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protestante y nada interesada entonces en el triunfo ni en la prosperidad del catolicismo: Maximiliano de Austria, en tregua á la sazon con el turco: el rey don Sebastian de Portugal, con su reino infestado, y ocupado él en reparar sus costas: los estados y príncipes de Italia, pequeños, pobres y divididos; los unos le contestaron con promesas para lo futuro, los otros, como Génova, Saboya, Florencia, Malta y Urbino, le suministraron tal cual galera y cortísimo número de soldados.

¿Qué le quedaba á Venecia de donde pudiese recibir una proteccion que algo pudiera valerle en el gran peligro que le amenazaba? Quedábanle Roma y España, dos potencias que no le estaban agradecidas. Sin embargo, ni el papa Pio V. ni el rey Felipe II. como príncipes católicos y como señores de estados en Italia, podian ver con indiferencia el daño que del engrandecimiento de los infieles habia de seguirse á la religion en general y á sus propios particulares dominios. El papa no solamente se prestó á socorrer á la república con doce galeras armadas á su costa, de que nombró general á Marco Antonio Colonna, duque de Paliano y de Tagliacozzo, sino tambien á servir de medianero con el monarca español, á cuyo efecto le envió á monseñor Luis de Torres, clérigo de su cáma ra apostólica, y varon muy prudente y docto, con una larga carta y con el encargo especial de que viera de mover su real ánim que entrára en la liga con

Su Santidad y con Venecia contra el amenazante poder de los otomanos (abril, 1570). Grandes cran las atenciones que á la sazon tenia Felipe II. en Flandes, en Granada y en la costa de Africa. Pero se trataba de la causa de la religion, y el que habia protegido á Malta contra el poder de Soliman, no habia de desamparar á Chipre amenazada por las fuerzas de Selim. Asi, aunque se reservó meditar mas detenidamente para resolverse á entrar ó no en la liga, desde luego prometió dar órden á Juan Andrea Doria, su almirante de Sicilia, para que con sus galeras navegase la vuelta de Corfú, y se uniese á las de Venecia y del papa.

No tardó el monarca español en resolverse en favor de la liga. El delegado pontificio le habia encontrado en Ecija, caminando de Córdoba á Sevilla. El último dia de abril hizo su entrada solemne en Sevilla Felipe II., y el 16 de mayo nombró ya sus representantes en Roma á los cardenales Granvela y Pacheco, y á su embajador en aquella córte don Juan de Zúñiga, con plenos y amplísimos poderes para que, en union con el romano pontifice y los procuradores de la república de Venecia, trataran y estipularan en los términos mas convenientes una liga ó confederacion de las tres potencias contra los turcos y otros cualesquiera infieles enemigos de la cristiandad, prometiendo bajo su real palabra cumplir, guardar y、observar todo lo que por dichos sus representantes se determi

nase, pactase y acordase, dándolo desde luego por aprobado, firme y valedero, en testimonio de lo cual espedia sus cartas signadas de su mano y selladas con su sello (1).

Habiendo el dux de Venecia Luis Mocenigo, y el senado de la Señoría otorgado iguales ó semejantes poderes á sus embajadores en Roma Miguel Suriano У Juan Soranzo, y nombrado por su parte el pontífice Pio V. cinco cardenales para el mismo objeto, abriéronse las conferencias en la capital del orbe católico para formar la liga contra el Turco.

Vióse desde luego lo difícil que era traer á comun acuerdo potencias que obraban impulsadas por diversos intereses y fines. Las dificultades nacian principalmente de la república de Venecia, que en vez de pedir, puesto que era la mas directamente interesada y habia de ser la mas favorecida, aspiraba á imponer condiciones. Queria, ademas Venecia que se concretara el objeto de la confederacion á quebrantar el poder del Turco, y como quien dice, á libertar á Chipre; cosa en que no podian consentir los representantes de España, cuyos fines eran mas nobles y mas vastos, puesto que proponian que la liga no fuese

(4) Copia del real despacho en latin, Biblioteca de la Real Academía de la Historia, tom. 36. Misceláneas del conde de Villaumbrosa. «In cujus fidem (concluye el despacho) mandavimus dari has

nostras litteras nostra itidem manu subscriptas, et sigillo nostro signatas. Dal. in civitate nostra Hispali XVI. Maii anni 1570. EGO REX.-Antonius Perez.»-Lo cus sigilli.

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temporal, sino perpétua; que no se limitára á combatir á los turcos, sino que se hiciera estensiva contra los moros y otros enemigos de la cristiandad, de quicnes el rey católico tenia tanto ó mas que temer que de los otomanos. Suscitáronse dificultades tambien respecto á la persona á quien se habria de confiar el mando superior de todas las fuerzas de las naciones confederadas. Pretendia este derecho Venecia, como la nacion en cuyo favor se hacia la liga; pero reclamábanle los comisionados del rey católico, como el mas poderoso y como el que habia de concurrir con mas fuerzas á la lucha y con mas dinero á los gastos de la guerra. Proponian, pues, los españoles á don Juan de Austria, y contradecíanlo los venecianos. Aspiraban tambien aquellos á nombrar lugarteniente de su nacion, pero esponia el pontífice que creia conveniente á la dignidad de la Iglesia que al menos este cargo le tuviese un general de la Santa Sede. Los venecianos no querian obligarse á guardar la liga sino bajo la fé de su palabra; mas los españoles que fiaban poco en las palabras de quienes no tenian fama de ser escrupulosos guardadores de los tratados, que recordaban la historia de las alianzas de la república, y no tenian la mas favorable idea de la constancia de los de aquel estado, insistian en que se ligaran todos con juramento, y so pena de incurrir en las censuras de la Iglesia.

En estas disidencias y altercados, naturales entre

negociadores que po llevaban un mismo designio y un pensamiento comun, y que hubieran debido hacer augurar mal de una liga en tales principios cimentada, trascurrió bastante tiempo, trabajando sin cesar el pontífice para hacer venir á los contratantes al acuerdo que con tanto ahinco deseaba. Los esfuerzos asíduos del gefe de la cristiandad dieron al fin su fruto, y despues de mucha discusion y de vencidas no pocas dificultades, se pactó la Santa Liga ó Confederacion, bajo las siguientes principales capitulaciones:

Confederacion perpétua para resistir, y aniquilar, no solo la fuerza de los turcos, sino tambien las de los moros de Argel, Tunez y Trípoli.

Las fuerzas de los coligados se habian de componer de doscientas galeras, cien naves, cincuenta mil infantes, españoles, italianos y tudescos, cuatro mil quinientos caballos ligeros, con la correspondiente artillería y provisiones.

Esta armada y ejército habian de estar aparejados y en órden en Levante para marzo, ó lo mas tarde abril del siguiente de 1571, y de la misma manera en los años consecutivos.

Su Santidad contribuiria con doce galeras bien provistas, y con tres mil infantes y doscientos setenta caballos ligeros.

El rey católico subvendria con tres partes de seis á los gastos de la guerra, con dos el dux y senado de Venecia, y aun suplirian en la misma proporcion la

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