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rial con los restos mortales de sus ilustres progenitores.

Tal es el relato de las causas y antecedentes de la ruidosa prision, del proceso y muerte del príncipe Cárlos, primogénito de Felipe II., que hemos creido mas conforme á la verdad, con arreglo á documentos auténticos y á los testimonios y datos que nos han parecido mas fundados y verosímiles. Por consecuencia, dicho se está que mientras no se descubran otros documentos que nos pudieran hacer reformar nuestro juicio, rechazamos, de la misma manera que las anécdotas amorosas con la reina, las circunstancias trágico-dramáticas con que revistieron y exhornaron su muerte escritores estrangeros, como los franceses De Thou y Pierre Matheu y los italianos Pedro Justiniani y Gregorio Leti. Este último pareció dudar de todo lo que habia leido en los anteriores, y acabó por admitirlo todo. Comienzan por asentar que el proceso de don Cárlos fué fallado por el tribunal de la Inquisicion, condenado por él á muerte el príncipe, cuando su causa no se sometió al Santo Oficio. Acaso la circunstancia de ser inquisidor general el cardenal Espinosa, presidente del consejo de Castilla, los indujo á este error, sobre el cual fraguaron á su placer multitud de escenas entre los inquisidores y el padre del acusado. Que le fueron presentados á éste varios géneros de muerte pintados en un lienzo para que de entre ellos eligiera el que menos le repugnára, el que le pareciera pre

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ferible; y como el príncipe no quisiera elegir, los unos le hacen morir de veneno, los otros abiertas las venas con los pies en el agua, y algunos abogado con un cordon de seda por cuatro esclavos que dicen entraron una mañana en su aposento, de los cuales los tres le sujetaban los pies y las manos mientras el otro le apretaba la cuerda fatal. De manera que si el príncipe no eligió el género de muerte que habian de darle, por lo menos la eligieron á su gusto ellos, los escritores").

La muerte del príncipe Cárlos no fué un mal para España, pues atendido su carácter, ningun bien podia esperar la nacion, y sí muchas calamidades, si hubiera llegado, por lo menos antes de corregirse mucho, á suceder á su padre en el trono. Es cierto tambien para nosotros que Felipe tuvo sobrados motivos legales, morales y políticos para determinar su reclusion y arresto, y aun para hacerle procesar, acaso mas todavía para hacerle declarar inhábil para la gobernacion de un reino. Tal vez si Felipe II. se hubiera limitado á esto, que en nuestro entender era lo que procedia, habria puesto el remedio conveniente sin atraerse la nota de cruel con que le calificaron

(4) Preguntado el Thuano, dice Salazar de Mendoza, por dónde habian llegado á su noticia estas patrañas, dijo habérselas referido un Luis de Fox, natural de París, maestro de obrás del Escorial. Y Salazar demuestra que en el Es

corial no hubo sino un albañil francés llamado Luis, que acaso fué el que se dijo arquitecto. Si es asi, no deja de ser sólido fundamento de las aseveraciones del Thuano.

propios y estraños. Al cabo era príncipe, y el noble pueblo español siempre ha mostrado interés por sus príncipes desgraciados. Al cabo era hijo, y España nunca ha llevado á bien que sus monarcas renuncien á las leyes sagradas de la humanidad. Cuando el gefe de la iglesia, el emperador de Alemania, otros príncipes estrangeros, la reina y la princesa doña Juana, las corporaciones españolas mas respetables, intercedian con el rey y le pedian indulgencia para con su hijo, convencidas estarian de que no habia necesidad de llevar el rigor á tal estremo. Felipe se mostró inexorable; y el misterio mismo en que estudiadamente envolvió los motivos de su severo porte, y los suplicios que con autorizacion suya estaba ejecutando al propio tiempo el duque de Alba, y el modo insidioso con que él mismo hizo poco despues quitar la vida al baron de Montigny, y otros actos de semejante índole, todo cooperó á que se le motejára, no solo fuera, sino dentro de España, de deshumanado y cruel.

Y no decimos esto de nuestra propia cuenta solamente. Indicáronlo ya los mismos historiadores coetáneos que le fueron mas adictos. «Unos le llamaban >>prudente, dice Luis de Cabrera, otros severo, por»que su risa y cuchillo eran confines. El príncipe, mu>>chacho desfavorecido, habia pensado y hablado con » resentimiento, obrado no: y sin tanta violencia pu>>diera reducir (como sabía á los estraños) á su hijo

>inadvertido.» ¿Qué mas pudiera escribir, y qué mas podia dar á entender quien habia sido criado de Felipe II. y lo era de su hijo Felipe III.?

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Réstanos decir algo de la muerte de la reina Isabel, que acaeció pocos meses despues de la del príncipe Cárlos (3 de octubre, 1568), cuya circunstancia dió ocasion á los forjadores de la novela á seguir mancillando hasta en la tumba la limpia fama de aquella señora, suponiendo que el dolor de la muerte de su entenado la habia llevado al sepulcro; y los enemigos del rey no tuvieron reparo en imputarle mas o menos desembozadamente el crímen horrible de envenenamiento. Felizmente una y otra calumnia desaparecen á la luz de los documentos auténticos que describen la enfermedad y la muerte de esta reina, que con razon alaba un historiador de «agradable, católica, modesta, piadosa y caritativa.» Ya en 1561 habia estado tan gravemente enferma, que dos veces se temió que sucumbiera á la intensidad del mal (1). En 1567 quedó tan debilitada del alumbramiento de su segunda hija, que tardó mucho en convalecer; y habiéndose hecho nuevamente embarazada, padecia cada mes tales desmayos y ahogos, que desde luego inspiraron á los médicos desconfianza de poderla salvar. Empeoró visiblemente en setiembre, y el 3 de oc

(1) Carta del secretario Gonza- chivo de Simancas, Estado, legalo Perez á Juan Vazquez de Moli- jo 144.

na, á 26 de agosto de 1564.-Ar

TOMO XIII.

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tubre, tras el trabajoso aborto de una niña de cuatro meses y medio, que sin embargo recibió el agua del bautismo, siguió al cielo á la que prematuramente acababa de enviar á la tierra. Ejemplarmente cristiana y edificante fué la muerte de la reina Isabel, á la temprana edad de veinte y dos años, muy sentida y llorada de todos, y especialmente del rey, que lleno de pena se retiró por unos dias al monasterio de San Gerónimo (4).

Hemos espuesto sumariamente lo que hasta hoy han producido nuestras investigaciones acerca del ruidoso y tan debatido punto histórico comprendido en este capítulo. Fácil y cómodo nos hubiera sido deleitar á nuestros lectores con las escenas siempre mas agradables y entretenidas de la exornacion dramática, si nuestra mision no nos impusiera el deber, muchas veces enojoso, de posponer al atractivo de la fábula y

(4) Relacion de la muerte de la reina Isabel de Valois, hecha por un testigo de vista.-Archivo de Simancas, Estado, leg. 2018, fól. 199.-Conviene esta relacion con la que hace Cabrera, lib. VIII, cap. VIII., y sobre todo con la que en 1569 publicó Juan Lopez del Hoyo, del cual hay tambien una de la enfermedad, muerte y funerales del príncipe Cárlos, escrita de órden del ayuntamiento de Madrid.

Hemos visto tambien el testamento original de la reina Isabel de la Paz, otorgado en 20 de julio de 1566 en el bosque de Segovia, escrito todo de su mano, y

abierto en Madrid el 7 de octubre. -Archivo de Simancas, Testamentos y codicilos reales, leg. n. 5.— Alli se hallan los autos del depósito de su cadáver en el convento de las Descalzas, el 4 de octubre

Quedaban á Felipe II. dos hijas de esta reina; Isabel Clara Eugenia, nacida en 12 de agosto de 1566, y Catalina, en 10 de octubre de 1567.

Hasta en lo del aborto de la reina padeció equivocacion Leti, pues habiendo sido niña lo que vino al mundo antes de tiempo, él afirma haber sido varon «un figliol maschio.»

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