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quistaron los extensos territorios de América, por más de que tenga tan íntimo enlace con las que acabamos de examinar, no nos haremos cargo de las opiniones de los teólogos que la tratan, ni de la sutileza de los políticos españoles, empeñados en fundar ese derecho en lo que era imposible fundarlo; hoy no cremos que nadie lo ponga en duda, y hechos posteriores al descubrimiento de América han venido á darle una sancion que, aunque sea, por decirlo así, externa, no por eso es ménos eficaz; ántes que nosotros, y con los mismos títulos que pudimos ostentar respecto al Nuevo Mundo, habian conquistado y poblado en Ásia y en África los portugueses, y despues los ingleses se han apoderado sin mejores títulos de las Indias orientales, que todavía poseen, cuna de la civilizacion occidental y donde existian estados con una cultura y organizacion que no consentian que pudiesen calificarse de bárbaras aquellas naciones. Con ménos derecho se habian antes apoderado los mismos ingleses de la parte más septentrional de América, destruyendo á su paso, sin dejar memoria de ellos, los pueblos y razas que la habitaban; cuando y como pudieron, los franceses se posesionaron de alguna parte del nuevo continente, y en tiempos más cercanos al nuestro, la nacion que, sin duda, aventaja á las demas en condiciones para establecer y conservar colonias, la Inglaterra misma extiende su dominacion por la Oceanía, y los holandeses sacan de Java y de Borneo todos las recursos de su Tesoro y la fortuna de los particulares de esta nacion, que fué un dia tan gran potencia marítima.

No se nos dispute, por tanto, la legitimidad con que descubrimos, conquistamos y poseimos las vastas regiones á que llevamos con la luz del Evangelio la civilizacion cristiana, que tendrá allí en lo futuro su mayor y más expléndido teatro; ese derecho consiste en la ley que preside al desarrollo de la humanidad, de que fuimos ministros y representantes á fines del siglo décimoquinto, adquiriendo la gloria más grande é imperecedera que ha logrado ningun pueblo del mundo; ahora sólo nos conviene decir que, á su modo y como en su

tiempo era posible, no desconoció ese derecho el Padre Las Casas, que lo apoyó y defendió siempre, y singularmente en su Tratado comprobatorio.

En suma, los principios que informan las obras todas del Padre Las Casas son, como ántes se ha indicado, los de la escolástica, y especialmente los que se contienen en las obras de Santo Tomás de Aquino, desenvueltos y aplicados, conforme lo hicieron sus más ilustres discípulos, á los diferentes ramos del saber, y en particular como los enseñó siempre la gloriosa órden de Santo Domingo. Las Casas, fundado en las eternas verdades de la fe, deducia de ellas, siguiendo á sus inmortales Maestros, las teorías que sostuvo en órden á los graves problemas de moral y de derecho y los dilucidó con espíritu recto y sincero, aunque con extraordinaria vehemencia y con pasion, que le extraviaba á veces, circunstancias hijas de su temperamento colérico, que él mismo reconoce y confiesa, y que se echa de ver, lo mismo que en sus escritos, en la generalidad de los actos de su larga y azarosa vida.

Por lo que á otras ciencias se refiere, tambien siguió Las Casas la doctrina peripatética revelando una erudicion inmensa que abarcaba todo el saber de su tiempo; sus puntos de vista y sus teorías cosmológicas, y en general todo lo que se refiere en sus libros, y muy especialmente en la Historia apologética, á la ciencia de la naturaleza, está basado en los libros de Cœlo et mundo, de Aristóteles; en el de los animales, en el de los meteoros y en el de la corrupcion del mismo filósofo, modificadas las doctrinas que en ellos se exponen por la influencia católica, como lo fueron por los escolásticos; y, aunque ya alcanzó los tiempos en que estos ramos del saber empezaron á emanciparse más que los que forman las ciencias del espíritu de la tutela de la Iglesia y de la subordinacion al dogma, no habia que esperar que tomase un dominico parte en este movimiento, de que probablemente no llegó ni á tener sospecha.

En cuanto á el estilo de las obras de Las Casas, lo mismo el de las latinas que el de las castellanas, se ve que esto era para

él cuestion subalterna y á que no daba grande importancia; atento exclusivamente á su idea, se curaba poco de la forma, que no siempre es correcta, y que con frecuencia oscurece el fondo de su pensamiento; échase esto de ver más en los escritos castellanos, pues, no por afectacion, sino por la índole de sus estudios, emplea de ordinario en las construcciones el hipérbaton de la lengua latina, que no siempre es aplicable á la castellana, y hasta en las palabras se nota que usa muchas, que ya en la forma en que las emplea, ya en sus mismas raíces no han llegado á tener carta de naturaleza en nuestra lengua; en lo cual no hizo más que seguir á los escritores eruditos de su tiempo, y especialmente á Alfonso de Palencia, de quien, por esta circunstancia y por residir en Sevilla cuando nació y durante la infancia y primera juventud de Las Casas, hemos sospechado que fuese discípulo; por lo demas, creemos que muchos de los defectos gramaticales de los escritos de Las Casas desaparecerian, cotejando y corrigiendo los textos, que no nos parecerian entónces faltos de elegancia, sin que esto dañase á su energía; y en cuanto á sus latinismos, bien se les pueden perdonar, como á los demas que los usaron, pues que con ellos contribuyeron tanto á que nuestra lengua adquiriese la amplitud, la majestad y la armonía que ostenta en los buenos escritores de nuestro siglo de oro.

CAPÍTULO II.

Número y clasificacion de los escritos del Padre Fray Bartolomé de las Casas.

En el capítulo anterior queda dicho cuán prodigiosa fué la fecundidad que como escritor tuvo el Padre Las Casas; sin embargo, durante su vida sólo vieron la luz pública los tratados que imprimieron en Sevilla Trugillo y Cromberger en 1552 y 1553; todas sus demas obras han permanecido inéditas hasta nuestros dias; pues, aunque segun su testamento y otros testimonios auténticos, de que se hablará luégo, cuantas poseia al fin de su vida las legó al colegio de San Gregorio de Valladolid, encomendando á los Superiores que por tiempo fuesen de aquella casa, no sólo su custodia, sino el cuidado de publicar, cuando lo creyeran prudente, aquellas que á su juicio debieran imprimirse; los Padres dominicos que han contado siempre à Las Casas como una de las glorias de su Órden, no dieron jamás á la estampa ningun escrito del famoso Obispo, y á poco de morir éste, obedeciendo órdenes del Rey, entregaron al Consejo de Indias el precioso depósito que se les habia confiado; despues, por las vicisitudes de los tiempos, aquellos papeles han ido á diversos archivos y han estado en diferentes manos, habiendo sufrido, como de ordinario sucede en tales casos, pérdidas y extravios que en gran parte serán definitivos é irremediables. Aun ántes de su muerte, muchos papeles de Las Casas salieron de su poder, de lo que él mismo se lamenta en su Historia general, cosa que era forzoso que ocurriese á una persona que hizo tantos y tan dilatados viajes, en los que sufrió todos los accidentes y trabajos, tan comunes y graves en su tiempo, que acompa

ñan á las largas peregrinaciones por mar y por tierra. Las pérdidas de los documentos preciosísimos que reunia con el cuidado de verdadero historiador, son causa de que la Historia general adolezca de los defectos de quien tiene que confiar en cosa tan falaz é insegura como la memoria, aunque debia ser portentosa la de Las Casas, pues de tal modo le sirvió á los ochenta años de su edad, que no tenia ménos, cuando escribió un libro de tan gran extension y comprensivo de tantos sucesos.

Con todo esto, son todavía muchos los escritos de Las Casas que han llegado hasta nosotros, y, como ántes se ha dicho, todos se refieren á la materia de las Indias, por lo tanto, es difícil establecer, respecto de ellos, una verdadera clasificacion, pues además de tratar de un sólo asunto, están inspirados por una sola idea, y tienden al propósito exclusivo de favorecer á sus patrocinados; así que, cualesquiera que sean los títulos y los objetos aparentes de las obras de Las Casas, todas son en su esencia calorosos alegatos en favor de la libertad de los indios y de los derechos que en su sentir les eran peculiares, y que desconocian ó lesionaban de contínuo los españoles que residian en el Nuevo Mundo, ya fueran conquistadores, encomenderos ó comerciantes.

Segun la manera de tratar este asunto, puede decirse que los escritos de Las Casas son doctrinales, históricos ó polémicos, y por lo que á su forma y dimensiones se refiere, unos son documentos de carácter político; otros cartas más ó ménos extensas; otros tratados ú opúsculos sobre una ó varias cuestiones, y otros, por último, obras de gran extension, hechas con un plan meditado y vasto. La filosofía escolástica, la teología católica, y ambos Derechos, son, por decirlo así, el espíritu que los informa todos, y, como ya se ha manifestado, en esas ciencias era profundamente versado el Padre Las Casas.

Los tratados ú opúsculos, y las obras extensas, que son sólo dos: la Historia general y la Apologética, serán objeto más especial de estos estudios, limitándonos aquí á dar noticias de

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