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«<leras y galeotas por el mar Mediterráneo, pero no ha «sido V. M. informado tan particularmente de lo que

en esto pasa, porque segun es grande y lastimero el «negocio, no es de creer sino que si V. M. lo supiese, «lo habria mandado remediar: porque siendo como «era la mayor contratacion del mundo la del mar Me«diterráneo, que por él se contrataba lo de Flandes y «Francia con Italia y Venecianos, Sicilianos, Napolita«nos y con toda la Grecia, y aun Constantinopla, y «la Moréa y toda Turquía, y todos ellos con España, y «España con todos: todo esto ha cesado, porque andan «tan señores de la mar los dichos turcos y moros cor«sarios, que no pasa navío de Levante á Poniente, ni «de Poniente á Levante que no caiga en sus manos: y «<son tan grandes las presas que han hecho, asi de chris

tianos cautivos como de haciendas y mercancías, que «es sin comparacion y número la riqueza que los di«chos turcos y moros han avido, y la gran destruicion ay assolacion que han hecho en la costa de España: «porque dende Perpiñan, hasta la costa de Portugal las «tierras marítimas se están incultas, bravas, y por la«brar y cultivar; porque á cuatro ó cinco leguas del «agua no osan las gentes estar; y asi se han perdido «y pierden las heredades que solian labrarse en las <dichas tierras, y todo el pasto y aprovechamiento de «las dichas tierras marítimas, y las rentas reales de «V. M. por esto tambien se disminuyen, y es grandí«sima inominia para estos reinos que una frontera sola

«como Argel pueda hacer y haga tan gran daño y «ofensa á toda España: y pues V. M. paga en cada «un año tanta suma de dinero de sueldo de galeras «y tiene tan principales armadas en estos reinos, po«dríase esto remediar mucho, mandando que las di«chas galeras anduviesen siempre guardando y defen«diendo las costas de España sin ocuparse en otra co<«<sa alguna. Suplicamos á V. M. mande ver y consi«derar todo lo susodicho; y pues tanto va en ello, mande establecer y ordenar de manera, que á lo «menos el armada de galeras de España no salga de «la demarcacion della, y guarde y defienda las costas del dicho mar Mediterráneo dende Perpiñan «hasta el estrecho de Gibraltar, é basta el rio de Se«villa; y V. M. mande señalarles tiempo preciso que «sean obligados á andar en corso y en la dicha guar«dia, sin que dello osen exceder: porque en esto hará «V. M. servicio muy señalado á Nuestro Señor y gran «<bien y merced á estos reinos (4).»

Esta sola peticion de los procuradores de las ciudades nos revela los daños que á la agricultura y al comercio de España estaban causando los corsarios turcos y moros, la necesidad de defender nuestras costas, y los motivos que tuvo Felipe II. para tomar las providencias que en esta materia adoptó á luego de su venida á España, mejor que todo lo que nos dicen cuantas historias hemos leido.

(4) Peticion 97.a de las Córtes de Toledo de 1559 y 60.

Uno de los corsarios que mas estragos habian causado en las costas de los dominios españoles, asi de la península, como de Italia y las Baleares, era aquel famoso Dragut, antiguo compañero y sucesor de Barbaroja, de quien dimos noticia en el reinado de Cárlos V., el conquistador y defensor terrible de la ciudad de Africa, y el que habia tenido la culpa de que el turco se apoderára de la ciudad de Trípoli, que poseian los caballeros de Malta (1). Felipe II., en vez de obrar como le aconsejaban y pedian los procuradores, empleando la armada en defender las costas del Mediterráneo, «y no en otra cosa alguna, y sin que dello osáran exceder,» tuvo por mejor complacer al gran maestre de Malta y al duque de Medinaceli, virey entonces de Sicilia (2), que le habian pedido con muchas instancias les diese una armada para la reconquista de Trípoli, aprovechando la ocasion de hallarse Dragut en lo interior de Africa haciendo la guerra á uno de los reyes de Berbería. Envió pues el rey una flota á Mesina á cargo de don Juan de Mendoza, y con estas naves y las galeras de Sicilia,

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Nápoles, Roma, Malta y Florencia, y con la española, tudesca é italiana, juntó el duque de Medinaceli hasta cien velas entre pequeñas y grandes y sobre catorce mil soldados. Pero anduvo el duque virey tan poco

(1) Véase el cap. XXX. del libro precedente.

(2) No de Nápoles, como dice equivocadamente el señor Sabau

en sus Tablas cronológicas: de Nápoles lo era don Perafan de Rivera.

diligente, que cuando partió de Mesina con su armada (28 de octubre, 1559), habia dado lugar á que Dragut, que habia vuelto victorioso á Trípoli, se apercibiera del objeto de la armada cristiana, metiera en Trípoli un refuerzo de dos mil turcos, y avisara al sultan de Turquía para que le socorriera contra los cristianos.

Comenzó bajo malos auspicios esta espedicion, por otra parte mal preparada. Los alimentos y provisiones que llevaban eran pocos y malsanos; y ya en Siracusa, donde los vientos contrarios obligaron á la armada á detenerse, perecieron de enfermedades y malas comidas hasta cuatro mil hombres, y diez na→ ves se quedaron sin gente, lo cual dió tambien ocasion á tumultos, escesos y deserciones. Ultimamente, despues de no pocas averías y desastres, y casi consumidos ya los bastimentos, el duque continuó su derrota con la gente y naves que le quedaban, y que él creía le bastaban para su empresa. Mas en vez de marchar derecho sobre Trípoli, se encaminó á la isla de los Gelbes (febrero, 1560), de fatal recuerdo para los españoles. Perdió alli un tiempo precioso; las enfermedades proseguian, los víveres no abundaban, mu~ chos querian volverse á Sicilia, que hubiera sido el partido mas prudente, y en varios combates con los moros se perdieron algunos excelentes capitanes españoles. Pero al fin logró apoderarse del castillo, y que el jeque prestára juramento de fidelidad al rey

de España y ser tributario suyo (marzo). Hizo fortificar con grandes baluartes aquel castillo, contra el parecer de muchos de sus oficiales, que le aconsejaban le demoliese y fuese á atacar á Dragut en Trípoli; bien que de contraria opinion era el valeroso capitan don Alvaro de Sande, el cual se daba cuanta prisa podia á bastecer la fortaleza de artillería, municiones y vituallas, no pudiendo por otra parte persuadirse de que viniese la armada turca en socorro de Dragut y de los moros.

Engañóse en esto don Alvaro tanto como el de Medinaceli, y ambos se llenaron de consternacion cuando supieron que la armada del sultan, conducida por el almirante Pialy, ya conocido por sus estragos en las costas de Italia, se aproximaba á los Gelbes (mayo, 1560). Todo fué entonces confusion y desórden; los moros de la isla, en quienes antes se habian fiado, se volvian en favor de los turcos; las tropas no se hallaban en disposicion de resistir á tan fuerte enemigo; el duque no era gran práctico en las cosas del mar, y al ver su irresolucion y su aturdimiento, cada nave y cada capitan trató de salvarse como pudo. Muchas galeras con la precipitacion se estrellaron en los escollos, otras encallaron en los bajíos, las naves gruesas y pesadas antes de desplegar las velas fueron entradas por los turcos con miserable estrago, apresaron aquellos treinta bageles, mataron mas de mil hombres é hicieron cinco mil prisioneros. Los malteses,

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