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de Ampudia, llegando á la Española y desembarcando en el puerto de la Xaguana; de allí fueron á la villa de Verapaz ó Xaguana, que aún no estaba despoblada, donde se sintió indispuesto Fray Gutierre, por lo que siguió su camino en una caballería, y por no haber otra tuvo que quedarse allí Las Casas, yendo luégo por el camino que se llamaba de la Caraybana, que era más breve; llegado á la ciudad de Santo Domingo fué á buscar al ya famoso Fray Pedro de Córdoba para darle cuenta de sus propósitos, pero halló Las Casas que se habia embarcado con otros religiosos para ir á predicar á Tierra Firme, segun habia solicitado y obtenido del Rey.

Una gran tormenta, es decir, un huracan de los que en aquellas mares reinan, y cuyo nombre ha pasado á la nuestra de las lenguas americanas, asaltó á las naves en que iba Fray Pedro de Córdoba á la vista de Santo Domingo; el peligro que corrieron los navegantes fué terrible, y sus hermanos, los frailes, se pusieron en oracion hasta que Dios libertó de la muerte, así á Fray Pedro como á varios misioneros de la órden de San Francisco, que habian venido de Flandes movidos del deseo de propagar la fe en el Nuevo Mundo, entre los cuales creo que estaría el famoso Fray Pedro de Gante, tenido por deudo del Emperador Cárlos V., que trabajó luégo mucho en la conversion de los naturales de Nueva España.

Vueltos á tierra Fray Pedro y sus compañeros, el Padre Las Casas tuvo la satisfaccion de comunicarle sus planes, que aquel aprobó, aunque sin ocultarle las dificultades con que habia de tropezar, nacidas principalmente del interés que algunos del Consejo del Rey tenian en que continuase la opresion en que los indios estaban, porque se les habian dado muchos en repartimiento, de que sacaban grandes ganancias. Aunque á Las Casas le pesó de oir tales noticias, no desistió de su empeño, contestando así á Fray Pedro: «Padre, yo probaré todas las vías que pudiere, y me porné á todos los trabajos que se me ofrecerán por alcanzar el fin de lo que he comenzado, y espero que Nuestro Señor me ayudará, y cuando no lo alcance habré hecho lo que debia, como cristiano.

Vuestra reverencia me encomiende á Dios y haga encomendar.>> Las Casas cumplió, en efecto, lo que aquí prometia, con una perseverancia de que hay pocos ejemplos, empleando en favor de los indios toda su vida y toda la fuerza de un espíritu indomable, servido por un cuerpo que debia ser como de acero, pues á pesar de tantos trabajos y vicisitudes, y de tan larga residencia en los climas del Nuevo Mundo, vivió noventa y dos años. Por una casualidad feliz acompañó en este viaje á Las Casas el Padre Fray Anton de Montesinos, que fué el primero que predicó en favor de la libertad de los indios; Fray Pedro de Córdoba determinó enviarlo á Castilla á que pidiese al Rey ayuda para levantar el convento, de que sólo habian podido labrar una parte, porque los españoles que residian en la Española, no eran muy devotos de los frailes de Santo Domingo que predicaban doctrinas tan contrarias á sus pasiones y á sus intereses.

CAPÍTULO III.

Vuelve Las Casas á Castilla; sus trabajos en favor de los indios y resultados que obtuvo.

En el mes de Setiembre del año de 1515 se embarcó Las Casas en Santo Domingo con el Padre Fray Anton de Montesinos y con un compañero de éste, y llegó á Sevilla con próspero viaje; los frailes se hospedaron en uno de los conventos de su Órden, У Las Casas, como era natural de Sevilla, fue á la posada de sus deudos; estuvo poco tiempo en aquella ciudad, porque le aguijoneaba el deseo de empezar su negociacion, y movido por él, fué á Plasencia, donde á la sazon se hallaba el Rey Católico con su corte; pero ántes de salir de Sevilla el Padre Montesinos, le llevó á ver al arzobispo D. Diego Deza, fraile de su Órden, quien, sabido lo que el Clérigo solicitaba, le recibió con amor y le dió cartas para el Rey, que tenia en gran estima á aquel egregio Prelado. Llegado Las Casas á Plasencia, poco ántes de la Navidad del mismo año de 1515, y sabiendo lo mal dispuestos que se hallaban en favor de los indios, el obispo de Búrgos, Fonseca, que desde la segunda salida de Colon, y siendo todavía Dean de la catedral de Sevilla, habia tenido á su cargo estos negocios, y el secretario Conchillos, que á poco empezó tambien á entender en ellos, no intentó siquiera hablarles, sino que procuró tratar el asunto directa y personalmente con el Rey, á quien, en efecto, logró ver una noche, la antevíspera de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo, esto es, el 23 de Diciembre del año de 1545. Habló Las Casas á S. A. con bastante extension, refiriéndole en resúmen cuanto ocurria en las tierras nuevamente descubiertas, y le dijo que, siendo un negocio que tanto importaba á su Real

conciencia y á su hacienda, era necesario informar á S. A. muy en particular acerca de ello para que constase largamente lo que se arriesgaba en no remediar tamaños males, por lo que le suplicaba que, cuando fuese servido, le diese nueva y más reposada audiencia. El Rey le respondió que le placia otorgársela y que le oiria uno de los dias de la próxima Pascua, despues de lo cual, entregando la carta del arzobispo de Sevilla, besó las manos á S. A. y se retiró. Dió el Rey aquella carta, segun opinion de Las Casas, sin leerla al secretario Conchillos, que tanta mano tenia con el Rey, por lo cual, así éste como el obispo de Búrgos, tuvieron noticia de los propósitos del Clerigo; propósitos de que ya sospecharian algo por cartas que, sin duda, recibirian de Velazquez y del tesorero Pasamonte, gran protegido de ambos, y su intermediario para la administracion de los indios que poseian en la Española. Esto produjo que aquellos magnates miraran de mal ojo á Las Casas, aunque Conchillos, como hombre que de bajo estado habia subido á la privanza del Rey, conocia bien las artes de Palacio y sabia disimular mejor que el Obispo, altivo, colérico y confiado en el patrocinio de sus deudos, que eran y habian sido de los principales Prelados y Grandes que desde el principio favorecieron la causa de los Reyes Católicos, cuando todavía era dudoso su triunfo, pues el Obispo pertenecia á la casa de los Señores de Coca y Alaejos siendo sobrino del arzobispo Fonseca, el mozo.

Buscando medios para mover la conciencia del Rey, determinó Las Casas hablar con su confesor, que lo era entonces el Padre Tomás de Matienzo, fraile tambien de la Órden de Santo Domingo, el cual trató con el Rey la materia; pero habiendo determinado ir á Sevilla á pasar el invierno, siguiendo el parecer del arzobispo D. Diego Deza, que le habia escrito que aquel clima era muy bueno para viejos, y habiendo emprendido su viaje el dia de los Santos Inocentes, mandó al confesor que, no habiendo allí ya posibilidad de oirle, dijese de su parte á Las Casas que fuese á dicha ciudad de Sevilla á esperarle. El padre Matienzo fué de dictámen que, á lo ménos, debia

Томо 1.

dar noticia al Obispo y á Conchillos de sus pretensiones, pues tal vez se moverian á compasion al oirle las lástimas que de los indios les contase; Las Casas, aunque contra su parecer y voluntad, siguió el consejo del confesor, yendo primero á ver á Conchillos, que le recibió muy bien y con muy dulces palabras le insinuó que le pidiera cualquiera dignidad ó provecho en las Indias y que se lo daria. El hábil cortesano no logró con sus caricias blandear á Las Casas que, siguiendo su propósito, y para obedecer al Padre Matienzo fué luégo á hablar al obispo de Búrgos, á quien pidió para ello audiencia, y una noche le refirió, por una memoria que llevaba escrita, algunas de las crueldades que se habian hecho en la isla de Cuba á su presencia; y entre ellas la muerte de siete mil niños en tres meses; agravando mucho Las Casas aquel suceso, respondió el Obispo: «Mirad que donoso necio. ¿Qué se me da á mí y qué se le da al Rey?» El Clérigo, indignado y prescindiendo ya de todo respeto, exclamó. «¿Que ni á vuestra señoría ni al Rey de que mueran aquellas ánimas no se da nada? ¡Oh gran Dios eterno! y ¿á quién se le ha de dar algo?» y diciendo esto se retiró de la presencia del Obispo. A pesar de la puntualidad con que refiere esta escena el mismo Las Casas 1, nos resistiríamos á creerla sino tuviéramos noticia del carácter y condicion del Obispo, principalmente por una carta que le dirigió el famoso D. Antonio de Guevara, obispo tambien de Mondoñedo, en la cual, entre otras cosas, se lee lo siguiente: « Escribisme, señor, que os escriba qué es lo que dicen por acá de vuestra señoría, y para hablar con libertad y deciros la verdad, todos dicen en esta corte que sois un muy manso cristiano, y áun un muy desabrido Obispo..... Tambien dicen que vuestra señoría es bravo, orgulloso, impaciente y brioso y que muchos dejan indeterminados sus negocios por verse de vuestra señoría asombrados. »

Algunos criados del Obispo que se hallaban presentes, cuando ocurrió aquel suceso y que habian estado en las Indias,

1 Historia general, Tomo IV, cap. LXXXIV, pág. 279.

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