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mo las sociedades domésticas, revisten necesariamente la única organización posible para vivir.

En esta sencilla rusticidad, la tribu elegía un jefe que se llamaba príncipe, y resumía el poder, compartiéndolo no obstante, con el mismo pueblo que lo había aclamado, constituído en junta ó asamblea, concilium, como los historiadores romanos le llaman. Los germanos tenían una organización idéntica, pues Tácito dice: «De los asuntos menores deciden los Príncipes; de >> los mayores todos: se reunen en días determinados cuando les >place á las turbas; van armados y después del Rey ó del Prín>cipe; se escucha á los demás según su edad, su nobleza ó su va>>lor en los combates. Si el parecer del que habla les desagrada, > lo manifiestan con gritos; si es de su gusto, golpean con las fra>meas. Pueden entablar acusaciones ante el Concilio, y puede >éste pronunciar sentencias. » Según el testimonio de César, sucedía lo mismo en las Galias. Y en España, según Tito Livio (16), no pasaban las cosas de muy distinta manera. Para la guerra, recaía la elección en jefes nobles ó valerosos, y Viriato fué designado de esta manera. Existía una institución singular, que formaba un compromiso entre el príncipe y los clientes, como los llama César, ó comités, como los denomina Tácito. En España, según Estrabón (17), se llamaban los devotos, porque según el historiador era muy ordinario en los iberos consagrarse al jefe cuya amistad y causa adoptaban, hasta el punto de no poder sobrevivirle y de darse voluntariamente la muerte. La idea de la autoridad del jefe estaba en el corazón de los primitivos españoles, y el término de este culto era el sacrificio.

La indicación de Tito Livio de que la elección del jefe debía recaer en personas nobles ó valerosas, descubre, que desde los primeros tiempos existió la aristocracia, simbolizada por los Principes Reguli ó Reyes, y no debe extrañar que dicho historiador llame á Mandonio vir nobilis qui antea ilergetum Regulus fuerat, y recuerde que el cónsul Catón, queriendo afianzar la paz pública, convocó senatores omnium civitatum de la Celtiberia, y después dispuso, que se arrasasen las murallas de los pueblos. Aquel Senado debió componerse de los príncipes de las

ciudades. En esta época de continuadas guerras, era muy natural fiar al azar y aun á la fuerza los agravios particulares, y el duelo judicial, que algunos han creído ver introducido en la Edad Media, se hallaba establecido en España cerca de doscientos años antes de J. C. según el testimonio del mismo Tito Livio. Todos estos detalles de la organización de los pueblos septentrionales de España, prueban, que su gobierno era de razas guerreras; que existían juntas populares, príncipes y aristocracia; y que el poder público se compartía con estos elementos, sin que pueda concretarse su respectiva participación. Era la sociedad civil naciente, sin unidad ni cohesión, y aunque estas circunstancias hacía las guerras largas y gloriosas, el pueblo español tenía que ser vencido por el romano, dirigido con unidad y defendido con valor.

Los habitantes de las montañas eran más belicosos que los labradores de las llanuras, y fueron los primeros comerciantes los que poblaban las costas. A ellas arribaron los fenicios, encontrando los pueblos meridionales y orientales casi en el mismo estado que los septentrionales mencionados. Las noticias de su clima meridional y más aún de sus riquezas, sedujo á los habitantes de la Caldea, y bajo el estímulo que presta el comercio y las artes, arribaron á España y fundaron á Gades (Cádiz) gadir, que significa lugar cercado y murado. Luego navegando por el Betis, se internaron en el país é imprimieron á nuestro pueblo el sello de la civilización que representaban. Después de la invasión de los hebreos, los fenicios civilizan también la Grecia europea, constituyen la Grecia Asiática, y fundan á Rosas; los de Samos pasan el Estrecho; los focenses se establecen en Marsella, Massilia, y desde allí se extienden á España, donde fundan á Artemission, á Dianium, Denia y otras colonias cuyo nombre se ignora aún. Este ejemplo fué bien pronto imitado por los griegos, que fundaron los pueblos más célebres de la fértil costa de Valencia, dedicándose por el río Ebro al comercio de transporte. Pero los cartagineses trajeron el doble propósito de fundar colonias y de conquistar, y aunque resulta que fundaron á Barcelona y Cartagena, se ignoran los detalles de sus famosas expediciones.

El litoral de España albergaba tres clases de pueblos: las colonias fenicias y cartaginesas; las colonias griegas y los pueblos indígenas. Formaban las colonias fenicias una liga anseática, á cuyo frente estaba Cádiz y á quien se unió Cartago por su mancomunidad de intereses y en odio á Roma. El gobierno de las colonias fenicias debía ser semejante al de Tiro y Sidón, pero no existían los régulos, como los tenía Fenicia. A semejanza de lo que ocurre en América, las colonias de los estados monárquicos eran siempre repúblicas. El gobierno de Cartago, según el testimonio de Aristóteles, era una República bene constituta, bastante semejante á la de Esparta y ambas á la de Creta, que se diferenciaba de las demás. Ciento cuatro senadores sacados de los optimates, ejercían una autoridad semejante á los de Esparta, y elegían dos basileos, Reyes ó Emperadores, y los suffetes elegidos, según Tito Livio y Nepote, non secundum genus, sed secundum virtutem. El Senado y los suffetes, según Aristóteles, si estaban acordes entre sí, llevaban ó no los asuntos ante el pueblo, según lo estimaban conveniente; si estaban discordes, el pueblo decidía soberanamente, y no sólo decidía, sino que podía desechar los pareceres del uno y del otro poder, y arbitrar por sí lo que estimase oportuno, cosa que no sucedía en ninguna otra república. Es verdad, añade, que se remedia este mal popular, enviando á las colonias y ciudades dependientes, una parte del pueblo; pero este remedio no depende de la ley sino de la casualidad, de la suerte y del poder accidental, pues faltando la suerte y resultando división entre el pueblo y los magistrados, no había remedio legal para restablecer la armonía. Los hechos comprobaron esta predicción, pues según la narración de Polibio, la república cartaginesa estuvo al principio >bien constituída; la autoridad principal era del Senado, de los >nobles y del Rey; el pueblo la tenía en aquellas cosas que le >pertenecían. Así, bajo su aspecto general, era semejante á la >>romana. Pero desde la segunda guerra púnica se alzó Roma »y descendió Cartago, y la razón fué porque en Cartago, con las >>revoluciones, podía más el pueblo, y en Roma la mayor au»toridad fué la del Senado. Y por eso fueron mejores los acuer

>>dos de los romanos que los de los cartagineses; por eso fueron »y debieron ser vencidos. >>

Las colonias griegas tenían á su frente en España á Ampurias, y por cabeza en todo el Océano occidental á Marsella. Por la misma razón que los fenicios se aliaron con los cartagineses por odio á los romanos, estos formaron alianza con los griegos. Marsella, la más principal de las colonias griegas, se coaligó desde luego con los romanos, y los recibió por vez primera en Ampurias. La forma de su gobierno se impuso á todas las demás colonias griegas. La constitución de Marsella, dice Estrabón, con su forma aristocrática, puede ser citada como un gobierno modelo. Hay un primer consejo, que consta de 600 miembros vitalicios llamados timonques. Esta asamblea es presidida por una comisión superior de quince miembros, encargada del despacho de los asuntos ordinarios y presidida á su vez por tres de sus individuos, que bajo la dirección de uno de ellos, ejercen el poder soberano. Para ser timonque es preciso tener hijos y pertenecer á una familia que, en el curso de tres generaciones, haya poseído el derecho de ciudadanía. Sus leyes son las leyes jónicas y están siempre expuestas al público. Cicerón elogió mucho esta forma de gobierno, y Tito Livio la describió minuciosamente. Lo componía el Senado y el pueblo, como en todas las repúblicas de la antigüedad, pero prevalecían el Senado y la nobleza. En Sagunto, colonia griega de los de Zacinto (18), en las islas Jónicas, el Senado y el pueblo formaban el gobierno. Los pueblos indígenas debieron irse civilizando con el trato de los extranjeros y colonos; pero su gobierno de razas no sufrió ningún cambio radical. Estrabón cuenta de los turdetanos, que tenían literatura y gramática, y que lo mismo poseían gramática otros pueblos, aunque diferente de la de los turdetanos. Las medallas con letras desconocidas, su comercio, navegación, riqueza, etc., dan prueba de su civilización en esta época. Su gobierno debió, poco a poco, irse asimilando á los de las colonias, pues se advierte, según los historiadores, que formaban cuerpo los nobles ó príncipes, y constituían una especie de Senado, á pesar de lo cual conservaban la tradición de que habla

a los pueblos del Mediodía y Oriente de España, era disde la organización de los pueblos del Norte; que no obssubsistía el gobierno de razas que excluye toda idea de d en el poder contra lo que opina Pidal (19); y que trase de pueblos hasta cierto punto libres, predominaba o en esta época el gobierno y la influencia de los princide los optimates. La desmembración del poder, que es la al consecuencia del gobierno de razas, no permitía que Esse elevase al rango de nación, ni menos que tuviese la vid necesaria para resistir una invasión extraña. Las naciolo defienden bien sus derechos, cuando se inspiran en es ideas, y cuando representan una sola voluntad y una irección, sin que esto sea patrocinar en lo más mínimo dmisible forma del poder absoluto; pero si los españoles, z de estar diseminados en tantas razas como detallan los iadores, los hubiese unido un solo sentimiento, no hubieerdido su libertad é independencia á manos de los romavel ejemplo de los saguntinos se hubiese repetido.

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