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en la galera Marquesa de Andrea Doria, pero sintiendo en su pecho otra fiebre mas ardiente, que era el fuego del valor y el afan de combatir, dejó el humilde lecho en que yacia, y pidió á su capitan le colocára en el punto del mayor peligro. En vano sus compañeros, en vano el capitan mismo intentaron convencerle de que estaba mas para curar que para esponer su cuerpo. El soldado insistió, el soldado peleó con gallardía, el soldado fué herido en los pechos y en la mano izquierda, mas no por eso quiso retirarse, porque era máxima de este soldado, que las heridas que se sacan de las batallas son estrellas que guian al cielo de la gloria. Y prosiguió el tenaz soldado, y no hubo medio de hacerle retirar á ponerse en cura, hasta que terminó el combate de su galera, en que murió el capitan, que lo era Francisco de San Pedro. El lector comprenderá por qué entre tantas otras insignes proezas como ilustraron este combate, mencionamos particularmente la de este soldado. Porque el lector habrá adivinado ya que este soldado era Miguel de Cervantes, ignorado del mundo entonces por las armas, asombro despues por las letras.

Mas ya es tiempo de que nos acerquemos al término de tan furiosa pelea, que por algun espacio habia estado dudosa. Ya los turcos habian sufrido una gran pérdida con haber caido al agua Pertew-Bajá, perseguido por don Juan de Cardona y entrada su galera por Paulo Jordan Urbino, teniendo el scraskier

que ganar á nado una barquilla en que huir. Mas no dieron los cristianos el grito de ¡Victoria! hasta que vieron á Alí-Bajá, despues de vigorosos y porfiados esfuerzos suyos y de los trescientos genízaros de su Real, caer sobre crujía herido de bala en la frente por un arcabucero de don Juan. Otro le cortó la cabeza, y la presentó al generalísimo de los cristianos, que con hidalga generosidad afeó y reprendió horrorizado la accion, y ordenó que semejante trofeo fuera arrojado al mar, si bien no pudo impedir que la cabeza del almirante turco fuera clavada y enseñada en la punta de una lanza (1). El grito de victoria de los cristianos resonaba por los aires y le llevaban los vientos hasta las playas. El último encuentro fué entre las galeras

(4) De esta circunstancia de »piglia questa storta (la qual era haber sido clavada en la punta »di gran prezzo), ma nom gli gide una pica la cabeza de Alí pa- >> vuarone le buone parole: perchio rece dudar el señor Rosell en su »>che colui senza compassione Memoria, fundado en que nada »alcuna gli mozzo il capo, e subidicen los testigos del combate. »tos si gitto á nuoto, portandolo á Pero Caraccioli, que fué uno de »don Giouanni, con pensiero di ellos, lo espresa asi en sus «Co- »portar alcuna cosa gratissima, mentarii delle guerre fatte con »dalchele con dispiacere gli fú Turchi,» p. 39. >> risposto ¿che youí ch'io faccia di »cotesto capo? hor gettalo in ma>>re; con tutto cio per ispatio d' » un hora stalte fisso in una punta «di picca alla poppa. Il dispiacere »che hebbe don Giouanni per la »morte di costui (poiche gia essen«do cautivo si doveva conservare) »>se acrebbe ancora intendendo da »>tutti christiani liberati dalla ca>>dena la bontá e humanitá di tol »>huomo e principalmente verso »>christiani.»>

Hé aqui sus mismas palabras: «Duró l'ardor della bataglia un >>hora é mezzo, quando la galea >> del Basciá fú presa dalla Reale di »Don Giuanni; ove entrarono i >> soldati e ritrovarono Ali ferito d' » un'archibugiata, il gual parlando >> italiano dicera: «andate á basso >> che vi sono denari,» é dicendo >> alcuni che quell' era il Basciá, un » soldato bisogno spagnolo andó » per occiderle, e gli per disviarlo

é placarlo insiememente li disre,

de Uluch-Alí y las de Andrea Doria; mas habiendo llegado don Juan, apresuróse á huir el virey de Argel con cuarenta bageles que pudo salvar del universal destrozo, con tal precipitacion que ni el príncipe, ni Juan Andrea, ni don Alvaró de Bazan pudieron darle caza, bien que su gente pereció casi toda, ó tragada por las olas al saltar azoradamente á tierra, ó acuchillada entre las breñas por los venecianos.

Perdieron los turcos en este memorable combate doscientos veinte y cuatro bageles; de ellos ciento treinta quedaron en poder de los cristianos; mas de noventa se sumieron en las aguas ó fueron reducidos á pavesas por el fuego: cuarenta solamente se salvaron: murieron en combate veinte y cinco mil turcos; quedaron cautivos cinco mil: tomáronles los coligados ciento diez y siete cañones gruesos y doscientos cincuenta de menor calibre: mas de doce mil cristianos que llevaban cautivos y como remeros los musulmanes vieron rotas sus cadenas y recobrada su preciosa libertad. Tambien los cristianos tuvieron pérdidas lamentables: murieron cerca de ocho mil valerosos guerreros y marinos; de ellos dos mil españoles, ochocientos del pontífice y los restantes venecianos ("). Quince so

(1) Los principales capitanes que murieron fueron: don Bernardino de Cárdenas, su sobrino don Alonso, don Juan de Córdoba, Agustin de Hinojosa, don Juan de Miranda y don Juan Ponce de Leon.-De los venecianos, Agustin Barbarigo, Benito Loza

no, Marino y Gerónimo Contarini, Marco Antonio Lando, Vicenció Quirini, Andrés y Jorge Barbarigo, y algunos otros: el gran bailio de Alemania el conde de Briatico, napolitano, y otros muy valerosos, aunque de menos nombre.

los bageles se perdieron. En cambio los fanales de oro, las banderas de púrpura bordadas de oro y plata, las estrellas y la luna, las colas del bajá, fueron preciosos trofeos que recogieron de la batalla los aliados. Tal fué en resúmen el famoso combate naval de Lepanto, el mas famoso de que se hace memoria en los anales de los pueblos, por el número de velas, por el esfuerzo y valor de los combatientes, por la destruccion tan completa de una armada tan formidable como la otomana. Los genízaros dejaron de ser invencibles, y la Sublime Puerta debió perder su supremacía en el Mediterráneo "). Asi hubiera sido si los vencedores hubieran sabido sacar todo el fruto de la victoria, y no hubieran obrado con el desacuerdo y la negligencia que luego veremos. Don Juan por lo menos significó su deseo de acometer alguna empresa que acabára de aterrar y amilanar á los turcos: pero tratado el asunto en consejo, como él acostumbraba, dividiéronse, como solian tambien, los pareceres, y aunque al fin se determinó sitiar la fortale

(4) Son muchas las relaciones que hay y hemos visto de esta memorable batalla. Cotejadas las de los italianos Contarini, Foglietta, Caraccioli, Parutta, Diedo, Gratiani y otros, con las de los españoles Herrera, Torres y Aguilera, Serviá, Vander Hammen, Cabrera, con las manuscritas de la Biblioteca nacional, del Archivo de Simancas, y de los de Villafranca y Osuna, é insertas en el tomo III. de la Coleccion

de Documentos inéditos, con las del mismo Hadschí-Chalfa, citado por Hammer en la Historia del Imperio Otomano, etc., todas convienen en lo esencial de los sucesos, y solo varian en cuanto á algunos inciden.es y circuns-tancias accesorias, así como en las cifras de naves, soldados, bajas de cada ejército, etc, como acontece siempre en las relaciones de sucesos de esta naturaleza.

za de Santa Maura (la antigua Leucadia), ni siquiera hubo perseverancia para esto, y se mudó de propósito considerando la empresa los enviados á reconocer el fuerte como mas lenta У difícil que útil y provechosa. Solemnizaron, pues, los vencedores su triunfo con una festividad religiosa (14 de octubre), y se acordó en consejo que cada gefe de los aliados se retirára á invernar con su respectiva escuadra. Resolucion funesta, que equivalía á malograr el mas insigne de los triunfos, dando espacio á los enemigos para rehacerse y no dejando siquiera donde hacer pié para lo que hubiera de emprenderse mas adelante. Distribuyóse, pues, la presa, segun lo pactado en la liga, y comenzaron á dividirse las escuadras (24 de octubre), tomando la vuelta de Italia. Partió don Juan con la suya el 28 de Corfú, y el 31, despues de vencer recios temporales, se halló de regreso en Mesina, donde supondriamos, aunque las historias no nos lo dijeran, el entusiasmo y el júbilo y la magnificencia con que sería recibido y agasajado.

En Venecia se consagró una capilla particular de la iglesia de San Juan y San Pablo á perpetuar la memoria de la Santa Liga y el gloriosísimo triunfo de Lepanto. El cincel de Victtoria y el pincel de Tintoretto recuerdan todavía aquel gran suceso con obras de que puede envanecerse la antigua reina del Adriático; la fachada del arsenal se decoró con esculturas alusivas al mismo asunto, y el senado decretó que

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