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reverendos que voy viendo? que no habeis de hacer á estos tristes indios más bien que los otros Gobernadores», Las Casas insistia en que se quitasen los indios á los Jueces y Oficiales y en que consiguiesen todos su libertad, y como esto le suscitaba muchos enemigos se creyó que corria peligro su persona, por lo cual los frailes de Santo Domingo le rogaron que se fuese á vivir á su monasterio, y él aceptó un aposento, segun ellos lo tenian, llano y moderado donde estuvo seguro, al ménos de noche.

Dos ó tres meses despues que los jerónimos, llegó á la Española el Juez de residencia, licenciado Zuazo, y pregonada ésta, puso Las Casas una terrible acusacion contra los de la Audiencia de la Isla por haber consentido los asaltos que se daban á los lucayos y su prision y cautiverio. Los jerónimos vieron con pesar aquel acto, y para alargar el cumplimiento de la instruccion que traian de quitar los indios á los Jueces y Oficiales, pidieron parecer á los frailes de Santo Domingo, y de San Francisco, y á los mismos Oficiales reales, estos es de suponer cómo lo darian, y el de los frailes franciscos tampoco fué, á lo que se presume, muy favorable á los indios, por el deseo que tenian de favorecer á los españoles; en cambio los dominicos encargaron, para que tratase la materia á Fray Bernardo de Santo Domingo, que era gran teólogo, el cual formó un escrito que tendria tres pliegos de molde, en que discutió el asunto en la forma escolástica entónces en uso, condenando la manera de gobernacion que se habia tenido y tenia con los indios, y defendiendo su libertad. Este parecer lo firmaron el Prelado y los principales religiosos del convento de la Española, pero los jerónimos, aunque no eran grandes letrados, no hicicieron caso de sus razones, y las cosas continuaron como ántes de su venida. Viendo, pues, Las Casas que no habia esperanza de remedio para los indios, ántes agravándose sus males, porque los españoles que los poseian, temerosos de que se los quitasen por las gestiones de su protector universal, les aumentaban el trabajo sin perdonar á las mujeres y á los niños, consultó el caso con el venerable Fray

Pedro de Córdoba que habia vuelto por aquellos dias de Castilla, y con el licenciado Zuazo, y ambos convinieron en que no habia mejor ni otro remedio sino que Las Casas volviese á España á quejarse del proceder de los jerónimos. Determinado el viaje, dió noticia de ello, aunque incidentalmente á los jerónimos el licenciado Zuazo, sin fijarle la época ni el objeto; y Las Casas les dijo luégo, que deseaba hacerlo para negociar asuntos suyos. Los jerónimos habian ya escrito al Cardenal en contra de Las Casas, y éste en contra de ellos, habiéndole dicho á Cisneros que ya tenian en equellas islas parciales á quienes Velazquez habia dado en Cuba repartimiento de indios, pero estas cartas no llegaron á poder del Cardenal, y sí la de los jerónimos, sin duda porque estos ó los Oficiales de la contratacion de Sevilla, destruyeron aquellas.

Los Padres de Santo Domingo, y en especial el Padre Fray Pedro de Córdoba, dieron cartas de crédito para el Rey y para el Cardenal á Las Casas, y lo mismo hicieron los religiosos de San Francisco, autorizando su persona, loando su celo, y dando á entender la gran necesidad que los indios tenian de remedio; con estos documentos partió Las Casas del puerto de Santo Domingo, en el mes de Mayo de 1517, llegando con próspero viaje á España, y en cincuenta dias á Aranda de Duero, donde ya estaba doliente de su última enfermedad el cardenal Cisneros.

CAPÍTULO IV.

Segunda venida de Las Casas á Castilla.

Una sola vez habló Las Casas en Aranda al Cardenal, y en ella conoció que estaba mal informado y prevenido en contra suya; pero como se hallaba tan al cabo, conociendo que de negociar con él se podia ya sacar poco fruto, se trasladó á Valladolid, donde corria voz de que llegaria en breve el rey D. Cárlos, resuelto, si no venia, á ir á Flándes para informarle del estado en que las Indias estaban. En este tiempo, el Padre Fray Reginaldo de Montesinos, de quien ya ántes se ha hablado, y que fué el primero que predicó en la Española contra la opresion de los indios y contra las tiranías de los españoles; viendo á Las Casas sólo y clérigo, esto es, sin el apoyo de una Órden regular, entónces tan poderoso, metido tan de veras y con tanta constancia en negocios tan árduos y tan píos, le pareció obra meritoria ayudarle y hacerle espaldas, para lo cual resolvió acompañarle á Flandes, pidiendo á este fin licencia á su superior, que era el Provincial de Andalucía, quien sabido el objeto, se lo otorgó fácilmente.

A poco se supo que el Rey habia desembarcado el 19 de Setiembre de aquel año de 1517 en Villaviciosa de Astúrias, con mucha alegría de Las Casas y del Padre Montesinos, que así excusaban su viaje. Hablando éste un dia con uno de los que solian formar el Consejo que entendia en las cosas de las Indias, y mal informado por los españoles que de allí venian, le dijo el Consejero que los indios eran incapaces de la fe, y el Padre le respondió que aquello era herejía, por lo que el Consejero quedó muy enojado. El Padre Montesinos, para asegurarse en su opinion, escribió al prior de San Esteban de

Salamanca, que lo era á la sazon el Padre Fray Juan Hurtado, uno de los ilustres religiosos que por aquel tiempo habia en la Órden, que aquel error pernicioso se osaba afirmar en la corte, y que por tanto, juntase á los doctores teólogos de aquella Universidad para que tratasen y determinasen la materia, y determinada, le enviase la resolucion por escrito y autorizada. Trece maestros en teología ó más entre catedráticos y otros que no lo eran, enviaron cuatro ó cinco conclusiones firmadas, que Las Casas vió y copió; la última era que contra los que aquel error tuviesen y con pertinacia lo defendiesen, se debia proceder con muerte de fuego como contra herejes.

El Rey fué desde Villaviciosa á visitar á su madre, recluida en Tordesillas por su estado mental, y despues de parar en Palencia y en otros puntos, entró en Valladolid sin llegar á ver al cardenal Cisneros, que murió en Roa el 8 de Diciembre de aquel año, habiéndose agravado la dolencia que padecia por la carta que le envió el Rey despidiéndole cortesmente de su servicio.

D. Cárlos, que luego dió tan altas muestras de sus grandes dotes, contaba entónces sólo diez y siete años, y era imposible que gobernase por sí el Reino; además el interes de los flamencos, que le habian criado y le acompañaban; las señales que se vieron en Castilla de no recibirle, quizá por esto, de buena voluntad, habiendo muchos que preferian que heredase el reino su hermano el príncipe D. Fernando, que como ántes se ha indicado, residia entónces en España, viviendo de contínuo con los gobernadores del Reino; todo esto, en fin, era parte para que, desconfiando el Rey de los Consejeros y Ministros de su abuelo, aplazase el rehabilitarles en sus cargos, entregando los principales y más importantes negocios á los extranjeros, con gran descontento y hasta con indignacion de los castellanos, que nunca han podido sufrir que los gobiernen gentes extrañas, no siendo tampoco fácil á los de la tierra regir un pueblo tan propenso á la rebelion, cuando no ha habido una mano enérgica que lo enfrene.

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Aunque por aquel tiempo era el mayor privado del Rey, Mr. Xevres, que tan odioso se hizo á los castellanos, todos los asuntos de justicia corrian á cargo del dean de la Universidad de Lovayna, Juan Selvagio, consumado jurista que usaba el título de Gran Canciller, nombre y oficio desconocidos hasta entonces en Castilla. Visto esto por Las Casas, comenzó á tratar de informarle de los asuntos de las Indias, para lo cual le dió varias cartas de crédito, esto es, de recomendacion, de las que ya digimos que le habian entregado al salir de la Española los frailes de Santo Domingo y de San Francisco, entre las cuales venian algunas en latin por ser de los frailes de esta última Orden que habian ido á las Indias desde Picardía, ignorando, por tanto, el castellano; sucedió que entre ellas las habia escritas por religiosos que el Canciller conocia, de lo cual recibió mucho placer, contribuyendo tales circunstancias eficazmente á que Las Casas fuese bien recibido. Informó éste en largas y frecuentes entrevistas al Canciller de lo que pasaba en las Indias, de la ceguedad de los Consejeros y del mismo obispo de Búrgos, y del empeño que tenian por su interes en sostener un estado de cosas, que por causar la rápida y completa despoblacion y ruina de las Indias, úrgia cambiar en otra manera más humana y razonable de regir aquellos pueblos.

Las Casas, por esta razon, se muestra muy partidario de los flamencos tan detestados de los castellanos, y que por esta causa han pasado á la posteridad con tan mal nombre; pero conviene decir, para no juzgar de ligero la opinion de Las Casas, que sin tener interes ni pasion, otros escritores españoles, y singularmente el magnífico caballero Pero Mejía, coronista del Emperador, juzga tambien benignamente á los flamencos; aunque es general la creencia de que eran codiciosos y de que procuraban enriquecerse á costa de España; de esto, el mismo Las Casas suministra involuntariamente algunas pruebas, de que luégo hablaremos, porque se relacionan con las cosas de las Indias..

Los negocios tocantes á ellas sufrian la misma paraliza

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