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mente, las de mar al mando de Pialy contra la ciudad, las suyas y las del virey argelino contra el fuerte de San Miguel. El turco y el africano dirigieron los ataques á la fortaleza con personal arrojo, pero siempre sus guerreros fueron rechazados por los soldados de la religiosa caballería cristiana, saliendo denodadamente á las trincheras con espada en

mano.

Algo mas feliz el almirante Pialy, habia logrado desmantelar las obras esteriores de la ciudad, que defendia en persona el gran maestre de los cruzados, y abrir muy anchas brechas en los muros. En tal conflicto celebró consejo de la órden para deliberar lo que habria de hacerse. Los mas opinaron que deberian trasladarse todos al castillo de Santangel, y conducir alli las reliquias de los santos. Desaprobado por La Valette este dictámen como inconveniente, propusiéronle otros que por lo menos retirára del peligro su persona, protestando que ellos sabrian defender la ciudad hasta morir. «No, hermanos mios, les respondió el respetable é impertérrito anciano; aqui debemos vencer ó morir todos. ¿Podria yo á la edad de setenta y un años acabar mi vida mas gloriosamente que con mis hermanos y amigos en defensa de nuestra santa religion?» Y comenzó á dar las mas activas y oportunas providencias, y aquella misma noche se levantaron parapetos y trincheras, y hasta fué atacada la guardia avanzada enemiga, que huyó

con precipitacion creyendo que cargaba sobre ella toda la fuerza reunida de los cristianos.

Suponemos ya al lector impaciente por ver llegar el auxilio de España, como lo estarian los desgraciados malteses, y deseoso de saber si llegó y las causas que pudieron retrasarle tanto.

El rey don Felipe habia encargado á don García de Toledo, el conquistador del Peñon, nombrado virey de Sicilia en reemplazo del duque de Medinaceli, el de la desgraciada espedicion á los Gelbes, que espiára la armada turca y tuviera las galeras preparadas en Mesina, y escribió á sus aliados y feudatarios de Italia que levantáran tropas.

El gran maestre de Malta pedia al virey de Sicilia los prometidos socorros de España, y don García de Toledo se contentaba con enviarle cuatro galeras con cuatrocientos soldados y algunos caballeros de la religion y otros castellanos conducidos por don Juan de Cardona y el maestre de campo Robles. Cuando llegó Cardona á Malta, ya se habia perdido el castillo de San Telmo. A las nuevas instancias que La Valette hacia á don García de Toledo para que le socorriese, respondia el virey que esperaba la incorporacion de diez mil italianos y completar las noventa galeras que el rey le habia prometido, con mandamiento de no aventurarlas. El genovés Juan Andrea Doria, el italiano Pompeyo Colona y otros caudillos de la armada, pedian los dejára ir con algunas gale

ras y compañías en socorro de los malteses aventurando sus personas, pero á todo oponia el virey obstáculos y entorpecimientos. Y el auxilio se diferia, mientras los turcos estrechaban de cada dia mas á los esforzados caballeros de la órden. Arrostrando no pocos peligros logró La Valette despachar otro correo al virey de Sicilia avisándole la situacion angustiosa en que se hallaba; y la respuesta del virey fué que estuviera cierto de que le socorreria conforme el rey le tenia mandado, en cuanto llegáran los de Toscana, y que no le maravillára tanta dilacion teniendo él que obrar por las órdenes que de España recibiese (").

¿Podrá creerse, en vista del comportamiento del monarca español y de su virey en Sicilia, que Felipe difiriera calculadamente el socorro, como opinaban algunos historiadores (2), no queriendo arriesgar su armada hasta poder atacar con ventaja segura la de los turcos, cuando viera á estos debilitados de resultas del sitio? Y en este caso, si como político obró con prudencia y como convenia al provecho propio, ¿correspondia á la generosidad con que los caballeros de Malta se habian sacrificado siempre en las empresas de los monarcas españoles, y á lo que demandaba la causa de la cristiandad, espuesta á perder su mas

(1) Sobre las repetidas reclamaciones del gran maestre La Valette, las contestaciones dilatorias del virey de Sicilia, y la conducta del rey don Felipe en este negocio, pueden verse los capítulos 24,

24, 25 y 27 del libro VI. de la Historia de Felipe II., por don Luis de Cabrera.

(2) Véase Watson, Historia del reinado de Felipe II., lib. VI.

fuerte y precioso baluarte, pendiente solo acaso de la vida del gran maestre, que de milagro parecia se salvaba de tantos y tan diarios peligros? No es tanto de sentir el cargo que sobre esto puedan hacerle escritores estrangeros que no le son adictos, como el que se trasluce y desprende del relato de historiadores españoles que le eran aficionados.

Nunca, sin embargo, habia desconfiado el gran maestre de que dejára de socorrerle, mas ó menos tarde o temprano, la armada española. De aqui, haber cifrado su salvacion en prolongar todo lo posible la defensa de la isla. Al fin divisaron los sitiados con júbilo las naves de España conducidas por el famoso defensor del castillo de los Gelbes don Alvaro de Sande, Ascanio de la Corgne, Vicencio Vitelli y otros buenos capitanes de mar, con seis mil soldados españoles, tres mil italianos y mil y quinientos aventureros de ambas naciones (5 de setiembre, 1565). Volvióse don García á Sicilia para embarcar la demas gente que allá quedaba, pero no fué menester. Engañado Mustafá sobre el número de las galeras, y creyendo tener sobre sí toda la fuerza marítima de España, levantó precipitada y aturdidamente el sitio, retirando la guarnicion de San Telmo, y abandonando la artillería gruesa. Dos veces cayó su caballo, como si participára de la consternacion de su dueño. Atropellábanse con el miedo los turcos, y caian muchos al mar ó se dejaban acuchillar por los españoles, y hu→

bieran perecido muchos mas si Pialy no hubiera tenido tan prontas las galeras para recibirlos. Antes de alejarse los turcos vieron tremolar las banderas de la órden de Malta sobre el castillo de San Telmo, donde poco antes habian ondeado los estandartes de Soliman. Cuando Mustafá supo que no pasaban de seis mil los soldados españoles que le habian atacado, mesábase las barbas de pensar en su afrenta, y juraba que no tardaria en volver con mayor poder á acabar de destruir á Malta.

Tal fué el feliz remate que tuvo para la cristiandad el famoso y memorable sitio de la isla de Malta, que hizo célebre en el mundo y eternizó en la historia el nombre del gran maestre Juan Parissot de La Valette. De los cuarenta y cinco mil mahometanos que vinieron á combatir una estéril roca solo volvieron catorce mil, estropeados y llenos de ignominia. El terrible Dragut encontró alli su sepultura, y los nombres de Pialy, de Mustafá y de Hassen, que se pronunciaban con respeto ó con espanto en Europa y en Africa, perdieron su prestigio en las áridas riberas de una isla. Todas las naciones de la cristiandad celebraron este suceso con regocijo, y el rey de España, el mas interesado en el triunfo, envió un mensage espreso á La Valette para felicitarle por su triunfo, y le regaló una espada y un alfange con puño de oro macizo guarnecido de diamantes, en testimonio de su admiracion y de su aprecio, obligándose ademas á pa

TOMO XIH.

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