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en su Historia apologética á la descripcion de la Española, siendo sus noticias referentes á sus poblaciones y cultura más dignas de fe que las de ningun otro historiador, aunque, respecto de estos últimos extremos, le haga incurrir alguna vez en exageracion la defensa de aquellos indígenas.

La política hábil y previsora, pero no siempre escrupulosa, del rey D. Fernando V, habia suscitado todo género de reparos y de dificultades al cumplimiento de las capitulaciones que pasaron en Granada entre el Almirante y SS. AA. cuando aquel fué al descubrimiento de las Indias. En efecto, de haberse cumplido fielmente, Colon y sus sucesores hubieran sido los hombres más poderosos de la tierra; y, aunque se reconocia en dichas capitulaciones la soberanía de los reyes de Castilla, no era prudente que hubiese un vasallo de tan extraordinario. poder que en cualquier momento hubiera podido alzarse con la dominacion de unos territorios que, á lo que ya se sospechaba y despues se vió, equivalian casi al mundo antiguo. Bien claro dió á entender su pensamiento D. Fernando V. cuando, instándole el segundo Almirante para que cumpliese lo pactado con sus padres y le diese lo suyo, pues podia confiar dél que lo serviria fielmente, porque lo habia en su casa y corte criado, le respondió el Rey: «Mirad Almirante, de vos bien lo confiaria yo, pero no lo hago sino por vuestros hijos y sucesores», palabras que refirió D. Diego á Las Casas hablando con él en Madrid el año de 1516, y que son tan propias del carácter de aquel Monarca, que pueden, sin duda, tenerse por suyas. No obstante la idea de que las capitulaciones no se cumpliesen nunca, porque era imposible cumplirlas, se encomendó el gobierno de la Española y de las Indias, aunque con muchas restricciones, á el Almirante mozo, que para ejercer su cargo entró en Santo Domingo en Julio de 1509.

En el año siguiente de 1510 llegaron por primera vez á la isla Española los frailes del Órden de predicadores; no estaba el Almirante en la ciudad de Santo Domingo al desembarcar en ella los Padres, quienes, despues de aposentarse en una

choza que les dió Pedro Lumbreras en un corral suyo, donde pasaron algunos dias haciendo vida estrechísima, edificando á todos los moradores con su ejemplo y doctrina, y logrando que corrigieran sus costumbres harto licenciosas y corrompidas, fué el superior de ellos, Fray Pedro de Córdoba, á dar cuenta de su venida á el Almirante, que estaba con su esposa doña María de Toledo en la ciudad de la Concepcion de la Vega; en ella residia Las Casas, quien da noticia de la llegada del padre Fray Pedro de Córdoba á dicha ciudad un sábado de las octavas de Todos los Santos: el Domingo siguiente predicó un sermon sobre la gloria del Paraiso que tiene Dios para sus escogidos, y es de creer que aquella plática, si no determinó, influyó al ménos de un modo más directo que sus anteriores estudios en las ideas que respecto á los indios y á sus derechos defendió luégo con tanto calor Las Casas, pues ha blando de este suceso dice: «Sermon alto y divino, é yo le oí, por haberle oido me tuve por felice 1.»

é

Por aquel mismo tiempo habia ascendido Las Casas al sacerdocio, segun él mismo refiere en los términos siguientes: «En este mismo año y en estos mismos dias que el padre Fray Pedro de Córdoba fué á la Vega, habia cantado misa nueva un clérigo llamado Bartolomé de las Casas, natural de Sevilla, de los antiguos de esta Isla, la cual fué la primera que se cantó nueva en todas estas Indias, y por ser la primera fué muy celebrada y festejada del Almirante y de todos los que se hallaron en la ciudad de la Vega, que fueron gran parte de los vecinos de esta Isla; porque fué tiempo de fundicion, á la cual, por traer cada uno el oro que habia, con los indios que tenia, á fundirlo, ayuntábanse muchos, como cuando se llegan las gentes á los lugares donde hay ferias, para sus pagamentos en Castilla; y porque no habia moneda de oro alguno, hicieron ciertas piezas de oro, como castellanos y ducados contrahechos, que ofrecieron, de diversas hechuras, en la misma fundicion donde se fundia y pagaba el

1 Historia general, tomo III, pág. 276.

quinto al Rey, y otros hicieron arrieles para ofrecerle, segun que cada uno queria ó podia. Moneda de reales se usaba, y de estos le ofrecieron muchos, y todos los dió el misacantano al padrino, si no fueron algunas piezas de oro, por ser bien hechas. Tuvo una calidad notable esta primera misa nueva, que los clérigos que á ella se hallaron no bendecian, conviene á saber, que no se bebió en toda ella una sóla gota de vino, porque no se halló en toda la Isla, por haber dias que no habian venido navíos de Castilla 1.»

Para que no parezca inverosímil la ordenacion de Las Casas en la ciudad de la Concepcion de la Vega, debe tenerse presente que antes de que la iglesia de Santo Domingo llegase á ser la única de la Isla, se habian creado tres en ella, y á una se le dió por cabeza la referida ciudad de la Concepcion, proveyéndose el obispado en el Sr. Deza, quien envió por provisor á un doctor de París, el cual se hizo notable como predicador combatiendo las doctrinas de Santo Tomás, por lo que los frailes dominicos quisieron impugnarle; vuelto á España, el padre Victoria le notó varias proposiciones heréticas de que abjuró en Búrgos públicamente ante el obispo Fonseca, que tanta parte tuvo en el gobierno de las Indias.

Empezó desde luego el nuevo presbítero á ejercer las funciones de su ministerio, inclusa la predicacion, pues habiendo pedido el padre Fray Pedro de Córdoba, cuando estuvo en la ciudad de la Concepcion, que el domingo despues de comer le enviaran á la iglesia todos los indios que tenian los vecinos á su servicio, lo hicieron estos así, y empezó á explicarles y predicarles la fe por medio de intérprete; desde entonces quedó establecida esta costumbre, y hablando de ella Las Casas, dice: «y á mí, que esto escribo, me cupo algun tiempo este cuidado.» Esta circunstancia contribuyó mucho á extender la fama de las virtudes y ciencia de un hombre, ya muy conocido por ser de los principales y más antiguos vecinos de la isla Española.

1 Historia general, cap. LIV, pág. 279.

CAPÍTULO II.

Va Las Casas á Cuba llamado por Diego Velazquez; acompaña á Pánfilo Narvaez en su expedicion al Camagüey.

Vuelto el segundo Almirante, D. Diego Colon, de la ciudad de la Vega á la de Santo Domingo, determinó poblar la isla de Cuba, que fué descubierta personalmente por su padre, por lo cual, áun dando la interpretacion más extricta á las capitulaciones de Granada, tenia derecho indudable á poner en ella Gobernadores que la poblasen y siguiesen tomando para él la parte estipulada de sus rentas y productos. Para llevar á cabo su proyecto eligió á Diego Velazquez, antiguo vecino de la isla de Santo Domingo, de reconocida pericia, y además muy acaudalado, lo cual era entónces necesario, porque los Jefes de estas expediciones, que tenian por principal objeto el lucro, ponian de su hacienda todo ó parte de lo que era necesario para ellas, empezando por comprar los barcos y el matalotaje, y muchas veces pagando soldada á los aventu

reros.

Diego Velazquez partió de la Çabana á Santo Domingo con 300 hombres, y fué á desembocar en el puerto llamado por entónces de las Palmas, en la provincia de Maicí. Los naturales, noticiosos de las crueldades de los españoles, se prepararon á resistirles, pero su esfuerzo les valió poco, siendo fácilmente vencidos, y ocultándose en los montes inmediatos, repartiéndose como esclavos entre los españoles los que no pudieron ponerse en salvo.

Atribuia, no sin razon, Velazquez la hostilidad de los indios á la presencia entre ellos del cacique Hatuey, que habia ido á Cuba huyendo de la guerra y persecuciones que hacian

los españoles á los naturales de Santo Domingo, así es que puso gran empeño en apoderarse de él, lográndolo al fin y dándole muerte, con lo cual se sometieron todos los indios de Maici. Habiendo llegado á Jamaica la noticia de la entrada de Velazquez en Cuba, como aquella Isla estaba ya casi despoblada y no ofrecia campo á la ambicion de los aventureros, acordaron pasar á la Gran Antilla unos treinta españoles de los que residian en la Jamaica, conducidos por Pánfilo de Narvaez, que siendo de Valladolid, y Velazquez de Cuellar, tenian entre sí el vínculo del paisanaje. Fueron bien recibidos los aventureros, á quienes desde luego dió Velazquez indios para su servicio, y Narvaez fué desde entonces el Capitan general de Velazquez, ocupando, despues de él, en la Isla el primer lugar. A poco de la llegada de Narvaez, aportó á Cuba el Padre Las Casas, llamado por aquel, en virtud de la amistad que tuvieron en la Española, no siendo, por tanto, exacto, como dice Quintana siguiendo en esto á Remesal, de ordinario tan verídico, que le eligiera D. Diego Colon para consejero del Gobernador que enviaba á Cuba, á donde llegó Las Casas, entrado ya el año de 1512, cuatro ó cinco meses despues que Velazquez, quien, como queda dicho, salió de la Española á fines de 1511 2.

Poco despues que Las Casas á Cuba, y estando ya en Bayamo, llegó al puerto de Baracoa Cristóbal de Cuellar, que habia sido copero del príncipe D. Juan, venia acompañado de su hija doña María, con quien tenia tratado su casamiento Velazquez, que acudió presuroso á recibir á su suegro y á su esposa, celebrándose las bodas con toda la ostentacion y regocijo que en aquellas circunstancias eran posibles; á poco murió la recien casada, trocándose la alegría en luto: habla con gran elogio Las Casas, de su virtudes, y atribuye á disposicion divina su muerte, para que no participara de los

Historia general, tomo IV., cap. XXVI, pag. 6.

? Idem. id., pág. 1.

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