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corto imperio de vuestro poder, irán á confundirse olvidadas entre la basura de las generaciones muertas.

Labrad vuestras estatuas para obstruir nuestros jardines y poned vuestros nombres en las esquinas de nuestras calles. Quien os reemplace, os imitará.

Y vuestros nombres hacinados, vuestras lápidas rotas, vuestras efigies profanadas, rodando por el vertedero, se hundirán desechas en el polvo, y es posible que vuelvan á las calles de la villa y afirmen la tierra que pisa el ciudadano humilde.

IV

Todos los instrumentos colosales de la prensa (¿por qué han de llamarse constantemente órganos?) y cada uno de nuestros diarios de mayor circulación, tienen la buena costumbre de anticiparnos lo porvenir, emitiendo arriesgados razonamientos á cuenta de la opinión pública, la opinión del país, la opinión total, que, según ellos aseguran, habla por su boca en sus columnas, «puestas al servicio de los grandes sentimientos nacionales.>> Pero con la particularidad muy

atendible de que, si alguna vez aciertan, ó suponen haber acertado, aplauden acalorada y repetidamente su propio éxito, sin tener en cuenta ya que fueron la opinión, el país ó todos los españoles, tan profetas ó más que la prensa anunciadora de la idea recogida en millares de labios con una rapidez asombrosa. Es de notar que la mayor ventura de un periodista consiste ¡vean ustedes la simpleza! en decir lo que sabe todo el mundo, pues no hace otra cosa quien se inspira en la opinión general; y lo que más arrastra la credulidad inocente del público es aquello que, según le dicen, piensa, y de lo cual no está ni por asomo enterado.

El individuo social no puede ser más insignificante y goza empequeñeciéndose. Cualquier lector duda (y hace bien) de la opinión de un hombre que afirma, y se apoya en tales ó cuales argumentos; pero, ¿quién se atreve á dudar de lo que dicen, la opinión, el país ó todos los españoles? ¿Quién, siendo público, tributario y español, se atreve á desmentir aquello que afirmó, según le cuentan, aunque la relación de su testimonio es la primera noticia que recibe de sus jui–

cios, que aprende por primera vez en los diarios?

El problema no tiene vuelta de hoja, y el periodista resolvió con tres palabras lo que no conseguiría con veinte volúmenes llenos de acertadísimas demostraciones.

¿Quién merece más crédito? Entre lo que diga usted ó lo que dice el otro, ¿qué le parece á usted más atendible? Lo que dice usted sin género de duda.

Pues bien: los instrumentos colosales crearon la verdad, atribuyéndole al público las noticias que convino propinarle. Y el público sintióse muy satisfecho. Le han dicho que lo sabe y lo dice todo, y el inocente devora la prensa diaria para enterarse. ¡oh sorpresa! de todo sabe y dice...

lo que

¡De todo lo que algunos pretenden que diga y sepa!

V

Hubo un tiempo en que todos los españoles nos creímos capaces de llegar á las cumbres del poder.

Entonces todos hacíamos politica; es decir, nos preparábamos la escala.

Hervía en los cerebros y en los cora

zones la sangre, y corrió algunas veces por la tierra. Los ideales hiciéronse patentes en la tribuna y en las barricadas. Hubo lucha, confusión y ceguera, vencicidos y vencedores.

Al fin averiguamos que unos caballeros nos habían salvado y se aprestaban á redimirnos. Les dimos las gracias, y procuramos ayudarles en lo posible á cuenta de justa retribución.

El país recobraba sus libertades, el país usaba de sus derechos, el país disponía de su fortuna, el país era poderoso, grande, magnánimo, señor y dueño de todo. El país éramos nosotros. ¡Oh ventura! Pero... ellos representaban al país. Y el pueblo se hizo Sancho, y la Democracia le dió una ínsula.

¿Hay cosa tan bella como ser ciudadano libre?

¿Hace falta una reprentación suprema del poder...? El ciudadano la elige, diciendo: Este rey quiero, éste no quiero. Y vive á su gusto.

El sufragio universal ha invertido el orden rutinario de las cosas.

Toda sociedad puede representarse por una pirámide. La más igualitaria se

ve obligada siempre á reconocer, entre los individuos que la forman, diversas aptitudes; y á medida que se van elevando éstas, aparece más limitada su agrupación individual. De modo que, la figura gráfica de una sociedad, invariablemente acaba en punta.

Veamos ahora cómo se formaba una sociedad con los viejos principios y cómo se forma con las nuevas leyes.

El Soberano, el Señor de vidas y haciendas era vértice donde se concontraba y desde donde se desenvolvía todo el poder. Representémosle con una s grande. Soberano. S.

Pero como, á pesar de serlo todo, no podía estar en todo, nombraba caprichosamente á sus favoritos para que le secundasen. Supongamos que sólo se apoya el Soberano en dos favoritos (un macho y una hembra), representados por dos fgrandes. Favoritos. F F.

Los favoritos no podían tampoco abarcar la pesada carga del poder, y era forzoso que habilitaran para el mando á personas de su confianza, que represento por tres m grandes. M M M.

No crean ustedes que acababa en esto,

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