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dad; salió para siempre de un mundo que no se había detenido á contemplarle, que no le comprendía. Pero aquel otro mundo que él llevaba en la cabeza, ¿habrá terminado con él, se habrá deshecho como la materia que le formara, habrá desaparecido como su nombre, se habrá borrado para siempre de lo que existe, de lo que es; no influirá poco ni mucho en lo que ha de ser?

El autor lo espera, cree que en este mundo transcurre sólo un pequeño tránsito de la vida, y aun enuncia, por boca de su personaje principal, una teoría graciosa: el mundo es una cátedra; los que salen de él á tiempo, van instruídos de muchas cosas y preparados para otros estudios; los que se malogran antes de que el espíritu alcance su sazón, nada aprueban, nada adelantan; éstos no hacen más que sufrir un traslado de matricula.

MINUTAS

I

AL SR. D. JOSÉ M. DE PEREDA

Mi queridísimo y bondadoso maestro: La trágica muerte de Juan Manuel (e. p. d.) ha ocasionado un dolor sincero á millares de personas, que sufren al pensar lo que usted sufre y lloran porque usted llora.

Cuantos deleitaron su corazón y su entendimiento con los hermosos libros de usted, hoy satisfacen con lágrimas un tributo de simpatía, de cariño, de verdadero amor. Porque al genio que nos arrebata le amamos tanto como á la mujer que nos promete delicias, como al padre que nos procura conveniencias, como al hijo que prolonga nuestras ilusiones.

Poseídos por la tristeza, gozáronse algunos viéndola convertida en desencan

to; el dolor se recrea mientras destruye; sintiendo la obscuridad, rechaza la luz y busca mayores lobregueces; el alma es también egoista conservando y acreciendo sus amarguras.

Los que sintieron el golpe más de cerca, los periodistas montañeses, con el desaliento propio de las primeras emociones, aventuraron una idea inconveniente. Los razonamientos de los amigos podrán ser hojarasca inútil; acaso ni la familia consuela, ni la soledad alivia, ni el tiempo borra inmensas amarguras; pero el arte puede obrar milagros.

Decirle á usted que no terminará el comenzado libro, es destruir la única esperanza para su consuelo, es borrar la memoria de Juan Manuel, que la novela de usted eternizara.

Desconozco el asunto del nuevo libro, pero como todos los de usted, estará impregnado en esa vida intensa del mar y de la montaña, esa vida poderosa que sólo usted puede reproducir, condensándola en expresivo lenguaje. La primera mitad, ya escrita, resplandece, sin duda, con las energías de un genio en la plenitud augusta de sus facultades; lo que

resta puede ofrecernos una labor dulce y resignada, triste reflejo de un alma eternamente dolorida. Y entre aquellas vivezas y estos desencantos, una página de luto y una cruz separando con sus brazos dos palabras: la última que trazó el glorioso novelista y la primera escrita por el afligido padre... ¿Puede haber monumento más hermoso para una memoria querida?

II

SANTANDER

(A D. J. M. DE PERED }

Ayer perdías al hijo de tu corazón; hoy pierdes á tu madre, tu ciudad querida. La esperanza de tu vejez y el encanto de tu existencia, se borran para tí. La muerte sin duda temió que la despreciaras, porque tu fama es inmortal, y se ofrece á tus ojos, para entristecerte y desesperarte.

¡Santander, Santander!

Nombre apacible y dulce para oídos montañeses; vieja ciudad, adorada por sus hijos, emporio del comercio, rica matrona engalanada con primores y dormida junto al cantábrico mar.

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