Imágenes de páginas
PDF
EPUB

hizo el Obispo una sentida plática en que expuso la mision que iban á cumplir, y que consistia en la salvacion espiritual de los indios y su defensa corporal, evitando los males que habian producido en ellos tantos estragos, áun en la parte á que Hegaban, que era ya provincia de su obispado.

[ocr errors]

CAPÍTULO X.

Llega el obispo D. Fray Bartolomé de las Casas á su Diócesi, sucesos que en ella pasaron hasta su definitiva vuelta á Castilla.

Con ser tantos y tan grandes los trabajos, peligros y aflicciones que pasó el Padre Las Casas desde que, movido de un celo, no en todos los casos y circunstancias discreto, se consagró á la defensa de los indios, hasta que ascendió á la dig-nidad episcopal, no pueden compararse con los que sufrió, armado de resignacion cristiana, mucho más eficaz que la estóica, en el breve tiempo que gobernó su diócesi.

La víspera de la Epifanía, como queda dicho, avistaron el puerto de San Lázaro el Obispo y los Padres, entrando en él con cuidado aquella tarde, y pasando la noche en la nave; á la mañana siguiente enviaron el batel á tierra para avisar su llegada, y vinieron á recibirlos el cura del pueblo, varios españoles y muchos indios en sus canoas, desnudos los que aun no eran cristianos, y vestidos con gruesas mantas de algodón los bautizados. Sacaron los indios al Obispo y á los frailes, quienes fueron en derechura á la Iglesia, donde solo se pudo decir una misa por ser ya muy tarde; el Obispo dio su mano á besar á los españoles primero, por su órden, y despues á los indios; y, yéndose á la casa que le tenian dispuesta, los demás religiosos se repartieron entre las de los españoles á ruego de estos, aunque disimulaban mal la pena que les causaba la venida del Obispo, de cuyo celo en favor de los indios y en contra de los desmanes de los españoles tenian ya larga noticia.

Los Padres ordenaron su modo de vivir, acordando reunirse en la iglesia del pueblo para llevar el coro como si es

[ocr errors]
[ocr errors]

tuviesen en forma de convento; y, aunque todos los domingos predicaban á los españoles, no tocaron la delicada materia de los indios, porque Las Casas no queria entrar en son de guerra en su Obispado; pero aprovechaba todas las ocasiones ⚫ que se le ofrecian, cuando hablaba con sus diocesanos, para mostrarles el error en que estaban; ningun español se movió, sin embargo, á soltar un solo esclavo; ántes los ruegos y exhortaciones de Las Casas hicieron que todos se juntasen en contra suya, é interpretando mal ciertas cláusulas de las provisiones que llevaba, le negaron la obediencia, y no le quisieron recibir por Obispo, dándole todas las molestias y pesadumbres que podian, y entre otras le rehusaron los diezmos, y no le acudieron con los salarios que traia señalados á cargo de la Real hacienda, con lo cual se vió en gran apuro para satisfacer el flete de la embarcacion que le habia traido, teteniendo los Padres dominicos que vender parte de sus, bastimentos para socorrerle, dándole prestado el cura del pueblo, Francisco Hernandez, lo que fué menester, hasta cien castellanos, con los que aquietó al piloto firmándole obligacion por lo restante.

Por ausencia de su padre, que habia ido á verse con el Presidente de la Audiencia de los confines, gobernaba aquella region el hijo del adelantado Francisco Montejo, á quien se envió correo dándole noticia de la llegada del Obispo y de los religiosos, y en contestacion despachó á un cuñado suyo, persona de autoridad, con cartas muy cumplidas para el Padre Las Casas y para el Vicario y demas frailes, y dió órden para que cada uno fuese tratado, como si fuera la persona del Príncipe, y para que, si el señor Obispo quișiere ir á Mérida, donde le esperaba, se le proveyese de lo necesario á su viaje.

Sin esto, los Padres eran muy agasajados de los españoles; pero temeroso el Vicario de que tales regalos se hicieran para avasallarlos, resolvió que abandonasen las casas de sus huéspedes y se juntaran á vivir en comunidad; y, aunque la primera vez que lo intentó accedió á las súplicas de los españoles, que le rogaban que tal no hiciese, al fin llevó á efecto

su resolucion, y antes de partir acordó tambien predicar sobre la materia de los indios, como lo hizo, encargando el sermon á Fray Alonso de Villalva, para desengañar de su error en esta parte á los vecinos, los cuales, en oyéndole, preguntaron sobre el caso á los demas frailes, y viendo que todos fueron de un parecer, conocieron que no era apasionado el del Obispo; ésto movió el ánimo de la generalidad de los españoles, y mientras los frailes estaban en vísperas entraron en cabildo los alcaldes y regidores, y allí acordaron ir á suplicar á los frailes que no abandonasen á Campeche, sino que se quedasen allí para predicarles y tratar el remedio de sus almas, los Padres respondieron que tratarian el asunto y darian respuesta, y acordaron que no se deshiciera la compañía hasta llegar á la provincia de Chiapa, pero que llegados volverian algunos á consolarles é instruirles, y para mayor seguridad de la promesa tomaron luégo solemne posesion del terreno que la ciudad les cedió para fundar su convento.

Ya habian salido algunos frailes en una barca, vistas las dificultades que ofrecia el camino por tierra, llevando la mayor parte de los bastimentos que les habian quedado, despues de la almoneda que de ellos hicieron para socorrer al Obispo, y casi todas las alhajas que habian traido desde Castilla para la disposicion y adorno de las iglesias que habian de establecer en aquellas tierras, y estando los restantes en vísperas de embarcarse con el señor Obispo, recibieron la triste nueva de que, asaltados de una tempestad y por ser la barca en que iban vieja y mal acondicionada, habian perecido nueve de sus hermanos, y dos ó tres que se habian salvado estaban en gran angustia en un pueblo de indios, llamado Champoton, de donde les enviaban la noticia. Aunque ésta les causó el sentimiento que es de suponer, y no obstante el natural temor que en su ánimo habia de producir aquel siniestro, el piloto de la embarcacion en que habian de seguir su viaje daba prisa á Las Casas para aprovechar el buen tiempo que entónces reinaba, y como persona de gran ánimo entró el Sr. Obispo el primero en la barca, y le siguieron los demas, tristes y an

gustiados, navegando aquella noche y el dia siguiente sin que en aquel tiempo ninguno comiera ni bebiera, ni hablara palabra á sus hermanos, hasta que los marineros avisaron á los Padres que llegaban al lugar en que habia ocurrido el pasado siniestro; levantáronse entónces todos y dijeron un responso y otras oraciones en su sufragio; acabadas estas preces, el Obispo, cual otro San Pablo cuando iba preso á Roma, mandó sacar de comer y él mismo puso la mesa, dividió los manjares y empezó á gustarlos para animar con su ejemplo; y habiendo encalmado el viento primero y rolando luégo al Norte, que es allí peligroso, acordaron los marineros acogerse á tierra, y entraron por la segunda boca de la isla de los Términos, casi una legua adentro; allí vieron algunos despojos del pasado naufragio, pero no encontraron los cuerpos de los náufragos.

A los tres dias abonanzó el tiempo, y Las Casas fué de parecer de embarcarse para proseguir su viaje; el Padre Fray Tomás Casillas quiso esperar á los que habian salido de Campeche á socorrer á los náufragos, y continuar luego por tierra; y en consecuencia se dividió la expedicion, continuando el Obispo su viaje por mar en compañía de su fiel compañero el Padre Ladrada, y de los Padres Fray Luis de Cuenca y Fray Jordan de Piamonte, que quiso que le acompañasen.

Sin detenerse en su camino, llegó Las Casas á la cabeza de su diócesi, que era Ciudad-Real de Chiapa, donde fué muy bien recibido de sus vecinos, que le aposentaron en unas casas buenas de un español, que estaba ausente, fronteras á las que tenian dispuestas para los frailes que se esperaban. Halló la iglesia mayor de Ciudad-Real pequeña, de edificio pobre y falta de ornamentos; sólo habia para el servicio espiritual dos sacerdotes, el bachiller Gil Quintana, que habia sido Maestrescuela y era entónces Dean, y Juan Perera, Canónigo; en el resto del obispado sólo habia otros tres clérigos mozos, y de costumbres no muy conformes á su estado: el uno andaba por los pueblos de los indios bautizando, por el interés que se le seguia de la administracion de este Sacramento, lo cual fue muy dañoso en el órden espiritual para

« AnteriorContinuar »