los rigores, mandando que no se permitiese vivir libremente en España á ninguno que fuese judío. Esta proscripción hizo emigrar á muchos y violentó la conciencia de no pocos. Por último, el concilio XVII de Toledo, año 694, llevó la perse

(1) Fuero-juzgo, libro XII, título III.

cución hasta un punto inconcebible, disponiendo que todos los israelitas fuesen declarados esclavos, sin que los padres pudieran retener junto á sí á sus hijos de uno y otro sexo, ni haber con ellos trato ó comunicación de ninguna clase, antes bien se les imponía la obligación de entregarlos á los católicos para ser educados en la religión cristiana. ¿Es posible que los judíos perdonaran nunca á los godos las violencias de que habían sido objeto? Muy al contrario; los de fuera y dentro de España soñaban dia y noche con la hora de la venganza y á todo estaban dispuestos con tal de darse el placer de ver exterminados á sus verdugos. Que entre godos y judíos existía este abismo de odio y de sangre lo sabía Muza; ¿dónde encontrar, por tanto, mejores hombres para la guarda de una fortaleza que los primeros acababan de perder?

Durante los quinientos treinta y cinco años que los árabes imperaron en Carmona, los judíos gozaron una vida, si no patriarcal y feliz, porque el destino de esta raza es el sufrimiento, lo menos accidentada y fatigosa posible. La reconquista de la ciudad por las armas cristianas trajo de nuevo sobre el pueblo maldito los trabajos y las penalidades. El mismo Fernando III en su carta puebla de 8 de Mayo de 1252 ordenó en contra de ellos lo siguiente: «XIV.-De los pleitos é de los mandamientos de los sanctos Padres.-Otrosí, porque los mandamientos de los sanctos Padres sean complidos, á los que debemos obedecer é queremos, mando que ningún judío.............

¿edifique?. ¿en Carmona? ni en su término, si non fuere almojarife del Sennor de Carmona. ¿Quién no conoce las vejaciones y atropellos de que los judíos españoles fueron víctimas desde Alfonso X hasta Isabel la Católica? Por cualquier página que se abra la historia de aquellas edades, siempre aparecen los hijos de Israel arrastrando una existencia de miseria y vilipendio. Sólo hay una época en tan largo período, el reinado de Pedro I de Castilla, durante el cual disfrutaron de sosiego y bienestar relativos, debidos, sin duda, á la influencia que el tesorero Samuel Leví ejercía en la corte. Dicen algunos que por este tiempo había en Carmona muchos judíos ricos y la correspondiente sinagoga. ¿Es esto verdad? Creemos que sí; porque aunque la sinagoga falte, ó al menos no se tenga noticia exacta de dónde estuviera, el barrio de la judería no se ha perdido. (Aún existe la calle del mismo nombre, en la cual está la puerta que la aislaba del resto de la población. Sobre la calle Juan de Lugo había otro arco de incomunicación que se demolió hace pocos años) (1). Respecto á si los israelitas de Carmona eran ó no ricos, sólo diremos que las fin

(1) En el índice de los fueros y privilegios de la Universidad! de beneficiados se lee un título que dice: «Confirmación del rey D. Pedro, hijo del rey D. Alonso, de la merced y confirmación que su pudre hizo á los clérigos parroquiales de Carmona y á sus apaniaguados. Fecha de la confirmación era 1389, ó sea el año de 1351. En

cas de abolengo judaico que conocemos todas revelan la desahogada posición de sus antiguos propietarios; por ejemplo, el cortijo llamado del Judío, la hacienda de Doña Ester y otras muchas que podríamos citar.

¿Hasta cuándo permanecieron los judíos en Carmona? No lo sabemos: los libros del archivo municipal nada dicen. Sin embargo, todos los indicios autorizan á creer debió ser hasta los fines del siglo XIV, tiempo á que corresponde la persecución provocada por las célebres predicaciones del arcediano de Écija.

No terminaremos sin transcribir algo de lo que D. Cándido María Trigueros consigna en el tomo I de las Memorias literarias de Sevilla, con motivo de una inscripción hebrea que está en la puerta de las Campanillas de la Santa y Patriarcal Iglesia. Dice así el diligente anticuario: «En Carmona, entre muchas piedras muy útiles que la desidia del país ha dejado perder ó empleado en obras, hubo una hebrea de la cual sólo tengo copia del fragmento que pongo.

נקבוומשהבןאברהםכוצו של

בכרוך תהינפשובגנצרנ בשנתחמש אלפיםומאה ושתעיםליעירה

La cual en castellano quiere decir: «Fué enterrado R. Moysés, hijo de R. Abrahém, hijo de R. Zarshal, hijo de Baruk. Esté su alma. en el Huerto Edén (en el Paraiso), en el año 5193 de la creación del hombre.»

El R. Moysés, de quien esta lápida habla, fué médico del rey Enrique III y tuvo por padre á R. Abrahém Aben Zarshal, también médico y astrólogo distinguido, del cual refiere lo siguiente el despensero de la reina D. Leonor en su catálogo de los reyes de España: «E dos meses antes que este rey D. Pedro fuese en Montiel donde él morió, acaesció que estando en Sevilla, que fizo llamar á un Phísico, que era grande estrólogo, que decían D. Abrahém Aben Zarshal, é dixo el Rey, estando apartado con él: D. Abrahé:n, bien sabedes que Vos é todos los otros estrólogos del mi Reyno me dixisteis siempre que fallábades todos por vuestra estrologia que mi nacimiento fué en tal costelación, que yo había de ser el mayor Rey que nunca ovo en Castiella de mi linaje, é que havía de conquerir los moros fasta ganar la Casa Santa de Hierusalém, é otras cosas muchas de vitorias que yo havie de haver. E agora parésceme que todo es al contrario, porque cada día veo que todos mis fechos van en declinación de mal en peor

tre otras cosas manda D. Pedro que los judíos diezmen á los clérigos de Carmona por la cera de los aniversarios y que no les echen posadores.»

pue

sin ninguna enmienda; por lo cual digo, que vosotros los estrólogos que esto me dixisteis, ó me lo dixisteis por me lisonjear, sabiendo que era al contrario de lo que me dixisteis, ó non sopisteis lo que me dixisteis. Entonces el D. Abrahém díxole: Señor, esto nasció é nasce porque Dios quiere, é á lo de Dios é á sus juicios no hay quien lo da estorcer, salvo lo que es la su merced. E dixo el Rey entonces: En toda guisa yo vos mando que sin ninguna dubda é sin ningun recelo me digades la verdad de esto que vos pescudo. El D. Abrahém, después de ser muy afincado del Rey sobre ello, díxole: Señor, la vuestra merced, si yo vos dixere la verdad de esto que me preguntades, ¿seré seguro que non reciba mal por ello? El Rey le dixo que fuese seguro sin ninguna dubda. E entonces le dixo el D. Abrahém: ¿si acaesce que un dia que faga muy grant frio, sobeso además, un ome entrare en un baño muy caliente sudará? El Rey dixole: Si por cierto, ca por grande frio que faga, si yo entro en un baño que estoviese muy caliente, como vos decides, sudaría. E entonces le dixo el D. Abrahém: Señor, aquel sudar contra la costelación del tiempo es, ca el tiempo non adubda sudar, salvo haver frio. Es, señor, tal costelación á vos, que por pecados vuestros é de los vuestros reinos las vuestras obras fueron tales, ca deudaron forzar la costelación del planeta del vuestro nacimiento, ansí como fuerza la calentura del baño al grande frio del tiempo. E acabado el D. Abrahém de le decir estas palabras, abajó el Rey la su cabeza é fuese sin le decir alguna cosa, mostrando el gesto que otorgaba en lo que decía. E este D. Abrahém Aben Zarshal que le dixo esto, fué padre de D. Mosén Aben Zarshal, phísico que es agora de nuestro Rey D. Enrique>.

Este R. Moysés, hijo de R. Abrahém, parece que se enterró en Carmona y á quien por ser también persona ilustre entre los suyos se le puso lápida sepulcral. En Carmona consta por monumentos irrefragables que había por entonces bastantes judíos, quizá se conservaba aún la sinagoga que hubo en ella; pero á lo menos no es extraño que tuviese antiguo establecimiento en aquella ciudad, donde tanto tieinpo había morado el rey D. Pedro, donde frecuentemente había vivido su mujer, la señora reina D. María Padilla, y donde se habían guarecido sus hijos y sus tesoros, no es extraño, digo, respecto de tales circunstancias, que se hubiese establecido en Carmona un rabino, hijo de otro que por su ciencia y forma era, según parece, muy de la confianza del rey, y el cual ejercía la misma facultad que su padre. Sea como fuere, este R. Moysés murió en el año 1433, en que reinaba D. Juan el II.»

TIEMPOS SARRACENOS.

I

Grande por demás es la importancia del papel que en todos tiempos desempeñó Carmona en la historia militar de Andalucía. Bien se puede asegurar, sin miedo á equivocarse, que desde las famosas campañas de Viriato y las no menos célebres de César contra los hijos de Pompeyo hasta la guerra civil de Leovigildo y la revolución que arrojó del trono á Witiza y sus parientes, las orillas del Guadalquivir no presenciaron movimiento social ó político de alguna significación en el que Carmona no interviniera, ya como amiga decidida de los de un bando, ya en concepto de enemiga declarada de los del otro. Y si esto es verdad, si en las asonadas y trastornos que con tanta frecuencia ensangrentaron el suelo de la Bética durante las dominaciones romana y goda Carmona tomó siempre una parte activa y principal, ¿qué diremos de la que le cupo en suerte interin vivió bajo el despotismo musulmán, en ese turbulento período que principia en Muza ben-Nozair y termina en el santo conquistador de Córdoba y Sevilla? No hay duda de que los peligros y trabajos porque pasó Carmona mientras estuvo sometida á los destructores de Cartago y á los descendientes de los bárbaros del Norte fueron muchos y muy graves; pero así y todo, nunca fueron tantos ni tan serios como los que se vió en la precisión de arrostrar, de resultas de los odios, venganzas y rencores que aportaron á la península los vencedores del Guadi-Becca.

En efecto; la fiera rivalidad que existía de antiguo entre las taifas árabes, siriacas y bereberes que penetraron en España siguiendo á los caudillos musulmanes estalló más pujante y enconada que nunca, apenas desapareció el enemigo común y estuvo concluido el reparto de las tierras y presas ganadas. Á semejanza de lo sucedido en Arabia, Siria y los dos Iraks, el horrible azote de la guerra civil cayó sobre las fértiles tierras de Andalucía, y la sangre musulmano-cristiana corrió á torrentes por campos y ciudades, que uno y otro día se vieron presa del hierro y el fuego, únicos medios á que los invasores sabían acudir para dar solución á sus agravios políticos y religiosos. Carmona, fuertísima plaza de guerra situada en el corazón del palenque donde se ventilaba aquel terrible duelo, tenía que servir de blanco continuo á los ataques y asechanzas de los combatientes, ora

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