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Cuando crecia pues aquesta saña,
Que fué harto mayor que yo la pinto,
Zuazo no se daba menos maña,
Antes iba por orden no distinto :
Y entonces ya gozaban en España
Del bienaventurado Carlos quinto,
Ante quien por palabras nada blandas
Pusieron grandes pleitos y demandas.

Sus indios demandaba la cuadrilla,
Pero ninguno fué restituido;
Los frailes se volvieron á Castilla,
Su Majestad se tuvo por servido

Del tiempo que estuvieron en la silla,
Con lo que mas habian proveido;
Y los de la ya dicha competencia
Contra Zuazo piden residencia.

Los émulos y duros querellantes
Granjearon juez algo tirano,

Mas él dió sus descargos tan bastantes,
Cuanto los pudo dar un buen cristiano;
Y ansí quedó con honra como antes,
Puesto que de jüez ninguna mano,
Hasta después que por persona dina
A gobernar pasó la Fernandina.

Fué pues de los tres frailes un colega,
Figueroa, prior cerca de Olmedo,
Que fué segundo obispo de la Vega;
El otro fray Domingo de Quevedo,
Que tuvo por prior San Joan de Ortega;
Otro fray Bernardino Manzanedo,

A quien el rey honró con premios largos,
Y acabaron después con grandes cargos.
Tratando pues Colon por su presencia
Sus pleitos en honor y en interese,
El rey para venir le dió licencia,
Sin que ninguna cosa concluyese.
Con el reposo siempre de la audiencia,
De los negocios que él mal proveyese,
Que no le consentian un cabello,
Y muy poco después les vino sello.

Llegado nuestro noble caballero
Al puerto de la Ozama conocido,
Aunque no con aquel fausto primero,
De todos ellos fué bien recebido :
Tuvo contentamiento mas entero
La vireina de ver á su marido;
Los años que contaron al presente,
Fueron mil y quinientos y mas veinte.

No solamente voluntad sincera.,
Pero también los pechos descontentos,
Amistad le mostraban verdadera,
Sin puntas de pasados movimientos;
Mas no fué su contento de manera
Que pudiese huir desabrimientos,
A lo menos por las rebelïones,
Intentadas por negros cimarrones.

El caso sucedió por esta vía :
Los hombres de riquezas cudiciosos,
Visto lo que la tierra prometia,
Para mejor bacellos caudalosos,
Dieron una grande granjería,
Que fué hacer ingenios poderosos
Para moler azúcar, y el intento
Ha venido después en crecimiento.

El inventor primero desta cosa,
Que primero lo dió perficionado,
Dicen que fué Gonzalo de Velosa,
Varon por buenas letras estimado:
De la cual granjería provechosa
Fué rico de caudal multiplicado,
Y en este nuevo reino tiene nietas,
En ser, valor y lustre muy perfetas.
Doña Luisa, otra Castianira,
A quien Homero pinta soberana,
La segunda se dice doña Elvira,
Y la menor de todas doña Ana ·
Virtud, bondad, honor, aqui se mira;
Belleza, discrecion, vida cristiana,
Casadas con ilustres caballeros,
Y cada cual con muchos herederos.

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Sus maridos, varones singulares Do quier que se mostró bélica mano, Señalados por tierras y por mares Con virtud y renombre soberano Son Avendaño y Gregorio Suarez, Y Anton de Castro, noble lusitano : Cuyas proezas grandes, Dios mediante, Confio que diremos adelante.

Pues el sabio Velosa persevera Haciendo dos ingenios escogidos En Niguayen, y Aguate y su ribera, Del cual ejemplo muchos son movidos, Queriendo caminar por su carrera, Örillas de los rios conocidos : Como fué Pasamonte, tesorero, Y el secretario Diego Caballero.

Otro mucho mejor y mas pujante,
Abajo del que tengo ya nombrado,
Es del señor Colon el almirante;
Otro hizo también Francisco Prado;
Y no quiero pasar mas adelante
Contando los que se han edificado,
Porque, ponellos todos por escrito
Seria proceder en infinito.

Destos cada cual es un señorío,
Gentil y principal heredamiento;
Tienen necesidad de gran gentio
Para tener cabal aviamiento;
Faltaba ya de indios el avio
Por el universal acabamiento,
De suerte que hay en estas heredades
Negros en escesivas cantidades.

Tienen la tierra tal cual se desea
En temple y abundancia cosa rica,
En grande aumento va cada ralea,
Y con grande vigor se multiplica,
Tanto, que ya parecen ser Guinea,
Haiti, Cuba, Sant Joan y Jamaica;
Destos son los Gilosos muy guerreros
Con vana presuncion de caballeros.
Movidos estos desta lozanía

Y sobre gran acuerdo, se juntaron
De la Natividad segundo dia,
Año de veinte y dos que se contaron;
Y luego con soberbia valentia
Haciendas poderosas asolaron,
Tanto que casi no dejaron rastro
En la que fué de Melchior de Castro.
La furia destas furias mas se ceba
Sin que dejen mamante ni pïante;
El riguroso trance desta nueva,
Con muertos españoles por delante,
Con la priesa posible se le lleva
A don Diego Colon el almirante,
El cual con el calor que convenía
Partió tras la proterva compañía.

Por atajar con brevedad los males,
Recogió de soldados hasta ciento,
Mas luego caballeros principales
Fueron por le servir en seguimiento;
Hallaron luego rastros y señales,
Envueltos en rigor sanguinolento,
Siguieron las pisadas aquel dia,
Hasta que ya la noche se venia.

En Nizao paró la compañía
Por causa de la noche tenebrosa,
Mas Melchior de Castro no dormia,
Que por lo que llevaban no reposa;
Hurtóse del real, siguió la via
Que llevaba la gente belicosa,
Con un criado suyo, que llevallo

Quiso, por ser buen hombre de á caballo.
Colon, que luego supo la demanda
Del que llevaba vivos los aceros,
A Francisco de Avila le manda
Que lo siga con ocho caballeros :
Con tal que si topasen con la banda
De los viles y barbaros guerreros,
Se los entretuviesen cuerdamente
En tanto que llegaba con la gente.

En un camino ancho, bien hollado, Se juntaron los once que ya digo, Y brevecillo trecho camiñado Sienten el escuadron del enemigo, De todas armas bien aderezado, Y no de centinelas siu abrigo, Con cuya grita cada cual despierto Se pusieron en orden y concierto.

Hacen ostentacion de su presencia, Diciendo: «Viles, no tenemos miedo, Pues pensamos hacer la resistencia Como valientes hombres à pié quedo.» Faltóles á los once la paciencia, Rompiendo con grandisimo denuedo Por aquel escuadron embravecido, Dejando cada cual uno tendido.

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Con todos sus pertrechos y reguardos
Se rehizo muy presto la compaña,
Con infinitas flechas, lanzas, dardos,
En que se daban todos buena maña;
Pero los once nuestros no son tardos
En volver con furor de mayor saña;
Fué la breve batalla bien reñida,
Y al cabo los pusieron en huida.

El rencuentro concluso y acabado,
Y el escuadron de negros ya vencido,
El don Diego Colon llegó cansado
Con presurosos pasos al ruido:
Uno destos salió descalabrado,

Y el Melchior de Castro mal herido,
Pasada de los dardos una mano,
Pero no tardó mes en verse sano.

Remediados aquestos desatinos,
Tan necesariamente remediados,
Poblaron las calzadas y caminos
De negros por justicia castigados;
Sosegáronse todos los vecinos

Que estaban de temor sobresaltados,
Ỹ otros hubo después, aunque no luego,
Que causaron mortal desasosiego.

Fué un Enrique pues, indio ladino,
Que supo bien la lengua castellana,
Cacique principal, harto vecino
Al pueblo de San Joan de la Maguana :
Usóse con él cierto desatino

Por su mujer que fué también cristiana :
Era gentil letor, gran escribano`,
Y en estas islas tuvo grande mano.

Por no poder templar la destemplanza
De aquella pesadísima zozobra,
Porque el honor que pierde tal usanza
Para siempre jamás nunca se cobra,
Vinole pensamiento de venganza,
El cual efetuó con mala obra ;

Y ansi con principal gente de guerra
Escogió lo mas fuerte de una sierra.

Esta sierra se dice del Bauruco,
Cuyas cumbres son sumas en alteza,
Piedras, matas, espinas, arcabuco,
Alli hacen comun el aspereza:
No romperá lombarda, ni trabuco,
Las bravas espesuras de maleza;
Tiene lago que boja su aparencia
Catorce leguas de circunferencia,

Entremetido pues en estas breñas
Para principïar el mal que piensa,
Hizo canoas grandes y pequeñas,
Formando su guarida mas estensa ;
Porque si discrepase de las peñas
El agua le sirviese de defensa,
Con otras infinitas prevenciones
Que piensan fugitivos y ladrones.

Desde las asperezas desta sierra
Su gran rebelïon continuando,
Hacia mil asaltos por la tierra
Matando, destruyendo y abrasando ;
Ejercitó con gran valor la guerra,
Con obra de cien indios de su bando,
Y un su capitán dicho Tamayo
Que para ningun mal mostró desmayo.

T. IV.

Eran los desafueros y los daños
Sin querer perdonar cosa viviente,
Librose de celadas y de engaños,
Sin sucedelle mal inconviniente;
Y sustentó la guerra trece años
Con harto deshonor de nuestra gente,
Robaron crecidísimos caudales
Con muertes de personas principales.

Admíranse, letor, entendimientos,
De que cuando hallaron estos mares
Varones poco mas de cuatrocientos
Venciesen á millares de millares,
Y temblasen agora de doscientos
Tantas ciudades, villas y lugares;
Mas entonces el hombre vaquïano
No soltaba las armas de la mano.

No comia guisados con canela,
No confites, ni dulces canelones,
Su mas cierto dormir era la vela,
Las duras armas eran los colchones,
El almohada blanda la rodela,
Cojines los peñascos y terrones,
Y los manjares dulces, regalados,
Dos puños de maices mal tostados.
Abrir á prima noche las pestañas,
Con ojo vigilante, claro, puro,
Por ver lumbres de ranchos ó cabañas;
A fin de salteallos con escuro;
Quebrándose los ojos por montañas,
Do cualquiera pensara ser seguro,
Y aunque mas se velasen los isleños,
A media noche dalles negros sueños.

A tino caminaban y sin guias
Por setecientos mil despeñaderos,
Y muchos tan destrísimas espías,
Que nunca perros fueron tan rastreros;
De ramos se cubrian en los dias
Si se mostraban rasos los oteros,
De noche por quebradas y por rios,
Hasta que ya topaban los buhíos.

Fáltanles muchas veces acogidas,
Escepto las montañas y quebradas,
Las aguas de los cielos muy crecidas,
Las mas que viles ropas empapadas;
De tierra repentinas avenidas
Que escudos le llevaban y celadas,
Y entonces, los no tales y los buenos,
Quedaban con las manos en los senos.

Y estando sin espadas y rodelas,
Desnudos, en pañetes ó vestidos,
Osaban cometer à centinelas
De indios, que velaban advertidos ;
Y presas las escuchas ó las velas,
Robarlos descuidados y dormidos,
E ya, de los trabajos olvidados,
Volvíanse contentos y pagados.

Podríamos en estos tales cuentos
Gastar y consumir noches y dias,
Refiriendo cien mil atrevimientos,
Hechos, hazañas, suertes, valentías,
Que solian hacer hombres hambrientos
En los antiguos y pasados dias,
Donde tullidos, cojos, mancos, sanos,
Cada cual se valia de sus manos.

Mas ya no hallareis tales mozuelos,
En escuela de Marte ni Minerva,
Pues todos huyen destos desconsuelos,
Y dicen que las flechas tienen yerba ;
Hay hojaldres, pasteles y buñuelos,
Hay botes y barriles de conserva,
Hay cedazo, harnero, y bay zaranda,
Y sábeles muy bien la cama blanda.

Por faltar pues entonces fuerte gente,
Y usarse ya sonetos y canciones,
El Enrique se hizo tan valiente,
Saliendo siempre con sus intenciones;
Andando pues el indio delincuente,
Causando semejantes turbaciones,
Y dando de valor bastante prueba,
Al gran emperador llegó la nueva.

El cual, por atraer á su servicio Este venturosísimo tirano, Le perdonó cualquiera maleficio, Escribiéndole carta de su mano; Donde se le mostraba muy propicio, Si dejase furor tan inhumano, Y donde no, si punto se detiene, Se le dará castigo cual conviene.

Vino la carta para don Enrique, Porque el emperador ansi le llama; Mas quién habrá que se la notifique En todos los confines de la Ozama? Porque demás de no tener á pique Al dicho, tiemblan todos de su fama; Teníanlos por trabajosos lances, Y echaban mil juicios y balances.

Como trajo la carta de clemencia El capitán Francisco Barrio-Nuevo, Hombre de gran valor y gran prudencia, A quien el riesgo fué de poco cebo, Habló con los señores del audiencia, Diciéndoles : « la carta yo la llevo, A mí me viene bien este viaje, E yo quiero hacer este mensaje. » De percebir oferta semejante A los jueces altos no les pesa, Porque sabian ser hombre bastante Para tomar á pechos el empresa; Reconociendo dél de mucho ante Que no fué gavilán de poca presa; Y concordes en estos pareceres, Le dieron los recados y poderes.

Por la mejor manera que convino,
Pertrechos necesarios proveidos,
Seguia por la costa su camino
Con treinta compañeros escogidos;
Y dos meses gastó hasta que vino
A descubrir los indios recogidos,
Trastornando las cumbres y quebradas,
Sin poder hallar rastro ni pisadas.
Después de tantos dias, cierto dia
En unas espesuras donde estaba,
Todos los desta noble compañía
Oyeron una hacha que cortaba;
Tomaron por acechos esta guia
Que con temores grandes los guiaba,
Y por via de breñas importuna
Pudieron allegar á la laguna.

Aquí llegó con hasta diez soldados,
Dejando los demás en la zayana :
Vio indios en canoas bien armados,
Que le hablaron lengua castellana;
De su venida fueron avisados,
Y cuánto de la buena paz se gana,
Que le llamasen luego su cacique,
Y que bien sabian ser el don Enrique.
Sin muestra de ningun desasosiego,
Los indios con temor ó con recato
Dijeron no poder cumplir su ruego,
Porque estaba de allí prolijo rato;
Mas Barrio-Nuevo hizo pasar luego
Para se lo llamar cierto mulato,
Y dadas las razones de quien era,
Determinó venir à la ribera.

Al tiempo que los dos se ven la frente
En diferentes puestos y riberas,
Quitaron los sombreros juntamente,
Y el Enrique habló de sus laderas :

Pase vuestra merced seguramente, Que aquí le serviremos muy de veras. >> Pasaron á la parte de sus tambos, Y abrazos de amistad se dieron ambos. Debajo de un mamey, árbol umbroso Que frutos á la vista representa, Se sentaron entrambos de reposo

A la sombra y frescor que les contenta;

La carta del monarca poderoso

Le dió con relacion de larga cuenta,
La cual consideró por larga pieza,
Y puso luego sobre su cabeza.

Acerca del perdon que represento
Tuvieron sus demandas y respuestas,
Usando de comun comedimiento
A los cristianos hizo grandes fiestas;
Hizo de capitanes llamamiento,
Diciendo: « buenas bulas son aquestas;
No cumple ya dejallas de la mano,
Pues las envía rey tan soberano. »

Vinieron todos con brazos abiertos
A bien que tanto bien les ofrecia;
El don Enrique hizo los conciertos
Con la seguridad que convenia;
Dejó las asperezas destos puertos,
Volvióse do primero residia,
Su vida fué después vida segura,
Y ansi se concluyó guerra tan dura.

De los de mas pesados movimientos.
El negro Lemba fué principalmente
Que juntó negros mas de cuatrocientos,
Acaudillandolos varonilmente;

Fué negro de perversos pensamientos,
Atrevido, sagaz, fuerte, valiente,
Y en su rebelion de muchos años
La tierra padeció notables daños.
Persona mal sabida, recatada,
En todas sus astucias otro Davo,
En el asalto de cualquier entrada
Diligente, feroz, crüel y bravo;
Y en este nuevo reino de Granada
Tuve yo nieto suyo por esclavo :
Muchacho, pero tales sus costumbres,
Que me daba no pocas pesadumbres.

Pocas cosas habia déf seguras
Por ser lobo cerval de gran destreza,
En embustes, marañas, travesuras,
En astucias, cautelas y viveza:
Una de las mas malas criaturas
Que creo que formó naturaleza,
Y antes de reventar mas demasías
Agua rápida dió tin á sus dias.

Sus fines no causaron desconsuelo,
Antes su desventura fué propicia;
Pues si viviera mas este mozuelo,
Segun iba creciendo su malicia,
Venciera las maldades del abuelo,
A quien después mataron por justicia:
Alzóse después dél un Joan Vaquero,
El cual vino también á pagadero.

Porque durante las rebelïones,
Cuya gran pesadumbre fué notoria,
Hubo soldados diestros y varones
Dignisimos por cierto de memoria :
Pues allanaban estos tropezones
Gozando de grandisima vitoria,
Haciendo siempre lances principales
En aquestos guerreros infernales.

Uno destos que vamos relatando
Aunque con pluma ya poca liviana,
Se decia Fulano Villalpando,

A quien llamaban barbas de zavana :
Para cualquier trabajo nada blando,
Rojo, de proporcion algo mediana,
Pero por bosques, cumbres, montes agros,
Hizo cosas que son como milagros.

De los que peleaban á su lado
Podríamos hacer bien larga sarta;
Destos Joan Freyle fué muy afamado;
Y en ver y rastrear viveza harta
Un Joan Rodriguez, otro buen soldado,
Que yo traté después en Santa Marta,
Un Joan, canario negro, con su perro,
Que casi de razon no tuvo yerro.

Otro buen capitán, hombre bastante
En la misma sazon, se dijo Vera,
Que ninguno pasó mas adelante
En la dificultad desta carrera ;
Pero volvamonos al almirante,
Que grandes ratos ha que nos espera;
Y á él también esperan desafueros
Que fueron de su vida los postreros.

Estaban los vecinos sosegados,
Quïetos en sus casas y viviendas;
Mas como donde quiera que hay letrados
No pueden faltar pleitos ni contiendas,
Variedades, procesos fulminados
Tocantes á personas y haciendas,
En las furias del cual desasosiego
Bravamente picaban al don Diego;

De muchas eminencias paternales
Procuran los oidores despojallo :
Las causas y principios destos males
Por no sabellos bien aquí los callo;
Mas las informaciones fueron tales
Que el gran emperador mandó llamallo,
El cual con obediencia comedida
Puso por orden luego su partida.

Llegado pues à la real presencia,
Tuvo con el fiscal grandes letijos,
Anduvo no sin grande diligencia,
Y con enojos mas que regocijos:
De donde resultó grave dolencia,
Y sin ver su mujer ni ver sus hijos
Partió de los trabajos deste suelo :
Déle Dios los descansos en el cielo.

Fué lindo y avisado cortesano,
De gratas y de nobles condiciones,
En miembros antes alto que mediano,
Gentiles y bien puestas proporciones;
Murió como católico cristiano,
Acompañándolo santos varones;
Dió fin á sus trabajos y tormentos
Año de veinte y seis sobre quinientos.
Dejó hijos que hoy han acabado,
Cristóbal y Luis el heredero,
Que vimos suceder en el estado,
Gentil y cortesano caballero;
Puesto que por mujeres derramado,
Y en se saber valer no muy entero,
Por no dejar aqueste quien herede,
Hijo de don Cristóbal le sucede.

La vireina sintió por maravilla
El fin del marital contentamiento;
Si grandes llantos hacen en Castilla,
En Indias increible sentimiento:
Fueron también las cuevas de Sevilla
Depósito del tal enterramiento,

Y allí donde sus miembros fueron puestos
Dos dísticos pusieron como estos.

Hic maris Indorum præfectus conditur ille
Ad quem pro merilis sors inimica fuit.
Munera percepit vivo concessa purenti;
At cum divitiis tristiu fala simul.

Aquí yace el almirante
De la nueva monarquia,.
A quien, si hado podia,
Lo puso menos delante
De aquello que merecia.

Heredó, segun los tales,
Los oficios paternales;
Pero con tantos vaivenes,

Que en la herencia de los bienes
También heredó los males.

ELEGIA VI.

A la muerte de JOAN PONCE DE LEON, donde se cuenta la conquista del Boriquén, con otras muchas particularidades.

CANTO PRIMERO.

Voz de mi ronco pecho, que profesa Grandes cosas en versos apacibles, Desea perfecion en su promesa, Con muertes de varones invencibles; E ya Joan Ponce de Leon da priesa Con hechos que parecen imposibles; Pues tuvo, como fué cosa notoria, En muy menos la vida que la gloria. Este hidalgo fué cual le convino A la Belona flera y á sus artes, Y con el gran Colon hizo camino Debajo de guerreros estandartes; En aquella segunda vez que vino A los descubrimientos destas partes, Señaló grandemente su persona En allanar la gran Anacaona.

En Higuey, de quien ya hecimos lista, Por Nicolás de Ovando fué justicia, Donde por indio que habló de vista, Del rico Boriquén tuvo noticia; Pidió con gran instancia la conquista, Por ser empresa digna de codicia; Ovando se la dió, y á muchas gentes Condutas de conquistas diferentes.

Porque cuando Haytí se combatia
Habia caballeros generosos,
Señaladísimos en valentía,

De mayores empresas codiciosos :
Ansi cada cual dellos pretendia
Conduta de gobiernos honorosos,
Para mejor probar su fuerte diestra,
Y dar de su valor mas clara muestra.

El comendador pues se determina
De dar do se conquiste gente rica:
A Velazquez le dió la Fernandina,
Y al capitán Garay á Jamaica:
Ser desto cada cual persona dina,.
Por larga prueba ya se certifica,

Y al Ponce de Leon, con largo mando,
El Boriquén, á quien me voy llegando.

En diez y siete y diez y ocho grados Se suele computar altura deste; Los diámetros tienen prolongados Cincuenta y cinco leguas leste oeste; Rodéala por puntas y por lados De belicosa gente brava hueste; Hecho y fama tiene de guerrera, Porque de los caribes es frontera.

Por treinta leguas hace sus desvíos De los Hayties ya conmemorados; Van por su medio montes poco frios, Porque los aires son todos templados: Vierten á todas partes dulces rios Cuyas arenas son granos dorados, Sus recodos, remansos, vertederos Abundan de riquísimos veneros.

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A la parte del norte Cairahone,
Que mas que todo agua multiplica,
Mas al oriente corre Tainiabone,
Cuyas vertientes son de tierra rica;
Otro también se llama Bayamone,
Y el que nombró Luisa la cacica,
Camuy, Culibrimas, y el Aguada,
De fértiles labranzas cultivada.

El Mayaguex al sur hace su playa,
Y allá sus aguas Coriguex derrama,
Al oriente demora Baramaya,
Jacagua, y el que dicen de Guayama;
Macao, Guayaney y Guibayana,
Menos ricos que otros, segun fama,
Pero ninguno dellos falto de oro,
Y en todas sus riberas gran decoro.

Teniendo pues Joan Ponce preparada
Su gente con poderes que le dieron,
En seguimiento fué de su jornada,
Con lenguas de Hayti que lo siguieron;
Y porque por San Joan fué su llegada,
San Joan de Puerto-Rico le pusieron ;
Desembarcó la gente que traia
En playa y arenal de una bahía.

La tierra se mostró de buen talante,
Para tales designios conviniente;
Gran cantidad de indios ven delante,
Que salen á mirar la nueva gente,
Pacifico mostraban el semblante,
Sin muestra ni meneo diferente,
El rey Agueibaná también venia'
Con una madre vieja que tenia.

Llegaron à la playa conocida,
Hablaron á la gente que llevaba,
Regocijáronse con la venida,
Segun en los aspetos se mostraba;

Y con las mismas muestras los convida
Joan Ponce que con lenguas les hablaba,
Diciéndoles venir aquellas gentes
Para ser sus vecinos y parientes.

Respondieron que vengan norabuena,
El rey y madre vieja que ya digo,
Pues amistad fiel nunca da pena
A quien pretende ser fiel amigo;
La cual de parte dellos será llena,
En paz, conformidad y buen abrigo,
Con lo demás á esto convenible,
Sirviéndolos en todo lo posible.

Como reconocieron destas gentes,
Tan blandas y sinceras voluntades,
Dieron algunos dones y presentes
Para mas confirmar las amistades;
Al menos á personas eminentes,
O mas aventajadas en edades,
Y a madre é hijo largo catecismo,
Para que recebiesen el bautismo.

A estos nuestra fe se notifica,
Prestando para todo buen oido;
Pusieron doña Inés á la cacica,
Joan Ponce de Leon al convertido :
La paz y el amistad se fortifica,
Sin muestra de tener amor fingido,
Y estos les descubrieron minerales
De oro de riquísimos caudales.

Formaron leves ranchos, cañaveras
Compuestas y ligadas con bejuco,
Taláronse los montes de riberas,
Que por acá llamamos arcabuco;
De las cuales no fueron las postreras
Las de Manatuabon y de Cibuco,
Do fueran tan riquísimos veneros,
Que no podrán creer los venideros.

El oro sus veneros mas abona
A la siniestra mano y á la diestra;
Joan Ponce va ganando gran corona
Entre los indios y entre gente nuestra ;
Ansi quiso llevar por su persona
Al gran comendador tan rica muestra;
Pero cuando llegó halló ser ido,
Y don Diego Colon recién venido.

Fué su primer venida la que digo,
Y á vueltas del consorcio virtuoso
El don Diego Colon trae consigo
Un Sotomayor, hombre generoso;
Don Diego se le daba por amigo,
Por ser hijo de conde valeroso,
Y el rey á este por le hacer bienes
Dió la gobernacion de Boriquenes.

Del cumplimiento destas provisiones
Escusóse Colon por ciertas vias,
Y á Joan Ceron nombró por ocasiones
Que no faltaron en aquellos dias:
Debajo de las cuales intenciones
Nombró por alguacil á Miguel Diaz,
De quien hemos tratado largamente
En parte del historia precedente.

Volvióse pues Joan Ponce despojado Al Boriquén que vamos allanando; Pero muy poco tiempo ya pasado, El rey le mandó dar el dicho mando, Siendo de sus servicios informado Por larga relacion del buen Ovando, Y el Sotomayor fué favorecido Del Joan Ponce después de proveido.

Y ansí, con cortesano cumplimiento, De justicia mayor le dió renombre, Y al rey Agueibaná en repartimiento, Fundado pueblo, dicho de su nombre ; Pero después diré con lo que cuento La grande desventura deste hombre, Que fué causa de muchos otros daños Que sucedieron en aquellos años.

Con el primer consorcio castellano, Bien lejos de la mar y malos puestos, A Caparra fundó, pueblo mal sano, Donde todos andaban indios puestos : Al cual mucho después le dió de mano Y le buscó lugares bien compuestos, Junto de Bayamon que lo bastece, Y donde de presente permanece.

Son sus vecinos gente bien lucida,
Nobles, caritativos, generosos;
Hay fuerza de pertrechos proveida,
Monasterios de buenos religiosos,
Iglesia catedral muy bien servida,
Ministros dotos, limpios, virtuosos;
Fué su primer pastor y su descanso ·
Aquel santo varon Alonso Manso :

Varon de benditísimas costumbres,
En las divinas letras cabal hombre,
Dignísimo de mas escelsas cumbres,
Merecedor de mas alto renombre;
Su nombre denotaba mansedumbres,
Y ansi midió sus obras con su nombre;
Fué de menesterosos gran abrigo;
Porque lo conoci, sé lo que digo.

Fundó Caparra pues año de nueve Joan Ponce de Leon, hombre bastante; Mas cuando por lo dicho la remueve, Serian doce años adelante;

Y por cumplir mi pluma lo que debe,
Diremos otros pueblos, Dios mediante,
Que fundaron entonces los primeros,
Aunque los menos fueron duraderos.

Después al noroeste de Guayama,
Rio que tengo ya conmemorado,
En un sitio, que Cuanica se llama,
Tuvieron otro pueblo fabricado:
Babía, pero tal que, segun fama,
Es la mejor de todo lo criado;
Fundólo don Cristóbal do decimos,
Que es el Sotomayor que referimos.

Mas donde manifiestan mis escritos,
No comportó la gente ser poblada,
Por ser tanta la copia de niosquitos
Que nunca se vió plaga tan pesada;
Y ansí, vencido ya de tantos gritos,
La pasó don Cristóbal al Aguada,
Que es al oeste norueste desta via
Con nombre del renombre que él tenia.
Aquí y en todas las demás distancias
Servian indios por repartimientos;
Habia fertilisimas estancias,

Y en ellas españoles muy contentos :
Crecian cada dia las ganancias,
De oro caudalosos nacimientos,
En Quiminén, Guainea y Horomicos,
Duyey y Cabuin, rios bien ricos.

Huye la chisme, cesa la conseja,
Crece contento, nace regocijo,
Sin olor ni barrunto ni semeja
De guerra ni contienda ni letijo;
Asegurándolos la buena vieja,
Y el buen Agueibaná su noble hijo :
Los indios mas feroces y mas bravos
Servian mucho mas que los esclavos.

Gozaba, como digo, nuestra gente
De riquezas, contento y alegría,
Con el Agueibaná, varon prudente,
Por quien toda la tierra se regia;
Murió la madre, y él de muy doliente
Vido también su postrimero dia;
Al heredero, però, no le plugo
Sufrir ni tolerar tan duro yugo.

Algunos españoles mal regidos,
Fiando de las viejas amistades,
Andaban por mil partes divertidos,
En sus estancias, minas y heredades ;
Casi que para siempre despedidos,
De cualesquier rebeldes novedades,
Aunque dias atrás, obra de un año,
Negocio sucedió no poco estraño.

El cual aconteció por esta via :
Un mozo, Joan Suarez Sevillano,-
A sus solas se fué, no sé qué dia,
A casa de un señor, crüel tirano:
Aimanio, segun dicen, se decia;
Y este mando prender aquel cristiano
Para jugallo, y después del juego
Quien lo ganase lo matase luego.

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