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rir cuarenta años más tarde en su Historia general de las Indias este suceso, dice que juzgó haber sido juicio divino que le quiso castigar y afligir por juntarse á hacer compañía con los que él creia, que no le ayudaban ni favorecian por Dios ni por celo de ganar las ánimas, sino por sola codicia de hacerse ricos, y parece que ofendió á Dios, maculando la puridad de su negocio espiritualísimo y fin que sólo por Dios pretendia, que era ayudar los religiosos, y él andarse con ellos alumbrando aquellas gentes con la predicacion de la fe cristiana y doctrina, con la basura é impuridad terrenísima de medios tan humanos y áun inhumanos y tan desproporcionados de los que llevó Jesucristo.» Como en el caso de la introduccion de los negros en las Indias, Las Casas reconoce aquí su error con la franqueza propia de los grandes caractéres; pero no acierta, cuando, despues de confesarlo, dice que hubiera hecho mejor en buscar á su despacio los cincuenta hombres que, segun sus primitivos planes, habian de acompañarle vestidos de blanco y con cruces en los pechos adornadas de ramillos arpados y á quienes se habia de hacer caballeros de espuelas doradas; porque sólo en el caso de constituir con ellos una Órden religiosa, sin mira alguna de lucro ni inte res personal, hubiera podido hallar sujetos tales como eran menester para aquella empresa evangélica. No debió olvidar Las Casas aquel texto de la escritura: Nemo potest duobus dominis servire; además, como ellos solos no habian de poblar la tierra donde lograran estender la fe de Jesucristo, al entrar en ella los españoles se habian de producir los efectos que él queria evitar; así sucedió en Tuzulutlan años adelante, segun referiremos, porque tambien fué obra de Las Casas aquella empresa. Siguiendo éste su camino, apesar de lo odioso que era á la generalidad de los españoles, no le faltaron amigos que salieran á consolarle, y que le ofrecieron más de cinco mil ducados prestados para llevar á cabo su negocio; llegado á Santo Domingo, escribió extensamente al Emperador dándole cuenta de lo ocurrido y de sus causas, no pudiendo emprender un nuevo viaje á Castilla por falta de medios pro

pios, aunque los hubiera hallado, si se hubiese resuelto á ello; mostróse muy pesaroso años adelante de la conducta que entonces siguió, pues creia que, habiendo vuelto de Alemania el Emperador con los caballeros flamencos que tanto le habian favorecido, y siendo Papa el cardenal Adriano, pudiera haber conseguido acabar con lo que él llamó tiranía de las Indias; pero las cosas siguieron tales como él las condenaba áun despues de haber vuelto á Castilla, y logrado del Gobierno todo favor y ayuda, y ni, áun en la diócesi que tuvo á su cargo en el Nuevo Mundo, pudo lograr sus propósitos, ni vencer con su gran autoridad y con su carácter los obstáculos que á ellos se oponian.

CAPÍTULO VII.

Profesion de Las Casas en la orden de Santo Domingo y sucesos de su vida hasta que volvió á España el año 1535.

Aunque de ánimo tan varonil y de carácter tan firme, era natural que la catástrofe de Cumaná produjese en Las Casas grande abatimiento; mientras recibia respuestas á las cartas que habia escrito al Rey, en lo cual se tardaron algunos meses, su conversacion era comunmente con los religiosos de Santo Domingo, que en el convento de la misma ciudad habia, y á los cuales le unian los vínculos que nacen de profesar unas mismas opiniones, que suelen ser más fuertes y eficaces que los de la sangre; por lo cual se puede decir que Las Casas pertenecia desde muchos años á la familia del ilustre fundador de la Órden de Predicadores; á pesar de esto no se resolvió sin dificultad á profesar en ella, para que no se entendiese, como despues dijeron sus detractores, y especialmente Oviedo, que se acogió al asilo del cláustro por hurtar el cuerpo á las resultas de su fracaso; incitábale, sin embargo, á ello con repeticion el Padre Fray Domingo de Betanzos, el cual le decia, para persuadirle, que habia trabajado harto por los indios, y pues aquel negocio tan pio se le habia desbaratado, parecia que no se queria servir Dios de él por aquel camino; Las Casas, entre otras respuestas y excusas que le daba, decia que convenia esperar la respuesta del Rey para ver qué le mandaba, á lo que el Padre Betanzos contestaba: «< Decid, señor Padre, si entre tanto vos os morís, ¿quién recibirá el mandato del Rey ó sus cartas?» Esta reflexion atravesó el alma de Las Casas, que desde entónces comenzó á pensar más frecuentemente en su estado, y al fin determinó

de hacer cuenta que ya era muerto, cuando las cartas del Rey llegasen, y así pidió el hábito con instancia y se lo dieron los religiosos con mucho gozo, haciendo su profesion en el año de 1523. Mientras estaba en el noviciado le vinieron cartas del Cardenal Adriano y de otros caballeros flamencos, persuadiéndole que volviese á la corte, donde tendria tanto ó más favor que la otra vez le habian dado; pero los Prelados del convento no se las quisieron mostrar para que no se alterase su ánimo y tal vez su resolucion, lo cual parece probable, á juzgar por los términos en que refiere este suceso en su Historia general, escrita, como se sabe, muchos años despues, y cuando ya debian haberse amortiguado las pasiones, aunque nobles y generosas, que por entonces le dominaban.

Poco se sabe de los primeros años de la vida monástica de Las Casas, ya porque no alcanza su Historia general sino hasta el tiempo de su profesion, ya porque, encerrado en el cláustro, los sucesos de su vida no debieron tener influencía en el mundo; estaba entónces como muerto, segun él mismo dice; pero resucitó para proseguir con mayor brio en sus propósitos, dando lugar á nuevos y más graves acontecimientos. El más notable de los que se relacionan con su vida fué el haberse hallado presente á la dichosa muerte del Padre Fray Pedro de Córdoba, que ocurrió en el convento de Santo Domingo de la isla Española la víspera de San Pedro, ó lo que es lo mismo el 28 de Junio de 1525. Como recordarán nuestros lectores, fué éste el primer Vicario general que tuvo la Órden en las Indias, y por tanto el primer defensor de la libertad de sus naturales, por lo cual animó á Las Casas en sus propósitos; como queda referido, y durante muchos años, fueron sus vínculos de afecto tan estrechos como puede verse por los distintos pasajes de sus obras en que habla de aquel venerable religioso; especialmente en el capítulo CCLIV de la Historia apologética hace su abreviado elogio en estos términos: «El primer religioso que con celo de dilatar la fe católica y traer á aquella gente á su Criador, Jesucristo, pasó á aquella provincia de (Chiribichy) fué un sancto varon, llamado Fray Pedro de Córdoba, dotado

de toda prudencia, dotrina, gracia de predicar señalada, y de otras muchas virtudes que en su persona resplandecieron,

у éste fué el primero que truxo y fundó la órden de Santo Domingo en estas Indias y la sustentó en gran rigor de religion, tornándola con verdad al estado primitivo. »

A los dos años de la muerte del Padre Fray Pedro de Córdoba se hallaba el Padre Las Casas en el monasterio de PuertoPlata, y allí comenzó á escribir su Historia apologética, segun refiere él mismo en estas palabras: «A tres leguas desta Vega (la Vega Real) al cabo, al Poniente está el Puerto de Plata, y junto á él la villa que así se llama, y encima della, en un cerro, hay un monasterio de la órden de Santo Domingo, donde se comenzó á escribir esta Historia el año de 1527; acabarse há cuando y donde la voluntad de Dios lo tenga ordenado 1.

Tambien por entonces se dedicó Las Casas á la Teología, pues, si bien desde que entró en las órdenes debió consagrarse á su estudio, es de presumir que esto no lo hiciera con la intensidad y del modo sistemático que tenia establecido la religion de Santo Domingo; licenciado en ambos Derechos, de estas ciencias sacó al principio sus razones para defender la libertad de los indios, y con ellas tenia capacidad y títulos suficientes para alcanzar el presbiterado, pues siendo la moral el fundamento del Derecho civil, y las sagradas letras el de los cánones de la Iglesia, siempre se ha tenido por bastante para el ejercicio del ministerio sacerdotal el conocimiento de ambos Derechos y en una nacion en que existia la unidad religiosa, como en España despues de la expulsion de los judíos, y donde por tanto no habia herejes ni disidentes que combatir, ha sido siempre más útil y necesario, si cabe, para los eclesiásticos el conocimiento de los sagrados cánones, que el de la Teologia, donde toman sus armas los apologistas y defensores de la fe cristiana.

1. Historia apologética, tomo V, capítulo II, págs. 254 y 255.

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