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con que Burger expresa el ruido del látigo y del caballo en su Cazador fiero, y el

« Und dónnernd stirtsen di voguen

Des Guevœlbes crásenden bóguen (1). >>

con que Schiller manifiesta el ruido que hacen los arcos al. desplomarse, no se han podido traducir: solo se ha podido adaptar en otros idiomas el « Hop, hop, hop. » de la Balada Leonora, para espresar el galope del caballo, percibido entre las tinieblas de una noche horrorosa.

El origen de las baladas ha sido, sin duda un canto popular relativo á tradiciones conocidas. Goethe, Klopstock, Schiller, Burger, Korner y otros lo han cultivado y en el dia es á buen seguro la poesía que se considera como á mas nacional en Alemania. Para tales composiciones esta armonía imitativa ó cadencia sonora es lo que se ha creido mas propio, pues es lo que mejor acompaña á los sentimientos especiales y misteriosos que han sido siempre el distintivo de las baladas. Misteriosos, digo, y no se extrañe pues son inspirados por el mismo clima: he aquí la dificultad en la traduccion he aquí el desmérito al pasar una inspiracion de un país á otro.

El mérito de las baladas y sus autores he tenido que conocerlo por medio de las traducciones francesas; difícil me ha sido penetrarlo; pero á poco de haberlo conseguido he de confesar que su interés fue inspiracion para mí. En un principio tuve esperanza y hasta pensé escribir en mi idioma natal, en lemosin ó catalan, pues estoy seguro que no me faltarian voces dulces y ásperas para imitar á mis inspiradores, pero razones de que lloro me hicieron detener la pluma. Resolví escribir en castellano, que tal vez no sé bastante aun, pero al querer crear el estilo y buscar

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las voces y sones que debian caracterizar á mis baladas, solo ví confusion en mi cabeza. No obstante, creí fácil realizar esta armonia, pues hallaba versos preciosos de nuestros poetas, y estaba seguro de que en todos los idiomas existieron tales recursos con mas o menos abundancia. Recordaba el

<< Polla d' auauta, catanta, paranta te dochmia telthóm. »

con que Homero pinta el ruido de los caballos que corrian á galope arriba y abajo del monte Ida; y el

« Trichtha te cai tetractha dieschisen is anemoio. »

con que el mismo explica el chasquido de las velas de las naves, que se rasgaban por tres ó cuatro partes y el bramido del viento; y, tras de estos ejemplos, recitaba este hermoso verso español que no puede expresar con mas claridad el acto de la resurreccion del Señor :

« Rompe su tumba el que en amor fecundo.... »

Esto quizá podia llevarse á cabo con mucho trabajo, pero tenia que combinarlo con el estilo y el gusto que marcan las baladas traducidas, tipos que podian considerarse enteramente nuevos para nuestra literatura y para el carácter de nuestros lectores; pues la repeticion continua de una tema ó de ciertos versículos, el juego de proverbios y de palabras que dejan su interpretacion ó consecuencia en blanco, la mezcla de amor y supersticion á veces, las descripciones fantásticas y los hechos misteriosos, que es lo que se halla en las baladas, necesitaban otra pluma mas acreditada que, por medio de su nombre, introdujera la novedad.

Este pensamiento es el que me hizo adoptar un tercer estilo que consiste en no ser rigurosamente fantástico, en reducir la repeticion de los temas, en presentar los hechos

tan reales como poéticos: pero sin separarme de la verdaď, y sin prodigar lo ficticio, y en mudar el nombre de baladas en el de leyendas, por razon de su carácter histórico. Estas últimas circunstancias, y el deseo de poder dar mas libre campo al pensamiento; me han hecho preferir tambien la prosa al verso, procurando, sin embargo, que la prosa sea poética, y adoptando para ello, con el objeto de suplir la armonía indicada, el medio de presentar todos los diálogos escritos en verso blanco ó libre pero contínuo, es decir: unidos los versos á manera de prosa. Tal lenguaje será el de los personajes de las leyendas, y el que se observará tambien en aquellas relaciones que se supongan pronunciadas por una voz moral.

En la imitacion se verá que he copiado mas la distribucion del hecho que el estilo originario; y para enterarse el que quiera del sistema que he adaptado véase sino la semejanza que hay entre las baladas el Cazador fiero, El ni– ño y el rio, El y Ella, y la maldicion del Cantor, con las leyendas. La conquista de Mallorca, la agonía de Alfonso V, y el principe de Viana.

En el órden que he seguido no se me culpe si he prescindido de algun personaje ó he pasado por alto algun rey, pues lo hice ó por no haber hallado en su época hechos ó rasgos históricos que pudieran poetizarse, ó por ser ridículos ó demasiado vulgares acaso los que marquen el período de su vida.

Mi objeto al escribir estas leyendas es tan bueno como los hechos á que las mismas se refieren, de modo que el efecto podia ser grande si mi pluma lo hubiera sido tanto como mi deseo. Con todo el referir las hazañas de un pueblo noble y de una nobleza popular, escudará fácilmente mi incapacidad y mis yerros.

A. de B.

LEYENDA I.

Los Barones de la Fama (1). — Año 734.

(Siglo VIII. Epoca de la dominacion árabe en Barcelona. )

En una tierra de las mas favorecidas por el cielo, habia dos países vecinos cuyas aguas se cruzaban como para hermanarles, y cuyas costumbres habian sido las mismas en un principio y por espacio de muchos años. El uno era el país de las Galias, el otro se conocia por el nombre de Marca de España (2).

Hacia mucho tiempo, sin embargo, que no seguian iguales las costumbres de ambos países, pues los moradores del uno invocaban á Dios en sus batallas, y los del otro se creian favorecidos por un Profeta, al que invocaban tambien. Aquellos llevaban una cruz en sus vestidos y eran cristianos súbditos de reyes; estos pintaban una media luna en sus pendones y eran todos esclavos servidores de tiranos infieles.

Lo que impedia formar un solo reino de estos dos países, era una inmensa cordillera de montañas, que se levanta entre ambas tierras, y cuyas cimas, siempre excelsas, cual asombrosa prueba de la omnipotencia de Dios, formando bellezas y preciosidades, y amparando tras sí aves y fieras, rasgan de continuo con sus puntas la igualdad del cielo, permaneciendo ellas iguales para humillar así la variacion que sufre la tierra de un siglo á otro siglo. La nieve eterna que siempre las corona, presenta labradas pirámides de cristal, y el perenne verdor que se conserva en sus valles forma un mar exacto, que, por mas que se dilata y crece, nunca puede llegar hasta los encumbrados espejos que lo retratan. Estas montañas son los Pirineos.

Al través de sus espesos bosques y de algunos espacios desiertos que solo podia haber dejado yermos la fuerza del huracan, ó el furor de las corrientes, y que debia visitar, á lo mas, algun oso solitario ó alguna lijera gamuza, hubo un tiempo que se encontraban mutilados cadáveres de guerreros, cubiertos de pesad is armaduras, por entre las cuales arrancaban los cuervos la podrida carne de los cuerpos y desfiguraban los venerables rostros, tal vez orlados aun con los laureles de su gloria. Dos hermanos que se disputaban la corona de un imperio, eran los que habian abandonado en tales sitios aquellos cadáveres, único resto de los héroes que mas les defendieran (3). ¡Cuántos amigos y parientes lloraron á los héroes abandonados ó desaparecidos, luego que la calma de la victoria puso á Pepino en el trono que ambicionaba Guifre, el amigo de Gaiferos! ¡Cuántos saludaron con lágrimas al nuevo Rey que acababa de adornarse con las insignas de su antecesor Cárlos Martel (4)!

Los guerreros llorados, unos eran alemanes, bávaros ó longobardos; otros visigodos de Aquitania ó de España, y otros visigodos tambien, sujetos á la corona de Francia, ó soldados de varias tierras, fugitivos de las compañías desamparadas ó dispersas que siguieron á Gaiferos en Roncesvalles. Entre ellos existia uno que, sin embargo de ser mas llorado que los otros, habia preferido la vida solitaria del Pirineo á los goces con que le brindaba acaso el país vencedor, olvidado por entonces del otro país desgraciado, víctima de Abderramen y Abdemalech, y al que acabaron de destruir el vencedor de Lullo y el rebelde Zatto algunos años despues.

No hay mas que recordar al mayordomo de Francia el valor del capitan Otgero y su desaparicion, para ver como llora un jóven y como suspira un príncipe, para observar el interés con que Pepino habla del que le prestó mas ayuda para hallar su corona. Pero los lamentos del Rey de Francia no pueden ni saben llegar á aquellos montes que separan el país de las Galias, del conocido por el nombre de Marca de España (5) (6).

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