Imágenes de páginas
PDF
EPUB

extremos, hasta la mar del Sur, region entónces desconocida y que despues resultó inmensa.

El Emperador firmó por último las capitulaciones en la ciudad de la Coruña el 19 de Mayo de 1520; el texto de este importante y curioso documento, publicado la primera vez por el Sr. Quintana, forma varios capítulos de la tercera parte de la Historia general, donde remitimos á los que quieran conocerlo en todos sus pormenores. Para ejecucion de lo convenido pidió Las Casas muchas provisiones, que despues de la salida del Emperador y vuelta la corte á Valladolid, le dió alegremente el obispo de Búrgos, que continuó teniendo á su cargo los negocios de las Indias.

Las Casas fué á ver al Cardenal, que habia quedado por Gobernador del reino despues de la partida del Rey, en aquella ocasion el licenciado Sosa, que solia asistir á las reuniones de la Junta que entendió en estos negocios y que era obispo de Almería, se hallaba presente y dijo á Las Casas: Besá aquí las manos á su reverendísima señoría, porque él sólo os ha libertado todos los indios. Las Casas, como no agradeciéndolo mucho, contestó: «Ad plura tenetur, reverendisima dominatio sua, Deo et proximis, quia unicuique mandavit Deus proximo suo;» á lo que replicó tambien sonriendo el Cardenal: «Ad minus debetis mihi vestras orationes; » á lo cual Las Casas, con toda reverencia y humillacion, dijó besándole las manos. «Ego jam dicavi me prorsus obsequio et obedientiæ vestræ reverendisimæ dominationis, in quo proposito usque ad mortem inclusive perseverabo.»

CAPÍTULO VI.

Vuelve Las Casas al Nuevo Mundo, dificultades para plantear sus proyectos, total ruina y fracaso de los planes de dominacion pacifica.

Despachado Las Casas en la corte, en lo cual se emplearon algunos meses, recogió de sus amigos, que graciosamente se las dieron, gran cantidad de baratijas y de otras menudencias para regalar á los indios y ganarles por éste y otros medios la voluntad; llevó tambien para dar principio á la poblacion algunos labradores, gente llana y humilde, y como era menester para que concordasen con la simplicidad y mansedumbre de los indios, no habiendo entónces reclutado las cincuenta personas qne habian de ir vestidas de blanco con las cruces de calatrava adornadas de ramillos arpados y que se habian de hacer caballeros de espuelas doradas, ó porque no encontró personas dispuestas para el caso, ó porque pensara que seria mejor elegirlas entre los españoles que ya residian. en las Indias. Con tales elementos partió Las Casas esta tercera vez de España para el Nuevo Mundo, dándose á la vela en Sanlúcar de Barrameda el 14 de Noviembre del año de 1520.

Llegó Las Casas con próspero viaje á la isla que los indios llamaron Borinquen, y los españoles San Juan, y unos y otros Puerto-Rico, y allí halló nuevas de que los indios de Chiribichí y Maracapana habian dado muerte á los frailes de Santo Domingo que habian ido á convertirlos y que tenian allí establecido un convento. El motivo de esta catástrofe, que tan mal disponia las cosas para la realizacion de los planes de Las Casas, fué, segun éste cuenta, el siguiente: Un tal Alonso de Hojeda que estaba en la isla de Cubagua con otros espa

ñoles dedicado á la pesca de las perlas, para la que servian de buzos los indios, que pasaban en esto no menores trabajos que en las minas, pereciendo en mayor proporcion que en estas, discurrió, como era entónces uso, salir en un barco á hacer entradas por las islas y costas de Tierra Firme, para arrebatar y poner en servidumbre los indios que pudiera haber á las manos; llegado á la costa de Chiribichi con la gente que para su empresa traia, se fué al Monastasterio, donde sólo habia entonces un sacerdote y un lego, porque los demas frailes habian ido á predicar á los españoles que residian en Cubagua; los que estaban en Chiribichí recibieron á Hojeda y á los suyos con gran alegría y los regalaron con las cosas que tenian; despues de merendar y hablar un rato, dijo Hojeda que queria ver al Cacique del pueblo inmediato que se llamaba Maraguay; enviáronlo á llamar, y venido, se apartó con él Hojeda acompañado de uno que hacia de Veedor en la expedicion y de otro que hacia de escribano; pidieron á los frailes papel y escribanía, y con tal aparato preguntaron al Cacique si sabia que alguna gente de los alrededores comia carne humana; como tal era la razon ó el pretexto que principalmente alegaron siempre por aquella época los españoles para cautivar á los indios, aquella pregunta alborotó al Cacique que exclamó: «No carne humana, no carne humana», y levantándose se marchó sin querer hablar más con Hojeda y los suyos; despidiéronse estos de los frailes, que tal vez ni se enteraron de lo que habia pasado, y embarcándose, fueron á parar cuatro leguas de allí, la costa abajo, á un pueblo llamado Maracapana; el Cacique salió á recibirlos con mucho amor dándoles de comer y haciéndoles fiestas á su usanza; porque toda aquella tierra estaba de paz con el ejemplo del buen proceder de los frailes que hacia cinco años que allí estaban establecidos; Hojeda mostró deseos de hacer trueques con los naturales y de comprar maíz á los tagares, que así se llamaban los indios que vivian en la sierra inmediata, y descansando aquel dia, partió al siguiente con quince de los suyos, dejando los demas en guarda de la carabela, á la sierra, donde

pidió cincuenta cargas de maíz que con cincuenta indios llevó á la costa; llegados se tendieron á descansar segun su costumbre; estando así, los cercaron los españoles y desenvainando las espadas comenzaron á quererlos atar; intentaron algunos huir y los españoles matan á unos, hieren á otros, y los más, sobrecogidos de temor, se dejaron atar, y en número de treinta los llevaron á la carabela.

Fácil es comprender el efecto que este lance produciria en el ánimo del cacique de Maracapana, á quien los españoles llamaban Gil Gonzalez, que en vista de lo ocurrido se puso en defensa apellidando en su ayuda toda la tierra; y, de concierto con los demas caciques acordó dar muerte á todos los españoles que aportaran por aquella region, empezando por Hojeda y por los frailes, á quienes Maraguay supuso, por lo que pasó en el convento, cómplices en la matanza de los tagares. Como ya sabian los indios que era costumbre de los españoles salir á tierra á holgar los domingos, y como Hojeda andaba por aquella costa, señalaron el siguiente para la matanza de los españoles. No aguardó Hojeda que llegase el domingo para desembarcar, sino que el sábado, como si nada hubiera hecho, salió á tierra con diez españoles. Gil Gonzalez los recibió con alegre rostro; pero llegados á las primeras casas del pueblo dieron en ellos los indios con sus flechas y macanas matando á Hojeda y á algunos otros, escapando á nado los restantes, que buscaron refugio en la carabela; los indios entraron en sus canoas para combatir á los que en ella estaban, pero no pudieron lograr nada porque los españoles se defendieron bien y alzaron las velas dándose á la mar.

Maraguay, que no sabia lo ocurrido y que estaba seguro de realizar su intento, porque tenia á los frailes como corderos en corral, aguardó al domingo, y estando el sacerdote revistiéndose para decir misa, llamaron los indios á la campanilla; salió el lego á ver quién llamaba, y allí mismo le mataron: pasando adelante hirieron en la cabeza al sacerdote, que estaba postrado en oracion, y le dejaron muerto; en seguida los indios destruyeron cuanto los frailes tenian, incendiando el

convento y matando hasta un caballo que tenian los frailes para ayudarse en el cultivo de la huerta y en el acarreo de sus frutos.

Llegadas tan tristes nuevas á la Española por conducto de los castellanos que residian en la isleta de Cubagua, la Audiencia Real de Santo Domingo resolvió castigar aquel atentado, y á este fin formó una pequeña armada al mando de un caballero, llamado Gonzalo de Ocampo, para que hiciera guerra á sangre y fuego á los indios. Las Casas esperó en San Juan la llegada de los españoles, que sabia que no habian de tardar, y en efecto, á poco arribó á la isla Ocampo con su gente; conocíale Las Casas porque habia sido su convecino en la Vega y tenia de él buena idea, aunque no ignoraba que en la materia de los indios era como los demas españoles; hízole los requirimientos oportunos, mostrándole las cédulas de la concesion que el Rey le habia hecho y la prohibicion de que entrasen los españoles en son de guerra y sin su permiso en las tierras á que la concesion se referia; Ocampo le contestó que obedecia las cédulas de S. M., pero que en cuanto á cumplirlas no lo podia hacer á causa de las órdenes que tenia de la Audiencia, que le sacaria á paz y á salvo de cualquier contrariedad que por aquel caso le ocurriese.

Vista por Las Casas la resolucion de Ocampo, determinó ir personalmente á Santo Domingo, para lo cual repartió los labradores que traia entre los vecinos de Puerto-Rico para que los mantuviesen hasta su vuelta, lo que aceptaron de buena voluntad, porque no les eran de mucho cargo, y comprando en quinientos pesos un navío para comenzar su negocio, en él se embarcó, y fué á la Española á fin de allanar el primer obstáculo que encontró á sus planes; llegado á la ciudad de Santo Domingo, aunque muchos no lo quisieron ver por haberse hecho odioso á todos los españoles, que ya sabian que tenia el propósito de libertar á los indios sacándolos de sus manos, presentó sus provisiones al Gobernador y Oficiales que tenian á su cargo la administracion y gobierno de las Indias, los cuales, en número de hasta unos diez, se

« AnteriorContinuar »