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geres y los niños, porque los nuestros los obligaban á volver á entrar (); contándose ya seis mil personas las que habian muerto de necesidad, porque hasta las criaturas morian en el vientre de sus madres por falta de alimento de éstas; reforzadas las banderas de los sitiadores con los tercios viejos de España ya pagados y con quince banderas de esguízaros que habian podido reclutarse; frustrado el intento de los rebeldes de entrar en pláticas con el conde de la Roche que gobernaba á Holanda por muerte del señor de Noirquermes y se hallaba en Utrech; en tal aprieto y estremo, la víspera ya de ser asaltada la ciudad por los españoles, habiéndose entendido con los de fuera por medio de palomas correos como en el sitio de Harlem, unos y otros acordaron recurrir á un espediente desesperado, y tan estraño y singular, que ciertamente no le podian esperar ni imaginar los españoles.

Determinaron, pues, aquellos hombres pertinaces anegar en agua todo el pais y convertir toda la tierra de Holanda en un mar. Abrieron al efecto las esclusas, rompieron por diez y seis partes los diques del Issel y del Mosa, y dieron entrada á las mareas del Océano (agosto, 1574), inundando las campiñas de Delft, Rotterdam, Isselmonde y Leyden, aquellas campiñas que los laboriosos holandeses por medio de la obra mara

(4) «Cortando (dice don Ber»Dardino de Mendoza) las faldas » de las sayas á las mugeres por

»encima de las rodillas, que era la >> pena que se les daba.»-Comentarios, fol. 247.

villosa de sus diques habian logrado como robar al mar y á los rios (). Sorprendidos los españoles con aquella especie de nuevo é inesperado diluvio, dedicáronse á cerrar algunas aberturas, mas nada logra– ban con esto. Al paso que avanzaban las aguas, terribles auxiliares de los sitiados, retirábanse aquellos donde podian ponerse á cubierto de la inundacion, haciendo trincheras, cavando la tierra con sus mismas dagas y espadas, y llevándola en los petos y morriones. Los enemigos iban abriendo otros boquetes en los diques: pero lo extraordinario y lo imponente del espectáculo fué ver aparecer por entre las poblaciones y los árboles de la campiña la armada de los rebeldes que venia de Flesinga al mando del almirante Luis de Boissot, en número de ciento setenta bajeles, bogando -por encima de los prados y tierras labradas (setiembre). Las naves eran chatas y sin quilla, y cada una llevaba dos piezas de bronce á la proa, y otras seis más pequeñas á cada costado, con competente número de remeros, y sobre mil doscientos hombres de

(1) El P. Estrada dice que la causa de no haberse verificado el asalto y de haber dado lugar á este suceso fué haberse entretenido Francisco Valdés en un convite que

la víspera le dió una señora de la Haya que le tenia cautivado el corazón y á quien visitaba frecuentemente durante el asedio, con la cual, añade, se casó despues. Que esta señora, estando los dos á la mesa, le rogó con lágrimas ahorrase á la ciudad de Ley

den los horrores de la matanza que habria de seguir al asalto: y que el general español, confiado en que la ciudad infaliblemente habria de rendirse por hambre, no tuvo dificultad en mostrarse galante con su dama y condescender con su ruego, seguro de captarse su gratitud como amante sin dejar de lograr su objeto como soldado. Sobre estos amores y sobre este hecho guarda silencio don Bernardino de Mendoza.

guerra entre todas, con dos compañías de gastadores para abrir los diques donde fuese necesario, y atrincherarse en los que fuese menester, La vista de una armada navegando por los campos y por en medio de lugares y arboledas, sería sin duda sorprendente y pintoresca; pero los españoles debieron conocer entonces que no era posible subyugar un pueblo que hacía tan gigantescos esfuerzos.

Mas no por eso cayeron todavía de ánimo. Defendíanse bravamente de la artillería de las naves en las aldeas, en los fuertes, en las trincheras, en todos los sitios á que no hubiera llegado la inundacion, hasta que la avenida de las aguas, impulsadas por un viento favorable á los rebeldes, los obligaba á buscar otro puesto en que atrincherarse, retirándose en direccion de Harlem y la Haya. Multiplicáronse las luchas y los reencuentros en aquel mar de tierra: condujéronse heróicamente capitanes y soldados haciendo gran daño en los enemigos, á pesar de las máquinas, y los garfios y otros instrumentos que estos llevaban para ofender. Habia subido el agua sobre la llanura dos pies y medio mas de lo que necesitaban los bajeles segun su forma de construccion para poder navegar libremente hasta acercarse á los muros de Leyden, cuya ciudad fué de este modo socorrida, y á este recurso debieron los rebeldes de Holanda su salvacion. El encono que los de la armada mostraban contra los católicos era grande. En sus sombreros llevaban unas medias lupas

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con esta divisa; «Antes el Turco que el Papa").»

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A este contratiempo siguió otra sublevacion de los soldados españoles á causa de no haberles tocado participacion en el dinero que para pagar las demas tropas envió de Bruselas el comendador por medio del capitan Pedro de Paz, que habia ido á comunicarle la noticia del socorro de Leyden. Tambien esta vez nombraron su electo y sus gefes, y prendieron á Francisco Valdés, segun algunos, atribuyéndole haberse dejado sobornar á los enemigos por dinero, accion de que no era capaz y de que se justificó plenamente aquel esforzado caudillo. Obligaron los amotinados al señor de Hierges, que habia sucedido al conde de la Roche en el gobierno de Holanda, á que les franqueara paso, y marcharon á Utrecht, donde fueron rechazados por la guarnicion española del castillo, muriendo muchos de ellos en las calles, y otros subiendo ya las escalas. Alli los encontró Juan Osorio de Ulloa, que llevaba órden del comendador mayor para pagarlos en Maestricht, con lo cual volvieron á reconocer y á obedecer á sus antiguos gefes. Pero esta rebelion no duró menos de un mes: sistema lamentable que habian tomado los soldados españoles para cobrar sus pagas. Por órden del comendador mayor se alojaron para invernar en Termonde y otras villas de Brabante, ha

(4) Mendoza, Comentarios, li- lib. Vill.-Cabrera, Hist. de Felibro XII.—Estrada, Guerras, Dec. I. pe II., lib. X. c. 24.

ciendo lo mismo la caballería, y quedándose las demás tropas de alemanes, walones y esguízaros en los fuertes y presidios que ocupaban.

Mantenian los orangistas relaciones y pláticas secretas con los de Amberes, ciudad que se habia mostrado siempre desafecta al monarca y á la dominacion española; y faltó poco para que en este invierno estallára una conspiracion entre los de dentro y los de fuera, de acuerdo tambien con su armada, que felizmente fué descubierta, y castigados algunos de los que se hallaron mas culpables.

Hallándose con este motivo el comendador mayor en Amberes, llegó alli el conde de Schwazemberg enviado por el emperador Maximiliano II. para ver de poner término á la guerra de los Paises Bajos, reconciliando á los disidentes con el monarca y con el gobierno español. Nombráronse al efecto comisarios de ambas partes, los cuales se reunieron en Breda á conferenciar y tratar del concierto. Pero de esta negociacion no se sacó otro fruto que el desengaño y el convencimiento de no ser posible por entonces la paz. Frustrado pues el objeto de su mision, volvióse el conde á Alemania, los comisarios regresaron á sus respectivos campos, y el comendador, entrado ya el año 1575, resolvió continuar la guerra en Holanda; aprestó artillería, municiones y vituallas, dió sus órdenes al gobernador de la provincia señor de Hierges, y envió las banderas de don Fernando de Toledo y de

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