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Es propiedad

PQ6196

Se ha dicho de España que es la patria del Romancero; yo me atrevo á añadir algo á ya tan halagüeña frase: á decir que es la patria del Romancero y de los Cantares. Los literatos alemanes, á quienes principalmente se debe la definición primera, quizá no desdeñen la segunda.

El Romancero es el ayer, es la estereotipación de nuestras hazañas, de nues tras leyendas y tradiciones, es el jugo no evaporado de nuestros caballerescos amores; eminentemente objetivo, conserva en sí el encanto de las lejanías, el aparato de la gloria, el nimbo de lo heroico, el dejo atractivo de lo que se va; los Cantares son el hoy, son el siempre, son lo interno, lo sincero, lo pasional. Ayes, quejas, máximas, amenazas, ansias, consejos, burlas, plegarias y exageraciones de un pueblo, constituyen su alma entera, lo revelan tal cual es, con sus animosas virtudes, con sus simpáticos defectos: autobiografía en que las venideras edades estudiarán sus costumbres, su lengua, sus amores, su filosofía y su religiosidad, forman además, y sobre todo, un acervo de encantadoras bellezas, en que la poesía culta puede hallar, y halla, sanos elementos

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para su desarrollo, al tiempo que sencillo yugo á fin de que no se aparte de las apacibles sendas de la naturaleza.

Hállase en el Cantar como una concentración de los caracteres y condiciones de las diversas razas que se han sucedido en nuestro suelo y aun mucho de lo que han aportado de lejanos países: no fuera difícil señalar en él la hierática melodía egipcia, la parsimonia fenicia, la nebulosidad septentrional, la caballería normanda, el individualismo godo, el lujo árabe, el reposo semita, la elegancia griega, la dicción latina, y sobre ello, como dominándolo, como unificándolo, el influjo autóctono, el carácter español formado por condensación desde los siglos medios, la belleza del país, la fuerza de los rayos solares encendiendo la sangre directamente y transmitiéndose además por los espumosos productos de la tierra.

Son para Cervantes <agudezas que á modo de blanda espina os atraviesan el alma y como rayo os hieren en ella;» «síntesis de la poesía, » en opinión de Bécquer; «fugitivos rasgos de ingenio y flores silvestres que nacen sin cultivo,» según García Gutiérrez en su discurso de recepción en la Academia Española; espejos del alma,» al decir del ingenioso autor de La Primave ra y el Estio; «suspiros rimados,» para Emilia Pardo Bazán; y pueden definirse también «la pasión hecha verbo y vibrando acompasadamente.»

Uno de sus encantos mayores es su naturaleza genuinamente española: no es el lied alemán ni el outa japonés, aunque algo se les parece. «Palabra muy difícil de verter en nuestro idioma, donde no tiene equivalente,» dice de él Antonio de Latour en la Revue Britannique (1), y la eminente escritora antes citada así se expresa en un artículo publicado en la Revue des Revues acerca del movimiento literario de nuestra patria: «Recordaré que existe en España una forma poética completamente original, los Cantares. Trátase de coplas de origen popular y de poetas ignorados, tesoro que algunos poetas cultivados han venido á aumentar;» y después de mencionar los que á su juicio han sobresalido en dicho género lo cual omito, - añade: «Los Cantares, como su nombre indica, se cantan con acompañamiento de guitarra en las fiestas gitanas, mientras rebosa la dorada espuma de la manzanilla en estrechos vasos. La voluptuosa melancolía del Cantar se adapta perfectamente á la música andaluza de los polos, playeras, peteneras y soleares. El Cantar es una compensación de la poesía acadé mica y docta, que aún asoma su rugosa faz en concursos y juegos florales, pero cuyo reino, salvo en tales casos, puede darse por definitivamente acabado.>>

Llevan, en efecto, los Cantares en sus notas y palabras gérmenes de la tierra en que han nacido: de ahí su marcado carácter regional: ¡qué diferencia entre (1) Enero de 1867.

una jota canfranera, la más brava y ruidosa entre las aragonesas, de corazón de granito como sus enhiestos montes, una movediza seguidilla, una rondeña viva y apasionada, un lánguido zortzico, y una soleá entrecortada, inacabable, con arrullos de tórtola y sartas de ayes quejumbrosos!

Y pues es el Cantar genuinamente español, y de ello debemos gloriarnos, no puedo pasar en silencio la pena con que vi que mi docto amigo el agustino P. Blanco García hacía caso omiso de ellos en su notable libro La Literatura española en el siglo XIX, mencionándolos ocasionalmente en el capítulo «Traductores é imitadores de Heine,» en vez de dedicarles capítulo aparte.

Sin duda que en los de Ferrán - según propia confesión además, - en los de Dacarrete y en algunos otros de aquella época se siente el influjo del autor del Intermezzo; pero quizá, quizá estuviera más en lo cierto quien considerara á Heine imitador de nuestra poesía popular, por la que sentía gran cariño, como lo acredita uno de los títulos dados á sus poesías.

Aunque dicho poeta no hubiese existido, no por eso hubiera dejado de constituirse el género literario principal objeto del presente libro; al contrario, tengo para mí que entonces, ya desde los tiempos primeros, hubieran sido más puros, más castizos, sin el amargor, sin la obscuridad que sabía imprimir á sus compo siciones el poeta francisé, como Hannequín le llama. Sin conexión ninguna con Heine escribió Trueba los suyos, y los han escrito Ruiz Aguilera, Montoto, Guiteras, Tobar, Casañal y otros.

Por ser el Cantar una de las características de la poesía de este siglo, no debe ser desatendido por quien trace su historia literaria. Podrán en antiguos tiempos Fernán Pérez de Guzmán, Valladares Sotomayor, Torres Villarroel y otros más cercanos haber escrito á modo de cantares, pero no imitando los del pueblo; téngase además en cuenta que el Cantar ha sido una agraciada forma del naturalismo en España, bien distinto del funestamente seguido en otros géneros literarios al influjo de tan fangosa corriente.

Admitido que el pueblo español expresa en cantares sus alegrías y penas, sus enojos y cariños; que por medio de cantares zahiere, aconseja, reza y amenaza, ¿quién le suministra tan vario y adecuado material? ¿Sale de él con la espontaneidad de la silvestre flor, ó lo toma por selección de libros y comedias y en general de la casa de los hombres que saben?

Punto es este de importancia literaria y social, acerca del que, antes de dar nuestra humilde opinión, citaremos algunas de respetables hombres de letras.

«El pueblo es un gran poeta - dice Trueba - porque posee el sentimiento, que á mi entender es el alma de la poesía;» y en otro lugar de sus encantadores libros: «Desde mi niñez ha sido mi embeleso la poesía popular; desde mi niñez

han derramado en mi alma inefables delicias esas coplas desaliñadas, pero ingenuas y frescas, y gratas como las alboradas de San Juan, que el pueblo compone y canta para expresar sus alegrías y sus tristezas, sus placeres y sus dolores, sus amores y su fe, su patriotismo y sus glorias.»

El coleccionador de cantares y erudito académico de la Historia D. Emilio Lafuente Alcántara así emite su parecer: «A cada paso llegan á nuestros oídos millares de composiciones bellísimas de un ingenio desconocido y siempre oculto, pero el más fecundo de los ingenios, porque se inspira de sus propios sentimientos; este poeta es el pueblo, esta poesía sus cantares.» El mismo diligente colector añade en otro lugar, que «á cada instante, en fiestas, en serenatas, en romerías, aun en la soledad de los campos, brotan á centenares de la mente de un inculto labriego estas breves composiciones, insulsas frecuentemente, llenas á veces de entusiasmo y de poesía, ó del mayor gracejo y chiste; y se oyen una vez para no volverse á oir jamás, conservándose sólo, y corriendo de boca en boca y de pueblo en pueblo, aquellas más conformes con el común sentir, que más se adaptan á situaciones frecuentes, ó que más profunda impresión causan en el ánimo por la verdad de su concepto, por la belleza de su forma, por su oportuno chiste, y á veces por sus extrañas imágenes. >>

«En todos tiempos y circunstancias, en cualquier grado de cultura que se halle la sociedad - dice D. Agustín Durán, - es imposible que el común de los que lo constituyen sea de poetas.» «Los cantos populares - añade, - por bárbaros y sencillos que parezcan, siempre se realizan por personas más dotadas de ingenio que el vulgo en general. En todas las sociedades nacientes el poeta se distingue de la multitud, ya que no por la ciencia adquirida, por lo que revela la naturaleza y se desarrolla más ó menos entre ciertos hombres de organización privilegiada. >>

D. Manuel Cañete, en el prólogo con que se sirvió honrar la primera colección de mis cantares, tratando magistralmente el asunto, escribe: «¿Y habremos de presumir, por grande que sea la intuición poética del vulgo, que entendimientos sin ningún cultivo produzcan frutos sazonados y saludables, como los cantares sellados con el sello de muy agudo discurso, engalanados con máximas de altísima filosofía, ó enriquecidos con preceptos de la más sana experiencia? ¿Podrán salir á cada paso de la mente de un labriego inculto pensamientos tiernos, profundos, ingeniosos, epigramáticos, ó de cualquiera otra clase, que en los reducidos límites de un corto número de versos sonoros y bien construídos, como destinados al canto, aparezcan completos y expresados castizamente con deleitosa amenidad ó pintoresca energía? ¿Tendremos por único autor de lo que es tan difícil crear, á quien no posee calidad á propósito para

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