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samente uno y otro detalle sin acordarse de la finalidad sintética del conjunto, sería obra de necios, y nadie lo hace teniendo sentido común; dígalo quien lo diga y afírmelo quien lo afirme. Si el que lo asegura no lo piensa, medrados estamos, y si de veras lo supone cierto, peor para él, que tan lastimosamente yerra. Ni tal uso puede llamarse científico ni cosa que lo valga; porque lo primero que hace la ciencia, es averiguar el camino que más le conviene seguir, y, lanzándose á él, procura con empeño aprovechar todos los pasos y perder los menos inútilmente. Bueno fuera que un botánico, un geólogo, un químico, recogieran para sus experimentaciones todas las plantas y todos los pedruscos posibles y los analizaran á tontas y á locas, excusándose con que todos eran documentos de la naturaleza y er todos hallábase la verdad encerrada.

Lo primero que hace un científico es proponerse tal ó cual estudio, y luego recoger elementos que dentro de variadas condiciones puedan, en el sentido propuesto, interesarle. De igual modo el

novelista, una vez preparado y escogido el ambiente social cuya influencia se propone analizar, busca figuras entre ciertos límites, y las determina y pónelas en juego, sabiendo ya de antemano que reaccionan dentro del medio en donde quiso hacerlas vivir y luchar.

Siendo esto cierto, no es comprensible por qué al dramaturgo se le imputa como gravísima falta su procedimiento cuando empieza por determinar una situación de la cual deduce los caracteres.

El sistema, tan combatido, que da interés al teatro y se ofrece á todas horas en forma de pesadilla para cuantos pretendieron vanamente las glorias de la escena, no es otro que aquel tan decantado método científico y determina en la fórmula teatral un verdadero naturalismo de buena ley, el único posible á la luz de las candilejas.

Diderot hizo una frase, que será eterna seguramente, al escribir:

«Las situaciones determinarán los caracteres.>>

Ha sido siempre así, porque no puede ser de otro modo; y, andando el tiempo,

cuando al sonar la hora señalada, las profecías de los pontífices naturalistas resulten hueras, las palabras de Diderot seguirán expresando una verdad inmutable.

Memorias de un desmemoriado.

(FRAGMENTOS)

I

Soy un pobrecito inocente, suscriptor á varios periódicos, ilustrados y sin ilustrar, unos de la mañana, otros de la tarde y otros que sólo se publican dos ó cuatro veces al mes.

Pero no crean ustedes que gasto mis dineros en diarios y revistas, por imaginaciones filantrópicas; no. El papel impreso me atrae, la noticia fresca me seduce, y busco siempre con afán la última nota, que brilla entre las columnas apiñadas, como el pescado recién cogido en la red.

Leyendo mucho, leyendo precipitado, conseguí sustraerme á mis necesidades, ocupándome de todo lo que debiera serme indiferente y acabé perdiendo la memoria. Tantas cosas llegué á saber y tan

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